DISPAREN A LOS VERDES Por Eduardo Gudynas


En las últimas semanas llovieron las críticas contra los ambientalistas. Entretanto, el borrador de programa del Frente Amplio (FA) regresa la temática ambiental a un pasado casi remoto. Una exploración de estos problemas dejan en evidencia las dificultades para construir una ecología política uruguaya.


 El debate frente a los grandes proyectos, desde la mega-minería al puerto de aguas profundas, está subiendo de tono e intensidad. No sólo eso, sino que en las últimas semanas parecería que se ha dado un cambio cualitativo, a juzgar por la avalancha de críticas y denuncias contra los ambientalistas como movimiento social, y contra la temática ambiental.



La discusión ambiental en el país venía de sufrir un severo retroceso por el delirante conflicto sobre Botnia, pero la situación actual es muy distinta. La presión ciudadana se mantiene en varios frentes. Un componente importante fue la exitosa marcha en defensa del agua y la tierra del pasado viernes 18 de octubre. Presiones similares surgen desde otras organizaciones ciudadanas, como las del Oeste de Montevideo frente a la re-gasificadora.



Otro hecho de gran importancia fue la aprobación por la Junta Departamental de Lavalleja de prohibir la minería de metales a cielo abierto en ese municipio. Similares movimientos están en marcha en otros departamentos, sea contra la minería o el fracking. Son demandas que cubren varios departamentos, distintos temas, y diversas extracciones sociales.



Una nueva reacción



Ante esos cuestionamientos, se ha desatado una fuerte reacción, sobre la cual es oportuno señalar al menos tres aspectos. El primero es un cambio de actitud gubernamental, dejando de lado autosuficiencias y displicencias. Ahora distintos jerarcas del gobierno pasaron a defender más activamente sus proyectos.



Un segundo aspecto, es que se han sumado nuevos actores tanto en la defensa de los emprendimientos como en criticar a los ambientalistas. Rápidamente aparecieron abogados constitucionalistas, columnas de opinión que advierten y cuestionan, y muchos otros más, y por si fuera poco, la prensa amplificó todo el debate.



Un tercer aspecto es que esta polémica coincide con algunos debates internos dentro del Frente Amplio. Es evidente que los mega-emprendimientos son promovidos y defendidos desde el FA, pero el surgimiento de la candidatura de Constanza Moreira ilusiona con nuevas oportunidades para debatir sobre el desarrollo nacional.



Esta nueva reacción ofrece muchas oportunidades. Una de ellas es repasar las ideas utilizadas para condicionar o cuestionar la temática ambiental y las prácticas de los ambientalistas. Veamos algunos ejemplos.



¿Fudamentalismo ingenuo o crítica radical?



El ambientalismo tiene la particularidad de cuestionar tanto emprendimientos específicos, pero a la vez, en casi todos los casos, también avanza sobre las ideologías y concepciones que los sostienen. Por lo tanto, cuando se alerta, por ejemplo sobre la minería, también se están poniendo en cuestión las ideas básicas que tiene el gobierno sobre el desarrollo.



Es evidente que el gobierno entiende que la mega-minería, para seguir con el mismo caso, es esencial para el bienestar nacional, en tanto permitiría un fuerte crecimiento de la economía. La base conceptual ha sido explicitada varias veces por el presidente Mujica: primero hay que crecer y después se reparte. Para seguir creciendo se deben hacer sucesivas concesiones, desde ceder ante inversores y empresarios, hasta minimizar los impactos sociales y ambientales. El ambientalismo cuestiona precisamente ese entramado.



Pero la fe en el crecimiento económico o en los extractivismos, también está ampliamente extendida en la sociedad. Se repite en distintos partidos políticos, en la academia, sindicatos, etc. Por lo tanto, los cuestionamientos ambientales pinchan en varios frentes a la vez, a distintos actores, y como cada vez son más agudos, saltan las respuestas.



Entre ellas es común el uso de imágenes simples o metáforas para defender ese tipo de desarrollo y acotar los cuestionamientos ambientales. Un ejemplo ha sido una reciente intervención de María Simón (La Tertulia, El Espectador, 15 octubre), llamando a no caer en “ingenuidades” frente al tema ambiental. Para fundamentar su advertencia, apeló a la metáfora de poner, por un lado, el riesgo de caer en la pobreza de un país africano, y por el otro, el deseo de tener el nivel de vida de un canadiense. El sentido era claro: los ambientalistas podrían impedir nuestro “desarrollo” (para ser como los del norte), poniéndonos en riesgo de ser “subdesarrollos” (como otros en el sur). Parecería que tenemos que aceptar los megaproyectos para no ser como africanos, y no sólo eso, sino que como el mundo necesita recursos y alimentos, entonces tendríamos un deber moral de proveerlos.



El uso de las imágenes puede ser útil, pero el problema es que quedan por el camino los análisis rigurosos (como por ejemplo entender el papel de la minería tanto en el subdesarrollo de África como en muchos de los problemas actuales en Canadá). Además, nada se dice sobre las especificidades uruguayas.



Otro argumento muy repetido es señalar que los ambientalistas son fundamentalistas que defienden un regreso a la edad de piedra, como editorializa La Republica (19 octubre). Desde otras tiendas, Herbet Gatto apunta en el mismo sentido, sosteniendo que los ambientalistas rechazan la ciencia, son anti-tecnológicos, románticos, generalistas, retardatarios, enredados y están perdidos (El País, 21 octubre). 



Analicemos seriamente estas afirmaciones. El ambientalismo no reclama regresar al Neolítico, encuentra en la información científica una de sus bases esenciales, y muchos de sus más destacados militantes son científicos. Gracias a la íntima relación entre ciencia y ambientalismo es que se alertó sobre graves impactos a escala local y global, se identificaron especies al borde de la extinción o se han detectado contaminantes. ¿Alertar con el cambio climático es ahora una excentricidad romántica anti-científica?



El ambientalismo también ha defendido la tecnología, pero alerta sobre sus usos y sentidos, y por ello apuesta a aquellas que están social y ambientalmente adaptadas. Su perspectiva ha sido clave, por ejemplo, en promover una agropecuaria orgánica, que reduce el uso de agroquímicos y produce alimentos más sanos, o para impulsar energías alternativas, como la eólica. Apelo a estos dos ejemplos porque ahora están reconocidos en Uruguay, pero no debe olvidarse que 15 o 20 años atrás eran resistidos como delirios verdes.



Por todo esto el ambientalismo no es un retroceso a la edad de piedra. Al contrario, es una exigencia hacia el porvenir, para que las generaciones futuras puedan mantener su calidad de vida y la Naturaleza no se extinga.



Es evidente que este mandato ataca muchos pre-juicios, y entonces para muchos resultarán fundamentalistas o dogmáticos ya que no están dispuestos a revisar sus propias creencias. Nelson Fernández (El Observador, 19 octubre) dice que las resistencias a los “megas” revelan una “postura dogmática que no admite debate”. Lo interesante de su opinión es que parte de varios pre-juicios, bastante comunes, tales como que la minería elevará el potencial de crecimiento del país y generará “muchos puestos de empleo estables”. Cuando el ambientalismo pone en discusión, por ejemplo, cuántos son en realidad esos “muchos empleos estables”, y así sucesivamente, no sólo aborda esos proyectos, sino que cuestiona esas explicaciones presentadas como verdades a priori. Tal vez esté allí una alta cuota de dogmatismo.



Por derecha, por izquierda



Otra crítica común es sostener que el ambientalismo ha sido tomado por corrientes político partidarias. Por ejemplo, Gatto afirma que fue cooptado por la izquierda radical. En cambio, Julio Battistoni, del MPP (La República, 18 octubre), apunta en sentido contrario, sosteniendo que como las protestas caen en un terreno místico, son grupos con intereses partidarios que, comparando con otros países, estarían al servicio de la derecha.



Volver a caer en conservadores que arremeten contra el ambientalismo por ser de izquierda, o progresistas que entienden que esos verdes son una oposición por derecha, es tan pero tan anticuado, que sorprende la falta de originalidad. En realidad, la temática ambiental se ha difundido ampliamente en la sociedad, y por lo tanto hay demandas “verdes” defendidas por ciudadanos de distintas corrientes políticas, tanto en Uruguay como en otros países.



Hay ambientalismos de talante liberal y otros son socialdemócratas, hay ecosocialistas y eco-marxistas, y muchos más. Son corrientes que expresan de distintos opciones para lidiar con las contradicciones entre el desarrollo contemporáneo y sus impactos. Por lo tanto, cuando desde el lugar ideológico de cada uno se dice que el ambientalismo responde al contrincante político (sea izquierda o derecha), en realidad se revelan las dificultades propias para entender el tema, poder asumirlo y revisar concepciones.



Una cuestión pendiente es dónde se podrían ubicar los distintos ambientalismos que podría tener la izquierda uruguaya. Por ahora, el borrador de programa del Frente Amplio ofrece pocos márgenes (como se discute en el recuadro), aunque la postura de quienes acompañan a Constanza Moreira sin duda podría hacer cambiar esa situación.



Otro debate político



Sumando todo lo dicho en las últimas semanas, parecería que el ambientalismo es casi una plaga oscurantista que amenaza nuestro avance al paraíso. ¿Es una fuerza social y política tan fuerte que hace temblar las raíces de la economía nacional? Unos dirán que es una cuestión válida,  “hagamos controles pero sin exagerar”. En otros casos parecería que sienten que el país estaría mejor sin ambientalistas, para disfrutar de no tener más evaluaciones de impacto ambiental que retrasen las inversiones o que las empresas puedan ahorrar más dinero al dejar sin tratar sus efluentes.



El dogmatismo anti-ambiental no es un problema exclusivo de Uruguay, y se repite en otros países. En mi experiencia, muchas de las críticas anti-ambientales proviene de personas con conocimientos superficiales sobre la temática ecológica, pero que a la vez están muy convencidos sobre las bondades del desarrollo y la economía. También es frecuente en aquellos que no han acompañado a movimientos ciudadanos, o que si bien lo hicieron en el pasado, ahora se han alejado.  



El remedio para esto es abrir una discusión sobre ecología, política y desarrollo sin caer en slogans, utilizando información, comparando experiencias, y escuchando a los movimientos sociales. Eso reflejará madurez y apertura democrática. Es una tarea donde la tradición de izquierda tiene tal vez más responsabilidades, ya que ella debería promover más que nadie un debate sobre las bases y el futuro del desarrollo nacional.  



Twitter: @EGudynas









Límites, desarrollo y el programa del FA



El borrador del programa del FA tiene un capítulo ambiental, y eso es una buena noticia. En otro momento se podrá analizar su contenido, ya que aquí es más importante advertir cómo se incorpora la dimensión ambiental en su visión de desarrollo.



El documento descansa sobre la postura clásica que hermana desarrollo y crecimiento económico, reconoce los impactos ambientales, y hasta menciona el cambio climático. Indica que “somos hoy más conscientes de las restricciones que el medio ambiente impone al desarrollo y de la necesidad de encontrar patrones que aseguren la conservación ambiental y el equilibrio de la biosfera.”  Hasta aquí vamos muy bien.



Pero seguidamente se hace un giro imprevisto, intercalando una salvedad: “Sin embargo, la gran lección … es que la sociedad humana ha sido permanentemente capaz de innovar, conocer, transformar en base al conocimiento científico-tecnológico, a la capacidad de innovación en la producción, en las instituciones y en las formas de organización social, lo cual, ha permitido hasta el momento, superar y cuestionar las visiones más extremas sobre la limitación y extinción de los recursos naturales aprovechables”. Agrega que “el ingenio humano y sus capacidades de organización han permitido superar múltiples límites y limitaciones, impensadas hasta hace poco tiempo”. El mensaje es claro: existen límites ecológicos y hay problemas ambientales, pero el ser humano los supera siempre, y también superará el agotamiento de recursos naturales, y por ello podemos seguir creyendo en el crecimiento perpetuo.



La advertencia sobre “límites ecológicos” al crecimiento económico ya tiene mucho tiempo. Cristalizó a inicios de la década de 1970, y siempre fue resistida. La ortodoxia económica (incluyendo neoliberales), la desechó, y lo hacía con argumentos similares a los del texto del FA, tales como el descubrimiento de nuevos recursos naturales o de innovaciones tecnológicas. Defendían el mito del crecimiento económico y el privilegio del mercado como organizador de la sociedad y la economía.



Pero también fue duramente criticada por un socialismo marxista dogmático de mediados de los años 70, que sostenía que esos límites solo operaban bajo el capitalismo. Esas limitaciones desaprecerían si éste era substituido por un desarrollo socialista, con una nacionalización de los medios de producción y del acceso a los recursos naturales. Para asegurar un futuro de abundancia, postulaban energía nuclear en todos los países y convertir toda la Amazonia en tierras agropecuarias.



Por lo tanto, nos encontramos con que el borrador del programa del FA por lo menos identifica la cuestión ambiental, pero reniega de la idea de límites ecológicos al progreso. Podría resolver esa contradicción si repitiera la postura de aquella izquierda de los 70, presentando una transición a un socialismo real. Pero todos sabemos que ese no es el tono del resto del programa. Por el contrario, es un texto funcional a un capitalismo de Estado, similar a otras variedades de “nuevo desarrollismo” (muy pero muy parecido a la versión brasileña). Esto hace que la cuestión ambiental quede encerrada en un marco teórico que es previo al año 1970. Como lo que importa es asegurar el crecimiento económico, y el ingenio humano resolverá los problemas futuros, entonces el programa se vuelve funcional, por ejemplo, a la sojización o la megaminería.



Ubicar la cuestión ambiental en un contexto previo a 1970 es desestimar toda la información científica que se acumuló en las últimas décadas. Los límites ecológicos son reales, y se expresan tanto en recursos que se agotan como en incapacidades crecientes de los sistemas ecológicos en manejar los impactos humanos. Esos límites están siendo violados en muchos sitios del planeta, incluido Uruguay, y las consecuencias ambientales, pero también sociales y económicas serían dramáticas.



De esta manera, este borrador no es estrictamente anti-ambiental, sino que su marco teórico es tan anticuado que no permite ofrecer propuestas para enfrentar los problemas ambientales del siglo XXI. También atornilla el debate político a un contexto tan viejo, que es difícil abordar cuestiones tales como un eco-socialismo o las alternativas de trascender el desarrollismo desde la izquier

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