¿Cuán “cordial” es el pueblo brasilero?JoseMariaVIGIL Para boffsemanal@servicioskoinonia.org
Decir que el brasilero es un «hombre cordial» viene del escritor
Ribeiro Couto, expresión generalizada por Sérgio Buarque de Holanda en
su conocido libro Raíces de Brasil, de 1936, que le dedica todo el
capítulo V. Pero aclara, contrariando a Cassiano Ricardo que entendía la
«cordialidad» como bondad y delicadeza, dice que «nuestra forma
ordinaria de convivencia social es en el fondo justamente lo contrario
de la delicadeza» (de la 21ª edición de 1989 p. 107). Sérgio Buarque
asume la cordialidad en sentido estrictamente etimológico: viene de corazón.
El brasilero se orienta mucho más por el corazón que por la razón. Del
corazón pueden provenir el amor y el odio. Bien dice el autor: «la
enemistad bien puede ser tan cordial como la amistad, visto que una y otra nacen del corazón» (p.107).
Escribo todo esto para entender los sentimientos «cordiales» que
irrumpieron en la campaña presidencial de 2014. Hubo por una parte
declaraciones de entusiasmo y de amor, hasta el fanatismo, para los dos
candidatos y por otra, odios profundos, expresiones altaneras por parte
de ambas partes del electorado. Se verificó lo que Buarque de Holanda
escribió: la falta de delicadeza en nuestra convivencia social.
Tal vez en ninguna campaña anterior se expresaron los gestos «cordiales»
de los brasileros en el sentido de amor y odio contenidos en esta
palabra. Quien siguió las redes sociales, se dio cuenta de los niveles
bajísimos de buena educación, falta de respeto mutuo y hasta de falta de
sentido democrático como convivencia con las diferencias. Esa falta de
respeto repercutió también en los debates entre los candidatos,
transmitidos por la TV. Por ejemplo, que uno de los candidatos llame a
la Presidenta del país «liviana y mentirosa» se inscribe dentro de esta
lógica «cordial», aunque revele gran falta de respeto hacia la dignidad
del más alto cargo de la nación.
Para entender mejor esta «cordialidad» nuestra cabe mencionar dos
herencias que pesan en nuestra ciudadanía: la colonización y la
esclavitud. La colonización produjo en nosotros el sentimiento de
sumisión, teniendo que asumir las formas políticas, la lengua, la
religión y los hábitos del colonizador portugués. En consecuencia se
creó la Casa Grande y la Senzala. Como bien mostró Gilberto Freyre no se
trata de instituciones sociales externas. Ellas fueron internalizadas
en forma de un dualismo perverso: de un lado el señor que posee y manda
todo, y del otro el siervo, que tiene poco y obedece, o también la
jerarquización social que se revela por la división entre ricos y
pobres. Esa estructura subsiste en la cabeza de las personas y se ha
vuelto un código de interpretación de la realidad.
Otra tradición muy perversa fue la esclavitud. Cabe recordar que hubo
una época, entre 1817-1818, en que más de la mitad de Brasil estaba
compuesta por esclavos (50,6%). Hoy cerca del 60% tiene en su sangre
algo de los esclavos afrodescendientes. El catecismo que los curas
enseñaban a los esclavos era «paciencia, resignación y obediencia»; a
los esclavócratas se les enseñaba «moderación y benevolencia» cosa que, a
decir verdad, se practicaba poco. La esclavitud fue internalizada en
forma de discriminación y de prejuicio en contra del negro que debía
servir siempre. Pagar el salario todavía es entendido por muchos como
una caridad y no como un deber, porque los esclavos antes hacían todo
gratis, e imaginan que deben seguir así. De esta forma se trata, en
muchos casos, a los empleados y empleadas domésticas o a los peones de
las haciendas.
Las consecuencias de estas dos tradiciones están en el inconsciente
colectivo brasileiro en términos no tanto de conflicto de clase (que
también existe) sino de conflictos de status social. Se dice que el
negro es perezoso cuando sabemos que fue él quien construyó casi todo lo
que tenemos en nuestras ciudades. El nordestino es ignorante, porque
vive en el semiárido bajo duras limitaciones ambientales, cuando es un
pueblo altamente creativo, despierto y trabajador. Del nordeste nos
vienen los mayores escritores, poetas, actores y actrices. En el Brasil
de hoy es la región que más crece económicamente, del orden del 2-3%,
por tanto por encima de la media nacional. Pero el prejuicio los castiga
a la inferioridad.
Todas estas contradicciones de nuestra «cordialidad» aparecieron en los
twitters, facebooks y otras redes sociales. Somos seres contradictorios.
Añado también un argumento de orden antropológico para comprender la
irrupción de los amores y odios en esta campaña electoral. Se trata de
la ambigüedad esencial de la condición humana. Cada uno posee su
dimensión de luz y de sombra, sim-bólica (que une) y dia-bólica
(que divide). Los modernos dicen que somos simultáneamente dementes y
sapientes (Morin), es decir, personas de racionalidad y bondad y al
mismo tiempo de irracionalidad y maldad. La tradición cristiana dice que
somos simultáneamente santos y pecadores. En la feliz expresión de san
de Agustín: cada uno es Adán, cada uno es Cristo, es decir, cada persona
está llena de limitaciones y vicios y al mismo tiempo es portadora de
virtudes y de una dimensión divina. Esta situación no es un defecto sino
una característica de la condition humaine. Cada uno debe saber
equilibrar estas dos fuerzas y en la mejor de las hipótesis, dar
primacía a las dimensiones de luz sobre las de sombra, a las de Cristo
sobre las del viejo Adán.
En estos meses de campaña electoral se mostró quienes somos por dentro:
«cordiales» en el doble sentido de la palabra: llenos de rabia y de
indignación y al mismo tiempo de exaltación positiva y de militancia
seria y autocontrolada.
No debemos ni reír ni llorar, sino tratar de entender. Pero no basta
entender; urge buscar formas civilizadas de «cordialidad» en las que
predomine la voluntad de cooperación en aras del bien común , se respete
el espacio legítimo de una oposición inteligente y se acojan las
diferentes opciones políticas. Brasil necesita unirse para que todos
juntos nos enfrentemos a los graves problemas internos y externos
(guerras de grande devastación y la grave crisis en el sistema-Tierra y
en el sistema-vida), en un proyecto asumido por todos para que se haga
realidad lo que se dijo de Brasil como la «Tierra de la buena
Esperanza»(Ignacy Sachs).
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