Jovenes que opinan dentro del F.A. (Frente Avejentado)

Aplaudíamos maravillados. Un supuesto Uruguay distinto pasaba delante nuestro y creíamos que tenía ganas de quedarse. 81 diputados de 87, de todos los partidos, daban media sanción al proyecto de ley de matrimonio igualitario. A unos meses de ese episodio, los y las frenteamplistas deberíamos reformular el famoso refrán y escribir en cada uno de nuestros locales de militancia: si el consenso es de cuantía, el de izquierda desconfía. Porque mientras los cambios afectaban a algunos y algunas (las minorías directamente beneficiadas) no había problemas. Cuando las mayorías notaron que también las implicaba a ellas, que el cambio cultural propuesto era más profundo, se despertaron rápidamente. Estamos ante una ofensiva feroz del Uruguay más conservador, que no es solo un grupo de personas con ideas atrasadas, sino el conjunto de la sociedad que saca lo más añejo de sus ideales, molestada por cosas que no entiende y no sabe como procesarlas. Es sorprendente que en absolutamente todo el Uruguay se esté haciendo el mismo mal chiste de sustituir la palabra negro por afrodescendiente. Independientemente de que después la haya tomado y difundido algún medio, antes y entre le gente, se difundió con una rapidez y llegada a toda la población que resulta asombrosa. Todo aparentemente surgió de dos hechos: la campaña de la Casa de la cultura afro-uruguaya y el viraje del caso de Tania, que para parte de la sociedad se transformó en victimaria. Ni Tania, ni la campaña publicitaria hablaron nunca de sustituir la palabra negro. Pero el mecanismo discursivo se instaló y funciona: los afrodescendientes son tan impertinentes que ya no se puede ni hablar.

Hoy por hoy un afro debe tener menos suerte al tocar un timbre en Uruguay que un mormón. Punto para los conserva. Agreguemos al caso anterior del chiste, el del Carnaval y el humorista Cucuzú Brilca. Aclaremos que señalar a Cucuzú como hijo del demonio por las humoradas que hace es un error tan grave como haber linchado a las tres agresoras de Tania. Cuidado: ambos episodios (la agresión a Tania y el texto de los humoristas) merecen nuestro rechazo, porque claramente no van en consonancia con la sociedad verdaderamente integrada y democrática que pretendemos. Sin embargo, condensar todo el racismo y la discriminación en estas personas es un acto cobarde del resto de la sociedad. Estamos desembarazándonos de todas nuestras actitudes cotidianas y poniéndolas todas en gente que cometió el pecado de ser hijos de esta sociedad y no saber disimular tanto como nosotros sus miserias. Pero ahora resulta que nos fuimos para el otro lado y Cucuzú es la víctima, y que el victimario no solo es quien escribió la carta de denuncia sino todos los movimientos de la diversidad sexual. Estos últimos ahora son molestos censuradores, histéricos idealistas que no dejan a la pobre sociedad gozar con lo poco de diversión que le queda.

Otro punto para lo más atrasado del Uruguay que ni siquiera tuvo que rebatir los argumentos de estas minorías, sino que alcanzó con ridiculizarlos para desestimarlos como interlocutores válidos. Se ha generado una ficción demasiado interesante como para obviarla: estaríamos en una sociedad posdiscriminatoria. Un exponente claro de esta ficción es Hoenir Sarthou y su columna en Voces. Aparentemente la sociedad uruguaya ha dejado de discriminar y lo políticamente correcto es ahora la tolerancia y la convivencia pacífica. La otra cara de la moneda es que lo políticamente incorrecto, lo subversivo, lo transgresor, es discriminar. Solo diremos que si lo políticamente incorrecto es discriminar, ¿por qué el grueso de la población aplaude tanto a Cucuzú? En Carnaval, y en la sociedad en general, bajo los ropajes de la inocencia del humor sigue siendo bien visto reírse de la gorda y el puto. Me gustaría experimentar, y que el año que viene algún humorista haga la mitad de su espectáculo sobre Cacheteman, el superhéroe Presidente de DAECPU. Ahí sí prometo ir a defender a Cucuzú si lo atacan los poderosos. Pero pensar que Inthamoussou, Tania y la Casa de la cultura afro-uruguaya son los nuevos poderosos del Uruguay es un despropósito bastante cercano a lo canallesco. La frutilla de la torta de la reacción conservadora sale desde un lugar que no debiera sorprendernos: la Suprema Corte de Justicia con el traslado de Mota, la inconstitucionalidad del ICIR y la probable inconstitucionalidad de la ley que restablecía la pretensión punitiva del Estado (lo curioso es que dos sucesos ocurrieron en una semana y el tercero, que todavía no pasó, se filtró la misma semana).

Que quede claro: sumar estos hechos y hacer un combo es un procedimiento que hacen quienes escriben para analizar el momento que está viviendo nuestra sociedad. No hay una comisión directiva de conservadores que haya planificado condensar todo esto en los primeros meses del año. Pero sí son las mismas fibras que reaccionan ante uno y otro caso. Sí hay intereses convergentes, que coinciden y que suman para un cuadro de situación poco alentador: el Uruguay, que ha cambiado mucho pero no todo lo que podría haberlo hecho, ahora pretende ir más lento o, directamente, estancarse. Es imposible no pensar en el Alto de Viera o no acordarse de Carlos Real de Azúa con su “impulso y su freno”. Si pensamos que el freno va a venir solo el día que el FA pierda una elección nacional, estamos en problemas. Puede venir mucho antes. Es más, ya puede haber llegado. Lo positivo de todos estos episodios es que pone de relieve un elemento que para la izquierda, asombrosamente, dejó de estar presente. No puede haber, y no hay pruebas en nuestra historia de que los haya habido, cambios importantes, radicales, con grandes mayorías nacionales consensuando. Si no pregúntenle a Batlle y Ordoñez, o a Luis Batlle, o al propio Pepe (Mujica) con sus grandes acuerdos nacionales sobre educación. Es que lo fundamental para los cambios es el disenso. Y eso la izquierda lo olvidó. Se acostumbró al placer de ser bien tratado por la prensa y por el auditorio de ADM. Una pastillita que no se sabe quien suministró pero que la izquierda en su mayoría comió y come gustosa. Ahora es al revés que antes: primero se analizan las opiniones de la sociedad y en función de eso se resuelve la idea. Hicimos un enroque entre lo fundamental y lo importante pero accesorio: ahora lo importante es que las leyes las vote, en lo posible, también la oposición y se transformó en accesorio salir a convencer a la gente para que las mayorías se generen abajo y presionen hacia arriba. El Uruguay conservador está más vivo que nunca, y pareciera que en los últimos días ha ganado batallas culturales que a la izquierda le ha costado décadas dar. El Frente Amplio (hoy en Uruguay no hay izquierda seria fuera de este) se encuentra de la peor forma para combatir estos embates: en el mejor de los casos los parlamentarios votan por fe en otro que les dijo que había que votar, y en el peor, no votan y hacen peligrar las mayorías. Parte del FA sigue pensando, como en los lejanos ’60, que resolviendo lo económico lo otro viene solo. Que es más importante el pan que las rosas (no parecen haber notado algunos que hay un muro que por algo cayó). Que, en definitiva, lo exclusivamente definitorio hoy son los cambios tributarios (ya ni se habla de la economía en su totalidad) y que el resto es una distracción. Con este FA incapaz de dar ninguna batalla (porque es incapaz de diagnosticar siquiera lo que ocurre en la sociedad) se enfrenta el nuevamente exitoso Uruguay conservador. Nos queda entonces debatir en la interna y exigirles -en momentos en que nuevamente los candidatos del FA para 2014 van a ser los más viejos- a los dirigentes de nuestra fuerza política que abran la cancha con generosidad y que liberen espacios (de debate y de poder). Pareciera que la única esperanza que nos queda es que quienes venimos más abajo podamos recuperar una máxima que el Frente supo tener: discutir con amplitud y profundidad para saldar hacia adentro y jugar fuerte y abroquelados en los disensos hacia fuera. Hoy no parece cercano ese momento, pero tampoco hay elementos que permitan a los pesimistas asegurar que eso nunca más va a ocurrir. ¿Sabremos cumplir? El tiempo se nos está yendo.

Luego de finalizada esta nota Jorge Ruibal Pino, Jorge Chediak, Jorge Larrieux y Julio César Chalar firmaban su certificado de inmoralidad en la sentencia número 20 del 22 de febrero, por la cual declararon la inconstitucionalidad de los artículos 2º y 3º de la ley 18.831 para un caso.

Lucía Ehrlich
Nacho Gómez
Federico Imparatta
Martín Couto
(Integrantes del Ir – FA).

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