Texto imprescindible para comprender la crisis de la Eurozona.
LOS VAMPIROS DE EUROPA
Por Gorka Larrabeiti*
Un texto muy interesante para comprender la situación actual de la Eurozona, y lo que pude sobrevenir. Pero además, visto desde aquí, que sufrimos, hace apenas unos años, gran parte de la situación que se describe, resulta mas comprensible y preocupante, porque sin dudas los efectos de esa crisis van a tener sus coletazos en nuestra región.
Prima de riesgo, "Grexit", Fiscal compact,
productos "derivados". "Nunca antes, en nuestro pasado reciente, había
existido mayor confusión acerca de lo que ocurre en nuestro entorno",
afirma Alberto Montero Soler, un economista que a muchos nos sirve de
referencia para desentrañar los misterios y la complejidad de esta
Europa del Capital.
1. La prima de riesgo española alcanzó ayer su máximo histórico: 541. ¿Qué significa esta cifra con la que nos aterrorizan?
Alberto Montero Soler: La
prima de riesgo no es nada en concreto; es tan sólo el diferencial entre
el tipo de interés que paga un estado por financiarse a través de la
emisión de títulos de deuda pública a largo plazo (normalmente, 10 años)
y la que paga un estado cuyas emisiones se consideran prácticamente
carentes de riesgo, en el caso europeo, ese estado es esencialmente
Alemania y por ello son sus bonos los que se toman como referencia para
el cálculo de la prima de riesgo.
La prima de riesgo, por tanto, es un
indicador que se utiliza para medir el riesgo –valga la redundancia- de
que un estado se vea con problemas para atender la deuda que está
emitiendo una vez que llegue su vencimiento; cuanto mayor sea el riesgo
que los agentes financieros atribuyan a esas emisiones y a la
posibilidad de que no sean atendidas en el futuro, mayor es el tipo de
interés que exigen cuando la adquieren y, por lo tanto, mayor es el
diferencial con respecto al que paga Alemania.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que
las entidades financieras, especialmente los bancos, deben mantener una
parte de sus reservas en forma de activos de muy alta calidad, es
decir, sin riesgo. Esto provoca que al tiempo que demandan activos
arriesgados que les permiten obtener altos rendimientos por la vía de la
especulación, demanden también activos menos rentables pero más seguros
para atender sus requerimientos de capital de alta solvencia. Es por
ello que los países que emiten activos financieros de esa naturaleza
–los calificados con la denominada triple A por las agencias de
calificación de riesgos- se encuentran con un mecanismo que los
beneficia doblemente.
Por un lado, aseguran una demanda estable
para los mismos y, con ello, una fuente de ingresos continuada para
atender sus necesidades de financiación pública. Y, por otro lado,
cuando existe una alta volatilidad en los mercados financieros, como la
que vivimos en estos momentos, esos activos se convierten en valores
refugio hacia los que huyen los agentes financieros, dispuestos a
sacrificar rentabilidad a cambio de una mayor seguridad.
Estos dos factores contribuyen a reforzar
la situación de privilegio de dichos estados y se refuerza
aceleradamente cuanto mayor es la gravedad de la crisis. Basta con ver
nuevamente el caso concreto de Alemania: la semana pasada, en plena
orgía especulativa contra la deuda de los estados periféricos y en un
momento en el que se está cuestionando incluso la existencia de la zona
euro, consiguió colocar más de 4.500 millones de euros en bonos a dos
años a un tipo de interés del 0,07% y con un cupón del 0%, es decir, en
términos reales, los inversores estaban pagando por comprar la deuda
alemana. Esa misma emisión, que a Alemania le ha supuesto un coste de 6
millones de euros, a España le hubiera costado 230 millones de euros.
Dicho lo cual, ¿cabe alguna duda entonces
de por qué Angela Merkel no quiere ni oír hablar de los eurobonos? Y es
que no entender la Eurozona en términos de geopolítica real conduce a la
ingenuidad de creer que el diseño actual, creado en gran medida según
las directrices alemanas, va a cambiar a estas alturas para convertir la
solidaridad en vector de reforma del proceso de integración o de
desintegración, según se mire.
Con respecto al récord alcanzado por la
prima de riesgo española ayer la explicación es tan simple como trágica.
El sistema financiero español está hundiendo a la economía española y
la decisión compartida tanto por el gobierno de Zapatero como por el de
Mariano Rajoy de no hacer frente a la situación de quiebra en la que se
encontraban lamayor parte de los bancos y cajas de ahorro de este país y
postergarla respuesta, para ver si la mejora de la economía permitía
capear el temporal, se ha demostrado tan errónea como dañina. Nadie ha
queridocorrer con el coste político de sacar desde un primer momento las
vergüenzas de nuestro sistema bancario al aire y se ha permitido que
los bancos trampeen sus cuentas hasta límites impensables. ¿Cómo puede
tolerarse que los nuevos gestores de Bankia, por ejemplo, afloren
pérdidas por valor de casi 5.000 millones de euros, ¡165 veces más que
las pérdidas que presentó el equipo de Rato!? La situación del sistema
financiero español no es sólo un agujero negro por la cantidad de
recursos públicos que lleva absorbidos y por los que le quedan aún por
absorber; es también un agujero negro por el nivel de opacidad, de
oscuridad, de ocultación.
Ante esta situación, los mercados están
actuando como deben de hacerlo, como se les permite que actúan, como se
comportan los agentes económicos en su búsqueda del máximo beneficio:
están cuestionando la posibilidad de que el estado español pueda hacer
frente a la enorme sangría de recursos que va a suponer la intervención
del sistema financiero sabiendo, además, que ésta va a tener que
producirse dada la situación del mismo. Y ante ese panorama, con un
gobierno que ha tenido que aprobar los presupuestos más restrictivos de
la historia (unos presupuestos que van a acabar por hundir a la economía
española, dicho sea de paso), y que además va a tener que endeudarse
aún más para poder atender tanto al rescate de Bankia como,
previsiblemente, al de algunas otras instituciones financieras, lo que
hacen es exigir una mayor rentabilidad por prestar al gobierno español
el dinero.
El rescate está a la vuelta de la esquina.
2.
Rajoy solicita ayuda a Europa y dice haber cumplido con lo que le
habían mandado. La Comisión Europea dijo ayer que concedería un año más a
España para reducir el déficit al 3%. ¿En qué medida lo que está
sucediendo en España se debe a una coyuntura europea? ¿Qué
responsabilidad tienen los gobiernos de Rajoy y Zapatero?
Alberto Montero Soler: La pataleta de
Rajoy obedece a que no ha entendido en qué tipo de proyecto estamos
insertos ni cuál es el lugar que le corresponde a España en el mismo.
Estamos ante la Europa del capital, que muchos anunciamos hace años, y
que ha acabado por consolidarse bajo la posición hegemónica de Alemania.
Ese proyecto, que hunde sus raíces en el
Tratado de Maastricht firmado en 1992, apuntaba a la construcción de un
espacio exclusivamente económico en los que los capitales, financieros e
industriales, pudieran ampliar la escala de sus negocios para hacer
frente a los Estados Unidos en un mundo que, por aquel entonces, era
exclusivamente unipolar. A ello se sumaba el proyecto de crear una
moneda única, el euro, que acabara convertida en una moneda mundial que
hiciera la competencia al dólar en los intercambios comerciales y
financieros internacionales.
Ese espacio carecía de gobierno económico
de naturaleza política. Tan sólo se acompañó de la creación de un banco
central encargado de controlar exclusivamente la evolución de la
inflación; al que ni siquiera se le dieron funciones de supervisión de
los sistemas bancarios y financieros, quedando éstas en las esferas
nacionales; y al que, para más inri, se le dotó, por imposición de
Alemania, de absoluta independencia con respecto a los poderes políticos
nacionales y supranacionales. Es por ello que no sé de qué nos
extrañamos ahora cuando Draghi hace oídos sordos a todas las demandas de
relajación de su política monetaria o de compra de deuda soberana a los
Estados miembro: ese fue el monstruo que produjo el sueño de la razón
neoliberal alemana y al que se sumaron el resto de los gobiernos
europeos.
Además, el proyecto carecía también de
instrumentos de política fiscal que permitieran hacer frente a los
shocks económicos que pudieran sufrir las economías que integraran la
Eurozona -fueran estos shocks particulares sobre un estado (asimétricos)
o sobre el conjunto de los estados (simétricos)-, por la vía de
redistribución de la renta a nivel interno. Es decir, la construcción
europea carece de una verdadera Hacienda Pública con recursos
suficientes para poder desarrollar las funciones que le son propias al
interior de cualquier espacio económico que aspira a ser viable frente a
las embestidas de los mercados.
Y, desde luego, se obviaron las
necesidades de coordinar las políticas económicas para evitar que cada
estado pudiera seguir una senda que pusiera en riesgo al conjunto. De
ello, paradójicamente, el estado que más se ha aprovechado ha sido
Alemania con su política de deflación de salarios mantenida durante la
primera década del siglo XXI como forma espuria de refuerzo de su
competitividad.
La resultante ha sido una estructura en el
que el mercado se convierte en el director de la política económica,
principal rector en el proceso de asignación de los recursos y en mano
invisible que operaba a través de la mano visible de los estados
nacionales en su intento por favorecer las mejores condiciones posibles
para la rentabilización de los capitales nacionales y atraer a los
transnacionales.
En ese marco no hay lugar para una
política económica compensadora de los desequilibrios estructurales que
pudieran producirse. Y dadas las desiguales posiciones de partida de
cada uno de los Estados miembro, lo que ha ocurrido es que el mercado ha
ido incrementando esos desequilibrios hasta hacerlos insostenibles. Por
lo tanto, esta crisis y su repercusión sobre España no son producto de
una coyuntura sino de una estructura. Una estructura mal diseñada y
sobre la que todas las propuestas de reforma planteadas hasta ahora no
entran al fondo de la cuestión.
El gobierno de Rajoy, como anteriormente
el de Rodríguez Zapatero, efectivamente han hecho lo que les han pedido
que hicieran: que emprendieran reformas orientadas a flexibilizar el
mercado de trabajo, esencialmente, al tiempo que saneaban el sistema
bancario. Ese es el único cambio estructural que se está reclamando a
casi todos los estados de la Eurozona porque el modelo neoclásico de las
zonas monetarias óptimas plantea que éstas no pueden funcionar
correctamente en ausencia de una Hacienda común si no existe
flexibilidad absoluta en el mercado de trabajo y movilidad perfecta del
factor trabajo. La idea subyacente es que cuando una economía se vea
afectada por un shock asimétrico, el trabajo sea el factor que absorba
el peso del ajuste, bien reduciendo sus salarios bien desplazándose
hacia otras economías que no hayan experimentado el shock.
La responsabilidad de ambos gobiernos es,
por tanto, la de haberse plegado a consolidar la versión neoliberal del
proyecto de integración sin ser conscientes de los costes sociales que
eso tiene y de la magnitud de unos desequilibrios que difícilmente
pueden solucionarse ya si no es por la reforma radical de la estructura
del proceso de integración o por su disolución.
3.
Recientemente Giovanni Vegas, presidente de Consob (Commissione
Nazionale per le Società e la Borsa), la autoridad reguladora de las
finanzas en Italia, intervino ante la comunidad financiera en presencia
del Presidente de la República italiana para presentar el balance del
año 2011. Hizo afirmaciones como la siguiente: "El diferencial (spread)
atribuye todo el poder de decisión a quien ostenta el poder económico,
"vanificando" de hecho el principio del sufragio universal [...] En
muchos países crece el malestar por la "dictadura de la prima de
riesgo", que se ve como un obstáculo para las aspiraciones de los
pueblos, y confiar nuestro futuro a una cifra constituye también un modo
de abdicar de nuestros deberes". La cuestión es: ¿quién trata de
imponer esa “dictadura de la prima de riesgo”? Hay autores que leen la
crisis de la Eurozona como una guerra monetaria lanzada desde los EE.UU
contra Europa para defender el dólar, que estaba perdiendo batallas
contra un euro cada vez más fuerte, sobre todo en el comercio del
petróleo. ¿Crees en la mano negra?
A. M. S. : No, no creo en la mano negra.
Creo en el análisis de las condiciones estructurales para tratar de
entender lo que ocurre a nuestro alrededor y si ese análisis me aporta
evidencias que me permiten entenderlo evito las interpretaciones
especulativas o de política ficción.
Como he señalado, la crisis de la zona
euro estaba inserta en su código genético desde su nacimiento y lo único
que ocurrió es que la crisis financiera de 2008, tras la caída de
Lehmann Brothers y la posterior congelación de los flujos de
financiación internacional, activó el gen y se pusieron de manifiesto
todos los desequilibrios que se habían ido produciendo en su seno y que,
hasta entonces, habían sido ninguneados por los gobiernos europeos y
por la propia Comisión.
Por lo tanto, explicar la crisis del euro
en términos de una guerra monetaria lanzada desde Estados Unidos
exigiría asumir que éstos estuvieron dispuestos a provocar una crisis
financiera que desembocó en una crisis económica en los propios Estados
Unidos desde 2007 y que está erosionando terriblemente su poder
imperial. De hecho, no debemos de olvidar que esta crisis ha provocado
el incremento desmesurado de los déficit gemelos (comercial y fiscal) en
Estados Unidos y que ha estado a punto de poner en cuestión la triple
AAA de sus emisiones de bonos federales, con el consiguiente riesgo para
su financiación a bajos tipos de interés en los mercados financieros, a
los que también me refería más arriba.
Además, no creo que fuera precisamente el
euro la moneda que pudiera ensombrecer su papel como divisa clave de la
economía mundial, a pesar de los movimientos de Irán para la venta de su
petróleo en euros en lugar de en dólares. Cualquier análisis a medio
plazo atribuye ese papel de competidor al renminbi, la moneda china. En
ese sentido, provocar una crisis financiera internacional como la que
planteas habría sido una especie de aceleración de su ocaso imperial, al
menos a nivel económico; lo cual no quiere decir que no sepamos, desde
la obra de Arrighi, que esos ocasos imperiales suelen coincidir con una
crisis financiera una vez que se constata la pérdida de poderío
económico en términos reales.
Esas teorías conspiranoides son atractivas
como guiones de películas de política ficción pero no me ayudan a
entender nada de lo que está ocurriendo. Pero además me parece que son
altamente nocivas al facilitar la digestión de la crisis europea
desviando la atención hacia un omnipotente y omnisciente poder exterior
sobre el que descargamos la responsabilidad de nuestros propios
desatinos.
4.
Resulta que Hollande y Merkel así como el presidente del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, quieren que Grecia se quede en el euro. En las
páginas del Financial Times, Arvind Subramanian afirma que
la salida de Grecia podría convertirse en la envidia de la eurozona,
pues otros países podrían querer seguir su senda. Escribiste hace tiempo
que el problema no era Grecia, sino el euro. Euros que los griegos
están retirando de los bancos. ¿Cómo interpretas lo que está ocurriendo
estos días? Nos puedes explicar cuáles serían los efectos positivos de
la salida del euro.
A. M. S.: De entrada hay que señalar que
esos efectos solo aparecerían a medio plazo. Plantear la salida del euro
como una solución inmediata al deterioro de las condiciones de vida de
la población sería engañarla. Estamos en una encrucijada en la que las
economías periféricas solo pueden elegir entre dos males.
El primero, que parece más probable, un
ajuste lento pero sin final en el marco de una Eurozona en la que se van
polarizando las condiciones económicas, productivas y de vida entre la
periferia y el núcleo. La división internacional del trabajo que se ha
impuesto durante estos años es difícilmente reversible y, en el marco de
deslocalización productiva en el que nos movemos, la
reindustrialización del Sur (tal vez salvo en el caso de Irlanda y
gracias a su “generosidad” fiscal para los beneficios empresariales, una
forma de competencia espuria como otra cualquiera) es prácticamente
imposible. Estamos condenados a ser economías de servicios orientados
hacia los ciudadanos de un centro próspero y que, además, deben competir
con nuevos actores que entran en la competencia internacional (las
economías del norte de África, por ejemplo, en lo que a turismo se
refiere).
El segundo es una salida del euro que, a
pesar de que supusiera un shock muy intenso sobre la economía, esto es,
un impacto duro y corto, permitiría sentar las bases las bases de la
recuperación a medio plazo. Evidentemente, este discurso es mucho menos
movilizador socialmente que el anterior porque supone que la población
acepte que, de la noche a la mañana, su nivel de vida se desplomará.
Pero la tensión social que está provocando el ajuste dentro de la
Eurozona hace que esa posibilidad, en un contexto de deterioro
continuado de esos niveles de vida, resulte cada vez menos remota.
Dentro ya sabemos lo que nos espera; fuera tal vez pueda volver a
brillar el sol. Y lo que nos enseñan las experiencias recientes de
impago de deuda y devaluaciones es que el sol vuelve a aparecer más
pronto que tarde.
Para ello, es preciso tener en cuenta, que
el principal efecto de una salida del euro sería una devaluación muy
importante y muy acusada en un primer momento de la nueva moneda
nacional. Así, por ejemplo, para el caso de Grecia, el banco de
inversiones Nomura, ha calculado que e un horizonte de 5 años, la nueva
moneda griega debería depreciarse en más de un 57% con respecto a la
actual paridad Euro/$ (para el caso de España esa depreciación debería
ser algo superior al 35%).
Eso tiene un tremendo impacto sobre la
economía: hundimiento del PIB, incremento del desempleo, una crisis
bancaria que llevaría a la mayor parte del sistema financiero a la
quiebra y una elevación de la inflación como consecuencia del incremento
del precio de las importaciones.
Sin entrar a otro tipo de consideraciones
relacionadas con la necesidad de que la salida del euro vaya acompañada
de una suspensión de pagos ordenada y de una renegociación de gran parte
de las deudas que se mantuvieran en vigor, el escenario abre la puerta a
posibilidades insospechadas en un escenario en el que, si atendemos a
los que nos enseña la historia reciente de las crisis que han provocado
suspensiones de pago y devaluaciones, es mucho menos catastrófico que lo
que los economistas convencionales preveían antes de las mismas. Y es
que, como decía J.K. Galbraith, “la única función de las predicciones
económicas es convertir en respetable a la astrología”.
Las posibilidades en ese nuevo escenario se plantean en distintos órdenes.
El primero, el relacionado con la
recuperación para el gobierno de los instrumentos de política económica
y, por lo tanto, de la soberanía económica hasta ahora entregada a
instancias supranacionales cuyos intereses no necesariamente son
convergentes con los de los ciudadanos; es más, como esta crisis está
demostrado crudamente, pueden estar perfectamente en contraposición.
Para quienes creemos en la necesidad de
superar el capitalismo -o, al menos de momento, esta expresión
despiadada del mismo-, creo que lo único que deberíamos tener claro es
que dentro de la Eurozona ese proyecto emancipador es imposible y, por
lo tanto, o se construye fuera de ella o se destierra por irrealizable.
Y, aunque bien es cierto que nada garantiza que pueda construirse fuera
del euro, ya resultará como producto de una decisión soberana y no una
imposición velada.
El segundo, las posibilidades de
recuperación de la economía que, en un primer momento, vendrán
necesariamente por la vía de las exportaciones, estimuladas por la
devaluación de la nueva moneda, y que ahora sólo pueden promoverse por
la vía de la deflación de los salarios de los trabajadores. Esta sería,
precisamente, la principal ventaja que los economistas convencionales
atribuirían a la salida de un país del euro.
Pero, sin embargo, no se trata de la única
ventaja porque, además, la devaluación, al encarecer las importaciones,
ofrecería nuevas posibilidades alejadas de los parámetros de la lógica
económica convencional. Así, el shock permitiría una reconstrucción del
tejido económico mucho más autocentrado, menos dependiente de las
fluctuaciones del comercio internacional y mucho más volcado hacia la
economía interna. Podría estimularse de esa forma, y casi naturalmente,
el comercio de cercanía, las formas de producción de la economía social y
comunitaria o la producción de bienestar para los ciudadanos a través
de la provisión de servicios sociales, esto es, reforzar una estructura
de producción de bienes y servicios centrada en la satisfacción de las
necesidades de los ciudadanos y en un mayor respeto al medio ambiente.
En este caso, la experiencia argentina
durante la crisis vuelve a mostrarnos cosas interesantes como es la
aparición de formas de producción, de propiedad y de intercambio que
escapan a la lógica capitalista, algunas de las cuales aún perviven,
como es el caso las fábricas ocupadas y bajo control obrero.
Y, finalmente, la quiebra de la mayor
parte del sistema bancario se constituyen también en una oportunidad
para reconstruirlo sobre una base social, de banca pública, orientada a
la financiación de emprendimientos productivos y acceso al consumo
equilibrado de la población, alejado de los patrones financiarizados de
comportamiento contemporáneo de la banca.
Creo que estas podrían ser, entre otras,
algunas de las oportunidades que se le abrirían a un país ante la
perspectiva de su salida del euro. Una perspectiva que cada día que pasa
resulta menos remota y se hace más presente, especialmente para los
grandes poderes económicos y, si no, basta con ver cómo la mayor parte
de los grandes bancos de inversión del mundo ya tienen elaborados sus
propios informes acerca de los impactos que una ruptura del euro tendría
para sus negocios. Y no sólo ellos, las empresas alemanas, por ejemplo,
también se encuentran realizando sus previsiones al respecto.
5.
¿No temes que si se diera una salida en cadena del euro se produciría
una oleada de euroescepticismo y nacionalismos que volvería
prácticamente imposible todo proyecto político de unidad europea (y no
me refiero a esta Unión Europea, a la "Europa del Capital")?
A. M. S.: Evidentemente, ese temor
necesariamente está ahí y esos riesgos son precisamente invocados por
bancos como UBS, que alertaba en uno de sus primeros informes sobre la
ruptura del euro del riesgo de enfrentamientos civiles e, incluso, de
conflictos bélicos dentro de una Europa que, no debemos olvidar, no ha
estado exenta de los mismos en los últimos años (basta tener presente la
guerra de los Balcanes de los 90).
Y ese temor se vería reforzado porque,
además, la ruptura del euro necesariamente llevaría a un mayor
proteccionismo, especialmente de las economías periféricas, para
preservar la recomposición de su tejido productivo interno, actualmente
arrasado tras más de una década de unión monetaria. Y ese
proteccionismo, por cuanto supone de confrontación contra los intereses
de los capitales transnacionales, siempre se ve como una agresión y no
como una necesidad. De hecho, también sabemos desde los trabajos de
Chang, que los estados que en estos momentos lideran la economía mundial
alcanzaron ese liderazgo precisamente porque hicieron un uso extenso de
dicho proteccionismo para desarrollar sus industrias ,y una vez que
éstas se hicieron competitivas a nivel internacional procedieron a
extender e imponer urbi et orbe el discurso de las ventajas del libre
cambio, uno de los pilares más destructivos de la política económica
neoliberal.
Evitar esa confrontación sólo será posible
si una Eurozona en descomposición es capaz de sentarse a hablar de
política y no sólo de economía; de cómo conjugar los intereses
nacionales en el marco de un proyecto supranacional en el que la moneda
debía haber sido la conclusión y no su inicio; de cómo replicar a nivel
supranacional los mecanismos de legitimación política y viabilidad
económica que han permitido a los estados, mal que bien, sobrevivir como
marcos de convivencia relativamente estables y perdurables.
Evidentemente, que eso sea lo que debe
hacerse no implica necesariamente que sea lo que ocurra. Es más todo
apunta hacia a lo contrario, basta con ver cómo en la actual situación
de emergencia de las economías periféricas, se profundiza el discurso de
la austeridad que tiene como presunta justificación la recuperación de
la competitividad, en lugar de explorar una salida a la crisis
sustentada sobre solidaridad por la vía de la distribución de la riqueza
concentrada ahora en el núcleo de la Eurozona a expensas del
desmantelamiento productivo de la periferia.
Fuera del euro nadie sabe qué puede
ocurrir; pero dentro del euro las tensiones tanto en el interior de los
estados (conflictividad social creciente y exacerbación de la xenofobia
en sociedades que, por otra parte, se enfrentan a la contradicción de la
necesidad del inmigrante para poder enfrentar su envejecimiento) como
entre los estados pueden ser tan destructivas como las que se planteen
fuera del euro.
6. Soplan vientos socialdemócratas en Europa. ¿Qué efecto crees que puede tener la presidencia de Hollande en la política europea?
A. M. S.: Pues nuevamente siento ser muy
pesimista al respecto. Ya hemos visto el choque de trenes que ha tenido
lugar en la cumbre de Jefes de Estado que tuvo lugar el día 23 de mayo.
Merkel marcó claramente los límites de lo políticamente posible en una
Eurozona en la que Alemania es el único Estado que no sólo disfruta de
soberanía económica (por cuanto maneja, indirectamente, la política
monetaria del BCE) sino que además tiene un proyecto de Estado a cuyo
servicio ha puesto el proyecto europeo. Todo ello se ha traducido en el
rechazo a la mayor parte de las propuestas de Hollande (eurobonos,
inyección de liquidez del BCE, etc.) y en la escenificación más cruda de
quien detenta el poder en estos momentos, aunque la apuesta no deje de
ser suicida.
Si a eso se añade la debilidad creciente
de la economía francesa, con una burbuja inmobiliaria latente que aún no
ha reventado y las amenazas sobre la solvencia de su deuda, como las
que se produjeron durante el verano pasado, la resultante es que su
situación es cada vez más asimilable a la de los PIIGS que a la del
núcleo. De hecho, por ejemplo Natixis, uno de los principales bancos de
inversión francés, cuando hace análisis en términos centro-periferia de
las dinámicas dentro de la zona euro no duda en situarlo entre los
estados
de la periferia.
Pero es más, la propia socialdemocracia
alemana e incluso Die Linke, tras la cumbre del día 23 respaldaron la
posición de Merkel de rechazo a los eurobonos. Se ve que la
socialdemocracia alemana tiene una visión distinta, radicalmente
distinta, de la situación europea; una visión que sólo se puede
explicar, insisto, desde la posición hegemónica que ha adquirido
Alemania en el proyecto europeo.
7.
El banco JP Morgan anunció unas pérdidas de 2.000 millones de dólares
en su cartera de derivados. Casi cinco años después del caso Lehman
Brothers el capitalismo financiero, con sus productos derivados y la
negociación de alta frecuencia, sigue causando desastres. Según las
últimas estadísticas (diciembre de 2011) del Banco de Pagos
Internacionales (BPI), el banco central de bancos centrales, el mercado
extrabursátil (OTC) de instrumentos derivados ha llegado a la cifra de
648 billones de dólares. Se trata de un numero 14 veces mayor que la
capitalización de todas las bolsas del globo. Y nueve veces más grande
que el Producto Interno Bruto del mundo entero. ¿Cómo afecta a
la economía real esta economía dopada, clandestina, supersónica?
A. M. S.: Pues esta economía supersónica,
como la denominas, se ha construido sobre la base de unos procesos que,
en principio, resultan razonables desde un punto de vista económico,
como son los de protección frente al riesgo derivado de las
fluctuaciones que se pueden producir en los mercados, ya sean los de
bienes y servicios o los de productos financieros. Esos instrumentos,
bajo la forma de productos derivados u opciones, se convierten así en
una especie de seguro que protege a su tomador de los riesgos económicos
que pudieran derivarse de la transacción que va a realizar en un futuro
o de las fluctuaciones que experimente el valor del título en el
mercado mientras lo mantiene en su cartera. Nada hay de intrínsecamente
perverso en ello; como tampoco lo hay cuando contratamos un seguro para
el hogar o el automóvil. Se trata de una protección ante un riesgo
abstracto que puede concretarse en cualquier momento y frente al que los
agentes prefieren cubrirse pagando un precio que entienden razonable.
Sin embargo, si bien esa es su esencia
original, progresivamente esos títulos han ido adquiriendo vida propia
en el sentido de que se han convertido, a su vez, en objeto de
intercambio en mercados específicos y, con ello, de estrategias
especulativas.
Nos encontramos así ante la paradoja de
que, al convertirse en objeto de especulación, también se producen
fluctuaciones en su precio y éstas, a su vez, arrastran al precio de los
activos frente a cuyas fluctuaciones pretendían cubrirse los agentes
cuando adquirieron estos productos derivados.
La resultante es una situación
intrínsecamente perversa: el mecanismo que servía para protegerse de la
especulación se convierte, a su vez, en objeto privilegiado para la
dinamización de la especulación, extendiendo la volatilidad y la
inestabilidad financiera global y reforzando las posibilidades de crisis
financieras recurrentes y, en ocasiones, sistémicas.
Pero, además, insisto en que debemos
considerar a esos productos y los mercados en los que se intercambian
como ámbitos privilegiados de especulación porque la inmensa mayoría de
ellos escapan a cualquier mecanismo de supervisión y control por parte
de las autoridades financieras. Así, aunque todos y cada uno de esos
productos financieros debe cumplir una función de cobertura del riesgo
para poder ser comercializado, en estos momentos las razones para la
creación y existencia de la mayor parte de ellos se ha pervertido y su
finalidad ha pasado a ser la de permitir que las entidades financieras
escapen a las regulaciones de los estados y sus instituciones de
supervisión, generando un ámbito privilegiado e hiperdimensionado para
la especulación. De hecho, toda la historia de la especulación
financiera se sustenta, precisamente, sobre ese intento, casi siempre
exitoso, de escapar a dichas regulaciones por la vía de innovaciones
financieras que alimentan estrategias especulativas de nuevo orden y
sobre nuevos productos.
No es ahí, por tanto, donde reside la
novedad del momento presente. La novedad se encuentra, por un lado, en
la multiplicación ilimitada de esos productos, cada vez más opacos para
sus adquirentes y más alejados de su función de cobertura de riesgo
esencial. Y, por otro lado, en la velocidad y continuidad de los
intercambios, gobernados en muchos casos por superordenadores que siguen
órdenes de algoritmos secretos (el denominado High Frequency Trading) y
que son capaces de lanzar millones de órdenes de compra y venta por
segundo que se anulan casi inmediatamente y que buscan el beneficio en
la elevadísima frecuencia de transacciones sobre diferenciales casi
infinitesimales de rentabilidad.
La existencia de ese ámbito
sobredimensionado tiene importantes repercusiones sobre la economía
real. Esencialmente, porque es de ahí de donde debe extraer un flujo de
renta continuada que permita atender la estructura arborescente de
productos financieros y rentabilidades asociadas a éstos y que, además,
en momentos de crisis pretenden realizarse todos simultáneamente.
Es por ello que al tiempo que se ha ido
intensificando la financiarización de las economías se han incrementado
los mecanismos de expropiación financiera de las rentas del trabajo y de
las rentas del capital productivo a favor de los rentistas que operan
en esa superestructura financiera. Para tal fin ha sido necesario
articular mecanismos que faciliten, cuando no impongan, la penetración
del sector financiero en las transacciones económicas cotidianas,
estimulando el acceso al crédito y promoviendo el endeudamiento como
principal mecanismo de expropiación financiera de la ciudadanía. Ésta
asiste entonces al expolio de sus menguantes rentas salariales como
consecuencia de la creciente presencia de las finanzas en sus vidas bajo
la forma de seguros, pensiones privadas, hipotecas o créditos al
consumo. Unos servicios que deben contratarse de forma privada como
consecuencia, por otra parte, de la paulatina retirada del Estado de la
provisión de dichos servicios.
Nos encontramos, así, con que el acceso al
dinero –y, por tanto, a la financiación- condiciona crecientemente la
capacidad de los ciudadanos para satisfacer muchas de sus necesidades
básicas, lo que refuerza, ensuma, la espiral de la expropiación
financiera.
Se trata, pues, de una pirámide invertida que debe soportar sobre sumermado vértice una carga cada vez mayor.
8.
Se entiende por fundamentalismo una corriente religiosa que promueve la
interpretación literal de un texto «fundamental» (como por ejemplo
cualquier libro sagrado) como autoridad máxima, ante la cual ninguna
otra autoridad puede invocarse, y que debería imponerse sobre las leyes
de las sociedades democráticas. ¿El Tratado de Estabilidad, Coordinación
y Gobernanza (TECG) en la Unión Económica y Monetaria, también conocido
como Fiscal Compact es el libro sagrado de la Europa del Capital?
¿Hemos entendido el significado y el alcance de ese texto?
A. M. S.: No, en términos estrictos no
sería el único texto sagrado, sino un capítulo más de esa obra colectiva
que han ido firmando los gobiernos desde el Tratado de Maastricht y con
la que van profundizando, con cada nuevo aporte, esa Europa del Capital
que les es tan querida y, paradójicamente, tan lesiva para el
mantenimiento de su legitimidad.
Y tampoco debemos ver el TECG como algo
nuevo, aunque cualitativamente sí supone otra vuelta de tuerca a las
posibilidades de que la gestión política de la economía pueda realizarse
a través de mecanismos democráticos. En este sentido, el TECG da un
giro más en la sustitución de la discrecionalidad por las reglas, en la
supresión de cualquier margen de disponibilidad para la política
económica y, más concretamente en este caso, para la política fiscal. Se
definen unas reglas de obligado cumplimiento para todos y se impide, de
esa forma, que se pueda modular la intervención pública ante la
naturaleza o profundidad del problema que debe enfrentar el gobierno del
Estado miembro que se encuentre en dificultades. Y todo ello, elevando
la restricción a rango constitucional para facilitar la judicialización y
persecución de opciones políticas que se distancien, siquiera
mínimamente, de la ortodoxia monetarista más ramplona impuesta por
Alemania.
Y todo ello, además, con unos antecedentes
cercanos que permiten calificar lo que estamos viviendo en estos
momentos en Europa, con su insistencia en la austeridad como única vía
posible, como una situación absolutamente surrealista.
En efecto, basta con recordar cómo el TECG
parte del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), el único mecanismo
de “coordinación” –aunque bien debiera llamarse de restricción- de las
finanzas públicas europeas que se implementó con el euro. Dicho Pacto,
al tener una naturaleza de acuerdo intergubernamental en el que los
mismos Estados que lo aceptaban eran los que decidían sobre su
aplicación, dio lugar a la situación paradójica de que los primeros en
vulnerarlo fueron Alemania y Francia porque contravenía, en esos
momentos, sus intereses económicos nacionales. Y es que en un momento de
contracción económica, sus economías reclamaban estímulos fiscales y el
PEC se los impedía. El conflicto entre la austeridad impuesta desde
Europa y la dinamización por la vía fiscal de sus economías se resolvió
por el camino de la desobediencia. Sin embargo ahora, una vez
consolidada su posición hegemónica, Alemania fuerza al resto de los
Estados miembros a una disciplina que en su momento no quiso para sí y
que perpetuará la gestión monetarista de la economía. El proyecto
europeo adquiere, entonces, dimensiones kafkianas: todos seguiremos la
política económica decidida por Alemania pero, por eso mismo,
nuestrasposibilidades de llegar a ser como Alemania quedarán drástica y
estructuralmente cercenadas.
9.
Con ocasión de la cumbre semestral del Banco Central Europeo (BCE), que
se celebró el 3 de mayo en Barcelona, el presidente del BCE Mario
Draghi pidió un "pacto del crecimiento". Muerto Keynes debido a la
"austeridad" impuesta gracias al "pacto fiscal", ¿va a resultar ahora
que resucitan las políticas keynesianas? ¿Qué cabe esperar de ese
"crecimiento mientras se mantiene el compromiso con la consolidación
fiscal" expresado en la declaración final conjunta de la cumbre del G8?
A. M. S.: Quienes reclaman el retorno de
Keynes y las políticas keynesianas no han entendido que hace mucho
tiempo que el mundo dejó de ser keynesiano, es decir, un mundo de
Estados-nación con fronteras definidas y defendidas, controles de
capitales, proteccionismo, flujos controlados de bienes, servicios y
capitales. Las recetas keynesianas tenían sentido y fueron útiles
mientras el mundo tuvo esas características. La globalización desmanteló
ese mundo e hizo a las economías crecientemente dependientes y, por
tanto, más difíciles de gobernar internamente. Las llamadas a Keynes
son, por tanto, estériles: ni se levantara de su tumba ni alumbrará un
nuevo amanecer de prosperidad.
Sí es cierto que hay ciertas ideas de
Keynes que son absolutamente rescatables y que servirían como mecanismo
temporal de resolución de los desequilibrios al interior de la Eurozona
en tanto se avanza, de una vez, hacia una integración fiscal.
No se trata sólo de acometer un “pacto de
crecimiento” porque si no se alteran las condiciones estructurales e
institucionales de funcionamiento de la Eurozona los efectos se agotarán
más pronto que tarde y los desequilibrios se reproducirán. Se trata de
enfrentar con perspectiva de solución estructural los desequilibrios
comerciales dentro de la Eurozona y para eso sí se pueden buscar pistas
en Keynes, aunque eso supondría un giro radical en el fundamentalismo
monetarista sobre el que se sustenta la construcción europea.
Así, por ejemplo, podría pensarse en un
pacto para penalizar los superávit comerciales excesivos, es decir,
cualquier Estado que acumulara un superávit comercial del 3% de su PIB,
por ejemplo, debería acometer proyectos de inversión productiva en los
países que presentaran déficit comercial en lugar de acumularlos y
enjugarlos por la vía de fomentar el endeudamiento de éstos. De esa
forma, se tendería a una nivelación de las condiciones productivas y de
bienestar dentro de la Eurozona, sin que la rentabilidad del capital se
viera menoscabada (si tanto temor se tiene a ello) y sin que los
desequilibrios se acumularan y se volvieran insostenibles. Así también
se evitaría, simultáneamente, que esos desequilibrios actuaran como
mecanismo de reproducción incrementada de las desigualdades y de
consolidación de la posición de poder de unos estados frente a otro en
la Eurozona. Esa parte de Keynes sí es perfectamente rescatable.
10.
En alemán hay una palabra, Schuld, que significa tanto deuda como
culpa. El hecho de vivir en una economía basada en la deuda está
produciendo cambios importantes en la sociedad. En Italia muchos
empresarios que no pueden pagar sus deudas acaban suicidándose.
También en Italia Roberto Saviano avisaba
de que la Camorra había montado sociedades de financiación que eran
simple y llanamente una nueva forma de usura.
Todas esas "inyecciones" del BCE, toda esa
adicción a la deuda y al riesgo, todos esos productos derivados, esos
"títulos tóxicos", todos esos "pelotazos" y esos "subidones" y esos
"bajones" en Bolsa, todos esos "traders"... Toda esa lenta
autodestrucción del cuerpo de la economía productiva y real. Todas esas
amenazas a quien quiere abandonar su deuda. ¿Es exagerado hablar de una
economía drogada y una política yonqui que se ha abandonado a las
finanzas y ha elegido no elegir?
A. M. S.: No sé si es una exageración
hablar en esos términos pero sí creo que hay elementos que apuntan a que
la política y los políticos han sido cooptados, cuando no directamente
sustituidos, por los grandes grupos de poder económico y financiero,
articulados en intrincadas tramas personales y empresariales desde las
que no sólo acaparan renta, recursos y riquezas sino que también
controlan la información y hasta el pensamiento a través de los medios
de comunicación de masas.
Además, también creo que, frente a lo que
se ha querido vender, el neoliberalismo se encuentran en uno de sus
momentos más dulces, a pesar de que, precisamente por ello, las amenazas
que se ciernen sobre el mismo son esperanzadoramente más rotundas.
Nunca antes, en nuestro pasado reciente,
había existido mayor confusión acerca de lo que ocurre en nuestro
entorno; nunca la desigualdad, barómetro esencial para medir el grado de
éxito del proyecto neoliberal, había sido más acusada; nunca hemos
tenido acceso a más información y nunca hemos dispuesto de menos
herramientas intelectuales para procesarla y actuar; nunca hemos estado
más comunicados y nos hemos encontrado más solos, ya no digo en el plano
personal, sino en el de la reivindicación de nuestros derechos
colectivos; nunca antes se habían encontrado tan debilitados los
vínculos de solidaridad social. Todo ello está provocando mutaciones de
una profundidad ignota que deberían hacernos reflexionar sobre aquella
frase de Margaret Thatcher: “la economía es el método, pero el objetivo
es cambiar el alma”.
Me da miedo pensar que ese objetivo
pudiera haberse alcanzado ya y que en el alma del hombre se haya
sacrificado definitivamente la aspiración a la igualdad por el espejismo
de la libertad o la práctica de la solidaridad por la competencia
desaforada que nos aboca a la barbarie.
Si eso hubiera ocurrido tu lectura,
lamentablemente, sería la correcta. Nos encontraríamos ante una economía
a la que le hemos permitido olvidar que su único objetivo debería ser
la satisfacción de las necesidades humanas y que se ha instalado en la
defensa de una lógica propia y autónoma de reproducción ampliada que se
sustenta sobre la explotación física e intelectual de los trabajadores,
sobre su expropiación financiera o sobre ambas, como es el caso actual. Y
como todo ello está dominado por el ámbito privilegiado de lo
financiero, en donde no se produce valor sino que sólo se transfiere,
bajo diferentes formas contractuales, el que se genera en la esfera de
la producción, quizás sería más apropiado calificarla como economía “vampira” o “parásita” en lugar de economía “yonqui”.
Pero, además, se trata de una economía
que, por otra parte, ha sido capaz, no sólo de cooptar al poder
político, sino además de debilitar los vínculos que le unen a la
ciudadanía, deteriorando el sentido de comunidad de ésta y, por lo
tanto, la propia legitimidad de aquél.
Eso, en estos momentos, se traduce en
descreimiento y distanciamiento pero creo que, tras esta fase,
necesariamente deberá tornarse en rebeldía y recuperación popular de
dignidad para la política. El cuándo y el cómo tendrá lugar no soy capaz
de aventurarlo; pero me resisto a creer que también hayamos vendido
nuestra alma, y no sólo nuestro cuerpo, al neoliberalismo.
Entrevista al economista Alberto Montero Soler*
Rebelión
*Alberto Montero Soler (amontero@uma.es) es profesor de Economía
Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente de la Fundación CEPS
Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía .
Gentileza Andrés Soliz Rada
Lista de correo electrónico Reconquista-Popular
Comentarios
Publicar un comentario