Es maravilloso arruinar la fiesta de los privilegiados y poderosos, Noam Chomsky by FG
El Mundo
Encima
del Rebecca's Café, en el segundo piso de un edificio esculpido en
rojo, recibe un gran recordatorio de Bertrand Russell: «Tres pasiones,
simples pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi vida: el anhelo
de amor, la búsqueda del conocimiento, y una insoportable pena por los
seres humanos a los que les toca sufrir». Rumiando las palabras del
aristocrático filósofo inglés vislumbra una, de reojo, a un hombre
vestido con jersey azul pardo, pantalón de pana verde y zapatos blancos
de deporte. Son 72 años de edad, y apenas 50 de cuerpo delgado y
fibroso, los que arrastra Noam Chomsky, uno de los mayores pensadores
del siglo.
Fue
complicado romper el hielo con el famoso lingüista, toca-conciencias de
la sociedad norteamericana desde que en los turbulentos 60 abandonó una
plácida existencia de investigación académica y de familia para darse
al activismo político.
Empezó
con la guerra de Vietnam, por la que sentía el mismo disgusto que el
nonagenario Russell. «Podría vivir cinco veces de nuevo, y no tendría
tiempo suficiente para atender las numerosísimas peticiones que recibo
para dar conferencias por todo Estados Unidos. Donde no se me conoce es
en la prensa elitista. Pero eso tiene sentido. ¿Sabe usted de algún
país, a lo largo de la Historia, en el que a la gente crítica con el
sistema de poder se le concedan privilegios?», afirmó, cuando una
sugirió que en España los más jóvenes podrían no conocerlo demasiado
bien.
«Es
una ley universal. Los sistemas de poder intentan protegerse. Lo hacen
de forma natural. Le pondré un ejemplo. Recientemente estuve dando una
conferencia en la Escuela de Periodismo de Columbia, de donde sale la
gente que luego ocupa los puestos editoriales en periódicos como el New
York Times. Una vez que llegan a esos sitios, no mencionan mi nombre»,
añadió en un inglés norteamericano rapidísimo.
En
este edén que es el MIT (Massachusetts Institute of Technology), una de
los mejores universidades de Estados Unidos, la situación empeoró al
confesar una su paso por la escuela maldita. El golpe de suerte lo trajo
Joseph Stieglitz, principal y dimisionario economista del Banco
Mundial. Ambos, ¡por fin!, coincidimos en los motivos de su retirada:
«Tarde o temprano ganará el Premio Nobel de Economía. El ha escrito
sobre los devastadores efectos de la imposición del modelo de mercado en
diferentes partes del mundo, como por ejemplo Europa del Este, que fue
transformado en un sistema parecido al colonial».
Pero
de ahí pasó a explicar, sin solución de continuidad, el origen perverso
de la Red: «Los países occidentales mantienen Estados poderosos con un
alto nivel de proteccionismo. Casi cualquier componente dinámico de sus
economías, incluida la famosa Nueva Economía, viene del sector estatal.
Piense en Internet, ¿de dónde viene? De sitios como éste [el MIT fue
fundado por el Pentágono]. De ahí viene mi salario. El Gobierno nos paga
para producir ciencia y tecnología que, si funciona, acabará en los
bolsillos de alguna gran corporación. Internet formó parte del sector
público al menos 30 años. Hace sólo unos años que se le entregó a las
corporaciones privadas, y ésa es la base de la famosa economía de
mercado. Mire donde mire, hay un enorme sector estatal que obliga al
público a asumir los riesgos y a pagar el coste y que, si funciona, se
lo entrega al poder privado. Esa es una razón fundamental para entender
por qué el Primer y el Tercer Mundo se han distanciado tanto».
La
riada continuó: «La caída del Muro de Berlín provocó la desaparición de
los países no alineados. Cuando el mundo lo regían dos gángsters, había
sitio para los no-alineados, pero cuando sólo un gángster manda en el
mundo, se acabó. Por eso, desde 1989 nadie presta atención alguna al
Sur. Fíjese en la ayuda exterior, ha desaparecido prácticamente, por lo
menos en Estados Unidos. ¿A quién le importa el Sur? En el mes de abril
se celebraron dos grandes encuentros de los no alineados, el G77. ¿A
quién le importa? Al fin y al cabo sólo representan al 80% de la
población mundial. Nadie informó de sus declaraciones porque a nadie le
importa. Se informa sólo de los ricos y de los privilegiados porque son
como nosotros».
Era
ésta la respuesta que esperaba obtener al preguntar por la cumbre del
G8 en Okinawa. Pronto quedó claro que para tener la opción de preguntar,
había que interrumpir sin misericordia a un hombre acostumbrado, como
él dijo al principio, a dictar conferencias. Con dos ejes: la
globalización y la nefasta influencia del mundo acaudalado y occidental
sobre el resto del planeta.
-Francis
Fukuyama cree que el movimiento antiglobalizador, representado por
usted aquí, por Ignacio Ramonet en Europa, y por los manifestantes de
Seattle y Washington, es una vuelta al socialismo puro.
-No
estoy de acuerdo. No es un regreso de nada. Son movimientos populares
que nunca han parado, y que siguen creciendo y ocupándose de más y más
cosas. Los manifestantes que usted menciona están muy bien, son gente
estupenda, pero no están haciendo nada. El trabajo se está llevando a
cabo gracias al esfuerzo educativo de activistas locales en todas partes
del mundo. Porque se habla de la maravillosa Nueva Economía, pero lo
cierto es que las tasas de crecimiento están bajando desde mediados de
los 70.
-Desde 1992 se han creado 20 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos.
-Eso
le encanta oírlo a la gente rica de Europa, porque la gente rica de
Estados Unidos se está beneficiando y quieren que eso pase en Europa
también. Pero fíjese en el crecimiento global de Estados Unidos y de
Europa y cómo se está distribuyendo: está recayendo sobre un sector muy
pequeño de la población. La mayoría tiene más o menos los mismos
ingresos que hace 20 años. Los salarios se han estancado o declinado
para la mayoría. Eso no tiene precedente en los últimos 20 años. Y en
los últimos tres años, el crecimientose ha situado en los niveles de los
años 50 y 60. Una familia media en los EEUU trabaja ahora más que hace
20 años para ganar lo mismo. Aquí se trabajan más horas que en ningún
otro lugar del mundo. Más que en Japón, y desde luego más que en España.
-El
presidente del Gobierno español, José María Aznar, y su homólogo
británico, Tony Blair, son grandes defensores de ese modelo de economía
norteamericana.
-Claro,
los ricos y los privilegiados. También en el Tercer Mundo quieren ser
como en Nueva York, Londres y París. El sistema europeo ha sido más
humano que el norteamericano, y eso tiene que acabarse, les dicen. Pues
yo digo que eso es propaganda fraudulenta: no es verdad que tengamos que
seguir el camino norteamericano o perecer. Pero eso no lo dice la gente
que escribe artículos en los grandes periódicos.
-Tanto Estados Unidos como Europa están viviendo una etapa de crecimiento económico. La sensación es la contraria.
-Porque,
le digo, los que contamos las cosas, como usted y como yo, estamos en
un nivel de salario estupendo. Donde yo vivo estamos muy bien, y nos va
mejor que antes. Es la misma gente que usted se encuentra en los
restaurantes, en las fiestas, la que escribe los artículos. Si el
trabajador medio en Estados Unidos está empleando muchas más horas que
hace 20 años para poner la comida encima de la mesa, eso no tiene
interés. ¿A quién le importa?
A
Boston, lo que él llama «la Atenas de América», llegó Abraham Noam
Chomsky a los 27 años, hijo de judíos emigrados de Rusia. Había nacido y
crecido en Filadelfia, donde a los 18 meses ya asistía a una escuela
especial. A los 29 años publicó Estructuras sintácticas, libro en el que
expuso su teoría de la gramática generativa transformacional, según la
cual el lenguaje es una facultad humana innata y la finalidad de la
lingüística es establecer la gramática universal. Por la lingüística le
llegó la fama.
Pero
en su atiborrado despacho, el E-39-219, prima la política. Aquí está,
entre las fotos de su mujer, sus tres hijos y cuatro nietos, el mundo
que le interesa, ése que incluye a los desheredados de Timor Oriental,
de la selva Lacandona o de Sierra Leona. «El efecto de Europa en Africa
ha sido devastador», señala. «Y a finales de la II Guerra Mundial,
cuando EEUU estaba más o menos a cargo del mundo, entre los planes del
Departamento de Estado en 1948, estaba el hacerse con todos aquellos
lugares en los que los rivales pintaran algo, ya fuera Latinoamérica,
Oriente Medio o el sureste asiático. Cuando le llegó el turno a Africa,
George Kennan, que era el jefe del departamento de planificación, dijo
que EEUU no tenía ningún interés particular, así que "se la daremos a
los europeos para que la exploten". Esas fueron sus palabras».
Más
de tres décadas después, encuentra en Colombia el motivo para
movilizarse como lo hizo en Vietnam. «El año pasado, Colombia sustituyó a
Turquía al convertirse en el principal país receptor de armas
norteamericanas. Hasta entonces, Turquía estaba llevando a cabo una
asesina represión de sus propios ciudadanos, los kurdos, mató a miles de
ellos, destruyó 35.000 aldeas, creó más de un millón de refugiados.
Todo esto dentro de la OTAN y con armas norteamericanas. En Turquía ya
se ha conseguido controlar a la insurgencia kurda.
Por
supuesto, cometiendo más atrocidades que Milosevic en Kosovo. Pero en
Colombia todavía no ha funcionado. Allí todavía hay una insurgencia que
no ha podido ser suprimida a base de violencia y terror».
«El
Departamento de Estado sabe también que la guerra contra las drogas en
Colombia es una excusa para acabar con un movimiento insurgente, que es
la guerrilla, y que está intentano cambiar las cosas dentro del país. Y
en ese país hay mucho que cambiar», continúa. «Como en toda
Latinoamérica, que todavía sufre el legado de los españoles: una pequeña
elite muy rica y una inmensa mayoría de la población sumida en la
pobreza. En Colombia es todavía peor. Eso llama a la violencia y a la
búsqueda del cambio. Cuando hay deseo de cambio, los EEUU intervienen e
intentan acabar con esos llamamientos de cambio. Eso es lo que está
pasando en Colombia. Y el año que viene será peor».
-¿No se cansa de su papel de agorero?
-Todo
lo contrario. La mayoría de la gente no está contenta con la forma en
que funcionan las cosas, y les encanta venir a hablar de sus problemas,
de su situación. Desde luego, yo no estoy arruinando la fiesta de ellos.
Pero arruinar la fiesta de los poderosos y de los privilegiados, eso es
maravilloso. Ellos no quieren que se les moleste mientras celebran su
fiesta, y por eso quieren mantenerlos fuera. No hay nada sorprendente
sobre esto.
-¿No es cierto que este mundo es mejor que el de hace 45 años, cuando llegó aquí?
-En
muchos aspectos, sí. Pero recuerde que no nos regalaron nada, que todo
se ganó luchando. Los años 60 tuvieron un efecto civilizador en toda la
sociedad. Si se fija en los cambios acaecidos en Estados Unidos y en
otras partes del mundo, muchos son consecuencia del activismo y de las
protestas de los 60. El movimiento de derechos humanos, el feminista, el
medioambiental, el de solidaridad con el Tercer Mundo, todos vienen
directos de los años 60. Nacieron como consecuencia de la lucha. Si no
lo hubiésemos hecho, estaríamos viviendo en la esclavitud.
-¿Por qué se niega a ser un privilegiado?
-Mírese
al espejo de vez en cuando y piense si es capaz de soportar lo que ve.
Si puede, entonces algo está mal con usted. Parte de la corrupción del
poder y del dinero es lo que te impide mirar en el espejo. Vuelvo a los
Evangelios, es muy simple, es la Historia de la Humanidad: pretender que
no se ve lo que ocurre alrededor. La gente se rebela, y por eso las
cosas mejoran. Si quieres participar en esa lucha, tienes la
posibilidad. Si eres privilegiado, tienes todavía más oportunidades de
hacerlo.
-¿Es usted muy religioso?
-No,
en absoluto. Soy una persona corriente. Se trata de intentar ser un ser
humano decente. Imagínese que va caminando por la calle y ve a un niño
sentado en la esquina, en harapos, con un trozo de pan en la mano, y
usted tiene hambre. Mira alrededor y ve que no hay ningún policía. ¿Le
quitaría usted el pan a ese niño? Si alguien hiciera eso, sería un
lunático patológico. Pues eso es lo que hacemos todo el tiempo en el
mundo. E intentamos no verlo. Yo le digo: véalo y no lo ignore.
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