El archivo Cámpora / BRECHA.UY

 


El contador que no podía con los impares.

David Cámpora. Archivo Brecha, Nancy Urrutia

Fuimos vecinos de celda durante cuatro o cinco años. Por eso a menudo nos tocaba repartir la comida juntos. El pan venía en un canasto grande. Cien presos, doscientos panes. Pero los números no siempre coincidían. Había que contarlos antes de empezar. Si al final del reparto faltaba, alguien se quedaba sin pan. Y a quejarse al cuartito. Para contarlos teníamos tres o cuatro minutos. Amontonábamos los pancitos en un lado del canasto y los íbamos tirando hacia el otro. Un tiro cada uno.

La primera vez que lo hicimos fue más o menos así:

Chichí —Cuatro.

Yo —Nueve.

Chichí —Once.

Yo —Quince.

Chichí —Diecisiete.

Yo —Veintiuno.

Netuy marzo21

Chichí se detiene, me mira.

Yo —¿Qué pasa?

Chichí —Vamos de dos en dos. No puedo con los impares.

Empezamos de vuelta.

En las pocas veces que nos vimos después de la cárcel nunca le pregunté si había conseguido dominar aquello. Ahora se fue y me quedé sin saberlo. Te lo preguntaré en el próximo abrazo, Chichí. O quizá mejor nos damos dos abrazos, por lo de los impares, que no se te daba.

Publicado en Facebook el 30 de marzo

Después de haber publicado lo anterior, Brecha me pide que escriba algo sobre David Cámpora. El textito de Facebook era una ironía dirigida, sobre todo, a quienes lo conocieron. Cuando ocurrió lo de los panes, David y yo nos reímos juntos un buen rato y volvíamos a reírnos cada vez que lo recordábamos. Nunca pude entender que un tipo que era contador, hombre metódico, previsor, conocido y reconocido por su capacidad de organización, por su obsesión con los detalles, planificador meticuloso de cualquier cosa que se proponía o le encomendaban, no pudiera sumar números impares mentalmente.

David, Chichí para casi todo el mundo, decidió irse el 28 de marzo. Tenía 86 años, 14 más que yo. Compartimos organización política, aunque nunca militamos juntos. Compartimos cárcel y, muy importante, fuimos vecinos, celdas 14 y 15 del segundo piso del Penal de Libertad. Esa forma de vecindario, el pertenecer al mismo «barrio» en la cárcel, vincula de un modo difícil de describir. Todos los días uno comparte dolores y tristezas. Pero también risas, lecturas, noticias, pequeñas historias, cómo fue que David conoció a la madre de sus hijos.

En 1985 se publicó Las manos en el fuego, de Ernesto González Bermejo, trabajo en el que Cámpora es el protagonista principal. Cuando el libro todavía no estaba en las librerías, la editorial Banda Oriental me ofreció un ejemplar porque, me contaron, yo aparecía allí. No lo acepté ni presté atención a la información. A pocas semanas de haber recuperado la libertad yo no estaba en condiciones de darme martillazos en el dedo leyendo historias de la cárcel. Eso fue lo que sentí.

Tres años después, en Estocolmo, mi amigo Paco Uriz, a quien González Bermejo había enviado el libro, volvió a hablarme de lo mismo. Hasta ese momento, 1988 más o menos, yo estaba convencido de que no había nada para contar sobre las experiencias de la cárcel. ¿De qué se iba a hablar, de dolor, de miserias humanas? Pero aquella noche en casa de Paco y Marina me vino curiosidad por saber qué y cómo lo contaba David. Volví a casa y empecé a leerlo en la cama. Lo terminé al amanecer.

Las manos en el fuego fue tal vez el primer relato testimonial sobre la dictadura en Uruguay. Instaló un asunto, la memoria reciente, e hizo ver la necesidad de conocer, y aceptar, qué nos había pasado. Lo seguirían muchos testimonios, que, sumados a los trabajos académicos hechos dentro y fuera del país, llegan hoy a cientos y miles. En mi opinión, sirvieron, sirven, para conocer y también para sensibilizar. Eso fue lo que me pasó a mí. El relato me ayudó a entender que contar lo ocurrido era necesario para mí, y era también una obligación que teníamos con la sociedad.

En estos días, con justicia, otros destacarán aspectos de la militancia política de Cámpora. Yo quiero recordarlo como constructor de un archivo. Durante muchos años se dedicó a la tarea silenciosa, y supongo que, por momentos, también tediosa, de juntar papeles y grabar testimonios que acabarían siendo el Archivo de la Lucha Armada David Cámpora. Lo donó en 2005 a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, donde permanece en custodia del Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (CEIU). Según puede leerse en Internet, contiene «documentación y bibliografía sobre el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y las experiencias de lucha armada en América Latina». El CEIU afirma que el archivo «es consultado frecuentemente por académicos, periodistas, estudiantes nacionales y extranjeros». Quienes conocen la documentación recogida en el archivo dan fe de que David fue un investigador responsable y tenaz. Lo construyó con su esfuerzo personal y por «la confianza que despertaba en los demás para que donaran sus documentos valiosos». Recogió la documentación en muchos países a donde habían llegado uruguayos a exiliarse y en organizaciones de solidaridad. Lo hizo siempre «consultando a quienes podían darle una opinión calificada o siempre buscando colaboradores desinteresados que ayudaran a una tarea que sentía colectiva».

David fue, sobre todo, militante político. También fue investigador, autor y compañero querido y respetado, amable, sereno en los momentos difíciles y duros. Su trabajo deja un cuerpo de documentos que pasa a integrar el acervo cultural e histórico del país y es también parte de nuestra identidad. Por si acaso: cualquier archivo de documentos nacionales cumple esa función, independientemente de la militancia política de quien o quienes lo hayan organizado. La misma función cumplirían los archivos de la dictadura que algunos mantienen escondidos. También esos documentos, si se hicieran públicos, permitirán acceder a información necesaria para escribir la historia reciente de Uruguay.

En algún momento, cuando yo trabajaba en la Biblioteca Nacional, necesitábamos una información que muy pocos, entre ellos Cámpora, podían tener. Lo llamé, le conté de qué se trataba, le dije que era para una investigación. Al poco rato me llamó para darme los datos que le pedí. No quiso que su nombre apareciera en la publicación. Ese era Chichí. Había recopilado papeles para ponerlos al servicio de la comunidad y no para destacarse personalmente.

Se despidió por carta y con un mensaje de voz dirigidos a sus viejos compañeros. No me extraña. No podía no hacerlo. Como siempre, tenía que dejar todo bien organizado. Explicó que la posibilidad de elegir la muerte propia estuvo siempre en su pensamiento en caso de que sintiera que podía perder independencia y dignidad. Fue en ejercicio de ambas que tomó la decisión.


A David Chichí Cámpora, QEPD

«Las manos en el fuego»

Por Miguel Ángel El Cristo Olivera, número 173 en el Penal de «Libertad», 29 de marzo de 2021

>>

Sólo cuando la acción sigue a la palabra como el rayo al

relámpago

es completo y definitivo el poema libertario.

José María Vargas Vila

En mi muerte mando yo.

Julio Huasi

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¡Ay, Chichíííí! ¿Cuándo nos iremos de aquíííí?

Grito anónimo nocturno, sostenido durante años, desde alguna celda del Penal de «Libertad»

>>

Siempre queda el recurso

de un buen balazo.

El Cristo

>>
Las palabras no entienden lo que pasa.

Salvador Puig

>> 

Me cago en la pared…!!

¡Chichí…!

estaba publicando en Internet mi último boñato

y me llega la noticia

de tu boleta…

(estaba «en la nube»

como quien dice)

y justo en ese libro

me permito decir

unas palabras chotas:

«siempre queda el recurso

de un buen balazo…»

(¡!)

(le estaba hablando

a mi corazón envejecido

a los compañeros

a vos

sin saberlo…)

viste

que un tupamaro viejo

se vuelve un bocamaro al pedo

por la edad

la flojera

los fracasos

las traiciones

la paz de los sepulcros

la calma chicha

la miseria humana

de esta sopa boba

que no jode a nadie…

en esta etapa

nos jibarizamos

la acción

los güevos

la cabeza

y

sólo nos va quedando la palabra…

y la palabra sola

se queda sola…

ya no hay muros para escribir

el «Ármate y espera»

de antaño…

ya no hay espera…

todo demora demasiado

y la mecha no arde…

vos también armaste

aquel fuego

arrimaste tu brasa

la portaste

en tus manos…

entre otras cosas

escribiste

con el bermejo

el mejor libro sobre la cárcel

y

eso que te tocó

sufrirla

y

bancarla

desde el peor lugar

para mirarla

(el segundo piso…)

encerrados a cal y canto

y

verdugueados…

pero

la viste toda

con tu ojo

sagaz

alerta

lúcido

y

exacto…

ahora

no sé

qué viste

qué escribiste

qué firmaste…

una procl/ama

un acta en blanco

un formulario de liberación…

sólo vos lo sabés

y

así es…

lo cierto

lo entre lágrimas cierto

es que volviste a poner

las manos en el fuego

y

el fuego en las manos

para ser

una antorcha

nuestra antorcha

siempre

hermano…

hasta siempre

hasta pronto

 …ya vamos…!!

(Chichí, allá en los «primeros tiempos», impuso una forma muy suya de despedida cada vez que finalizábamos una reunión: «Hasta el exilio, la cárcel o el cementerio», decía. Yo en broma le pedía que incluyera el «desfile…».

— ¿Qué desfile, Cristo?

—El de la entrada a La Habana –le decía.

—No seremos nosotros –contestaba.

Y tenía razón… serán otros… pero serán… «Porque detrás de nosotros/ estamos ustedes», como dijo la comandante Esther del EZLN).


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