Tresfilos Tavares : Cadaver plantado, celos, y enigmas./ José Luis Facello

TREINTA Y CUATRO
Las primeras horas de la mañana conjugaban el silencio del barrio con el zumbido que producen los colibríes al volar, pero esta vez, originado por el flujo de los vehículos que se desplazaban velozmente por la rambla.
A poco de levantarse, Tavares había conversado con Andy y don Cruz. Deberían proceder con cautela como para no caer, insistiría una vez más, en descuidos que por pequeños que fuesen podían pagarse caros. El talón de Aquiles de los prófugos era cometer un desliz como para sembrar a su paso dudas y sospechas, y al fin, caer en manos de sus captores era sólo cuestión de tiempo.
Habían pasado ya diez días hospedados en el hotel de la calle Malabrigo y debían ir pensando en mudarse de lugar. Disimular con hábitos de despreocupados turistas no excluía que tarde o temprano fuesen detectados. Los tipos que atacaron la casa de piedra, dijo intuyendo la reacción del anciano y particularmente de la mujer, buscan a tres personas y separarse al dar el próximo paso parece lo más conveniente.
Entonces, tomando mate en la habitación de Cruz coincidieron en el criterio precautorio del detective y decidieron en común acuerdo, que el anciano y Andy se hospedasen por su lado y él, en un lugar cercano a ellos. Esto, considerando que se desplazaban en un solo automóvil y la suerte de todos y cada uno podría depender de actuar con rapidez.
Don Cruz reiteró su agradecimiento y fue honesto al plantear que pensaba regresar a la casa de piedra. Con voz queda y la mirada perdida, pidió que lo comprendiésemos. La situación se tornaba cada vez más delicada y él sentía que se convertía en un estorbo…
No olvidaba que las cuchillas eran su lugar, como tampoco pensaba en abandonar a sus fieles perros porque abandonarlos sería una actitud desagradecida de su parte.
En dos o tres días, tendrían documentos nuevos y el perfil personal modificado, anticipó Tavares ante la mirada atónita de sus compañeros. No queda otra, dijo en tono persuasivo, porque el rastreo de la base de datos de los hoteles y pensiones es parte de las rutinas para los muchachos de I.P. Además de las imágenes agrisadas que registran cientos de cámaras instaladas en la vía pública. Además del rastreo de teléfonos y tarjetas de crédito. El control sobre los individuos se extendía por el globo con la multiplicación y el ensañamiento de las plantas trepadoras.
Al referirse a las cámaras Tavares pensó en Cardozo, su socio, con el que había acordado reunirse a las seis de esa misma tarde en Missouri y la rambla, frente a Playa Honda.
Le debía a Cardozo una explicación convincente de lo que pasó después que los dejara en la parada de la Ruta 5. Llevarle tranquilidad era lo mínimo que podía hacer por su amigo y dejarle algo del dinero que llevaba encima podía solucionarle algo. A Cardozo nunca le sobraba un peso y si no cometía la locura de endeudarse más de lo habitual era gracias a la perspicacia de Hannah, su mujer.
También tenía presente que se volvería a encontrar con Raúl en el super al anochecer, cosa que aprovecharía para echar un vistazo a la oficina. Esta vez llevaría a Raúl una suma acorde a los encargues pedidos a su hermano Josualdo.
Al tocar el timbre y transcurrir los segundos, una eternidad hasta escuchar la voz de Candy, resultó para el hombre precipitarse en un estado nervioso inexplicable. Cuando en realidad, este momento había sido previsto, imaginado y deseado desde la noche que Josualdo se presentó en Karim´s a entregar la misiva.
Ella, ya antes había intuido la cercanía del peligro y cuando su madre en sueños le aconsejó rezar a la Virgen de Caacupé, madrecita del Paraguay, no tuvo dudas que sólo por un peligro acechante Tresfilos enviaba un mensajero.
La mudez del teléfono de Tavares, hundido en el fondo de la bahía aunque lo ignorara la había puesto en alerta, y la sola presencia de Josualdo en el club le había generado un sentimiento contradictorio.
Por un lado, la alegría de saberlo vivo y cercano el momento del reencuentro, y por otro, rondaba en su cabeza la amarga certeza que su verdadero amor era un hombre acorralado y capaz hacer de cualquier cosa.
Había invitado al desconocido con una copa. Josualdo entonces, se excusó y agradeció el gesto de la muchacha, de singular belleza entre las bellas del Karim´s.
Al retirarse, se felicitó por cumplir con lo encomendado y no fallarle a su hermano ni al detective. En su caso, un trago de alcohol hubiera sido suficiente para estropearlo todo...
Candy lo despidió con un tierno beso, comprendiendo al otro como a un hombre que expresaba a simple vista la carga insoportable de convivir con la frustración y la soledad por partes iguales. Mesurado como los que purgaron condenas, pero no abatido…
Ella salió del ascensor exhibiendo una contagiosa sonrisa, abrió el blindex, lo saludó como a un familiar querido y lo hizo pasar.
Tavares no prestó atención a los detalles que atesoraba el edificio de la calle Luis Ponce. Ni a la digna reproducción con peces azules de Páez Vilaró que colgaba en el hall, ni a la antigua araña de bronce que pendía sobre sus cabezas. Ni tampoco al comentario de Candy, sobre los esmirriados ficus en macetones o los revestimientos interiores de algarrobo blanco, a lo que ella había referido al pasar, como árboles gigantescos que crecían en su añorada tierra guaraní.
El hombre la siguió en silencio, transido por el pánico y los renovados sentimientos que la muchacha despertaba a cada palabra.
Al entrar al apartamento Candy se abrazó a su cuello y así permaneció hasta que los ojos se empañaron hasta delinearse, simplemente como los más hermosos…
_ Este es mi dormitorio y esa es la puerta del de Gisella, mi compañera.
No regresará hasta mañana, dijo con un mohín que traslucía picardía.
_ Te felicito por el apartamento, dijo Tavares que no encontraba el modo de expresar lo que tenía para decirle a la muchacha que amaba como la primera vez.
El sillón del pequeño living los cobijó durante el tiempo sublimado por el amor, apasionado y urgente de los amantes que desafían a las circunstancias.

_ Espero que las semanas pasadas no nos atormenten, dijo Candy como un velado ruego, con dudas o malos entendidos, porque sé que nuestros pensamientos son puros aunque turbios… reflejo de los días que nos tocan vivir. ¿O no? dijo con una sonrisa.
Tavares había recuperado la paz y se predispuso a escuchar, después habría tiempo para hacer preguntas y escuchar, más que decir.
_ Fue verdad cuando te dije que conocía a la señora Maizani, bella como una orquídea indefensa a los caprichos de la selva, solitaria y dueña del hechizo como para sobresalir por sí sola entremedio de la insatisfacción.
Candy encendió dos cigarrillos y convidó, absorta en sus pensamientos, a veces perturbadores como en ese momento, al recordar el tañido de la campana a maitines sobrevolando el cielo de su pueblo, el más lindo de las tantas reducciones fundadas por los padres jesuitas.
Esbozó una sonrisa, evocadora de  aquella vez cuando le dijo a la maestra que por sus venas corría una parte de sangre guaraní y la otra criolla, y por ello, se consideraba como tantos hermanos de su pueblo, una irreductible.
_ Lo que no fue verdad, dijo mirando al rostro de su amado detective, fue en qué circunstancias la conocí a la señora.
Tenía gustos excéntricos y ser la querida de un magnate no la privaba de nada. Llegó a mis oídos que un simple capricho, sin importar la suma que demandase, se convertía en realidad en cuestión de horas o días, como ocurrió cuando Perdriel le regaló una casa antigua en Carrasco, con vista al mar, obviamente.
Y aquí empieza lo real… y mágico, que dominaron aquellas noches.
La señora y su amigo habían estado otras veces en el club, mirando el show, pidiendo a la moza una botella del mejor champán. Hasta esa noche no había tenido ningún trato con ellos, pero esa vez, hice lo que Akash Jain permitía para satisfacción de los clientes, sentarme a su mesa al ser invitada y hacer un brindis con ellos.
Con creciente euforia me pareció sentir que todas las miradas estaban puestas en nuestra mesa. La señora lucía radiante y provocativa.
Esos pocos minutos bastaron para aventurarme en considerar una relación ambigua pero sin riesgos a la vista, como sugería ella. Finalmente, acepté lo que una empleada a domicilio, trabajar por dinero, oír y callar, mucho menos hacer preguntas…
Fuimos a la casa antigua a última hora de la noche cuando fenecía la algarabía en Karim´s. La invitación era irresistible, tomar unos tragos en el balcón y esperar el amanecer de tonos pastel, del modo que se tiñe el cielo en estas latitudes.
La invitación devino en satisfacer, obviamente, los gustos de ella, dijo Candy midiendo la mínima reacción de Tresfilos.
Creí no entender bien, continuó, porque el castellano no me resulta claro y fluido al escucharlo, pero lo atribuí a los efectos chispeantes del espumante. Pero al mirar al hombre, al otro hombre de Candela, comprendí que el juego propuesto iba en serio.
Tavares palpó entre dos dedos el tabique de la nariz como un signo de cansancio, cuando en realidad temía quedar inmerso en la desesperación, al observar el movimiento de los labios de ella, de un rosado indefinido y sensual, pero sin poder inteligir una sola palabra que salía de su boca.
Sabía que no estaba exento de enloquecer por una borrachera de celos.
En ese momento y por primera vez, temía escuchar la voz cadenciosa que lo había seducido allá lejos, en las trasnochadas a que daban inicio en El submarino amarillo.
Entonces, juntos creímos poder sobrevivir a la violencia que salpicaba a Montevideo.
_ No voy a andar con rodeos, dijo ella, para hablar de lo que ya estarás imaginando. ¿O no?
Yo bailaba aferrada a un caño imaginario.
El hombre a poco me desnudaba.
Mis pechos se erguían como los mascarones de proa en medio de las tormentas.
Candela se excitaba mirándonos mientras, el erotismo, las palabras impronunciables y el sexo con su cadencia desacompasada impregnaban la casona.
Hasta el momento, que ella recurría a la cocaína y entraba en el juego…  
La señora provocaba de solo tocarla los desatinos de la belleza lujuriosa.
Pero ahora que ella está muerta, Saldaña me da miedo.
Porque esa basura de persona quiere continuar una relación imposible, y yo le dejé claro, que no quiero ningún trato con él.
El muy guacho me amenazó, dijo con un dejo del sabor a las frutas amargas.
Era de conocimiento público que Medios & Medios festejaba con doble moral estas y otras prácticas que se extendían cada vez más, con títulos provocadores.
A Tavares eso no le causaba extrañeza, jóvenes y adultos disputaban las costumbres, otrora exclusividad de aquellos personajes que por su sola condición de ricos o artistas marginales, deambulaban por los delgados bordes del snobismo.
Algunos progresistas consideraban la liberalización de las costumbres como un estar consustanciado con la democracia. Otros insatisfechos, elucubraban que muchas de esas prácticas eran artilugios de cambiar para que nada cambie…  
Tavares reacomodó sus doscientas libras de peso a modo de liberar sus pensamientos. Nunca le habían despertado interés los cambios reales o ficticios, menos los paraísos místicos.
Tenía tres casos por resolver, el asesinato de una bella mujer, tres intentos reiterados de asesinar a un anciano y la amenaza de muerte que pendía sobre su cabeza.
Después de haberla escuchado acosado por ideas terribles había llegado el momento que necesitaba para hacerle a Candy algunas preguntas.
TREINTA Y CINCO
Hacía dos días que no soplaba brisa alguna y el aire bochornoso trasmitía la insoportable quietud del estuario a una ciudad que amanecía adormecida y silente.
Tavares se levantó de la cama cuando Andy ya había provisto de agua caliente al termo. La mujer fue a la habitación de su padrino pero no lo encontró, no se preocupó porque daba por supuesto que estaría en el hall del hotel o incluso caminando por la playa.
En el momento que iban a salir, el conserje le entregó un abultado sobre a Andy de parte del señor Cruz, cumpliendo además en informarles, que a las cuatro treinta el señor Cruz había entregado las llaves y saldado la cuenta de su habitación  mientras esperaba un taxi.
Al abrir el sobre encontraron el teléfono. Y al leer la misiva de puño y letra, recién cayeron en cuenta que la decisión tomada por su padrino había sido meditada y hasta anunciada con disimuladas señales que no percibieron a tiempo.
Como cuando dijo sentir cierta extrañeza por la pequeña ventana de su cuarto, desde donde la mirada se estrellaba al otro lado contra una pared nueva reverberando blanco, que se le antojaba contrastar, entre la calidez de un hospedaje de pueblo y los afiebrados días, internado en el hospital de pulcras paredes.
Acostumbrado a llamar a cada perro por su nombre como para traer a cuento anécdotas que referían a la lealtad de algunas bestias, o la satisfacción del paisano al sentirse acompañado en las cuchillas desiertas. O cuando en situaciones imprevistas,  los perros le advertían sobre la cercanía del bravo jabalí o el acecho de las cruceras y otras alimañas…  había recordado una vez el anciano, socarronamente.  
Caminaron por la rambla en íntimas cavilaciones bajo los estímulos de la yerba mate, para hacer cada tanto los comentarios mínimos que la nueva situación ameritaba.
Coincidieron en lo principal, Cruz no tomó la decisión de marcharse de forma antojadiza, sino inteligentemente, acorde a la realidad y la sugerencia hecha por Tavares. El padrino había comprendido que urgía separarse y mudar de lugar a causa de sus perseguidores y la incertidumbre reinante.
Además Cruz, caminador sin descanso, hacía números y estimaba los gastos…
El hombre viejo pensaba por su parte que cambiar de identidad, en su caso, era un contrasentido con la forma como había vivido. En las riberas del río Negro como en la Cuchilla Grande todos lo reconocían como un paisano libertario. El mismísimo general Celeste le había agradecido porque de no ser por él, seguiría perdido eternamente en las entrañas de la forestación.
¡Pero que sabía el muchacho emparejado con su ahijada de sueños y esperas!
Confiaba en ellos porque el tiempo es de los jóvenes y por eso mismo, prefirió protegerlos dejándolos por ahora, al margen del secreto que guardaba.
Andy y Tavares también coincidieron en que lo mejor era continuar así, apostando juntos a superar las adversidades. Se granjearon mutua confianza desde que ella se presentó en la oficina de T&C, y no fue fácil, al comienzo la maestra rural le generó dudas a propósito de los relatos rayanos con el delirio. Todo lo que había referido respecto a su padrino rozaba el misterio o el disparate.
Y la situación los fue involucrando desde entonces en la jugada más riesgosa, dar rienda suelta como si el tiempo apremiara, al amor sin cortapisas.  
Esa misma mañana consiguieron alquilar por dos semanas una casita enclavada entre pinos añosos en el balneario Shangrilá. Un lugar cercano a Montevideo y lejano en cuanto al bullicio ciudadano, con la tranquilidad adicional, que la mayoría de las personas eran ancianos o veraneantes ocasionales de fines de semana.
Al mediodía, el detective pasó por la agencia decidido a entregar el automóvil a cambio de alquilar otro vehículo, más maniobrable y ajustado al tráfico urbano. Pidió al empleado para usar el teléfono. Preguntó por Saldaña de parte del mecánico, la nueva secretaria de M&M respondió que enseguida le comunicaba y de inmediato Tavares cortó el llamado.
Mientras, Andy aguardaba los movimientos de Saldaña, atenta a la salida del jeep o del Maseraticolor acero, para así poder dar aviso con tiempo a Tavares, que en esos momentos se encontraba registrando la casa del chofer en busca de los videos.
Tavares tenía solamente un pálpito. Perdriel tenía dos personas de su más absoluta confianza, una fue asesinada y la otra es Saldaña. Pero sólo Perdriel y ese hombre tenían conocimiento por entonces de las grabaciones y su contenido. Ni siquiera Cardozo tenía esa información reservada.
El detective había recibido la ayuda de Candy, cuando en una noche de copas Saldaña se fue de boca y dio algunos datos mínimos del domicilio particular, pero suficientes para permitir la búsqueda y localizarlo por internet. Cardozo no fue ajeno a la movida y uno de los suyos se encargó de rastrearlo. Lo que nos sobra, había dicho el técnico con cierta jactancia, son programas de identificación y localización de personas…
El edificio de tres pisos donde Saldaña vivía estaba a unos pasos de Comercio y Hernandarias. El detective manipuló hasta lograr abrir la cerradura, y para eso usó un juego de ganzúas de las que habitualmente usan los cerrajeros.
Revisó el buzón apenas entrar y verificó que había correspondencia a su nombre en el segundo piso, apartamento 203.
El silencio del segundo era absoluto, salvo por un niño que lloraba en el piso de abajo.
Repitió los beneficios de la ganzúa y abrió la puerta del 203. Empuñó la pistola y detuvo apenas para familiarizarse con la oscuridad reinante.
El tipo vivía solo y el detective no esperaba encontrar a persona alguna, sin embargo en el primer vistazo encontró un dormitorio desordenado y un cuartito con otra cama, en la cabecera un afiche de PEÑAROL CAMPEON 2017 y otro de un grupo de rock para él desconocido.
Se concentró en su objetivo y revisó minuciosamente los cajones de los muebles sin encontrar nada de interés, continuó por el placar y la mesita del dormitorio, y a continuación hurgó por el cuartito, sin éxito. Habían pasado sólo quince minutos pero bastaban para hacer mella en su raciocinio, suficiente para encender un cigarrillo, y volver a mirar con agudeza algo que llamara su atención. Si no estaba equivocado, en algún lado de la casa tendrían que estar escondidos.
¿Dónde sino? Miró atrás de un horrible tapiz, souvenir de Melbourne, buscando una caja fuerte y no halló nada.
Al revisar los muebles de cocina perdió el tiempo pero al abrir la puertita del horno, junto a las bandejas descubrió una bolsa negra y en su interior, ¡bingo! halló los disquetes que buscaba.
Entonces, dominado por la tensión asentó sus doscientas libras en una silla para terminar calmosamente de fumar el Phillips Morris.
Cuando unos minutos después recibió el llamado de Andy, Tabares abandonó el lugar con un dejo de satisfacción, para qué esconder videos de uso privado en el horno de la cocina ¿sino era para ocultar otra cosa?
Se detuvo frente al local de Antel de Comercio y 8 de Octubre e hizo un llamado a Cardozo, para concertar la entrega de los disquetes y pedirle el favor que esa misma tarde los revisara.
 La noche no daba tregua y por tercer día consecutivo la temperatura no bajaba de los 38º a la sombra, preanuncio de las tempestades del verano.
Tavares condujo despacio a medida que se aproximaban a la entrada del portón Nº 6, como tenían establecido con Raúl hizo un guiño de luces previendo cualquier situación fuera de lo normal. Se sentía seguro portando la pistola Bersa Thunder .380 en la sobaquera y el teléfono celular a mano para tranquilidad suya y de Andy.
Raúl salió a la vereda en señal de que estaba todo bien, seguido a dos pasos por Cardozo que lo estaba esperando.
_ Andy con el teléfono a mano espera en la garita con Raúl, dijo el detective sin lugar a comentarios. Cardozo y yo subimos a la oficina y revisamos los videos. Pónganse a buen resguardo y esperen.
_ No vi nada fuera de lo acostumbrado, certificó el vigilador.
Un automóvil con las luces bajas pasó levantando sospechas hasta que lo perdieron de vista. Faltaban quince minutos para la medianoche cuando acometieron la tarea que tenían pensada.
Tavares le pidió a Raúl que redoblara la vigilancia, porque Saldaña a esa hora ya podía haber descubierto la desaparición de los disquetes. Después entraron al edificio y pasados unos minutos, el detective se asomó por la ventana señalando con el pulgar arriba que estaba todo bien.
_ Deja la ventana abierta, sugirió el socio, porque el olor asfixia y la humedad no se aguanta.
_ ¡A trabajar Cardozo! urgió el otro, veamos lo que encontraste.
_ No es mucho pero es interesante, advirtió el socio, de los diez disquetes creo que  sólo uno importa para tu investigación.
Durante dos minutos observamos en la pantalla el hall desierto del piso trece, que comunicaba el ascensor con la puerta de acceso a la oficina de Candela Maizani, paso inevitable para llegar a la oficina del magnate de Medios & Medios.
No se distinguía la puerta pero sí el logo de la empresa en la pared desnuda, así como parte del ventanal con vista al mar. La monotonía de los grises perturbaba la búsqueda como alimentaba la expectativa de ver lo que Cardozo había anticipado.
Tavares encendió un cigarrillo y convidó, cuando en eso no pudo dar crédito a lo que mostraba confusamente la pantalla.
Un sujeto tiraba de un plástico o un toallón arrastrando lo que suponían un cuerpo, se detenía en la puerta del ascensor, esperó que abriera sus puertas, tocó el botón de Detener y enseguida cargó el bulto, después las puertas se cerraron y comenzó el descenso.
El reloj de la pantalla estableció que todo transcurrió en escasos cincuenta y cinco segundos, entre las 2:31:16 y las 2.32:11 p.m.
Cardozo retrocedió la grabación y la detuvo en el momento que el sospechoso, con el paquete a sus pies, tomaba un resuello que duró un instante mientras apretaba el botón de Subsuelo 3. Hizo zoom sobre la cara, pero el primer plano se convirtió en un cuadro de manchas.
_ La imagen del tipo es borrosa, dijo con fastidio Tavares, para peor tengo la sospecha que ese hombre no es quién imaginaba. Juraría que no es Saldaña.
_ El video de la cámara cenital del ascensor seguramente lo requisó la policía como parte del peritaje realizado, observó Cardozo. Pero de eso no esperes nada, técnicamente es imposible obtener otra cosa que la cantidad de personas que suben y bajan del ascensor o el tipo de corte de pelo.
_ En nuestro caso, sólo ver el cadáver tirado en el piso… apuntó el detective.
Los dos hombres conversaron brevemente, coincidiendo que no había mucho más para imaginar o deducir a partir de aquellas fugaces imágenes.
Calculaban que el asesino o un cómplice ¿por qué no? habría recogido durante la bajada el plástico, suponían ese material a partir de los brillos que reflejaba, y la secuencia de abandonar el cadáver de la mujer donde fue encontrado después de bajar al estacionamiento subterráneo para salir al exterior. Lo que le habrá demandado al asesino otros pocos segundos más para darse a la fuga.
Se preguntaron si estarían frente a un asesino profesional o un loco de remate, porque objetivamente la Maizani había muerto envenenada, pero lo que no cerraba era ¿para qué tomarse el trabajo de plantar el cadáver en el ascensor?
Para Tavares algo no encajaba.

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