La voz más clara del F.A.

La senadora Constanza Moreira habló con Caras y Caretas sobre la propuesta de actualización ideológica y planteó un crítico diagnóstico de la izquierda. En esta nota se presentan los principales tópicos de la extensa entrevista.


EL PLANTEO DE TABARÉ. “Está muy bien la idea de actualización ideológica, pero debe ser permanente en el tiempo, debe ser entendida como proceso. ¿Y en qué consistiría? En primer lugar, realizar un ‘ajuste’ entre teoría y práctica. Nosotros tenemos un programa, y luego, cuando llegamos al gobierno el programa se ‘ajusta’ de varias maneras. Esto pasa en el terreno de la acción política, pero luego no se reflexiona demasiado sobre lo que se hizo, por qué lo hicimos y qué otras alternativas existían. Entonces, parte de la ‘actualización ideológica’ es reflexionar sobre lo que hicimos, cómo ‘ajustamos’ el programa y la política, y qué consecuencias teóricas y prácticas produce esto.

En segundo lugar, debemos reflexionar sobre los temas que la agenda nos impone y que vamos resolviendo con la sensibilidad y la percepción del momento: drogas, seguridad, conectividad aérea, etcétera. Las cosas se van haciendo, pero no forman parte de un pensamiento más estructurado y de largo aliento que las vincule entre sí. Éste es un componente central de la actualización ideológica, porque de lo contrario estaremos discutiendo en los programas sobre cosas generales, pero en la vida práctica vamos a resolver sin discusión previa, de acuerdo a la perspectiva de quien en su momento lo gestione. Algo de esto pasó con las ‘Estrategias sobre la vida y la convivencia’, o las marchas y contramarchas con los proyectos en la educación. No hemos reflexionado ‘ideológicamente’ ni ‘políticamente’ en forma orgánica sobre estos temas.

En tercer lugar, creo que deberíamos revisar la forma en que solemos dar por sentado que el capitalismo es ‘reformable’, y que cambiando esto o aquello vamos a conseguir la justicia social, o la eliminación de la pobreza. Tengo mis serias dudas acerca de que el capitalismo ‘reformado’ en Uruguay –la idea del ‘tercer batllismo’– sea posible en el sentido que nosotros queremos. Pero como estamos abocados a la gestión de los problemas del día a día, la discusión se posterga. Esto, sin embargo, está presente en toda decisión política: en el futuro de Pluna, en la reforma de AFE, en la discusión sobre megaminería, etcétera. Decir ‘tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario’ es decir nada. Hay que tomar posición sobre estas cosas, y hay preferencias distintas”.



ROL DE LOS TRABAJADORES: “En cualquier sociedad, en un momento dado hay un conjunto de fuerzas que son las que empujan el cambio. Determinar los actores que empujan el cambio, y los actores que lo resisten, es una tarea fundamental para una fuerza política. Los trabajadores son la ‘base social’ de la izquierda. Por eso la izquierda partido sola no es nada, sin su alianza con el movimiento sindical. Tenemos un movimiento sindical que creció y se expandió notablemente en los últimos años. La izquierda extrae ‘cuadros’ del movimiento sindical para el gobierno, pero no los repone en la misma medida. Quiere que el sindicalismo le dé gobernabilidad (he aquí un tema de actualización ideológica), pero lo que hay que hacer es pensar juntos. La necesaria y saludable división entre gobierno, partido y sindicatos, no obvia la también necesaria tarea de articulación entre los tres. A los gobiernos compete la administración de los conflictos inherentes a cualquier sociedad capitalista –que tienden a exacerbarse en los capitalismos periféricos como el nuestro–, y esto hace que los gobiernos tiendan a ser más conservadores que sus bases partidarias. Pero el partido es más libre para discutir. Hacer del partido una ‘correa de transmisión’ del Ejecutivo es privarlo de su función más esencial, que es la de hacer política”.



ROL DE LOS INTELECTUALES. “En cuanto a los intelectuales, creo que la llegada de la izquierda al gobierno ayudó a desnudar los problemas de relación entre intelectuales y política. La ambigüedad, el ocultamiento, la supuesta ‘neutralidad’ valorativa, fueron el correlato de la regresión conservadora que fue de la mano con el llamado pensamiento único. Pero eso ya terminó. Por consiguiente, hoy hay mucho más compromiso de los intelectuales con la política de lo que había hace diez años. Para empezar, porque ser de izquierda ya no es vergonzante. Y porque además gobierno y Universidad se han puesto a trabajar juntos en innúmeras cosas. Existe en muchos intelectuales la genuina vocación de trabajar por la política, por el país, etcétera. Pero la política desconfía de los intelectuales, y en lugar de ir a buscarlos e incorporarlos a sus filas, mantiene una prudente distancia. Así como se busca activamente la relación con los trabajadores, colaborando con su organización sindical, se debe buscar activamente la relación con los intelectuales, con los científicos, con los artistas, etcétera. Y no para cooptarlos sino para impulsarlos a ser más libres, a crear, a investigar y que la fuerza política sea capaz de asimilar, de procesar y de renovarse para seguir cambiando”.



Izquierda y elecciones. “Me preocupa un poco que se dé por sentado que ganaremos en 2014. Y también que Tabaré es ‘la sellada’. Falta mucho para 2014, y el Frente Amplio ya sabe lo que cuesta movilizar a la gente por pura 'mística' frenteamplista. Se vacían los viejos actos de masa, los comités, las formas que el Frente se dio tradicionalmente de organizarse y discutir. Hay que ‘salir’ del Frente, hay que ir hacia afuera: no pensar que la gente ‘irá’ al Frente. Por otra parte, pensamos demasiado en las elecciones: querer tener el resultado asegurado de antemano refleja un modo de pensar conservador, que evita riesgos y que sólo quiere ir por los caminos trillados y conocidos. Todo lo contrario de lo que hicimos con la elección de Mujica: ésa fue una elección ‘de riesgo’. La política conservadora reactiva al cambio, le quita energía a la izquierda. Y es más propia de los cuadros políticos que de la gente. Ganar las elecciones y acceder al gobierno no pueden transformarse en un fin en sí mismo: son instrumentos para otros fines (transformar la sociedad, por ejemplo). Si convertimos esto en el fin, habremos hecho un largo recorrido para llegar al mismo lugar del que huimos: el de la búsqueda del poder más allá de los fines. La izquierda nació para desafiar la política maquiavélica, no para reproducirla. Si reproducirla se vuelve inevitable en muchos ámbitos y en muchos momentos históricos, ello nos obliga a estar más alertas, más despiertos, y siempre críticos con nosotros mismos. Por cierto, la crítica no destruye, nunca destruye. Y la izquierda no pierde fuerzas por la crítica pública a que es sometida. Lo que fragiliza a la izquierda son los conflictos internos por el puro poder;; nunca es por la crítica de ideas. Los que se fanatizan contra la crítica ‘porque es hacerle el juego a la derecha’ parecen haber olvidado la derivación hacia el autoritarismo y el silenciamiento de toda disidencia que hacen parte del recorrido histórico de la izquierda y que consiguieron desvirtuar la esencia de los proyectos. Eso ya lo vimos”.

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