Tresfilos Tavares : Muertes, y dolor / Josè Luis Facello

CINCUENTA Y SEIS
Había pasado una mala noche.
Recordaba que había dormido profundamente y deambulado por un plácido sueño en el que por momentos aparecía una bella mujer que escondía la cara, que para no ser reconocida se ocultaba con un halo de misterio entre las sombras frescas y olorosas del verano…
Se despertó sobresaltado cuando sonaron los disparos en la noche y con la presteza de otras veces atisbó por la ventana. A poco recuperaba el sentido de la realidad, cuando advirtió que su mano derecha aferraba firmemente la Bersa Tunder.380 al tiempo que articulaba un grito al vigilador para saber que pasaba.
_ Te cubro Raúl, ¿estás bien?
_ No te muestres Tavares, los tipos están armados.
_ ¿Pero qué fue lo que pasó?
_ Quisieron abrir el portón, dispare al aire y respondieron a mansalva.
Parapetado en la oscuridad observó los movimientos de Raúl mientras registraba el estado de los otros cinco portones del playón de descargas. Quince minutos después regreso sin novedades, pero optó precavido por guarecerse en la oscuridad cada vez que escuchaba aproximarse un vehículo. Nada relevante, trasnochadores gritando que la vida es bella mientras hacían sonar la bocina o parejas escurridizas viajando con las luces apagadas para evitar ser reconocidas…
Noches montevideanas.
Eran las 4:12 a.m. en la esquina del monitor cuando bajó con dos latas de cervezas y la pistola en la riñonera. La hora de dormir había terminado.
Ambos hombres se llamaron a silencio escuchando los sonidos mínimos de la calle, esperando a poco resarcirse con la paz de la noche tibia, hasta que después de un tiempo indefinible fue creciendo imperceptible desde el cubo del norte la música de tamboriles y una trompeta desafinada.
Subió para cambiarse de calzado y a las 5:46 a.m. enfilaba sus pasos en dirección a la bahía, necesitaba recuperar el aire en los pulmones y la serenidad de espíritu. Y restablecer la capacidad de esbozar una mínima idea, le sobraban motivos para discernir el entramado de su vida de detective privado como para distraerse con el estruendo de los disparos.
Había pasado una mala noche.
(espacio)
A las diez se encontró con Panzeri en el Nuevo Bristol.
Se saludaron como siempre, pero esta vez la cara del comisario traslucía los rastros del cansancio y algo oculto en la mirada perturbada.
Tavares optó por callar.
_ ¿En qué andas Tavares?
_ Quería saber si puede explicarme esto, dijo el detective con el fatiga latente después de despertar con música de tiros en la noche.
Como siempre los títulos de Medios & Medios eran efectistas: MONOPATINES ELECTRICOS: TRANSPORTE FACIL, LIMPIO Y DIVERTIDO;  TSUNAMIS MINEROS EN BRASIL; y abajo a la izquierda, en tamaño pequeño, LA SEÑORA LEONORA ZABALA INTERNADA.
_ ¿La esposa de Perdriel internada?
El comisario sospechaba que ese título escondía el movimiento de un enemigo astuto.
_ Buenos días, dijo Fraga, ustedes dirán…
_ Lo de siempre, dijo el comisario, un whisky con hielo y una jarra con agua fría.
_ Igual, dijo Tavares tratando de recordar cuando había sido la última vez que había comido algo decente.
_ ¡Dos whisky on the rocks, jarra con agua para la mesa tres! voceó el mozo como de costumbre en el salón casi desierto a esa hora de la mañana.
Desde la cocina entre el ruido de la procesadora se filtraba la voz del varón del tango, “… yo no quiero que haya un pibe que no tenga ni un juguete pa'jugar…”
_ Su pedido dijo Fraga que de inmediato se dispuso a atender el llamado de otro cliente.
El silencio entre los dos hombres se extendió como un mal presagio, encubriendo cierto estado de desazón compartido. Ambos desde su perspectiva, sabían que los resultados de las investigaciones por el crimen de la Maizani avanzaban muy lentamente.
_ Mi agente en la clínica, una mujer policía altamente calificada, me transmitió que la señora Leonora Zabala ingresó con un cuadro depresivo agudo y por la ingesta abusiva de fármacos fue internada para un tratamiento de desintoxicación. Y realizarse los análisis para evaluar el estado físico y mental de la paciente. Tiene para una semana. Mínimo.
_ ¿Está acompañada?
_ ¿Qué querés decir? indagó el comisario con premura.
_ Sólo pregunté si está acompañada por alguien, dijo Tavares recordando en ese momento al abogado Segundo Moral.
_ La hija mayor se encargó de los trámites de admisión y la acompañó hasta que fue informada que su madre estaba en coma inducido y en proceso de alcanzar un cuadro más estable. Esperar hasta el próximo informe al día siguiente fue todo. Se retiró después de dar las indicaciones a la mujer de la empresa Acompañantes en Emergencias.
El comisario creyó no olvidar nada y sorbió el destilado de la cebada.
_ Matilda, dijo el detective identificando a la acompañante.
Esta vez los fugaces recuerdos fueron para las impresiones de Josualdo durante las incursiones al apartamento de Leonora Zabala, la bella mujer que ahora dormía bajo el sopor de las drogas farmacológicas.
_ ¡Qué porquería es la vida! dijo el detective mientras llamaba al mozo por otra vuelta.
_ ¿Qué estás insinuando?
_ No hay pruebas… pero usted sabe que esta desgraciada mujer es la sospechosa más comprometida en el asesinato. Es la persona que podría tener firmes motivos para odiar a la Maizani…
_ Tanto como al millonario esposo…
_ Sí claro, pero la víctima fue la amante de Perdriel…
_ Ella tiene una buena cortada que la exime de haber cometido el crimen, dijo el comisario en un nuevo intento de reordenar las piezas del macabro juego. No habría que descartar que ella sea la próxima víctima del homicida.
_ Un asesino sigue entre nosotros…
_ No por mucho más, el crimen perfecto no existe, sentenció el comisario arguyendo que tarde o temprano el asesino cometería un error.
Un revuelo de palomas alteró el paisaje tras el ventanal en derredor de un inmóvil anciano que despaciosamente tiraba migas de pan.
_ Tengo algo para contarle que le puede interesar, dijo Tavares sin rodeo.
El comisario Panzeri no lo escuchó obsesionado por la intrigante situación que hacía de Inteligencia Paralela un lugar de trabajo insalubre por demás. Podía confiar en unos pocos camaradas y en ningunos de sus superiores, incluyendo al ministro.
Lo único irreparable y cierto es que la “chancha” Martínez está muerto.
Ocurrió unas horas atrás y unos pocos saben del hecho. No fue noticia y por lo visto ni siquiera Tresfilos está al tanto, mejor así… aunque su obligación es ponerlo sobre aviso.
Habían trabajado juntos.
El cuerpo apareció tirado en Aparicio Saravia y Millán, no fue un accidente, no hay señales de frenadas ni vidrios rotos a causa del impacto, aparentemente no había restos de pintura en la ropa ni magulladuras ni huesos rotos, nada que lo identifique en los bolsillos vacíos, nada de efectivo ni tarjeta, ni placa y menos el arma reglamentaria.
¿Muerte seguida de robo, o al revés? fue la pregunta inicial.
El o los asesinos se habían ensañado con su rostro, desfigurándolo al punto de hacer difícil el reconocimiento. Cerca de las tres de la madrugada un llamado al 911 daba cuenta del hallazgo, de parte de un recolector de cartón que evitó identificarse. La operadora registró la denuncia sin inmutarse en lo más mínimo, porque a lo largo de la avenida, casi todas las noches alguien llama dando cuenta que tropezó con un cadáver.
A las cuatro, los muchachos de la forense me avisaron a casa porque tenían la firme sospecha que era uno de los nuestros. Los zapatos y la obesidad delataban a Martínez, pero los turros no perdieron la oportunidad de cagarme la noche antes de hacer las averiguaciones pertinentes y dejar todo hasta la mañana.
Sospechaba que la mafia se cobraba otra víctima.
Martínez era un tipo íntegro, de una sola moral, pero deberían esperar unas horas para saber cómo y porqué lo habían asesinado. Pensó, que quizá la herida que recibió durante el operativo en Neptunia pudiera estar conectado con este absurdo final...             
También pensó que a la mujer y los dos hijos adolescentes con la muerte de Martínez les robaban de aquí en más la vida misma.
El comisario estaba en ascuas, como un niño viendo al motociclista repitiendo giros enloquecidos, atrapado como una mosca en el globo de la muerte.
_ ¿Qué tenías para contar? dijo rompiendo el silencio.
Tavares lo conocía bien a su compadre, pero era la primera vez que lo veía ausente, abstraído en vaya a saber qué asunto. Por fin se decidió a responder.
_ No sé si es de su conocimiento lo que tengo para decirle. No lo hablé personalmente sino por un llamado de una persona de mi confianza.
_ ¿Cómo se llama la mujer? preguntó el comisario tratando de evadirse de la realidad como para mitigar tanto dolor. La “chancha” Martínez está muerto.
Tavares sonrió relativizando su primera impresión acerca del estado emocional del comisario.
_ Usted la conoce, Andy Vallejos.
_ La maestra rural metida en problemas por las andanzas de su padrino. La recuerdo bien.
¿Qué se trae ahora? dijo con desinterés y el agobio de las últimas horas.
_ Bueno, al parecer una conversación imprevista entre dos tipos enfrentados a muerte, echó luz a extraños asuntos de los que sin querer y como usted sabe, me vi involucrado.
_ ¿De qué estás hablando, Tavares?
_ Apareció Severo, el perseguidor de Cruz.
La mirada perdida de Panzeri recorrió el salón vacío, pleno de ausencias como su propia vida y la sospecha de que en la solapada y desigual batalla era un perdedor.
Soñaba con retirarse y cuidar a sus pájaros, pero al despertar cada mañana temía a que los sueños fuesen una encerrona y los deseos inalcanzables…
Si no fuera por Tavares y la Doris… y por Dieguito, sino fuera por ellos se pegaba el tiro del final.
Era policía y agnóstico, para nada dogmático. Asistía a los oficios religiosos cuando la institución lo requería, así como por sentimiento iría al funeral de Martínez e íntimamente juramentarse ante el crucificado a no descansar hasta dar con los asesinos.
Un solo hombre no se atrevería a enfrentar a la “chancha” Martínez y el almizcle que constituía su avasalladora personalidad, un cuerpo de luchador de sumo y el tenaz espíritu de los samurái. Un criollo de pura mezcla como pocos.
Tomar un baño, vestirse y dirigirse al bunker donde I.P. tiene sus oficinas cada día le costaba mayor esfuerzo. Panzeri sentía una amenaza invisible y temía el acoso del estrés a cada paso que daba.
_ Le cuento brevemente para no aburrirlo, dijo Tavares.
El comisario llamó al mozo y pidió lo mismo, whisky y jarra con agua para dos.
Tavares intercaló mientras bebían el relato que escuchó de la maestra. De que los dos hombres se encontraron casualmente en un bar aledaño a la terminal de Tres Cruces, regresando posiblemente de un viaje de su pasado… Denotaban sin tapujos, la ética mellada después de tantos años de enfrentamientos donde no faltaron los actos de reñida moral y el ajado cansancio en la piel como el precio que cobra el tiempo.
Ninguno de ellos obvió su condición de derrotados, pero lo que laceraba como un cáncer su entendimiento era el encumbramiento de los traidores. Ambos hombres, creyó interpretar Andy, por fin habían conjurado los actos fallidos y los fantasmas de antaño, así como aprovecharon para saldar el postergado asunto de contratar al mejor tirador para un sórdido trabajo.
De lo que se desprende, resumía Tavares al comisario, que el duelo criollo, el ataque en el hospital y el tiroteo en la casa de piedra era un viejo asunto entre dos hombres y el azar interviniendo con el estigma de la violencia.
Él, Tresfilos Tavares recién ahora alcanzó a comprender que se había equivocado, al haber sacado conclusiones apresuradas y erróneas, atribuyendo algo de responsabilidad a los muchachos de Inteligencia Paralela. 
Pero justo es reconocer que esta vez estaban fuera del asunto, dijo a Panzeri creyendo aliviar sus preocupaciones.  
_ Yo también tengo algo para contarte. Dicho esto llamó al mozo y pidió más de lo mismo.
Tavares barruntó que algo delicado entre manos se traía el comisario.
_ Lo mataron a la “chancha” Martínez, dijo Panzeri y se quebró en un sollozo.
(espacio)

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