La era de la boludez/POR: LEANDRO GRILLE - CARAS Y CARETAS
No es fácil
determinar cuáles son las cosas que concitan la adhesión de los
indecisos. Pero es justamente ese misterio original de la política el
que le otorga sentido a las campañas electorales. Los tipos resueltos,
los que siempre votamos a la izquierda o los que siempre votan a la
derecha, observan las campañas casi […]
No
es fácil determinar cuáles son las cosas que concitan la adhesión de
los indecisos. Pero es justamente ese misterio original de la política
el que le otorga sentido a las campañas electorales. Los tipos
resueltos, los que siempre votamos a la izquierda o los que siempre
votan a la derecha, observan las campañas casi como un objeto de estudio
científico, una cosa que está ahí para ser analizada hasta en sus
detalles, pero que no nos define en absolutamente nada. Como mucho,
cuando nuestro candidato o nuestra fuerza política hace algo que nos
parece descabellado, pensaremos en el tamaño del disparate y nos
encomendaremos al santo patrón de la incombustibilidad para que ese
derrape afecte lo menos posible.
De
algún modo, para los convencidos y los interesados en la política, que
somos una buena parte de la ciudadanía, las campañas electorales son
bastante tediosas e innecesarias, porque nuestro voto, en principio, no
se define ahí. Ciertamente es un marco para renovar el compromiso con la
militancia o coparticipar del esfuerzo electoral, por ejemplo
concurriendo a las charlas o los actos o participando de caravanas, pero
nada de los que digan los candidatos alterará de modo fundamental el
voto.
Sin
embargo, las elecciones las definen las personas a las que no les
interesa la política. El resultado final de una elección presidencial
recae sobre el grupo de los que habitualmente se llama “indecisos”. Un
porcentaje tan bajo como el diez por ciento del padrón electoral es el
objetivo de toda la batería de iniciativas, propuestas y campañas
publicitarias, y es ahí donde empieza a tallar el misterio original,
porque nadie ha logrado discernir con precisión cuáles son los
determinantes principales del sufragio de esa porción de la ciudadanía,
una parte mayor de la cual decidirá su voto recién la última semana
antes de la elección.
Por
todo esto, no cabe más que apreciar las cosas que van haciendo los
candidatos desde una posición fría, lo más analítica posible, intentando
desentrañar qué efecto podrían tener esos actos en ese universo de los
desinteresados y alejados de la política como campo de reflexión. Así,
desde esa perspectiva, en mi opinión, deben analizarse los último actos
de Lacalle Pou, como la pirueta del banderín contra un poste o la
propuesta del consejo de ancianos.
Si
bien ambas situaciones de campaña nos van revelando que estamos ante un
personaje sin demasiado vuelo, que aportará muy poco al pensamiento
original de nuestro país, también lo destapan como un vivillo, de esos
que ha habido y habrá muchos, pero que convenientemente amplificado por
los medios –y los medios y los analistas están completamente jugados a la derecha–
puede llegar a impactar en sectores despolitizados. Si se lo acusa de
tinellizar la política, por su tendencia a la frivolidad, o su apelación
a un humor indirecto, de mal gusto, medio sarcástico y medio elemental,
no debe olvidarse que el de Marcelo Tinelli es uno de esos programas
que suma televidentes desde hace veinte años. Y no necesariamente el
público objetivo de una campaña electoral es tan distinto del nicho de
mercado de un programa de este tipo.
Por
ahora, claramente, la campaña de Lacalle Pou viene concentrándose en
destacar que Tabaré no es joven. Lo hace de las maneras más imbéciles
que una persona como yo podría imaginarse. Pero ello no significa que
carezcan de impacto. La destreza física, más propia de un pituco
entrenado que de un muchacho pleno de vitalidad, puede parecer medio
ridícula o medio chistosa y hasta un poco desvinculada de las aptitudes
sugeridas para intentar conducir un país, sólo busca eso: remachar con
el concepto de que él es joven y que Tabaré no, lo mismo que su
propuesta de un “consejo de ancianos” a los que además les pagamos la
“jubilación”, pronunciada en el mismo sentido y con la finalidad
adicional de señalarlo como “amigo de Bush”. Globalmente una propuesta
carente de seriedad, una estupidez, una tomadura de pelo a la población,
pero replicada por una estructura concertada de medios que forman parte
del aparato de campaña.
No
es una buena hora para el pensamiento ni para la política. Cada vez
más, todo se resume en un ping pong de tuits y agencias publicitarias.
Casi es imposible la discusión de ideas, sobre todo cuando la nueva
derecha se ha entrenado en la tarea de esconder sus ideas y sustituirlas
con frases que parecen sacadas de la biografía de Steve Jobs. La pose,
la impostura, se está comiendo a la realidad de los intereses
representados, y en ese panorama sumamente hostil para la inteligencia
se definen las cosas
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