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¿Cómo desmontar el odio social? / Leonardo Boff
Nuestro malestar es singular y deriva de las varias victorias del PT
con sus políticas de inclusión social que han beneficiado a 36 millones
de personas y elevado 44 millones a clase media. Los privilegiados
históricos, la clase alta y también la clase media se han asustado con
un poco de igualdad conseguida por aquellos que estaban fuera. El hecho
es que por un lado hay una espantosa concentración de la renta y, por el
otro, una desigualdad social que se cuenta entre las mayores del mundo.
Esa desigualdad, según Marcio-Pochmann en el segundo volumen de su
Atlas da Exclusão social no Brasil (Cortez 2014), disminuyó
significativamente en los últimos diez años pero todavía es muy
profunda, factor permanente de desestabilización social.
Como bien lo notó el economista y buen analista social del partido
del PSDB, Luiz Carlos Bresser Pereira, y fue asumido en su columna
dominical (8/3) por Verissimo, tal hecho «hizo surgir un fenómeno nunca
antes visto en Brasil, un odio colectivo de la clase alta, de los ricos a
un partido y a un presidente; no es preocupación o miedo, es odio…; la
lucha de clases volvió con fuerza, no por parte de los trabajadores,
sino por parte de la burguesía insatisfecha».
Estimo correcta esta interpretación que corrobora lo que escribí en
este espacio con dos artículos ¿Qué se esconde detrás del odio al PT?.
Es el surgimiento de millones de personas que eran los ceros económicos y
que empezaron a adquirir dignidad y espacios de participación social,
ocupando lugares antes exclusivos de las clases acomodadas. Esto provocó
rabia y odio a los pobres, a los nordestinos, a los negros y a los
miembros de la nueva “clase media”.
El problema ahora es cómo desmontar este odio. Una sociedad que se
deja llevar por ese espíritu destruye los lazos mínimos de convivencia
sin los cuales no se sustenta. Corre el riesgo de romper el ritmo
democrático e instaurar la violencia social. Después de las amargas
experiencias que hemos tenido de autoritarismo y de la penosa conquista
de la democracia, debemos evitar por todos los medios las condiciones
que vuelvan el camino de la violencia incontrolable o irreversible.
En primer lugar, en la línea sabia de Bresser Pereira, se hace
urgente un nuevo pacto social que vaya más lejos del creado por la
constitución de 1988, pacto que reúna a empresarios, trabajadores,
movimientos sociales, medios de comunicación, partidos e intelectuales,
que distribuya mejor las responsabilidades para la superación de la
actual crisis nacional (que es global) y que claramente convoque a los
rentistas y a los grandes ricos, articulados generalmente con los
capitales transnacionales, a dar su contribución. Ellos también deben
ser un Simón Cireneo que ayudó al Maestro a cargar la cruz.
Hay que cambiar no solo la música sino también la letra. En otras
palabras, es importante pensar más en Brasil como nación y menos en los
partidos. Estos deben dar centralidad al bien general y unir fuerzas en
torno a unos valores y principios fundamentales, buscando convergencias
en la diversidad, en función de un proyecto-Brasil viable y que haga
menos perversa la desigualdad, otro nombre para la injusticia social.
Estimo que maduramos para esta estrategia del gana-gana colectivo y
que seremos capaces de evitar lo peor y así no gastar tiempo histórico
que nos retrasaría más de cara al proceso global de desarrollo social y
humano en la fase planetaria de la humanidad.
En segundo lugar, creo en la fuerza transformadora del amor como
está expresado en la Oración de San Francisco: donde haya odio, que yo
lleve amor ”. El amor aquí es más que un afecto subjetivo, adquiere una
forma colectiva y social: el amor a una causa común, amor al pueblo como
un todo, especialmente a aquellos más castigados por la vida, amor a la
nación (necesitamos un sano nacionalismo), amor como capacidad de
escuchar las razones del otro, como apertura al diálogo y al
intercambio.
Si no encontramos ni escuchamos al otro, ¿cómo vamos a saber lo que
piensa y pretende hacer? Empezamos entonces a imaginar y a proyectar
visiones distorsionadas, a alimentar prejuicios y destruimos los puentes
posibles que unen las orillas.
Necesitamos dar más espacio a nuestra “cordialidad” positiva (pues
la hay también negativa) que nos permite ser más generosos, capaces de
mirar hacia delante y hacia arriba, dejar atrás lo que quedó atrás, y no
dejar que el resentimiento alimente la rabia, la rabia el odio, y el
odio la violencia, que destruye la convivencia y sacrifica vidas.
Las Iglesias, los caminos espirituales, los grupos de reflexión y
acción, especialmente los medios de comunicación y todas las personas de
buena voluntad pueden colaborar en desmontar esta carga negativa. Y
contamos para eso con la fuerza integradora de los contrarios que es el
Espíritu Creador que traviesa la historia y la vida personal de cada
uno.
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