El abanderado y la jura de la bandera (acerca de cómo nació esta ceremonia facistoide), por Marcelo Marchese / Red Filosófica Del Uruguay




En el tiempo en que era profesor hacía a los estudiantes el siguiente desafío: "la clase próxima la daré a partir de cualquier hecho que ustedes me traigan del informativo". Siguiendo aquella práctica el lector me permitirá comenzar este ensayo sobre el abanderado con la lejana Guerra del Paraguay.
En el último cuarto del siglo diecinueve la economía europea pega un salto. Los capitales que ya habían llenado Inglaterra y otros países se derraman por un mundo que a partir de entonces se convertirá en el tercer mundo. Es la era del Imperio: se conquista África, los bancos extienden sus tentáculos abrazando el globo, los futuros países pobres (hasta el momento riquísimos) adquieren empréstitos, se tienden vías férreas, se incrementa el intercambio comercial y en síntesis, el capitalismo universaliza el mundo bajo la bandera del liberalismo.
En aquel concierto universal en que Inglaterra manejaba la batuta, Paraguay empuñaba una trompeta improvisadora que era preciso callar. Paraguay no aceptaba empréstitos, no permitía el ingreso de mercaderías que ahogaran su producción, intentaba desarrollar industrias clave como la siderurgia, evitaba el desarrollo de una clase social importadora aliada de Inglaterra, e imposibilitaba la extranjerización de la tierra, pues era propiedad estatal (las estancias de la patria). No había diputados ni nada que fuera manejable desde fuera. Ejercía el poder un dictador que luego se lo transmitía a su hijo. Parece ser que no existían pobres. Teníamos la familia del superpoderoso dictador (que serían los ricos del cuento), algún allegado o burócrata, muy pocos propietarios de tierras, y luego venía la masa del pueblo, que no era rica, mas tenía resuelta cierta cantidad de necesidades. Dicen que toda la población sabía escribir (nivel no alcanzado hoy).
Al Imperio le molestaba este raro ejemplo proteccionista en América, y por esta causa, sin gastar una bala, eliminó este modelo de la faz del planeta. Sólo debió darle la correspondiente orden o permiso a Mitre (presidente de Argentina) y al emperador del Brasil. Para invadir y bloquear al Paraguay tenían un sólo obstáculo, el gobierno del Uruguay, que en ese momento era dirigido por Berro, un blanco que apoyaba al gobierno de Solano López. Mitre arregló con el colorado General Flores para invadir el Uruguay. El acuerdo fue el siguiente: "yo te apoyo para sacar a Berro y quedarte con el gobierno, y luego vos me apoyás contra el Paraguay". Todo lo cual fue realizado sin contratiempos, excepto el bombardeo a Paysandú durante treinta y tres días por parte de los brasileros, pues Leandro Gómez, en un gesto de heroísmo más común en aquellos tiempos que ahora, se dijo que, ya que la muerte es inexorable, mejor fuera que lo encontrara luchando.
Con el dominio absoluto del Plata iniciaron la guerra contra el “sátrapa del Paraguay”, guerra que se hacía, es de imaginarse, en beneficio de la población de ese país.
Tras cinco años de lucha, las fuerzas mancomunadas de Brasil, Argentina y Uruguay logran vencer. Parece ser que en Paraguay sólo quedaron mujeres, niños y viejos. Los niños peleaban con barbas postizas aparentando ser adultos. Tal fue la carencia de hombres que se dice que esa es la explicación para que, hoy día, normalmente se acepte que un hombre tenga varias mujeres. Luego de la derrota de los paraguayos se bombardearon todos los hornos e industrias nacionales. Argentina y Brasil se anexaron la mitad del territorio y el vencido fue obligado a pagar daños de guerra, para lo cual pidió un empréstito a Inglaterra, dando origen a la deuda externa paraguaya. Se le concedieron 3.000.000 de libras esterlinas, mas sólo le llegaron 527.000, el resto lo fagocitaron los impuestos, los comisionistas y demás fauna carroñera. También fue conminado a adoptar el régimen democrático republicano de gobierno, régimen que goza hoy día.
Amén de Inglaterra y de Argentina y Brasil, que crecieron territorialmente, fueron beneficiados con esta guerra, como en toda guerra, primero el ejército, sobre lo que ya hablaremos, y luego los proveedores de los ejércitos. Con aquella papilla sangrienta de hombres y cosas los empresarios fueron amasando su fortuna. Las utilidades fueron tales que los comerciantes porteños le regalaron a Mitre el edificio en donde funcionó por años el diario "La Nación".
Sin embargo, el destino, que a veces toma caminos insospechados, le brindó a Argentina un singular trofeo de guerra: los negros, quienes oficiaban de carne de cañón, volvieron a su Buenos Aires transportando la fiebre amarilla (otros autores dicen que bajó por el río), fiebre que generó una violenta mortandad en la capital invasora. El gobierno decidió eliminar a los negros, los que fueron aceptados aquí, en Uruguay. Esta es la razón por la cual nosotros tenemos candombe y ellos no.
Ahora bien, durante la guerra, el gobierno de Mitre tuvo que soportar, si la memoria no me falla, setenta levantamientos en defensa del Paraguay, el último baluarte federal.
Las diferentes provincias buscaban como aliado al gobierno paraguayo. El triunfo en la guerra fortaleció a las capitales antifederales, Buenos Aires y Río de Janeiro, que cohesionaron al país bajo su poder con el discurso de una guerra nacional (quien apoyaba al Paraguay era considerado antipatriota) y les dio mayor gravitación, las fortaleció al fortalecer sus clases comerciales.
Tal fue el sentimiento federal que Berro (que intenta reconquistar el poder) muere al grito de: "Viva el Paraguay". A su vez, Urquiza, el gran caudillo entrerriano, que apoyó a Mitre, muere como traidor a manos de sus propios partidarios.
Extinto el Paraguay se termina de enterrar la más bien pobre posibilidad de federación, y allí se termina de consolidar la obligatoriedad de hacer un país con esto que tenemos. Allí y no antes nace la República Oriental del Uruguay.
A esta afirmación, grosso modo verdadera, se le pueden hacer innúmeras observaciones. La primerísima es que no basta la imposibilidad teórica de unificación con un vecino para crear un país. Esta observación es correcta, pero el hecho es que entrar en la Guerra del Paraguay nos exigió formar un ejército profesional (un grupo de gente organizada jerárquicamente, que detenta las armas, que recibe un adiestramiento técnico e ideológico y que cobra un sueldo). Terminada la guerra en el año setenta tenemos un ejército formado y cobrando un sueldo. Tenemos un grupo de poder más en el país. Grupo que tiene una noción de patria bien precisa. Que canta himnos. Que desfila entonando himnos patrióticos, vanguardizados siempre por unos abanderados que levantan la pata a la altura de la cintura (paso de ganso) y que mantienen la palma de la mano perfectamente horizontal al piso y a la altura del corazón patriótico. Un grupo acostumbrado a funcionar según pautas jerárquicas y que detenta el poder coactivo como para hacer lo que quiera. Sólo les faltaba un envión.
El envión vino de la mano de un proceso llamado modernización, el cual significó un reordenamiento del país a las nuevas pautas exigidas por Inglaterra en su nueva fase de producción, y cuyos principales actores vernáculos fueron los comerciantes que se habían fortalecido con el negocio de la guerra (e inclusive vendiéndole a los paraguayos violando el bloqueo) y los nuevos ricos que nacen en el campo, los cuales tenían costumbres diferentes a los viejos patricios. Antes, en las estancias había un gran barril con yerba para que se sirviera el que quisiera (en algunas todavía se practica), sea un peón o un peregrino cualquiera (por peregrino léase gaucho). En la estancia del nuevo rico ese gasto no entra en los cálculos contables. Como tampoco entra en el otro estilo la palabra contabilidad. Como nuestra vaca era muy cueruda y cornuda pero flaca, se importó un semental menos cornudo (shorthorn) menos cuerudo, pero gordo. Se importaron ovejas para diversificar la producción. Para que los sementales no gastaran su precioso líquido por ahí y para controlar mejor los rodeos se alambraron los campos; se trajeron veterinarios; se montaron industrias de corned beef; se estableció un sistema de marcas y señales; se definió un Código Rural; amén del Código Penal y otros. De vender cuero y charque, pasamos a vender cuero, charque, carne, lana y alguna otra cosilla.
Estos cambios que venían generándose (la mestización del ganado, por ejemplo) encontraban por el año 1875 un duro escollo: los gauchos. Eran en síntesis los dueños y señores del campo. Situación que se agravaba con las guerras civiles, las que teníamos una por año. De ahí el nombre de "Tierra Purpúrea", por el color del suelo teñido por la sangre. Los nuevos ricos pensaban que había que eliminar esa polilla que le comía el cuero, y esa alimaña se exterminaba con mano dura, y para eso está el Estado.
Quiso la historia que por el año 1875 estuviera al frente del país un grupo llamado principista, el cual creía que con la simple exposición de la idea justa las cosas se iban a encaminar correctamente. Eran una especie de idealistas en ambos sentidos del término. Debatían largas horas en las cámaras en tanto el importador del shorthorn se desesperaba al ver al gaucho comerse su inversión. Un buen día los nuevos ricos crearon la Asociación Rural del Uruguay (1871). Otro buen día le dieron todo el respaldo a Latorre para que barriera con toda la cháchara filosófica e impusiera el orden y el progreso en el país. Y así fue. Orden y progreso. En treinta años ya no hubo una guerra civil más. Tampoco hubo más gauchos, los cuales eran ejecutados sumariamente (Sarmiento le escribía a Mitre lo siguiente: "No economice sangre de gauchos. Es lo único de humano que tienen. Su sangre es una abono que es preciso hacer al país"). La policía comenzó a actuar como tal, reforzada por el progreso tecnológico: el telegrama anunciaba que por tal cerro andaba un grupo de gauchos, el ferrocarril llevaba al ejército al cerro, el ejército disparaba con el fusil de retrocarga Rémington a gauchos que peleaban con lanzas, facones y boleadoras. Las palabras telegrama, fusil de retrocarga Rémington, ferrocarril y ejército, se las debemos a la modernización. Las palabras gaucho, lanza, facón y boleadora forman parte del país que se extingue. La palabra cerro se mantiene inmutable en los dos períodos, con la excepción de que en uno el cerro salvaje está cruzado por un alambrado, y cada vez es menos salvaje.
Este grupo que transforma al país, que lo hace progresar, que lo ordena, debatió en la forma de hacerlo. Algunos decían que si bien la tarea que hacía el Rémington era correcta, era preciso hacer algo más. Matamos al gaucho, está bien, pero ¿qué hacemos con su hijo? A su hijo le enseñamos a respetar la autoridad y la propiedad privada, le enseñamos que su libertad termina donde empieza la del otro, le enseñamos a amar a la patria “que más tarde le ha de pedir al ciudadano su saber y su sangre”, le enseñamos moral y religión pues “somos de aquellos que vienen encontrando en la marcha de las civilizaciones, un freno de doma que se llama moral, y una rienda que se llama religión”, y le enseñamos todo aquello que fuere necesario pues “llegarán a ser tan numerosos que pueden un día reclamar con las armas en la mano” aquello que les quitamos. Todas estas enseñanzas se dan en la escuela. Varela precisamente ejerció su cargo durante el régimen de dictadura militar de Latorre.
En la escuela se aprende a escribir y a leer y hacer cuentas, es cierto, cosas muy útiles, por otra parte. Actualmente también se enseña computación. Son cosas necesarias. Sin esas cosas sería difícil para alguien desenvolverse o conseguir trabajo. En la época del gaucho no era necesario conseguir ningún trabajo. Pues uno consigue un trabajo para: 1- Comprar comida y ropa; 2- Pagar el alquiler o la cuota del Banco Hipotecario (que crece a medida que la pagamos); 3- Pagar la mutualista; 4- Pagar la educación de los hijos; 5- Pagar impuestos para que alguien nos dirija, nos defienda y eventualmente eduque a nuestros hijos y asegure la salud pública; 6- Pagar nuestras diversiones.
Veamos punto por punto la vida del gaucho. 1- La comida la conseguía enlazando una vaca, para lo cual tenía gran destreza, la ropa la sacaba de canjearla por cuero de vacas al primer mercachifle que atravesara la campaña; 2- Se hacía una casa con paja, con barro, con cueros y con madera. Todas cosas que tenía a mano; 3- No tenía ni la quincuagésima parte de las enfermedades que a nosotros nos azotan, primero que nada porque al cuerpo alegre no le entran virus. Si algo lo molestaba acudía a la curandera y si no él mismo se curaba con yuyos o lo que fuera, conocimientos que eran transmitidos de generación en generación (el hombre primitivo conoce las utilidades del 95 por ciento de la flora que le rodea); 4- Él mismo educaba a sus hijos a trenzar el cuero, enlazar una vaca o a rumbearse. Los niños apenas aprendían a caminar se subían a los caballos trepándose por los garrones. 5- Innecesario pagar impuestos pues no necesitaba de presidentes, ni diputados, generales, funcionarios o maestros. La naturaleza superabundante proveía de todo. 6- Se divertía sin pagar un peso, pues su trabajo era una diversión: "aquello no era trabajo, más bien era una junción". Por la noche, alrededor de un fuego se contaban historias de aparecidos y se rasgaban las vigüelas que todos sabían tocar. Se chupaba y se fumaba, cosas conseguidas por el canje con los mercachifles y los pulperos.
La única causa por la cual el gaucho abandonó este medio de vida es porque entre él y la naturaleza que lo proveía de todo, se interpuso algo. Ese algo se llamó propiedad privada.
La propiedad privada se impuso en el Uruguay en el momento de la modernización, del militarismo. Se alambraron los campos. Hasta ese momento las dos terceras partes del territorio eran terrenos fiscales. Imagínese el lector quién se los apropió y a qué precio. Se estableció la medianería forzosa: si alguien alambraba un campo su vecino debía pagar la mitad de la operación. Si no podía, perdía la propiedad. Los que perdieron sus tierras se calculan en cuarenta mil, dándose inicio a la creación de un cinturón de poblaciones alrededor de la capital, también conocidas como cantegriles. Así que cada vez que vemos un carrito por cualquier barrio de Montevideo tirado por un caballo, estamos viendo una manifestación rural en pleno centro capitalino. Si el caballo golpea sus cascos sobre un empedrado estamos oyendo al campo que camina a paso cansino sobre un piso moderno, pues los adoquines fueron hechos por los gauchos en el taller de adoquines cuando se salvaban de ser ejecutados sumariamente.
En tanto el país dejaba de ser cimarrón entrando para siempre en el circuito del progreso, que es el circuito del capitalismo, nacían las literaturas nacionales (literaturas inspiradas en temáticas locales). Precisamente cuando los países dejaban de ser. El Martín Fierro es un poema en el cual se relatan las desventuras de un gaucho perseguido por la justicia. Si bien todos los gauchos se lo sabían de memoria fue realizado por un escritor que no tenía nada de gaucho. La literatura gauchesca fue elaborada por intelectuales que veían cómo éste era eliminado.
En donde el gaucho dejó su impronta, confundiéndose con la impronta de los negros, es en la milonga y en el tango. Se dice que el tango nace en los arrabales, pero yo no estoy seguro. Es posible también que haya nacido en el campo y luego venido a la ciudad. Mas, fuere como fuere, la marca del gaucho es indiscutible, por la cantidad de palabras del lunfardo aportadas por él (la mayoría), este asunto de hablar al vesre es típico del gaucho (la redota); por las costumbres del malevo (palabra gaucha) el cual hace un duelo con un facón y envolviéndose el saco en el brazo a modo de escudo; y por la tristeza y nostalgia del tango, que es la tristeza y nostalgia de una raza que se extingue.
Asombrémonos de que el tema del abanderado nos haya guiado hasta los controvertidos orígenes del tango, la música de los piringundines.
El tango fue transformándose. Gardel en un principio cantaba canciones gauchescas y se vestía como tal y se hacía acompañar por guitarras (el instrumento por excelencia del gaucho). Luego, de la mano del bandoneón se convirtió en una música cantada con acompañamiento de orquesta. En tanto el tango cambiaba el país lo hizo con él. Nuevos aludes inmigratorios: italianos, españoles, judíos, traían consigo sus costumbres y sus capitales, sus mañas y sus ideologías. Este alud inmigratorio amenazaba constantemente la estructura nacional. Amenazaba la cohesión social. Entre otras instituciones, la escuela cumplió una labor fundamental de cemento de todos los ladrillos del orden social. Unificaba en el idioma y adiestraba, la escuela inculcaba el amor a la patria y la disciplina patriótica, inoculaba la obediencia a la autoridad y a las autoridades creadoras de la patria como Artigas, Lavalleja y Rivera. La escuela hacía decenas de actos donde se exaltaba el espíritu patriótico en ocasión de cada fecha que debe ser recordada por cada uno de nosotros, fecha relacionada con algunos personajes que le dan su nombre a nuestras calles, calles transitadas a diario por cada uno de nosotros.
Cuando el Uruguay entra en la segunda guerra mundial se genera en el país, bajo el manijazo de los pro-aliados, una fobia contra los alemanes. En muchos pueblos del interior, la población, supuestamente tan tolerante, saqueaba las casas de los presuntos nazis (cosa que no se dice en los manuales de historia) y una cantidad de compañías alemanas entraban en las listas negras, como la Bayer, Anilinas Alemanas, la confitería Oro del Rhin y algunas otras. Impulsado por este viento patriótico el presidente de la República, el cual había dado un golpe de Estado, Baldomir, instituyó la ceremonia de La Jura de la Bandera, trámite sin el cual no se puede hacer ningún otro trámite de la larga lista de trámites que tendremos que hacer. Las dictaduras en general, acaso por tener cola de paja, intentan legitimarse mostrándose como patrióticas y exaltando el espíritu patrio. Recuérdese el “Año de la orientalidad” y todo ese rollo de orientales establecido por la dictadura. Lo cierto es que de aquella época, (una dictadura, un mundo en guerra) data esta ceremonia. La cual fue resistida por los enemigos del régimen, entre los que se encontraba el padre de Sendic, quien se opuso a que sus hijos pasasen por tales horcas caudinas. Pero por más resistida que haya sido, podemos asegurar que la norma sigue imperante, por el sencillo motivo de que una norma establecida bajo una dictadura tiene todas las chances de no ser derogada por la democracia consiguiente. Por lo que niños de doce años son obligados a jurar, defender y respetar la bandera (aunque sea una bandera impuesta por Inglaterra). Son obligados a jurar algo que sería mejor hacerlo (si fuera necesario) en algún otro momento más apropiado. Pero ya lo dijo Carlos de Castro, ministro de gobierno de Santos (amén de Gran Maestre de la Masonería) cuando prohibió en las escuelas la obra de Francisco Berra: "más que un derecho es un deber de toda nacionalidad no discutir su independencia, sino acatarla y dignificarla...La enseñanza de la historia de la República debe dirigirse a fortalecer el sentimiento innato de la patria en almas juveniles que necesitan más de inspiraciones elevadas que de criterio reflexivo para apreciar el desarrollo de los sucesos históricos. Desde este punto de vista, es prematura y perjudicial toda tendencia que venga a desvirtuar el juego de los elementos que han de radicar el carácter nacional”.
Estaba tentado a terminar con estas palabras del ministro si no fuera porque acuden a mi mente los soporíferos actos patrióticos que hube de soportar en la escuela, escuela que realicé íntegra bajo la dictadura. Íbamos al acto en fila, habíamos tomado distancia con el brazo extendido y cantábamos canciones que hablaban de lucha y de combate, de muerte, heroísmo y banderas. ¿A qué otra institución nos recuerda esto? ¿Y por qué se elegía un abanderado? ¿Simbolizaría al más valiente, o al más culto, siendo su cultura imprescindible a la patria? ¿Se nos quería mostrar al abanderado como un modelo por sus virtudes? ¿Qué tipo de relacionamiento tenía el abanderado con la maestra, qué grado de independencia y espíritu crítico? ¿Existe un alumno mejor, o más patriota que otro? ¿Cómo se mide? ¿Siempre el más inteligente tiene mejores notas? ¿Es justo separar a uno, al abanderado, de los demás y rendirle un culto momentáneo, por una elección que ha sido realizada por los superiores? ¿A qué cosas se acostumbra el niño ungido y los no ungidos?
Ahora nos sentimos tentados a terminar nuestras reflexiones no con un ministro, que de seguro hubiera sido elegido como abanderado, sino con un poeta, que de seguro nunca fue elegido como abanderado. Y antes del poema quisiera agregar que la causa por la cual nos admiramos de los niños, es porque nos evocan lo que era la humanidad en el pasado, o lo que podríamos llegar a ser si no paseáramos a los niños por todo lo que les hacemos pasar en el sistema de vida que tenemos. El Sistema se encarga de transformar esa cosa maravillosa, feliz y energética en lo que vemos todos los días en las calles. Pero démosle la palabra al poeta, que hablara de una forma más bella, esto es, más verdadera.

El mal estudiante

Dice no con la cabeza
pero dice sí con el corazón
dice sí a lo que quiere
dice no al profesor
está de pie
lo interrogan
le plantean todos los problemas
de pronto estalla en carcajadas
y borra todo
las cifras y las palabras
las fechas y los nombres
las frases y las trampas
y sin cuidarse de la furia del profesor
ni del griterío de los niños prodigio
con tizas de todos colores
sobre el pizarrón de la desgracia
dibuja el rostro de la felicidad.

Jacques Prévert

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