Sobre el autor
Abogado. Senador de la República por el Partido Colorado (Vamos Uruguay).
16.Ago.2013
En
El Observador del jueves 15 leí una información que me parece más que
grave; gravísima. Si ordenamos a los países de América del Sur
(excluidas las Guayanas) en función del porcentaje de población con
educación secundaria completa, Uruguay es, con su 36%, el último de la
tabla. Nos superan todos los demás, es decir Ecuador, Perú, Brasil,
Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile, Argentina y Paraguay.
La información está desagregada por quintiles de ingresos. También
somos los peores, quintil por quintil. Esto quiere decir, por ejemplo,
que es mayor el porcentaje de los bolivianos del sector más pobre de la
sociedad boliviana que logran terminar sus estudios secundarios (46,6%),
que el porcentaje de uruguayos de ese primer quintil (el más pobre) que
alcanza tal resultado (20,8%). Si vamos a la otra punta, es decir al
quintil de mayores ingresos, también perdemos: 86,3% en Bolivia, 60,2%
en Uruguay.
Si nos comparamos con Chile, encontramos que es mayor el porcentaje de
los chilenos más pobres que terminan secundaria (65,1%), que el de los
uruguayos más ricos que logran lo mismo (60,2%). O sea: el peor
resultado de los chilenos, supera a nuestro mejor resultado.
La cuestión ya no es que nos ganan Finlandia o Singapur, como en las
pruebas PISA. Reitero: perdemos en la comparación con los otros nueve
países de América del Sur arriba mencionados, tanto en el porcentaje
global como quintil por quintil.
¿De dónde salen estos datos dolorosos, amargos, desoladores? La edición
en papel del Observador no lo dice, pero en El Observador digital
encontramos una columna del periodista Gabriel Pereyra que indica la
fuente: el proyecto Graduate XXI. Hecha la consulta en Google, resulta
que Graduate XXI es una entidad financiada principalmente por el BID
(también, en menor medida, por la República de Corea), dedicada a
combatir la deserción de la enseñanza secundaria en América Latina.
No parece necesario repasar ahora las muchas razones por las cuales es
vital, para un país como Uruguay, que su población se destaque en el
mundo por la calidad de su educación. Somos muy pocos como para darnos
el lujo de ser, además, ignorantes. Necesitamos ciudadanos ilustrados
en todas las clases sociales para que las instituciones democráticas
funcionen bien, funcionarios calificados para que el aparato estatal
pueda hacer bien lo mucho que de él esperamos que haga, empresarios y
trabajadores capaces para que la economía crezca y sea competitiva a
nivel internacional, públicos educados para que la vida cultural tenga
volumen y altura. Todo esto es tan obvio que casi da vergüenza decirlo o
escribirlo; pero al final uno ya no sabe qué es lo obvio, ni qué dejó
de serlo.
Un estudio reciente de UNICEF señalaba que la causa principal del
abandono de los estudios secundarios en Uruguay, es la falta de interés
de los alumnos por lo que se les enseña. Si esto es así, ¿no valdrá la
pena averiguar qué están enseñando a sus estudiantes esos países vecinos
y tan parecidos a nosotros que, sin embargo, obtienen resultados tan
superiores a los nuestros? No creo que haya dos pueblos americanos tan
parecidos entre sí como argentinos y uruguayos. Sin embargo, en el
asunto que estamos considerando –porcentaje de la población con
secundaria completa- Argentina nos lleva unos veinte puntos de ventaja
en casi todos los quintiles (en el cuarto quintil son casi treinta
puntos). Examinar sistemáticamente los programas de estudios
secundarios de los países de América del Sur y compararlos con los
nuestros me parece necesario y factible.
En una sociedad fragmentada como lo es hoy la nuestra –y como lo son
también tantas otras-, los intereses de los jóvenes no son los mismos.
Parece claro que hay conocimientos básicos que todos deben adquirir,
independientemente del lugar en el que vivan o de la inclinación
vocacional que puedan tener. Pero más allá de ese terreno común a todos,
es preciso que cada centro educativo disponga de un margen de autonomía
dentro del cual pueda moverse para responder a las particularidades y
exigencias de su entorno. Hay que capturar el interés de los
estudiantes, para evitar que deserten, y para lograrlo es preciso que
cada centro educativo pueda adaptarse a sus propias circunstancias.
Sé que no digo nada nuevo cuando hablo de estudiar lo que hacen los
vecinos o darles más autonomía a los liceos. No importa. Lo que no
quiero es entrar a la reyerta política menor, hurgando en busca de
responsabilidades y culpables. Busquemos soluciones, buenas simplemente
si no podemos encontrar las mejores, parciales si no logramos hallar una
solución global. Pero hagamos algo, todos, pese a la campaña electoral
en ciernes y gane quien gane la próxima elección, porque lo que está
pasando con la educación de nuestros jóvenes es al mismo tiempo un
desastre y una vergüenza nacional.
Ope Pasquet
Señor Ope Pasquet: me parece honesta su observación del estado real de la educación en nuestro país, pero ¿no será hora -sin entrar en la reyerta política menor- que el análisis se extienda de la parte al todo e indaguemos si la falta de interés en el estudio, no debe ser atribuido a la falta de oportunidades en el trabajo joven? El Uruguay mismo es un país desagregado porque continúa tropezando dos o más veces con la misma piedra. Dos o tres empresas extranjeras y uno o dos puertos de aguas profundas no hacen un país.
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