En reciente artículo de
Juan Grompone titulado “¿Izquierda emocional o racional?” (1), se
establece una dudosa división en las izquierdas y se reviven viejos
dogmas que hacía tiempo no veíamos estampados en papel.
Como recurso previo a la crítica,
Grompone paga una suerte de tributo a Galeano afirmando que hacía gala
de una pulida prosa. La principal virtud de Galeano era abordar su
temática de tal manera que llegara a un vasto público, pero eso no
significa que puliera su prosa de una abigarrada serie de adjetivos
melifluos; mas vayamos a la supuesta contradicción entre Galeano y Marx,
aparentes exponentes, a su turno, de una izquierda emocional y
racional. Según la descripción del autor uno tendería a pensar que Marx
escribía como un frío científico, como un matemático, en fin, como
Grompone. Sin embargo Marx utilizaba recursos emocionales en los que
sobresalía el humor más cáustico que podamos imaginar, amén de una
galería de insultos maravillosos. Que apelara a lo emocional no obstaba
para que usara de la razón de manera magistral. ¿Acaso no se puede
recurrir a las dos cosas? ¿Los degustadores de carne debemos rechazar
indignados cuando nos ofrecen una lechuga? Marx, conocedor del poder del
teatro y la poesía, usaba de todas las herramientas sin renunciar a
ninguna y como muestra tenemos ese primer tomo de El Capital, donde se aúnan las matemáticas, el humor, la historia y la literatura polémica, en aras de la lucha de ideas.
Grompone encuentra que la izquierda emocional apela a la voluntad en contraposición al uso de la razón. Nos informa que "Tal
vez el mejor ejemplo de aplicación de la voluntad fue la revolución
rusa de Lenin: la construcción de una sociedad nueva en un único país",
con lo cual incurre en un grosero error histórico, pues la pretensión
de Lenin, Trotsky y los bolcheviques, era comenzar una revolución
continental y "la construcción de una sociedad nueva en un único país" fue
un disparatado invento posterior, nacido precisamente del fracaso de la
revolución continental. A los internacionalistas bolcheviques les
interesaba más una revolución en Alemania que en Rusia. Lo que pretende
hacer Grompone es reeditar un mito edificado por la socialdemocracia,
según el cual las condiciones para una revolución en Rusia no estaban
dadas y Lenin las forzaría perpetrando con astucia un artero golpe de
Estado. Para aquellos socialdemócratas, como para sus hijos, los
actuales izquierdistas racionalistas, la tarea de los socialistas sería
esperar a que el capitalismo caiga por sí solo, y mientras tanto,
ayudarlo a manifestarse y así crear las bases de la nueva sociedad
igualitaria estimulando a los Estados imperialistas y sus carnicerías
sanguinarias, cosa que hicieron con elocuentes resultados los
socialdemócratas enemigos de "la izquierda emocional" de Lenin.
"¿Qué propone la izquierda racional?
Propone considerar al capitalismo como una etapa de la historia humana
que se agotará, porque en su seno se desarrollará un enemigo que la
destruirá como ha ocurrido con todas las sociedades anteriores. El
capitalismo engendrará en su seno los gérmenes de una nueva sociedad". Lo que más asombra en esta
cita es la aceptación acrítica e irracional de la palabra sagrada del
Mesías. De Marx podemos tomar variedad de ideas, como ser que la
ideología de la clase dominante se convierte en la ideología dominante,
pero no podemos validar su certeza "científica" del fin del capitalismo y
su inevitable resolución en socialismo. Esta idea se basa en la célebre
tríada dialéctica aplicada a la sociedad: tesis burguesa, antítesis
proletaria y síntesis socialista. En el pasado, los antagonismos de
clase sólo se resolvieron por un eficaz y nuevo mecanismo de dominación.
Del régimen esclavista no emergió una revolución de esclavos que
cambiara las relaciones de producción. Ese sistema cayó el día que dejó
de expandirse y de transformar enemigos de guerra en esclavos para ser
derrocado por las invasiones bárbaras, las cuales en parte fueron
asimiladas a la vieja cultura. Del régimen feudal que enfrentaba a los
señores con los campesinos no emergió ninguna antítesis y mucho menos el
triunfo del campesinado. Triunfó una clase social de muy dudosa
procedencia, la burguesía, que como mínimo debemos rastrear en la
revolución agrícola que marca el final de la alta Edad Media y vaya a
saber uno si no debemos ir más allá para encontrarla entre los
comerciantes y piratas de los regímenes esclavistas. Del régimen de
explotación esclavista emergió otro régimen de explotación, el feudal, y
de éste, el sistema de explotación capitalista. ¿Por qué el capitalismo
caería por sus propias y engendradas fuerzas enemigas para dar paso a
una sociedad paradisíaca? ¿Cómo sabemos que no será sustituido por un
sistema de explotación todavía peor donde los hombres serán fabricados
in vitro en laboratorios que diseñen ciudadanos perfectos y se anulen el
sexo y las «emociones peligrosas»? ¿Cómo saber si el capitalismo no
destruirá el planeta, cosa en la cual viene aplicando una saña
irracional el más racional de todos los regímenes?
"La tarea principal de la izquierda
consiste en comprender este mecanismo y preparar la ilustración que
conducirá a la sociedad nueva. Las grandes revoluciones de la historia
tuvieron siempre una ilustración que guió la construcción de la sociedad
nueva: Agustín de Hipona y los primitivos cristianos, la Reforma y el
parlamento revolucionario de Cromwell, Jefferson y los constituyentes
norteamericanos, Diderot y la Ilustración en Francia, para citar algunos
ejemplos conocidos". Aquí el autor cae en un violento y muy
consciente olvido. Todos sabemos que las revoluciones se llevan a cabo,
entre otras cosas, porque previamente se preparara su andamiaje
ideológico, pero ocurre que unos párrafos arriba atacara, por emocional,
a la Revolución Rusa, y a la hora de encontrar antecedentes para
validar su afirmación va desde Agustín de Hipona hasta la Revolución
Francesa y omite, deliberadamente, a la Revolución Rusa, nada más ni
nada menos que la más profunda y audaz de las revoluciones, donde
además, la ilustración previa de la que se viene hablando, fue llevada a
cabo precisamente por el maestro de Grompone, Carlos Marx, el summum,
supuestamente, de la izquierda racional y matemática.
Lo que pretende Grompone es advertirnos
que una izquierda emocional nunca nos llevará al socialismo, que es
necesario pensar y estudiar la realidad, que se necesita mucha más
racionalidad que la que se viene aplicando y acaso también esté diciendo
que una izquierda maniquea que fabrica un mundo de buenos y malos no
hace otra cosa que reproducir las actuales relaciones de producción y
que a la postre una izquierda religiosa nada tendría que ver con la
nueva sociedad. Lo que nosotros creemos es que también es peligrosa una
izquierda racional y positivista que espera que en la gran conflagración
maniquea triunfe el bien socialista sobre el mal capitalista. Deseamos,
por nuestra parte, que marchen juntos al abismo entonando sus cánticos
religiosos los eventuales emocionalistas y racionalistas, que no han
entendido que la tarea de todo aquel que quiera cambiar la realidad es
provocar el razonamiento a través de una conmoción emocional.
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