Escenarios post Nisman* - Por Santiago O´Donnell
Pasaron tres semanas desde la muerte de Nisman. Las repercusiones siguen marcadas por lo que quiere ocultarse y lo que se quiere mostrar. Una disputa política, mediática y legal entre el gobierno y la oposición, exacerbada por el año electoral.
Por un lado, el gobierno busca ocultar dos
grandes temas. Primero, el haber negociado con un estado negacionista y
violador notorio de los derechos humanos, que se ha manifestado numerosas veces
en favor de la destrucción del estado israelí, un acuerdo jurídico que alivia
de hecho la situación procesal de los principales imputados en la causa AMIA. A
cambio, recibiría supuestos beneficios que permitirían avanzar en la
investigación. Pasaron dos años ya desde la firma del memorándum y en nada
avanzó la causa, sino todo lo contrario. Segundo, que durante la década
kirchnerista las causas de corrupción contra la presidenta y su entorno fueron
rechazadas o cajoneadas en una justicia federal infectada por un sistema de
cooptación de jueces y fiscales a través de sobresueldos y prebendas, chantajes
y carpetazos, orquestado y financiado desde la Secretaría de
Inteligencia, a instancias del ejecutivo. A esto se suma el llamativo
crecimiento en los últimos años del presupuesto de inteligencia militar y el
sostén gubernamental hacia el general César Milani como jefe del Ejército
(proveniente de la rama de inteligencia) ante dos imputaciones serias y
creíbles de que habría cometido crímenes de lesa humanidad durante la última
dictadura. También, la designación, hace dos meses, del operador judicial Juan
Martín Mena en un puesto jerárquico de la Secretaría de Inteligencia.
Por otro lado la necesidad de la oposición
y sus aliados mediáticos y judiciales, de elevar a Nisman al status de héroe
nacional asesinado por atreverse a acusar a la presidenta, oculta otras
verdades incómodas. En principio, que hasta ahora no hay pruebas de que Nisman
haya sido asesinado. Ni de que la presidenta haya encubierto criminalmente a
los verdaderos autores del atentado a la AMIA. Ni de que Nisman haya investigado el
atentado de manera independiente sino que, antes bien. recibía órdenes directas
de la embajada estadounidense de inculpar a los iraníes. Tampoco hay evidencia
de que Nisman haya producido un sólo avance significativo en la causa durante
los casi diez años en que manejó la investigación. Porque una cosa es denunciar
políticamente el acuerdo con Irán y otra es la desprolija denuncia de Nisman,
que causó una conmoción internacional, aunque, al momento de hacerla, no tuvo
eco ni en los gobiernos de Israel y Estados Unidos, ni en la AMIA y la DAIA, ni entre los jueces
Servini de Cubría y Lijo, quienes se negaron a habilitar la feria judicial para
recibirla, aduciendo que no había pruebas suficientes, algo que parece obvio al
leer el escrito del fiscal.
A esto se suma que la familia del fiscal y
gran parte de la opinión pública no quiere creer que Nisman se haya suicidado,
algo que sucede en casi todos los suicidios con connotaciones políticas,
llámese el muerto Alfredo Yabrán o Salvador Allende. También hay que agregar:
padecimos en nuestra historia reciente una serie de asesinatos burdamente
disfrazados de suicidio, como los casos de Lourdes Di Natale, Marcelo Cattáneo
o el capitán Estrada. Estos casos nunca fueron esclarecidos, pero acreditan
diversas evidencias forenses que apuntan al asesinato, cosa que en el caso
Nisman hasta ahora, y bien vale repetir hasta ahora, brillan por su ausencia.
Porque no alcanza con decir que a Nisman se
lo veía bien de ánimo, que los custodios fueron negligentes o que antes de
morir habló varias veces con el agente secreto Stiuso para concluir sin más que
fue asesinado. Que Nisman haya sido asesinado implica, al menos, que alguien
violó la cerradura electrónica de su casa sin dejar rastro, que haya conseguido
hacerse del arma de Nisman sin dejar rastros de un forcejeo, que le haya sacado
la ropa al fiscal sin dejar rastros de ADN en sus prendas (o que lo haya
convencido que se desnude solo), que lo haya conducido al baño sin dejar ni un
rasguño o moretón en el cuerpo del fiscal, que le haya disparado a quemarropa
desde un ángulo ascendente indicativo de una herida autoinflingida, que haya
manipulado un cadáver, una mano y un dedo índice rígidos por el espasmo de la
muerte violenta para colocar la pistola de forma tal que parezca que él se
hubiera disparado a sí mismo, y que haya salido de baño sin dejar rastros pero
habiendo colocado el cuerpo de Nisman de manera tal de que obturase la entrada.
Además, para que la historia cierre, a este brillante y casi invisible supuesto
asesino hay que ponerlo a trabajar en tándem con el más que torpe Lagomarsino,
el colaborador de máxima confianza de Nisman, que sin embargo lo habría
traicionado al darle el revolver a sabiendas de que sería utilizado por el
asesino casi invisible, aunque sin darse cuenta de que, al facilitar su arma,
se estaba implicando en el supuesto asesinato. Todo esto, claro, al amparo de
una zona liberada ordenada por Cristina o Stiuso y una gran conspiración que incluiría
a Berni, los custodios, la ambulancia y los medios que se inclinan hacia la
hipótesis del suicidio, incluyendo esta publicación.
***
Más allá de las marchas y contramarchas y
tanto declaracionismo, las consecuencias concretas de lo sucedido se ramifican
en cuatro escenarios de disputa política, mediática y legal. Primero, la
investigación de la muerte del fiscal. Segundo, la reforma del sistema de
inteligencia. Tercero, la denuncia de Nisman contra la presidenta. Cuarto, cómo
sigue la investigación del atentado a la AMIA sin el fiscal que la dirigía.
Con respecto a lo primero, más allá de lo
dicho más arriba: Está claro que el clima político imperante hace muy difícil
que la fiscal pueda expedirse en favor del suicidio, si es que ese termina
siendo su veredicto, como parecen indicar las conclusiones parciales de la
prueba analizada que viene anunciando. En esto coincido con el colega y
abogado Mario Wainfeld, que hoy escribe en Página/12: "Si no se
sumaran evidencias sólidas nuevas, en algún momento debería dictaminarse que
hubo posible suicidio...En términos políticos, todo indica que un veredicto de
suicidio generaría un torrente de repudio a la fiscal. Se supone que ella
debería pronunciarse según su saber y conciencia. Debería... pero sus derivaciones
previsibles podrían condicionarla. Es muy improbable que no sienta la presión,
consciente o inconscientemente. Prolongar la investigación puede ser un
rebusque para zafar de un escenario difícil de soportar."
Con respecto a lo segundo, el gobierno se
agarra del trámite express de una nueva ley de servicios de inteligencia para
mostrar iniciativa y salir del embrollo que tanto ha dañado su imagen de cara a
las elecciones presidenciales de agosto y octubre. La última vez que llevó al
recinto una reforma judicial, también contó con la inestimable ayuda del CELS.
A falta de una oposición que acuda a sus bancas a legitimar lo actuado, el
gobierno tuvo en la ONG
especializada en derechos humanos la contraparte necesaria para facilitar los
debates, mejoras y compromisos necesarios, evitando así que el Congreso parezca
una mera escribanía. Pero como dijo Gastón Chillier, director ejecutivo del
CELS, "Se aprobó un proyecto mejor. Es el primer paso. El segundo es la
reglamentación, y el tercero, la práctica.” O sea, la ley representa una mejora
significativa con respecto a lo que había hasta ahora, pero más importante será
cómo se regula y como se implementa. Y mientras no se transparenten los
verdaderos motivos para mantener a Milani, mientras no se sepa quiénes son los
jueces, fiscales, operadores y periodistas que cobran sobresueldos de la Secretaría de
Inteligencia, no hay por qué pensar que esta ley, al menos mientras dure este
gobierno, no sea más que un lavado de cara.
Con respecto a lo tercero, hoy viernes
Clarín adelantó en exclusiva que el fiscal Gerardo Pollicita, quien
heredó la causa de Nisman, va a ratificar la imputación a la presidenta, el
canciller y demás acusados. Horas más tarde la primicia se confirmó. Está bien.
Pero, ¿y las pruebas? Una fuente me asegura que D´Elía y Khalil efectivamente
querían acusar falsamente a "un grupo de fachos" para hacer
zafar a los iraníes. ¿Y? Hace falta bastante más para acusar a la presidenta y
su canciller de encubrimiento. Está bien que el fiscal Pollicita investigue
pero es imposible desconocer que esta imputación, al igual que la anterior,
está teñida de intereses políticos y geoestratégicos. La denuncia, más que una
acusación, es una invitación a hurgar en los archivos de la Cancillería y de la Secretaría de Inteligencia.
En ese sentido, si se hace de manera responsable, bienvenido sea. Pero lo
que no quieren admitir los opositores al gobierno -y lo que no sale
en Clarín - es tan evidente como la desnudez de Nisman a la hora de
morir. Esto es, si el fiscal hubiera tenido pruebas convincentes en contra de
Cristina y Timerman, las hubiera incluido en su denuncia de más 300 páginas. Y
si nadie las ha encontrado todavía, y vaya si las buscaron, debe ser porque no
están.
El cuarto punto es para mí el más
importante y preocupante. Los Wikileaks mostraron que Nisman no llevó adelante
una investigación independiente, sino que se comprometió ante una superpotencia
extranjera a seguir exclusivamente la pista iraní. Dicho comportamiento,
registrado en decenas de cables diplomáticos secretos estadounidenses, al menos
compromete seriamente la indagación de Nisman, si es que no la descalifica en
términos éticos, morales y legales. Entonces tenemos a un presidente, Menem,
acusado de encubrir la pista siria, a punto de ir a juicio. Y a una
presidenta, Cristina, acusada de encubrir la pista iraní, a punto de ser
investigada.
En cuanto a pruebas concretas, en veintiún
años no se avanzó prácticamente nada. Eso sí, tenemos cinco presuntos autores
intelectuales: cuatro funcionarios o ex funcionarios del gobierno iraní y
un líder de Hezbolá. El problema es que sin autores materiales no se puede
llegar a los intelectuales. Sin saber quién puso la bomba no se puede saber a
quién obedeció esa persona, porque muchos podrán dar la orden pero sólo el que
lo hizo sabe a quién obedeció. Por eso no existen muchos antecedentes de
crímenes en los que se conoce quién lo ordenó sin saber quién lo hizo. Es de
por sí demasiado raro.
Más grave que el problema de resolver quién
cometió el atentado es no poder hablar del tema. Con la AMIA pasó algo parecido a lo
que pasó con la convertibilidad en los años noventa. La premisa básica no se
podía cuestionar, había que ser un economista neoliberal para opinar del tema y
cualquiera que hablara desde afuera era un burro o un ignorante. Hasta
que esa careta se cayó. Con la
AMIA pasó lo mismo. Durante años había que ser un experto en
abogacía, servicios de inteligencia, Medio Oriente y unas cuantas cosas más
para poder emitir una opinión disonante al pensamiento único. Un pensamiento
único o política de Estado de defender la investigación de Nisman contra viento
y marea que incluyó al juez, a la
AMIA y a la
DAIA, al gobierno, a la oposición, y a los medios k y anti k.
Una política impulsada y alentada por los gobiernos de Estados Unidos e Israel
y por el interés del gobierno argentino de posicionarse en la alianza
occidental, más allá de sus coqueteos bolivarianos.
No importaba que cuatro respetados
autores de libros de investigación sobre la AMIA habían concluido poco después del atentado
que no hubo coche bomba, o sea que no existió piedra basal sobre la que se
montó la versión oficial que no ha cambiado en estos 21 años. Total, lo que
importaba era que el bombazo fuera obra de los iraníes. La historia oficial
tampoco cambió en 1997 cuando Jorge Lanata puso al aire un video
mostrando cómo el entonces juez de la causa, Juan José Galeano, coimeaba al
único imputado por participar en la preparación del atentado, Carlos Telleldín,
para que acusara de poner la bomba a un chorro de la policía bonaerense
que no tenía nada que ver. Total, los autores intelectuales seguían siendo los
iraníes. Tampoco se torció la historia en el 2010, cuando los Wikileaks
mostraron cómo los estadounidenses interfirieron en la investigación
instruyendo al fiscal que persiga a los iraníes y sólo a los iraníes y
recibiendo a cambio información privilegiada de la causa. El apoyo a Nisman
siguió intacto. Hasta que el gobierno negoció con Irán, mal o bien, hace dos
años, la investigación de la AMIA
no se podía cuestionar. Pero, ¿donde están las pruebas? No es tan complicado,
están o no están.
Y lo que lo que hay son informes de
inteligencia secretos que no se pueden corroborar, un denunciante profesional
que ha recorrido el mundo testificando sobre demasiados episodios, un varias
veces arrepentido mantenido a sueldo en Alemania por nuestra Secretaría de
Inteligencia para que no cambie su testimonio una vez más, un brasileño
de película que alguna vez avisó que algo iba a pasar antes de desaparecer en
el submundo de los espías, una prostituta que conocía a algunos espías...En
fin: nada concreto y tangible.
El trágico recorrido que empieza con la
firma del acuerdo con Irán, sigue con el desplazamiento de Stiuso de la Secretaría de Inteligencia,
se prolonga con la denuncia de Nisman contra la presidenta y desemboca en la
muerte del fiscal, ha tenido como efecto colateral el desnudar la trama de
complicidades y encubrimientos que descarriló la causa AMIA desde el primer
día. El tema es qué hacemos con esto, ahora que vuelve a salir
a la luz.
Hoy viernes la procuradora Alejandra Gils Carbó nombró a un
equipo de fiscales que ya han sido criticados por la oposición por adherir a la
agrupación judicial protokirchnerista Justicia Legítima. Con semejante
debut será muy difícil evitar que intereses políticos de uno u otro lado
condicionen la investigación.
Mientras tanto, esta semana un grupo de
respetados juristas e intelectuales propusieron la creación de una
"Comisión Nacional de Esclarecimiento del Atentado a la AMIA" al estilo
CONADEP. "Es en este contexto que los abajo firmantes creemos
indispensable la convocatoria por parte del Poder Ejecutivo Nacional a una
`Comisión Nacional de Esclarecimiento del Atentado a la AMIA´ bajo la premisa de que
la misma opere con plena independencia y capacidad de actuación y que cuente
con los recursos necesarios para efectuar su tarea. Tanto a partir de
nuestra experiencia con la `Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas´(CONADEP) como con experiencias en otras latitudes, se ha podido
constatar que esta clase de instrumento es apto para hacer un mejor diagnóstico
de una situación compleja y delicada, para revisar una política pública
desacertada o para evaluar el fracaso de una estrategia, entre otras. En
nuestro caso, se trata de un mecanismo imprescindible para abordar un ejemplo
emblemático de impunidad que está horadando la democracia argentina pues pone
en entredicho y deslegitima a instituciones del Estado, así como a partidos y
dirigencia política. De allí que creemos que una Comisión como la sugerida,
reputada respecto a la honestidad y capacidad de sus miembros, plural en
su conformación ideológica y diversa en su procedencia disciplinaria, puede
contribuir decisivamente a dar luces en cuanto al atentado a la AMIA”, señala la propuesta.
Lleva la firma de nada menos que Víctor
Abramovich, Carlos H. Acuña, Eduardo Anguita, León Carlos Arslanian, Abraham
Gak, Roberto Gargarella, Luis Moreno Ocampo, Vicente Palermo, Beatriz Sarlo y
Juan Gabriel Tokatlian. Se trata de un texto llamativamente entusiasta y
optimista en medio de tanta angustia y oscuridad. Sobre todo para el inicio de
una investigación después de dos décadas de pruebas perdidas.
Se trata, claro, apenas de una idea. Pero no tengo una mejor. Estamos en la Argentina, donde todo puede pasar, menos darnos
por vencidos.
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