16 DE JUNIO DE 1955
El mediodía del 16 de junio
de 1955 se produce el bárbaro ataque aéreo de metralla y bombardeo a la Plaza de Mayo, nuestra
propia Guernica nativa.
Aviones Gloster Meteor de la Armada de guerra nacional
dejan caer sin aviso sobre el pueblo desprevenido nueve toneladas y media de
explosivos, incluso una bomba que estalló en el techo de la Casa Rosada y otra que
destruyó totalmente a un trolebús repleto de pasajeros.
Era la antesala de la trágica
irrupción oligárquica-imperial de tres meses después, que iba a acabar con el
gobierno del general Perón.
Un gobierno que entre 1946 y
1955, partiendo de un país tan pobre, injusto y dependiente como el que hoy
sufrimos, supo construir una nueva Argentina justa, libre y soberana, modelo
para todas las naciones de América.
Que pudo crear un ministerio
de trabajo, triplicar los salarios y asignarle a los trabajadores más de la
mitad del producto bruto nacional.
Que pudo crear un ministerio de educación y
quintuplicar el presupuesto en esa área, doblar el sueldo de los docentes, y
construir más escuelas que las hechas a lo largo de toda la historia del país.
Que pudo crear un ministerio
de salud pública y multiplicar cincuenta veces su presupuesto, y bajar en solo
dos años los casos de paludismo de veintitrés mil a quinientos.
Que construyó, por ejemplo,
entre otras setenta y seis mil obras públicas, un gasoducto de mil setecientos
kilómetros que transportaba diariamente un millón de metros cúbicos de gas; que
construyó también, por ejemplo, el aeropuerto internacional más grande del
mundo.
Que produjo todo el carbón,
el aluminio, el gas y el petróleo que se consumía.
Que creó una planta nacional
de energía atómica.
Que convirtió al país en uno
de los seis que volaban sus propios aviones a chorro.
Que canceló totalmente la
deuda externa.
Que duplicó la renta
nacional.
No, estas estadísticas de
sueños que en nueve años pusieron al país como modelo de dignidad y desarrollo
no podían seguir.
Había que acabar con el
gobierno del general Perón.
Transcribimos
el fragmento que describe el dramático acontecimiento del 16 de junio de 1955
del magnífico historiador
Salvador Ferla en “Mártires y Verdugos”, Editorial
Revelación, 3ra. Edición, Buenos Aires, octubre de 1972, páginas 24 y 25.
[...] La oligarquía ambiciona
el regreso al poder total, la restauración de su régimen y la anulación del
proceso revolucionario iniciado en 1943.
Conoce los obstáculos porque
los ha palpado y reiteradamente se ha roto las narices contra ellos. Son el
pueblo politizado, presente, activo; y el ejército, colocado en su exacta
ubicación nacional.
Al primero planea
anestesiarlo mediante el terror; al segundo desarticularlo y reestructurarlo en
milicia partidaria a sus órdenes.
La primera y potente
inyección de anestesia la recibe el pueblo el 16 de junio de 1955.
Ese día sucede en Buenos
Aires algo espantoso y absolutamente inconcebible: una formación de aviones
navales bombardea Plaza de Mayo.
El pretexto es matar a Perón,
a quien suponen en la Casa
de Gobierno, para lo cual se bombardea la plaza, se ametralla la Avenida de Mayo, y hasta
hay un avión que regresa de su fuga para lanzar una bomba olvidada.
Cientos de cadáveres quedan
sembrados en la plaza histórica y sus adyacencias, unos pertenecientes a civiles
que habían acudido en apoyo al gobierno, y otros de anónimos transeúntes.
Es el
primer castigo, la primer dosis de castigo administrada al pueblo.
Es el fusilamiento aéreo,
múltiple, bárbaro, anónimo, antecesor de los que luego realizarían en tierra
firme con nombres y apellidos [se refiere a la masacre de José León Suárez en
la represión del levantamiento cívico-militar del 9 de junio de 1956, a los mártires y
verdugos que le dan título al libro].
Entre este grupo de aviadores
(entre los que estaba el capitán Cacciatore, que después del 76 cobraría fama y
fortuna como intendente porteño) que mata desde el aire a una multitud, y los
agentes de la Policía
de la Provincia
de Buenos Aires que fusilan a un núcleo de civiles en un basural, tirándoles a
quemarropas sin previo aviso, solamente existe una diferencia de ubicación.
Este episodio criminal, este acto terrorista comparable al cañoneo de
Alejandría y de ciudades persas efectuados por la flota inglesa, también con
propósitos de escarmiento, no tiene antecedentes en la historia de los golpes
de estado.
Porque hasta en la lucha entre naciones está proscripto el ataque a
ciudades indefensas, y porque la guerra aérea, con el bombardeo a poblaciones
civiles, ha sido una tremenda calamidad traída como novedad por la última
guerra mundial, que ha merecido el repudio unánime universal.
Nuestro pueblo, que estuvo alejado del escenario de esa guerra, que
jamás pudo con su imaginación reproducir la imagen aproximada de un bombardeo
aéreo, experimenta ese horror -el horror del siglo- en carne propia, por
gestión de su propia aviación.
Esa aviación que nunca había tenido que bombardear a nadie, que no
sabía lo que era un bombardeo real, hace su bautismo de guerra con su propio
pueblo, en su propia ciudad capital.
El 16 de junio de 1955, sufrimos los argentinos nuestro Pearl Harbour
interno, donde la víctima es el pueblo y el agresor la oligarquía
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