Don Cipriano 8 / Por José Luis Facello


 
 El hijo hurgó en el bolsillo y extrajo el paquete de tabaco negro, tomó hebra por hebra como quién gana voluntades para una causa justa y con fina habilidad asentó el picado en la cuna de la hojilla, envolvió el papel con un solo movimiento de los dedos y mojó con la punta de la lengua, unió y retorció un extremo y para cuando la llama azul del yesquero encendió una brasa, Segundo José aspiró hondo hasta inundar los pulmones con el abrasivo humo, reconfortante y amigo, luego tosió.
   Don Cipriano aceptó el convite y lo imitó con igual parsimonia pensando que uno es dueño del campo donde nació pero apenas de una parcela del tiempo, extendida en la memoria de tiempos pretéritos y eso es todo, si al fin de cuenta la vida es estar en la tierra… y el cielo como testigo.
   _ Cuesta hacerse a la idea… en estas cuchillas hicimos nuestro lugar desde antiguo, a mitad de camino entre las “vaquerías del mar” y las sierras. Paraje de fronteras nublosas en medio de los imperios ibéricos, de abundancia de hacienda orejana dispuestas al contrabando, riqueza infinita de vientres que se multiplican en cada primavera.
   La tierra no se puede vender… es la fuente de todas las riquezas.
   _ Hay cosas que cambian para bien o para mal, dijo la mujer mientras arreglaba la cebadura.
   _ ¿Y quién lo pone en duda? Mi familia desciende de adelantados que con tesón tomaron la campaña y con bravura la defendieron del indio, contra los invasores se pelió sin denuedo mientras negociaban con deshonor en la capital, gentes ruines y afines a los intereses portuarios y el alto comercio… Nosotros aquí estamos y somos lo que somos.
   _ Es otra la riqueza…
   _ ¿De qué está hablando se puede saber?
   _ Dicen que son los elementos del subsuelo, las sustancias debajo de la tierra.
   _ ¿Y de ahí?
   _ Andan murmurando, porque saber nadie sabe de nada del asunto y los que saben no hablan, de emprendimientos mineros.
   _ Hum…
   _ Minas Gerais, Minas do Leáo, Valentines, Minas de Corrales... la riqueza soterrada.
  _ ¿De eso se trata? refunfuñó el otro.
   _ Así parece. Una cuestión de Estado, de inversores extranjeros, inventos, usted sabe.
   _ Uno escucha a veces la radio cuando el éter favorece, pero saber…
   _ Bueno, yo nací en la campaña como usted y que le puedo decir, nada… pero el turco Abenquefit asegura que donde existe la minería crece la industria y el progreso inunda todo…
   _ Hum… ¿y que pueden encontrar entre tanto pedregal?
   _ ¡Pero Tata! Para la dinamita no hay roca ni veta dura que pueda hacer desistir a los gringos de sus planes. Y dicen, Segundo José chasqueó la lengua y pitó fuerte como buscando la palabras, aunque no es seguro que los gringos andan atrás de los diamantes…
   _ ¡Diamantes!
   _ Y la bauxita.
   _ La verdá esta conversación tiene mucho brillo, no vayan ustedes dos a encandilarse como las barboletas con el farol, dijo la mujer mientras se dirigía al fogón.
   _ Ahora que no escucha su madre, dígame de qué me está hablando.
   _ Le cuento, los gringos son como perdiz…
   _ No me entiende, dígame algo de esa cosa, la bua…
   _ Bauxita.
   _ Justamente, diga algo de eso mesmo.
   _ Pero Tata, como aclarar la leche sino es agregándole agua. La verdad, no sé, los químicos y otra gente de estudio de las leyes naturales pueden tener la respuesta pero aquí lo poco que se sabe lo contó un chófer de ONDA en el boliche del turco. El hombre en cuestión de apellido Fleitas nació y creció en la cuarta sección de Treinta y Tres.
   _ Supe conocer un tal Fleitas.
   _ Bueno, el chófer tenía como pasajero, según cuenta, a un hombre que una vez al mes en la primera semana, hacía el viaje Melo a Montevideo y a la inversa al día siguiente. Dice que de esos viajes nació el mutuo conocimiento.
   _ Suele ocurrir entre los viajeros…
   _ El otro no era amigable, más bien parco. De hablar lo justo y necesario, prolijo y enfundado en un traje azul oscuro, sombrero de fieltro y a mano un portafolio de cuero. Era un ingeniero jubilado.
   _ Mire usted, un ingeniero…
   _ Para eso habrá estudiado, dijo la mujer.
   _ Jubilado de AFE.
   _ De gurí supimos charquear y llevar de comer a la peonada que trabajaba en el tendido de las vías, si mal no recuerdo… del arroyo Quebracho hasta el cerro de las Cuentas y de seguro un poco más allá.
   En medio siglo nada había modificado a la cuchilla y los arroyos, en cambio los hombres y mujeres envejecían consumidos por los rigores del destino. Atados al ritmo natural de la estación para  la cosecha, la época de invernada o la luna favorable para la siembra, o la temporada de las pariciones y así sucesivamente, de manera previsible era la relación íntima entre la tierra y los pobladores de la cuchilla, mezcla de amor y capricho por ese suelo que los cobijó por generaciones.
   Pero había algo que emulaba temerariamente el poder de los elementos y eso era el ferrocarril.
  _ Obra maestra y capital del coronel Lorenzo Latorre y de don José Batlle y Ordóñez, el hijo del expresidente y general Lorenzo Batlle Grau, ilustres colorados que llevaron por todos lados el progreso. Algunos vecinos curtidos en cien heladas pueden dar fe y de seguro confirmarán que el único ser mecánico que nos sobrevivirá será el ferrocarril…
   _ Si usted lo dice.
   _ Mire mocito, al ferrocarril sólo lo puede superar otro ferrocarril más moderno, más grande y veloz como cuentan del ferrocarril que une los puertos de la Costa Este con los del Pacífico después de recorrer cientos, qué digo, miles de leguas de la Norteamérica.
   _ Dicen que es la mayor obra del progreso humano…
   _ ¿Qué me decía usted del profesor?
   _ Ingeniero Tata… bueno ese hombre más bien modesto, ingeniero como ya dije y jubilado, sentenció sobre las propiedades de la bauxita.
   _ Escucho.
   _ Bueno, por lo que pude interpretar, es una tierra rojiza con sustancias misteriosas que después de un complicado proceso de industria, donde no escasea la electricidad con su poder transformador y la alquimia en manos de pocos sabios que son capaces de convertir los terrones del subsuelo en una sustancia liviana como una pluma del ave más increíble de imaginar…
   _ Escucho.
   _ Pero, decía palabras más o menos, es una materia con la aptitud de transformarse en una resistente tela metálica o con la forma apropiada, ocurrencia de los ingenieros, es ideal para resistir con el grosor de una vara lo que soporta un poste de quebracho colorado.
   _ No le creo. Dudo que sea verdad esa cuestión como que me llamo Cipriano. A mis años… a la experiencia no me refiero pero a mi edad por burro que uno sea algo termina aprendiendo. Eso no puede ser cierto.
   Mire mozo no crea en todo lo que le digan, más bien pare la oreja y ándese con cuidado, no lo vayan a boliar desprevenido…
   _ Vea Tata, y perdone la insistencia, pero lo que me han contado no es cuento. El turco afirma que el tal ingeniero, Mercurio Maidana, una vez advertido por la incredulidad que provocó entre los parroquianos, en su mayoría zafreros o bagayeros de poca monta, eligió el silencio.
   _ ¡Y qué podía esperarse de una persona decente en medio de un tumulto de pardos y negros vagos tomando caña!
   _ Al siguiente viaje la cosa siguió, porque el ingeniero le entregó en mano al chofer una “Mecánica Popular” en español, diciéndole sin arrogancia profesional ni intención de agravio que la próxima vez les mostrase la revista y después le contase.
   _ En resumidas palabras… ¿cómo es el asunto?
   _ La cosa se llama aluminio.
   _ Alumiñio…

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