En nosotros están todas las memorias del universo/ Por Leonardo Boff
2014-08-22
El ser humano es el último ser de gran porte que ha entrado en el
proceso de la evolución por nosotros conocido. Como no existe solamente
materia y energía sino también información, ésta viene almacenada en
forma de memoria en todos los seres y en nosotros a lo largo de todas
las fases del proceso cosmogénico.
En nuestra memoria resuenan las últimas reminiscencias de la gran explosión
que dio origen a nuestro cosmos. En los archivos de nuestra memoria se
guardan las vibraciones energéticas oriundas de las inimaginables
explosiones de las grandes estrellas rojas, de las cuales vinieron las
supernovas y los conglomerados de galaxias, cada cual con sus miles de
millones de estrellas y de planetas y asteroides. En ella se encuentran
también resonancias del calor generado por la destrucción de galaxias
devorándose unas a otras, del fuego originario de las estrellas y de los
planetas a su alrededor, de la incandescencia de la Tierra, del fragor
de los líquidos que cayeron durante 100 millones de años sobre nuestro
planeta hasta enfriarlo (era hadeana), de la exuberancia de las selvas
ancestrales, reminiscencias de la voracidad de los dinosaurios que
reinaron, soberanos, durante 135 millones de años, de la agresividad de
nuestros antepasados en su afán por sobrevivir, del entusiasmo por el
fuego que ilumina y cocina, de la alegría por el primer símbolo creado y
por la primera palabra pronunciada, reminiscencias de la suavidad de
las brisas leves, de las mañanas diáfanas, del precipicio de las
montañas cubiertas de nieve, y por fin, recuerdos de las
interdependencias entre todos los seres, creando la comunidad de los
vivientes, del encuentro con el otro, capaz de ternura, entrega y amor
y, finalmente, del éxtasis del descubrimiento del misterio del mundo que
todos llaman por mil nombres y nosotros llamamos Dios. Todo eso está
sepultado en algún rincón de nuestra psique y en el código genético de
cada célula de nuestro cuerpo, porque somos tan antiguos como el
universo.
No vivimos en este universo ni sobre nuestra Tierra como seres
erráticos. Venimos del útero común de donde vienen todas las cosas, de
la Energía de Fondo o Abismo Alimentador de todos los seres, del hadrón
primordial, del top-quark, uno de los ladrillitos más ancestrales del
edificio cósmico, hasta el computador actual. Y somos hijos e hijas de
la Tierra. Más aún, somos aquella parte de la Tierra que anda y danza,
que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y
venera el Misterio. Todas estas cosas estuvieron virtualmente en el
universo, se condensaron en nuestro sistema solar y sólo después
irrumpieron concretas en nuestra Tierra. Porque todo eso estaba
virtualmente allí, ahora puede estar aquí en nuestras vidas.
El principio cosmogénico, es decir, aquellas energías directoras que
comandan, llenas de propósito, todo el proceso evolutivo obedecen a la
lógica siguiente, tan bien expuesta por E. Morin: orden, desorden,
interacción, nuevo orden, nuevo desorden, nuevamente interacción y así
siempre. Con esa lógica se crean siempre más complejidades y
diferenciaciones; y en la misma proporción se van creando interioridad y
subjetividad hasta su expresión lúcida y consciente que es la mente
humana. Y simultáneamente y también en la misma proporción se va
gestando la capacidad de reciprocidad de todos con todos, en todos los
momentos y en todas las situaciones. Diferenciación /interioridad/
comunión: la trinidad cósmica que preside el organismo del universo.
Todo va sucediendo procesualmente y evolutivamente sometido al
no-equilibrio dinámico (caos) que busca siempre un nuevo equilibrio, a
través de adaptaciones e interdependencias.
La existencia humana no está fuera de esta dinámica. Tiene dentro de sí
estas constantes cósmicas de caos y de cosmos, de no-equilibrio en busca
de un nuevo equilibrio. Mientras estamos vivos nos encontramos siempre
enredados en esta condición. Cuanto más próximos al equilibrio total más
próximos a la muerte. La muerte es la fijación del equilibrio y del
proceso cosmogénico. O su paso a un nivel que demanda otra forma de
acceso y de conocimiento.
¿Cómo se da esta estructura concretamente en nosotros? En primer lugar
por la cotidianeidad. Cada cual vive su cotidiano que comienza con el
aseo personal, la manera como vive, lo que come, el trabajo, las
relaciones familiares, los amigos, el amor. Lo cotidiano es prosaico y
frecuentemente cargado de desencanto. La mayoría de la humanidad vive
restringida a lo cotidiano con el anonimato que él implica. Es una parte
del orden universal que emerge en la vida de las personas.
Pero los seres humanos también estamos habitados por la imaginación.
Esta rompe las barreras de lo cotidiano y busca lo nuevo. La imaginación
es, por esencia, fecunda; es el reino de lo poético, de las
probabilidades de sí infinitas (de naturaleza cuántica). Imaginamos
nueva vida, nueva casa, nuevo trabajo, nuevos placeres, nuevas
relaciones, nuevo amor. La imaginación produce la crisis existencial y
el caos en el orden cotidiano.
Pertenece a la sabiduría de cada uno articular lo cotidiano con lo
imaginario, lo prosaico con lo poético y retrabajar el desorden y el
orden. Si alguien se entrega sólo a lo imaginario, puede estar haciendo
un viaje, vuela por las nubes olvidado de la Tierra y puede acabar en
una clínica psiquiátrica. Puede también negar la fuerza seductora del
imaginario, sacralizar lo cotidiano y sepultarse vivo dentro de él.
Entonces se muestra pesado, poco interesante y frustrado. Rompe con la
lógica del movimiento universal.
Sin embargo, cuando una persona asume su cotidiano y lo vivifica con
inyecciones de creación, entonces comienza a irradiar una rara energía
percibida por quienes conviven con ella.
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