Quien quiera hoy opinar de casi cualquier cosa, esta inexorablemente atravesado por las tensiones y enfrentamientos entre el Gobierno y los medios. Y entre los medios y periodistas entre si
DE PERIODISTAS E ILUSIONES
Por Eduardo Aliverti*
La reciente celebración del Día del
Periodista mueve a algunas reflexiones que, tal vez como nunca de mucho
tiempo a esta parte, permiten articular la visión que cada quien tenga
de la realidad, nacional y general, con el ejercicio de nuestra
profesión. Quien quiera hoy opinar de casi cualquier cosa, en la
dirección que sea y le guste o no, está inexorablemente atravesado por
las tensiones y enfrentamientos entre el Gobierno y los medios. Y entre
los medios y periodistas entre sí.
Se llega a lo precedente porque, no como
factor único, pero sí determinante, el país carece de cualquier rasgo de
oposición orgánica. La única que hay tiene expresión en la prensa
enfrentada al oficialismo, por fuera de las reintentonas de la Mesa de
Enlace gauchócrata y a menos que se quiera ingresar caceroleos conchetos
– no cacerolazos – a la jerarquía de movimiento social. Tienta aplicar
la certeza de que eso es así porque en política no existen los vacíos
duraderos. Algo, lo que fuere, termina llenándolos de manera parcial o
total, más temprano que tarde. En el caso argentino es un grupo de
corporaciones mediáticas. Sin embargo, en principio como juego
hipotético de respuesta incomprobable, valen la pena unas preguntas de
tronco único. ¿Quién habría ocupado el lugar opositor de Clarín &
Cía. si el Gobierno no le achuraba al grupo alrededor de un tercio de su
facturación, a través de estatizar las transmisiones de los partidos
del fútbol local? ¿Y si además no había la ley de medios audiovisuales?
¿Y si tampoco hubiera habido el enfrentamiento con las patronales
agropecuarias que abroqueló a la sociedad Clarín-La Nación como
organizadores de Expoagro, entre otros factores que explican sus cuentas
publicitarias, mientras algunos combatientes del moralismo vacuo se
preocupan únicamente por el dinero del Estado? Esto es un chiste muy
malo, por supuesto, porque de no haber ocurrido todo eso el Gobierno no
sería el que es. Pero sirve, y cómo, al efecto de demostrar que la
oposición encarnada en esos cruzados de la libertad tiene la única causa
de los negocios afectados. Para Clarín es nada más que eso y en La
Nación interviene, no importa si antes o además, el ataque a los
símbolos de la clase que representa. Hacia mediados de su gestión y por
las razones que fueren (enconos personales, conveniencia para construir
relato o seguridad ideológica que requería esperar al momento propicio),
el kirchnerismo decidió enfrentarse a la última vaca institucionalmente
sagrada: los grandes medios de prensa. De ahí en más, cada programa
periodístico, cada portada de diario, cada copete de cada título, cada
columna, cada entrevistado, cada boletín informativo, se rige por el
lugar de batalla política que escoge cada protagonista mediático. Vale
para los dueños y para los periodistas individualmente considerados. Si
es por los segundos, cabría la disección entre quienes trabajan con
autenticidad y quienes operan porque la correlación de fuerzas no les da
para plantarse contra las órdenes que reciben.
Ricardo Forster recordaba hace unos días
el dato incontrastable del papel que jugó el periodismo, de alcance
nacional, en la década del ’90. Un rol sin duda trascendente y positivo,
dicho en forma genérica, porque –sobre todo en el segundo lustro–
incluso los medios del establishment advirtieron que continuar mirando
hacia el costado, frente a la orgía de corrupción del menemato,
afectaría gravemente su credibilidad. Hubo de todo, por cierto.
Investigación mayor y señalamiento de perejiles. Opiniones que apuntaron
a que las mafias del poder eran intrínsecas al modelo neoliberal. Y
otras que jamás se animaron, siquiera, al acercamiento a esa frontera
que divide juzgar profundo de pegar grititos indignados. El asesinato de
José Luis Cabezas fue el punto de inflexión. La mácula después de la
cual no hubo forma de hacerse el desentendido, aunque siguió habiendo
los que trazaban como camino la posibilidad del mismo modelo, pero
despejado de corruptelas. Fue la fantasía que engendró a la Alianza, sin
ir más lejos. Hace no tanto, el periodista que firma esta nota se
permitió resumir el espíritu de aquella etapa mediante una definición a
la que, ahora, considera potenciada: con Menem era fácil ser progre. En
medio del vaciamiento de los significados, con la podredumbre nacional a
flor de la piel que desembocaría en el que se vayan todos, hubo los
colegas que se creyeron portadores de una relevancia heroica, épica,
intachable. Como dijo Forster, se ve que muchos de nosotros extrañan esa
fase en que el desempeño periodístico de denuncia –o de denuncismo,
daba igual– era un aval de valentía y prestigio, a falta de otros
“liderazgos” que personificaran esos valores. Se compraron el puesto de
fiscales de la Patria, y hasta hubo quien dejó que ilustraran sus
apariciones televisivas con el escudo pectoral de Superman. Unos cuantos
años después, el menudo problema es que el mundo se movió y esta gente
no se da por enterada, sea porque no puede, porque ideológicamente son
un mosquito o porque les encaja seguir así, actuando de carmelitas
descalzas con la aceptación de una franja social que persiste en creer
la existencia de Gaspar, Melchor y Baltazar. Se movió que surgiera una
singularidad inesperada al frente del país, capaz de presentarle
alteración y alternativa al derrumbe de confianza en la “clase”
política. Que la torta se repartiese mejor, sin que los ricos tengan
derecho al pataleo porque en efecto la levantan en pala. Que por fin se
avanzara en el juzgamiento a los genocidas, que volviera la militancia
juvenil, que no hubiera más discurso único, que valiera la pena volver a
confiar en lo colectivo, que se les disputara algún terreno a los
generales de la economía.
Pero no. Los que militaban contra Menem,
desde sus puestos periodísticos, nunca tuvieron inconvenientes –al
contrario– en reconocer que su labor era esencialmente política,
estrictamente ideológica. Les gustaba ese lugar. Se veían conductores de
la conciencia popular en la identificación del enemigo. Su “queremos
preguntar” de entonces era por lo significativo de las preguntas en sí
mismas, no por lo valederas o reveladoras que pudieran ser las
respuestas. Porque se sabía, tenían asimilado, que sólo se trataba de
hacer mierda a Menem. Ahora, esa gente se pretende a-ideologizada,
a-política, a-factores de poder. Un prefijo infinito que a Macri no
quiere preguntarle nada; a los campestres tampoco; a los inversores
publicitarios que forman los precios, menos que menos. Se pretenden
marcianos y no les importa más que hacer mierda a Cristina. Dicen que
quieren hacer periodismo y punto. Pero en el menemato era al revés.
Querían inundarse de (falsa) ideología y punto. De protagonismo político
y punto. Ahora viene a ser que el error presidencial de haber elevado
el pliego de un impresentable candidato a procurador general es como la
venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, sin perder de vista que lo
facturado a Reposo es, ante todo, haber intervenido contra Papel Prensa
en su sociedad con el terrorismo de Estado. Viene a ser que el cepo a la
compra de dólares restringe las garantías constitucionales, que les
importaron un carajo cuando la cajita feliz de la clase media los dejaba
masturbarse con la fantasía del uno a uno, para que después reclamaran
la Constitución al pudrirse todo. Viene a ser que unos centenares de
indignados felices salen a hacer ruido y los presentan como la
re-entronización de 2001, pero desde una cobertura neutral,
naturalmente. Viene a ser que informan y opinan como si gobernara
Videla, con la repugnante ventaja de que no gobierna y de que les pagan
los que lo añoran. Viene a ser que hace mucho rato insisten, como
insistimos todos, en que el desastre del transporte público amerita que
eleven al área a rango de ministerio. Y cuando el Gobierno lo decide el
título no es ése, sino que De Vido perdió poder. Pero eso no es
ideológico, no es posicionamiento político. No. Es solamente hacer
periodismo. Y si un Cirigliano va preso por la tragedia de Once, siendo
como fue o es un empresario amigo del oficialismo, es porque no hubo más
remedio. No porque la Justicia obró de manera independiente. Eso sí que
es periodismo.
Qué miserables, pero qué lindo momento
para la profesión. Es el más sincero de cuantos hayamos vivido, desde la
recuperación democrática y hasta bastante para atrás. Sólo los necios
pueden no darse cuenta de que no hay más vírgenes, y de que cada uno
elige a sus desflorados favoritos. La diferencia está dada entre quienes
entienden que todo es ilusión, menos el poder, y los que tienen la
ilusión de convencer y convencerse en torno de que el único poder es ser
abstractos. Esto último, en el mejor de los casos. En el
presumiblemente mayoritario, con Menem estaban mejor. Y, unos cuantos,
con los milicos también.
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