¿CALCULARÁ BIEN LA DIRIGENCIA FRENTEAMPLISTA? Por Hoenir Sarthou

Sentada en el living de mi casa, mi amiga A estira una y otra vez, con gesto nervioso, la corta chaquetita de su atuendo, apropiado para una funcionaria pública de nivel técnico-profesional.

Vino a verme por una consulta concreta, pero, como suele ocurrir entre viejos frenteamplistas, la conversación ha derivado hacia la política y, como suele ocurrir también, al comentar los casi diez años de gestión del Frente, ha tomado un tono en el que se alternan la desilusión y la bronca.

-Mirá -dice al fin A-, lo que voy a contarte ahora se lo digo a pocas personas.

Siento curiosidad, pero no la interrumpo. Supongo que el arqueado de mis cejas bastará para demostrarle interés y decidirla a seguir.

-En las elecciones nacionales no voy a votar al Frente –dice A.

-¿Ah, no? –digo yo- ¿Y qué vas a hacer? ¿Votar a los blancos o a los colorados?

- ¿Tas loco? –contesta A, con gesto de casi ofensa- ¿No me conocés? A los rosaditos no los votaría jamás, ni loca. Pero a Tabaré tampoco.

El asunto empieza a intrigarme.

-¿Y entonces qué vas a hacer?

- Anular el voto o votar en blanco –dice A.

La frase remueve mis propias dudas, así que, para ganar tiempo, murmuro un tonto - ¡Mirá vos!

Pero A ya está enardecida y casi no necesita interlocutor.

-Mirá –dice-, lo tengo bien pensado. En las internas posiblemente vote a Constanza. Constanza no va a ganar, pero así la cúpula recibe un cachetazo y Tabaré queda más achicado. Después, en las nacionales, voto en blanco. Y en la segunda vuelta, depende, voy a pensarlo, veré qué hago.

-Si es por achicar a la cúpula y a Tabaré, podrías empezar por no votar en la interna –comento yo, en un modesto alarde de lógica.

A parece sorprendida y piensa durante unos segundos.

-Sí, capaz que sí -dice-, no lo había pensado, de repente sí.

-Pero… -digo yo, intrigado- ¿por qué te parece tan importante no votar en las nacionales?

-Para que no tengan mayoría parlamentaria –contesta A, sin dudar.

-¡Pah! –comento-, a muchos “compañeritos” eso va a sonarles a herejía.

- Escuchame –dice A-, si la mayoría parlamentaria la usan para hacer la mierda que hicieron en estos años, es mejor que no la tengan. Así al menos tienen que esmerarse para convencer a alguien.

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La conversación con A me dejó pensando.

Apenas ella se fue, entré en Facebook y revisé los muros de varios “izquierdosos” que tengo identificados. No me costó mucho encontrar varias declaraciones en el mismo tono. Frenteamplistas de larga data que advierten a sus amigos que no votarán a Tabaré o directamente que no votarán al Frente.

Es cierto que falta casi un año para las elecciones y que el tiempo y el clima electoral pueden provocar cambios. Pero sin duda algo está pasando.

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Los cálculos electorales de la dirigencia del Frente Amplio, de sus posibles candidatos y del cogollo de militantes que ocupan cargos políticos, ya sean electivos o de confianza, parecen lógicos y sencillos: el Frente es el partido con mayor intención de voto; los resultados macroeconómicos andan bien; los conservadores no tienen de qué quejarse y los discrepantes de izquierda no tienen a dónde huir;  la oposición no tiene un candidato creíble y “en peso” como para ganar; y, de última, está “el factor Tabaré”, que para la dirigencia frentista es desestabilizante. Así que no hay de qué preocuparse.

¿Serán acertados esos cálculos?

Es necesario ser poco perceptivo, o muy incondicional, para no notar que, en esa mitad y muy poquito más de los uruguayos que votó al Frente en las dos últimas elecciones, el ánimo ha cambiado.

Hay quienes están indignados por lo que entienden como deliberada complacencia del gobierno con la impunidad de los militares torturadores; otros están enojados por los impuestos que gravan sus sueldos; algunos no toleran el “estilo Mujica”; otros no toleran el “estilo Tabaré” y en especial los puntos de vista de Tabaré sobre el aborto o sobre los EEUU; muchos se han decepcionado por las desprolijidades de gestión, cuyo paradigma es el caso PLUNA, así como por el reparto de cargos por cuotas políticas; otros tantos están enojados por la falta de solución a la inseguridad pública; casi todos estamos alarmados por la crisis educativa y por la falta de políticas al respecto; no son pocos los sorprendidos por los privilegios que se conceden a la inversiones extranjeras, incluso a las que se dedican a la explotación de recursos naturales y usan procedimientos riesgosos para el medio ambiente; abundan quienes están molestos con las políticas sociales, ya sea porque consisten en “regalarles dinero a los pichis” o porque “no producen verdadera inclusión social”; finalmente, mucha gente está molesta por el uso de las mayorías parlamentarias como aplanadora que todo lo justifica y todo lo perdona.

No es nada loco pensar que el caudal electoral del Frente puede verse erosionado a dos puntas: la punta derecha y la punta izquierda.

En los dos triunfos electorales del Frente pesó mucho el voto de un sector social ideológicamente conservador  que, decepcionado y cansado de los partidos tradicionales, optó por “prestarle” su voto al Frente.

A ese sector, que es la punta derecha del electorado frenteamplista y probablemente se ubica en el centro del espectro ideológico uruguayo, le molestan los impuestos, el estilo de Mujica, episodios como el de PLUNA, la inseguridad pública y las políticas sociales interpretadas como dadivas “a los vagos”.

En la otra punta están los votantes tradicionales del Frente, el electorado de izquierda, que esperaba mayor justicia social, definiciones antiimperialistas y políticas de corte más socializante.

Ese sector está desconcertado por la actitud asumida por el gobierno ante los militares torturadores, por las políticas económicas, en especial por la prioridad dada a la megainversión privada extranjera, por el reparto de cargos y por el “acomodo” de muchos “compañeros”, por algunas posturas de Tabaré y de Mujica, por los desbordes policiales y por el carácter asistencialista de las políticas sociales.      

Capítulo aparte merece la enseñanza, cuyo estado crítico y parálisis tiene sorprendido a todo el país.

El poder distorsiona la percepción de muchas cosas. Quienes lo ejercen deben estar muy atentos y evitar rodearse de incondicionales y de adulones si quieren conservar el contacto con la realidad. 

Por otra parte, el gobierno desgasta. Desgasta la probidad y el esfuerzo de los gobernantes, así como la paciencia de los electores. Aunque percibirlo no sea fácil cuando se está arriba.

El Frente ha ganado las últimas dos elecciones por menos del uno por ciento de los votos. Por tanto, el desgaste natural, por ser gobierno, y el desgaste político, causado por su forma de gobernar, lo colocan en situación de riesgo.

Es muy probable que vuelva a ganar las elecciones. Pero, si eso ocurre, no será tanto por sus méritos como por defecto de sus adversarios.

En todo caso, no será fácil que vuelva a lograr mayoría parlamentaria, lo que, a la luz de la gestión y del uso que ha hecho de esa mayoría, para aprobar políticas poco pensadas, asignar cargos a voluntad y asegurar impunidades indebidas, tal vez no sea mala cosa.

Lo insólito es que, contrariamente a lo que la dirigencia frenteamplista parece creer, la pérdida de la mayoría parlamentaria, e incluso el riesgo electoral, pueden producirse no sólo por la defección de los votantes conservadores sino también por la decepción de los militantes de izquierd

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