Las palabras no entienden lo que pasa
by FG |
Soledad Platero Puig
Un
artículo clásico de los estudios culturales publicado en 1973 en Brasil
por Roberto Schwarz observaba el fenómeno de las “ideas fuera de
lugar”. Con esa expresión Schwarz aludía a la introducción, en el debate
en torno a la esclavitud en el Brasil del siglo XIX, de ideas europeas
que era trasplantadas al discurso público latinoamericano para ser
usadas en forma completamente ajena a sus circunstancias específicas. En
estos días son muchos los pensadores que llaman la atención sobre la
apropiación de conceptos y palabras de contenido más o menos
revolucionario por parte de campañas publicitarias de toda índole. Todos
nos hemos acostumbrado desde hace rato a que desde los refrescos hasta
las cremas para el cuerpo se ofrezcan en la forma de exhortaciones a ser
más libres, a romper esquemas o a cambiar la cabeza. Lo que no deja de
ser llamativo, sin embargo, es el reciclado de palabras que se da en el
ámbito público, y cuyo resultado es que fenómenos como la bancarización
(el ingreso obligatorio de todo el mundo al sistema bancario) ocurran
bajo la premisa de la “inclusión financiera” o que asuntos de la más
misteriosa y diversa naturaleza quepan en el llamado al “cambio
cultural”.
La
necesidad del “cambio cultural” ha sido señalada por prácticamente
todos los sectores que integran el Frente Amplio, pero hasta el momento
no he logrado dilucidar en qué consiste tan removedora convocatoria. ¿Se
refiere a cambios en la cultura, sea ésta lo que sea? ¿Se refiere a
cambios en la cabeza de los ciudadanos? ¿Es lo mismo que el también
archirrepetido “cambio de paradigma” que parecen impulsar algunos
dirigentes? ¿Se opone, por su propia naturaleza de cambio, a las no
menos enigmáticas etiquetas de “perimido”, “caduco” u “ortodoxo”? ¿O
supone, por el contrario, regresar a algunos conceptos abandonados hace
años y que hoy están siendo retomados por filósofos del mundo
desarrollado que ven cómo hace agua la fiesta liberal?
En
estos últimos meses me ha tocado leer, por cuestiones de trabajo,
diversos documentos programáticos (o preprogramáticos) de sectores
integrantes del Frente Amplio, y también del propio Frente Amplio. Me
llamó la atención el lenguaje, ni teórico ni práctico, que usan (no
ponen en juego conceptos puros; no ofrecen caminos concretos y puntuales
para llegar a donde sea que quieran llegar). En general, parten de
consignas más o menos generales (lo que no quiere decir que todo el
mundo esté de acuerdo con ellas) y usan verbos de indiscutible carga
semántica positiva y propositiva (democratizar, articular, impulsar,
fomentar, profundizar) para decir, palabras más, palabras menos, que más
vale ser rico y sano que pobre y enfermo.
No
son distintos los discursos institucionales, sean del ámbito público o
privado y vengan en el formato que vengan. Folletos, presentaciones en
power-point, ponencias en mesas y encuentros de cualquier índole están
llenos de expresiones como “territorio”, “articulación”,
“fortalecimiento” o “innovación”, que tanto sirven para un barrido como
para un fregado. No quiero calcular los montos que se dilapidan en
campañas de divulgación (“visibilización”, es la palabra preferida para
estos casos) con el único objetivo de mostrar que tal dependencia de tal
organismo está trabajando por el bien colectivo.
El
apego fetichista a las palabras llegó a su punto culminante hace un
tiempo bajo la forma de una primorosa caja de cartón que recibí hace
algunos meses y que contenía, además de la guía para el correcto uso de
términos en la redacción de noticias sobre menores de edad, una especie
de pizarroncito metálico y ¡una bolsa de palabras! No las conté, pero
eran muchas palabras. Su función era, supongo yo, llamar la atención
sobre el uso que los periodistas podemos hacer del lenguaje. Yo,
personalmente, hubiera entendido el concepto sin necesidad de jugar a
escribir frases en un pizarroncito metálico imantado (con enormes
dificultades, porque una bolsa de palabras ya hechas es mucho menos útil
que un sencillo conjunto de veintiocho letras). Pero no es mi intención
cuestionar aquí en qué gasta su presupuesto de comunicaciones la
institución que me mandó la caja, sino observar que las palabras han
crecido en la consideración pública en una medida inversamente
proporcional a los conceptos a los que dan materialidad.
Por
eso, cuando escuchamos hablar de cosas como “inclusión” (financiera,
tecnológica, lo que sea) o “cambio cultural” deberíamos levantar la
mano, pedir la palabra y exigir, respetuosa, pero decididamente, que nos
aclaren de qué cuernos nos están hablando y hasta dónde nos piensan
tironear con esa correa.
Soledad Platero. Publicado en Caras y Caretas el viernes 22 de noviembre de 2013.
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