LA TRAMPA DEL POPULISMO por José de Jesús Castellanos López | Economía, Política / Revista Forja

La trampa del populismo Una fuerte oleada política recorre el mundo: el populismo. Si bien es cierto que no es algo nuevo, sino que tuvo fuertes manifestaciones el siglo pasado, los pueblos que no lo vivieron ignoran la historia, y quienes sí lo sufrieron han perdido la memoria o no entienden su significado porque se les ha ocultado su realidad. Según Dieter Nohlen, se puede entender el populismo en sentido negativo, como una política que “por la avidez de lograr la aprobación del pueblo, se sirve de lemas demagógicos, dice al pueblo lo que quiere, apela a los instintos, y propaga soluciones simples, dejando también ampliamente fuera de consideración los puntos de vista de la Ética de Responsabilidad”[i]. Sin embargo, también afirma que tiene una connotación positiva, considerándola como “una política que toma en serio los problemas de ‘la gente pequeña’, los articula y se realiza en comunicación directa con el pueblo.” Sin embargo, también constituye una estrategia política que tiene como finalidad el acceso y control del poder, tanto por el uso de un discurso simple, por no decir simplón, que se basa en la detección de aspiraciones y necesidades de los más desfavorecidos y necesitados, con poca posibilidad de participar en la vida política, económica y social, alentando esperanzas de redención y solución de sus problemas sin que ellos tengan que esforzarse en resolverlos porque un líder que los representa y accede al poder, se encargará de darles solución. El discurso antes señalado se confronta con la situación imperante y que ha generado insatisfacción en amplias capas de la sociedad, y recurre a estas promesas como fórmula para acceder democráticamente al poder. El populismo, por lo tanto, no es una ideología, es un recurso político que lo mismo lo usan la derecha y la izquierda, ofreciendo transformaciones estructurales contrarias al sistema imperante, señalado como injusto e ineficaz. En cualquier caso, el líder populista o el partido que lo sustenta, para sostenerse, utilizan los recursos del Estado para utilizarlos de forma inmediata como expresión de que han empezado a poner en práctica lo ofrecido, como una forma de solidaridad con aquellos que los llevaron al poder, con supuestas soluciones a los problemas requeridos, a fin de sostener su popularidad y prolongar lo más posible su estancia en el poder, hasta que la inviabilidad de las políticas públicas aplicadas para ello, terminen por generar crisis y confrontaciones que pueden derivar en la derrota electoral de los populistas, o en una fuga hacia adelante, denunciando el sabotaje y la obstrucción de los adversarios, provocando golpes de estado de facto, aún disfrazados de democracia en procesos electorales viciados. Una falsa solidaridad El populismo pretende sustentar sus programas en una supuesta solidaridad social que en sus inicios orienta los recursos económicos disponibles, como subsidios hacia los grupos sociales que los requieren, lo cual genera una ola inicial de satisfacción que, sin embargo, excluye o perjudica a otros grupos de la sociedad, particularmente las capas medias y altas, las cuales suelen ser las generadoras de los recursos del Estado, a través de los impuestos. La ineficacia de los subsidios que no exigen a quienes los reciben una respuesta positiva de trabajo, estudio o participación efectiva en las soluciones a los problemas que enfrentan, ocultan el verdadero propósito de dicho modelo: la generación de dependencia. Las ayudas económicas incondicionadas constituyen “soluciones” atractivas entre quienes, por falta de educación, de capacitación, de empleos o ganas de esforzarse en superar su situación. Y como no son promotoras de desarrollo, se convierten en generadoras de dependencia política, económica y social. Los promotores del populismo saben bien que si sus políticas públicas e, incluso, sus apoyos económicos estuvieran orientados al desarrollo de los grupos sociales vulnerables, éstos se volverían independientes y libres, con lo cual ya no serían una clientela controlable. Por eso, esas ayudas carecen de sentido subsidiario. Se evita que los más vulnerables se conviertan en sujetos de su propio desarrollo. Esto es algo deliberado, pues quienes se desarrollan, se capacitan y progresan, también adquieren capacidad crítica y pueden volver la espalda a quienes están en el poder. Tanto el dirigente o líder como el grupo compacto que lo rodean, conocen la ineficacia de sus acciones para resolver la problemática social, por eso siempre requieren de un “enemigo” a quien señalar como responsable de la obstrucción del proyecto, ya sea interno o externo. Ese adversario sirve, también, para convocar a los seguidores para el sacrificio en aras del proyecto e, incluso, para la formación de grupos o comités de defensa que se encargan de operar a nivel micro acciones de cooptación y de denuncia de los adversarios, a fin de nulificarlos o, incluso, de desaparecerlos en una fase violenta de la aplicación del programa. Ciertamente es necesaria la solidaridad estatal, aún sin sentido de desarrollo, hacia quienes, por sus condiciones de incapacidad, enfermedad o edad, no pueden superar, aunque quisieran, sus condiciones de dependencia, si es que en sus grupos familiares o sociales no existe la capacidad de atender esas necesidades. Pero el populista no quiere esto último, pues sustrae de su control a esos grupos, por ello desalienta y obstruye el desarrollo de las organizaciones sociales asistenciales que canalizan recursos privados para ese fin, sin condicionamientos de naturaleza política. El populismo es insostenible a la larga, pues al no promover el desarrollo social, y sostener de manera artificial supuestas soluciones que manteniendo el statu quo, pero sin presiones sociales o políticas, terminan por agotar los recursos del Estado, provocando finalmente la insatisfacción y la confrontación entre sectores sociales y con el Estado. En pocas palabras, el maquillaje de las políticas públicas del populismo, así como la retórica con que las justifica, se convierten en bombas de tiempo generadoras de crisis que en donde existen sistemas democráticos operantes, conducen a la derrota de quien ofreció soluciones mágicas demagógicas, o se deslizan hacia modelos autoritarios o totalitarios, en donde ya no serán los recursos dadivosos del Estado los que contengan la insatisfacción social, sino los recursos de la fuerza, cancelando la vida democrática y las libertades. La fascinación inicial de los populismos, termina siempre en una pesadilla.

Comentarios

Entradas populares