No nos podemos quejar: este que termina fue un gran año para Uruguay. Tanto que hasta llevamos un postulante al Nobel de la Paz y recibimos una cocarda de The Economist por ser un país liberal y amante de la diversión que, además, tiene al presidente más piola del mundo. La aprobación de las leyes […]
POR: SOLEDAD PLATERO - PUBLICADO hace 6 horas/ CARAS Y CARETAS

No nos podemos quejar: este que termina fue un gran año para Uruguay. Tanto que hasta llevamos un postulante al Nobel de la Paz y recibimos una cocarda de The Economist por ser un país liberal y amante de la diversión que, además, tiene al presidente más piola del mundo. La aprobación de las leyes de matrimonio igualitario y de regulación del mercado de la marihuana nos pusieron a la cabeza de las libertades individuales y las garantías democráticas, y hasta hicieron fuerza para que un montón de extranjeros bienpensantes se haya tomado la molestia de googlear palabras como “Uruguay” o “Mujica”, tal vez con la cabeza y el corazón puestos en un viajecito a estas tierras de ensueño. No está mal.
Al mismo tiempo, y cada quien sabrá en qué plato de la balanza pone cada cosa, el Legislativo aprobó la ley de faltas y dio media sanción al proyecto de internación compulsiva de adictos, el Ejecutivo anunció la puesta en marcha de sistemas de vigilancia y control que aprovechan sofisticadas tecnologías (sin renunciar por eso a los sistemas tradicionales) y el Poder Judicial pidió el procesamiento por asonada de varios revoltosos que no tomaron bien el traslado de Mariana Mota. Porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje, como decía, para explicar su furia contra los jóvenes que vagoneteaban al sol, una señora que conocí hace tiempo.
Es difícil situarse en medio de este tironeo entre el avance progresista (si entendemos por “progresismo”, en forma más bien laxa y aproblemática, el reconocimiento de ciertas libertades individuales) y el empuje sanitarista que parece querer limpiar de pústulas las calles y plazas de la patria. Es difícil no sentir que los espacios ganados favorecen a los que ya venían bien rumbeados y terminan de cocinar a los que estaban en la parrilla. Es verdad que a partir de las nuevas leyes habrá muchos que vivirán mejor, con menos miedo, con menos vergüenza, con más derechos. Es verdad que muchos zafarán de ir a la cárcel por tener un par de plantas de marihuana, y que muchos más se atreverán a hacer en público cosas que antes sólo hacían a escondidas, o protegidos dentro de una manifestación muy concurrida. Pero en medio de esa alegría, en medio del festejo de los que ahora viven (vivimos) más libres, habrá otros que pagarán el pato por no entrar en el molde que se le puso a la libertad. Y serán siempre los mismos: los más sucios, los más feos, los más pobres, los que no forman parte de un colectivo que pueda pelear sus derechos. Los que no saben, siquiera, que podrían pelear por sus derechos. Los que no tienen interés en la pulseada por los derechos. Los que están fuera de los códigos de uso y goce del sistema. El próximo gobierno encontrará a Uruguay con menos hacinamiento carcelario, pero con más presos. En algunos países, incluso muy cerca del nuestro, esa ecuación (más presos, menos hacinamiento) parece resolverse mediante la entrega de la gestión de cárceles a empresas privadas, transformando una medida que de por sí merece ser discutida y cuestionada a fondo, como la del encarcelamiento, en un negocio próspero. El marco jurídico en Uruguay no permite, en principio, que la gestión de cárceles sea privada, pero habilita la participación de privados en el suministro de infraestructura, así que ahí hay, también, un negocio que muchos querrán desarrollar y expandir.
El gran éxito del capitalismo de mercado es darnos mucho de lo que más nos gusta, y convencernos de que el acceso a ese “mucho” es una cuestión de derechos. Y para nuestra mayor tranquilidad, nos ofrece sacar del medio a los que estorban, para que el goce de nuestros derechos no se vea entorpecido por el temor a que algún desubicado se quiera meter a la fiesta sin invitación.
Este año fuimos más libres y más iguales. Lo menos que deberíamos exigir para los años que se vienen es que no nos sigan llenando la parrilla con la carne de los mismos de siempre. Y no perder de vista que cuanto más grande sea la parrilla, más carne van a querer poner en el asador.

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