Sobre Perón y el peronismo/InfoGlaciar
Por Hernán Brienza - Por qué razón, a exactos 40 años de su muerte,
Juan Domingo Perón sigue tan presente en la memoria de los argentinos,
en los
debates políticos, en el
imaginario popular? ¿Cuáles son los factores que permiten que el
fantasma de un hombre nacido en el siglo XIX y muerto en el tercer
cuarto del siglo XX todavía recorra nuestro país? ¿Estamos anclados en
un nudo histórico o la figura de Perón extiende su sombra por sus
propias virtudes? ¿Qué fenómenos políticos, ideológicos, aspiracionales,
qué Argentina, qué relaciones sociales,
qué correlación de fuerzas interpretó ese general de sonrisa gardeliana
que por más de treinta años influyó como nadie en los aconteceres del
poder en este durísimo lugar del planeta? Un enfoque del periodista
Hernán Brienza desde Infonews, propone un debate a fondo. (…)
El gran error que
cometemos muchos a la hora de analizar el suceder histórico que
significa el peronismo en nuestra historia es el proceso doble de
categorización y totalización al que lo sometemos para que no nos genere
angustia política. Y si hay algo
que mantiene vivo al peronismo es esa posibilidad de angustia que
genera, de contradicción, de inasibilidad. El peronismo, aun en sus
presencias de menor densidad, como puede ser el supuesto “massismo”,
está en diálogo temporal permanente con la sociedad.
De su elaboración estratégica constante extrae su fuerza
transformadora. Creemos que el peronismo es algo inamovible, dogmático, y
no un suceder; y que no tiende hendijas, contradicciones, grietas,
espacios negros, zonas oscuras. Mientras para sus detractores el
peronismo, al ser Todo –múltiples opciones– resulta siendo Nada, sus
partidarios intentan encorsetarlo en una definición ideológica
exageradamente limitada que no explica el proceso general de sus setenta
años. La máxima prescriptiva de “el peronismo será revolucionario o no
será nada” es una construcción volitiva –política– pero no una categoría
analítica. Lo mismo ocurre con la reducción al corpus doctrinario y las
tres banderas.
El peronismo “supone”, entonces, diálogo, pensamiento estratégico,
apertura, escucha y actualización permanente o, para aquellos que no
les tienen miedo a las ideas y a las palabras, pequeñas traiciones
permanentes.
A mediados del siglo XX,
el peronismo, nacido del seno de la disputada revolución del 4 de junio
de 1943, surgió como respuesta no liberal a la crisis y decadencia de
las democracias liberales europeas que hacían agua en el Viejo
Continente. Recuperando elementos de las experiencias nacionalistas de
las primeras décadas y munido del cuerpo de la Doctrina Social de la
Iglesia, resultó preñado y transformado –plebeyizado– por el encuentro
entre Perón, el Movimiento Obrero Organizado, pero también en el
abandono que hicieron del convite los sectores dirigentes de la
industria. Sin esa combustión, el peronismo no hubiera tenido la
potencia transformadora y subversiva que finalmente resultó para los
sectores dominantes de la Argentina
Como respuesta “nacionalista”, es decir, como una apelación a una instancia comunitaria por encima del
individuo y de sectores sociales cerrados, el peronismo “supone” la
constitución de un “pacto social” permanente y que atraviese las
diferentes instancias históricas.
Siempre resultan interesantes los análisis políticos sobre la cantidad de peronismos que incuba el peronismo. Dos, tres, cuatro,
cinco, tantas posibilidades como definiciones ideológicas puedan
encontrarse. Y la clave está en comprenderlo como un suceder, pero en el
que el pactismo reconoce diferentes correlaciones de fuerza. No es lo
mismo la situación en 1946 con la economía de posguerra, que a
principios del ’50, ni en 1973, 1989, 2003 o en la actualidad.
¿Cómo se mide la correlación de fuerzas? Difícil saberlo sin medirlo en
la realidad empírica, pero puede servir como categoría analítica
posterior. ¿Con quién pacta el peronismo? Sencillo: como fuerza
política independiente de los sectores dominantes de la economía,
utiliza como palanca de negociación la legitimidad electoral propia, las
herramientas del movimiento obrero,
el aparato bonaerense, para forzar un compromiso redistributivo de los
distintos sectores económicos. Esta estrategia es clarísima en los
discursos de Perón en los años cuarenta y en la forma en que operó en
los años sesenta y setenta para forzar la posibilidad de retorno. (…)
¿Pero qué ocurre en los setenta con el regreso de Perón? ¿Es el viejo
líder un conservador de derecha, como sugieren los sectores progresistas
y de izquierda del peronismo? Definitivamente, no. Repasemos: desdeña
el gran acuerdo nacional con el ejército liberal de Lanusse pero ofrece
el abrazo a Ricardo Balbín como líder del otro gran partido popular y
democrático, propone un pacto social progresista entre la CGE y la CGT
con claras ventajas legislativas, en materia internacional enfrenta la
administración de Henry Kissinger,
rompiendo el bloqueo a Cuba, e intenta desmilitarizar la represión
judicializando los actos de violencia política de organizaciones
armadas. Este último punto merece una particular explicación: la
inclusión de “terrorismo” como figura delictiva en el Código Penal
es sin duda una medida represiva y de orden. Pero también significa
poner a esos actos bajo la órbita policial y, contradictoriamente a lo
que hizo el gobierno de Isabel Perón con Ítalo Lúder a la cabeza en
1975, quitarles a las Fuerzas Armadas el poder de instalar la noción de
“guerra sucia”. Perón, contrariamente a lo que dice la izquierda y el
“progresismo zonzo” (precisa definición dantesca), desafía la doctrina
de seguridad nacional instalada desde el Plan Conintes por el apretado gobierno de Arturo Frondizi.
Perón fue mucho más coherente que lo que sus detractores –de afuera y
de adentro– aseguran. Y fue mucho más sencillo, también. Si hay algo que
podría definirlo es su concepción de nacionalismo popular pactista –no
entendido en sentido peyorativo–, con una fuerte impronta reformista y
el componente reivindicativo y simbólico aportado por Evita. (…)
Por último, el kirchnerismo –basta comparar el proyecto nacional del 1
de mayo de 1974 y el pacto social con algunos puntos del actual modelo económico–, contradictoriamente con lo que
dicen muchos de militantes, sus cuadros y algunos de sus dirigentes es
mucho más coherente con el peronismo clásico y con el Perón de los años
setenta que con los deseos imaginarios que la propia tendencia
revolucionaria de la juventud peronista proclamaba en los setenta y que,
obviamente, las peripecias interpretativas que realizó tanto el
menemismo como la izquierda y el progresismo en los años noventa.
El martes 1 de julio se cumplirán cuarenta años de la muerte del político más importante del siglo
XX. Creo que es hora de que los argentinos podamos homenajearlo como
realmente se lo merece: debatiendo su figura, traicionando-traduciendo
sus dogmas muertos, reelaborando con profundidad su pensamiento,
comprendiendo su pragmática y por sobre todas las cosas evitando los
lugares comunes, las interpretaciones mohosas y las repeticiones
necróticas.
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