LA DESCOLONIZACIÓN CULTURAL: HARVARD NO NOS SIRVE
Por Ana Jaramillo “Los
internacionales europeos se disfrazan de universales. ¡Ideal de la
humanidad! Esa es una irrealidad que no ha existido nunca sino como un
producto artificial y falso del romanticismo francés (¡oh!,
¡ingrato Rousseau!) y que las naciones no han practicado
jamás, ni hoy ni antes. Imaginaos un poco al Imperio Romano o al
Imperio Británico teniendo por base y por ideal el altruismo
nacional. ¡Qué comedia!”
Franz Tamayo[1]
Ante la poca sutileza en la
interpretación de una ironía, sorna o chicana dirían
en el barrio, y de la operación política mediática que
se hiciera sobre el discurso de la presidenta en la Universidad de Harvard,
quienes nos dedicamos a enseñar e investigar nuestros problemas para
contribuir a su solución, seguimos creyendo que es necesario
descolonizar el imaginario sobre la uniformidad universal e
histórica de las instituciones universitarias.
No existe “la
Universidad”, existen “universidades” que tienen
distintas misiones, métodos de enseñanza y funciones acordes
a la época y al lugar en el que se sitúan. Las primeras
universidades se crearon en Europa hace más de mil años y se
dedicaban a interpretar la verdad teológica, a traducir los textos
sagrados. Los clérigos eran los pocos que sabían leer y
escribir, los ciudadanos no existían. Reyes, príncipes y
clérigos eran los estamentos poderosos que enseñaban la
verdad caída del cielo. Por eso Jauretche nos decía que la
universidad argentina no podía ser como la de Sumatra o Borneo y le
podemos agregar la de Harvard, u Oxford o Cambridge. La presidenta lo sabe,
por eso creó nuevas universidades en el conurbano.
Se sigue queriendo uniformar,
evaluar y calificar a las universidades con parámetros racionalistas
y universales a través de una razón abstracta sin
historicidad ni territorio. Harvard no sirve para el conurbano bonaerense,
no sólo porque es otra realidad con distintos problemas, no
sólo porque no cobramos miles de dólares, sino porque
acá no enseñamos a dominar el mundo, no enseñamos para
la especulación financiera o la dominación usuraria y tampoco
para la dominación bélica de otros pueblos que no son como
nosotros ni tienen nuestros problemas. Enseñamos a resolver nuestros
problemas para construir una patria más justa, a desarrollar nuestra
industria y a consolidar nuestra soberanía nacional y popular
ampliando día a día los derechos ciudadanos en la
construcción de nuestra identidad.
Desde 1949, nuestras
universidades son gratuitas a fin de permitir el acceso masivo de nuestros
jóvenes a los estudios superiores. Las sostiene todo el pueblo
argentino teniendo claro que es una inversión necesaria para el
desarrollo y para la construcción cada vez más equitativa de
nuestro país. Lanús tampoco serviría a
Boston.
Ya en 1910, el boliviano Franz Tamayo escribía la
Creación de una pedagogía nacional abogando por
cambiar los métodos pedagógicos para que sirvieran a su
pueblo y su país tomando en cuenta la historicidad particular. Para
él, la pedagogía ha sido una labor de “copia y
calco”, hay que formar bolivianos concluye y no “jimios
franceses o alemanes”.
Giuseppe Cacciatore, sostiene que se puede “proceder el
antídoto contra la degeneración dogmática del
universalismo: la necesidad pues, de que la dimensión general no se
separe nunca de la historicidad determinada de las naciones civiles y del
irreductible patrimonio de las diferencias histórico-culturales de
cada comunidad”.
El eurocentrismo y sus pretensiones universalistas con el
optimismo del progreso perenne lineal y ascendente del género
humano, conlleva el peligro de que sus normas uniformantes y sus
estructuras supranacionales se transformen en abstracciones e
idolatrías y aplasten “las diferencias nacionales, para no
mencionar los millones de víctimas de carne y hueso que en este
siglo fueron inmolados en nombre de esas doctrinas universalistas”[2].
El historicista
Benedetto Croce había explicado en su Historia de Europa que
“La idea de la nacionalidad,
opuesta al humanitarismo abstracto del siglo precedente y a la
obtusidad que hacia la idea de pueblo y patria mostraban hasta escritores
como Lessing, Schiller y Goethe, y a la poca o ninguna repugnancia que
solía sentirse por las intervenciones extranjeras, quería
promover a la humanidad a la forma concreta, que era la de la
personalidad, tanto de los individuos como de los complejos humanos, unidos
por comunes orígenes y recuerdos, costumbres y actitudes, de las
naciones ya históricamente existentes y activas o de las que
despertarían a la actividad; e intrínsicamente no
oponía barreras a las formaciones nacionales cada vez más
amplias y comprensivas, pues “nación” es un concepto
espiritual e histórico y, por lo tanto, en devenir, y no naturalista
e inmóvil, como el de la raza. La misma hegemonía o
primacía que se reivindicaba para este o aquel pueblo…., era
teorizada como el derecho y el deber de ponerse a la cabeza de todos los
pueblos para convertirse en apóstol de la civilización”
[3].
En Argentina, Arturo Jauretche[4] se ocupó
también del colonialismo cultural y nos decía que
““La intelligenzia es el fruto de una colonización
pedagógica...La juventud universitaria, en particular, ha asimilado
los peores rasgos de una cultura antinacional por excelencia...en la
Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente
a combatir la “cultura” ordenada por la dependencia
colonial...El combate contra la superestructura establecida abre nuevos
rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea
intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual,
enriquece la cultura aún en su aséptico significado al
proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades
nacionales”...Sólo por la victoria en esta contienda
evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan
introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo
a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de
universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal
que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de
su carácter
metropolitano”.
Creemos
que a fin de construir una epistemología de la periferia así
como para intervenir en la realidad de nuestras naciones, debemos
descolonizar los aún persistentes paradigmas europeístas y
globalizadores en la educación, la cultura y también en la
toma de decisiones políticas que pretenden ser universales ya que
ellas no se aplican a sociedades
imaginarias, racionalistas y universales.
Juan
Bautista Vico, quien quiso encontrar la naturaleza de las naciones a partir
de su ciencia nueva, entendió que la verdad que podremos alcanzar
sólo surgirá de nuestra propia realidad y no de la vanidad de
la Naciones ni de los Doctos iluminados por la Razón Universal. Una
realidad donde las razones se cruzan con las pasiones en la creación
histórica.
[1] Tamayo,
Franz: Creación de la pedagogía nacional, Archivo y
Bibliotecas Nacionales de Bolivia, 1910.
[2]
Ibídem.
[3] Croce,
Benedetto: Storia d´Europa, Adelphi, Milano, 1991
[4] Jauretche,
Arturo: Los profetas del odio, Peña Lillo, Bs.As.,
1992.
*Miembro del
Instituto Nacional Manuel Dorrego. Rectora de la Universidad Nacional de
Lanús. Doctora en Sociología. Licenciada en Sociología
por la Universidad de Buenos Aires y doctorada en igual disciplina por la
Universidad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Obtuvo
también la maestría en Sociología en Flacso
-México- revalidada por la UBA.
Me parece una falta de respeeto y una señal de nivelar para abajo.
ResponderEliminarMe da asco esta nota.. La idea es progresa...BASTA DE PROCESO DE INCLUSIÓN EXCLUYENTE... estan formando taxistas con titulo universitario