Cerro de Montevideo / Por Carmen Bonelli
Te yergues incólume, cíclope montevideano.
De frente a la bahía observas la salida
del sol, esperando los primeros albores, para entregarte al descanso. La
aletargada actividad cerrense comienza a
hormiguear tu cuerpo.
Las visitas guiadas a través de los
laberintos subterráneos de tu cuadrada cabeza, los escolares encaramados a los
irresistibles y oxidados cañones, que asoman sus mudas bocas en lo alto de la
muralla, convertidos ahora en tronadores de fuego a los 4 vientos; en tanto que
los guardias y docentes son el enemigo al que hay que eludir para evitar las
amonestaciones… Todo este bullicio no interfiere en tu descanso. Sin embargo
recuerdo una vez que lenta y silenciosa te sorprendió la niebla, cubriéndote
con su fría humedad. De inmediato abriste tu gran ojo giratorio y se me antojó
al ver tu contorno difuso y agrisado, una enorme y alarmada lechuza tuerta.
Soy parte de ti. Nací y crecí en tu falda,
simple como flor de enredadera, sin destacar y asida a los tutores que la vida
me dio.
Añoro al despertar, esa postal viviente de
quietas aguas bahianas, atracando los barcos en el puerto, y del otro lado, la
presencia silenciosa del monumento al fósforo en el ANCAP.
De alguna manera los ingleses te jaquearon
en pleno siglo veinte. 3 humeantes frigoríficos, te dieron abundancia,
crecimiento y esplendor. Florecían los cines y los bailes con orquestas en
vivo, y te dejaron un legado de nombres con w característico de nuestro
Uruguay.
Hoy tus espacios verdes se van cubriendo de
cemento. Tu población crece sin prisa y sin pausa. El viejo cementerio alberga nuevos
muertos bajo los añosos pinos.
Como antaño Rampla y Cerro siguen disputándose
tu corazón futbolero, que palpita en verdirrojo, celeste y blanco
Me gusta mirarte desde aquí, la rivera de enfrente. La pequeña playa Capurro, con el
esqueleto de una antigua embarcación encallada en las rocas, y algunas gaviotas,
es el reducto ideal para nostálgicos como yo. Mate amargo y un par de tortas
fritas, desatan el inevitable nudo de mi garganta ante tremendo espectáculo.
Crepúsculo vespertino, efímero y bello,
último suspiro de luz solar. Te despiertas, y con el primer guiño comienza la
metamorfosis. A medida que las aguas van perdiendo su identidad, para
convertirse en un gran espejo negro, desaparece el caserío de tu falda, bajo una
señorial capa de luces. Tan magnífico reflejo despierta tu narcisismo, que te
permites en fugaces miradas nocturnas.
Hermosísimo y cuanta historia y bellos recuerdos,contados a la perfección por ésta maravillosa artista!!!!
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