A PROPÓSITO DE "INSUFICIENCIA DE LO POLÍTICO", DE HOENIR SARTHOU (1) Marcelo Marchese / UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias


Afortunadamente el artículo del indisciplinado Sarthou se incluye en esa rara especie de escritos que remueven al lector y lo invitan a pensar. Creo que la principal fuerza del texto, amén de la sensatez, es su carácter abierto, la puesta en escena de la inquietante pregunta, como si el autor extendiera aquí su práctica docente. Sarthou despliega la mirada por encima de los tristes reproches inter partidarios para cuestionar nuestra sociedad.

El planteo medular es el siguiente: "Lo que pretendo señalar es que, por debajo y más allá de los avatares políticos, las sociedades tienen un clima cultural que, en el fondo, determina y delimita las posibilidades de lo político". "La pregunta que me persigue en este comienzo del año es cuáles aspectos de nuestra identidad cultural nos permiten vivir indiferentes frente a fenómenos que en realidad deberían conmovernos o indignarnos y, en todo caso, ponernos activos. El problema no es estrictamente político, sino más profundo. Pero, ¿dónde se piensa y se discute la cultura de una sociedad?". "En algunas épocas, esa tarea la cumplieron organizaciones filosóficas o religiosas, intelectuales independientes u orgánicos, la academia, e incluso luchadores y reformadores sociales que tuvieron gran influencia en la cultura uruguaya. Hoy, por diversas razones, esos ámbitos y personas han desaparecido, escasean, o no cumplen ya esa función. ¿Dónde se piensa a sí misma la sociedad uruguaya?".
Pienso que "Insuficiencia de lo político" debería generar una andanada de artículos en respuesta a preguntas disparadas con tanta puntería. No creo que eso ocurra precisamente por los males que Hoenir señala, sin embargo no sabemos qué traerá el anzuelo cuando recojamos la línea, y como estos cuestionamientos encuentran eco en los míos, aquí va lo siguiente.
Encuentro varios "aspectos de nuestra identidad cultural que nos permiten vivir indiferentes". Uno de ellos es un arraigado pesimismo, la creencia de que no es posible cambiar nada, sea en economía, sea en educación, frente a una estructura plagada de técnicos (la cual sólo acepta el saber de los técnicos). Un problema serio, no sólo de nuestro país, sino de nuestra civilización, es la apatía democrática generada por la tecnocracia o la cientificocracia. Nuestra cultura no admite el saber ciudadano, no cree que su rol en la existencia le aporte conocimientos significativos, o en todo caso lo tacha como subjetivo y erige en objetivo el saber de los técnicos, que en rigor es tan poco objetivo o aséptico como cualquier conocimiento.
Es indudable que viene ganando un gran desinterés por la cosa pública, por lo que cada uno se dedica a los suyo al grito de sálvese quien pueda. Para explicar esto deben confluir varios factores, entre los cuales se encontraría la ausencia de grandes conquistas colectivas y la eficacia de una furiosa campaña propagandística (al menos desde la época de Fido Dido) que ensalza las virtudes de un chocolate a partir del egoísmo que genera en el botija que lo come a escondidas.
Concurre luego el maniqueísmo que ha caído sobre nosotros como una peste, por lo cual dejamos y confiamos que gobiernen los buenos, pues seguramente harán las cosas mejor que los malos, y no analizamos demasiado qué estarán haciendo los buenos, o si estarán haciendo todo lo que sería posible, generándose la sustitución del razonamiento por la fe. En ese sentido el triunfo de la izquierda ha inficionado al pensamiento crítico. Cuando gobernaba la derecha se lo estimulaba desde la izquierda, pero ahora hasta las murgas se han convertido en un bodrio insufrible (2). En el pasado, recuerdo claramente la apertura democrática (y digo esto a sabiendas que parecerá ridículo) las murgas desempeñaban una función similar a la desplegada por el teatro en la democracia ateniense (3). El maniqueísmo tiene aherrojado al arte todo, no sólo a causa de los financiamientos oficiales, sino especialmente por la tiranía del público que castigaría al artista que osara pasarse al otro bando, y aquí nos topamos con otra razón del individualismo: la debilidad de nuestro arte actual y su triste efecto en la sociedad, pues el arte no sólo nos interroga, no sólo nos presenta un espejo, sino que actúa como un terapeuta que, por añadidura, nos plantea ideales.
Escuché en varias ocasiones por boca de gente que vivió las tres épocas, que la dictadura nos hizo egoístas. El Uruguay aguarda el nacimiento del historiador que desmenuce el gran cáncer ético de la dictadura. En tanto eso ocurra, alcanza con observar un ejemplar cualquiera de Marcha para determinar el clima intelectual y moral previo al golpe. La dictadura no sólo nos hizo egoístas, sino también miserables. Recientemente un gran jurista que vive en el extranjero escribió un texto criticando la obra de otro gran jurista, Jorge Gamarra y su vasto "Tratado de derecho civil uruguayo". Pues bien, nadie se animó a publicarlo. Nadie quiso pasar como "enemigo" de Gamarra (4).
Por último, creo que la indiferencia ante los males que nos acucian está determinada por cierta pobreza intelectual imperante a nivel mundial, un profundo retroceso cultural de la humanidad, el cual de alguna manera, pero no exclusivamente, está asociado a los adelantos técnicos (como el surgimiento de la TV) que hacen que uno se descentre, que no se escuche a sí mismo. Esta pobreza intelectual es muy fácilmente medible si comparamos la producción de escritores y pintores de la primera mitad del siglo XX con respecto a la segunda mitad. El cine arribó a su peor momento o mejor dicho, ha muerto, un dato no menor: el arte por excelencia, el que tiene mayor poder expresivo y reúne a todas las otras artes, ha desaparecido casi sin descubrir su propio lenguaje.
Con respecto a la inexistencia de intelectuales que antaño interrogaban a la sociedad, como Juan Carlos Gómez, José Batlle y Ordoñez, Real de Azúa, Carlos Quijano, Raúl Sendic o Germán Araújo, creo que actualmente contamos con algunos que se animan a cuestionarla, como el propio Hoenir, Guillermo Vázquez Franco, Rafael Bayce, Daniel Figares, Gustavo Salle y el fiscal Viana (quién además es un modelo de moral, algo mucho más importante que un referente intelectual). El problema es que "no cumplen ya esa función", como si giraran en el vacío. Lo público quedó de lado ante el "hacé la tuya". Todos aquellos que defenestran, repitiendo lugares comunes, a la"democracia griega" por su carácter esclavista, deberían considerar cómo la cosa pública era vital para aquella gente: los esclavistas y los esclavos. Estamos cien mil veces peor que la democracia esclavista griega (5).
¿Cómo hacer para reavivar la cosa pública? No depende de la tarea de unos cuantos intelectuales, así como uno que estudia meteorología no podrá impedir que sople el viento o llueva. Sin embargo, mientras por un lado la cultura sufre una crisis inaudita, por el otro, como si asistiéramos a un movimiento de tijeras, los primeros avisos de un sismo golpean nuestra consciencia: Occupy Wall Street; la experiencia islandesa y la argentina del 2002; "Podemos" (por más que acaso termine disgregándose); y las revoluciones árabes (que voltearon nada menos que a cuatro dictadores, aunque fracasaran en su lucha por abolir el régimen). Mientras la gente no despierte a la cosa pública, a los meteorólogos no les queda otro remedio que pensar y analizar el clima, enseñar a analizarlo a los demás y pensar con ellos. De hecho los sismos políticos se han dado siempre porque algunos pensadores persistieron en su tarea: por fe en la palabra, por ética o por el placer de la lucha de ideas.
(1) Columna Hoenir Sarthou
(2) Me refiero a la generalidad de las murgas. Al menos el humor absurdo de La Gran7 de hace unos años (no vi los tres últimos) la salvaría de esta ejecución en masa.
(3) Conviene no desestimar el rol dinamizador del teatro en la democracia ateniense. La gente acudía en tropel, disputaba por los asientos, y aquel que no podía ingresar miraba la obra desde fuera. Las obras expresaban la problemática de la sociedad y generaban furiosos debates públicos, donde también se incluían los premios y las multas que caían sobre los actores. Esquilo, Sófocles o Aristófanes, y el jurado, eran interpelados en las calles. Esto no necesariamente sucedía con las lecciones de los filósofos. Platón, que enseñaba a unos pocos elegidos, cierta vez convocó a la multitud, la cual acudió a escucharlo, pero sólo soportó cinco minutos antes de retirarse en masa, cosa que no sucedía con el teatro.
(4) La muerte de la crítica y el razonamiento llegan al caso que si Fulano osa criticar, con argumentos, un artículo de Mengano, Mengano ni se gasta en responder, o peor aún, responde sin nombrar a su oponente y sin contestar sus argumentos, haciendo una profesión de fe y tratando a su enemigo anónimo de ser un monstruo de "maldad e ignorancia".
(5) Muy lejos de defender ninguna esclavitud, no deberíamos asimilar la griega a la esclavitud de los africanos en las colonias americanas: al menos el esclavo griego no siempre participaba en las guerras, por lo cual, en los hechos, se le otorgaba el derecho a convertirse en amante de las esposas de los valientes guerreros y ciudadanos, salvo el muy dudoso caso de Penélope. En ocasiones amasaban sus buenas fortunas. Cualquiera podía caer temporalmente en la esclavitud, cosa que le sucedió a Platón. Este asunto de la esclavitud en Grecia, como tantos otros, está muy lejos de ser aclarado. Piénsese en esta crítica de Platón (pareciera ser el único filósofo que hemos leído) en su "República", dirigida a los estados democráticos donde "los esclavos de uno y otro sexo son tan libres como los que les han comprado".



Marcelo Marchese

Comentarios

Entradas populares