¡ATENTI AL LUPO! LA TRANSPARENCIA/ CARAS Y CARETAS

POR: ALBERTO GRILLE - PUBLICADO el Viernes 10 de enero, 2014


La izquierda está preocupada porque sus votantes están inquietos. Los diez años de gobierno han creado hábitos de conducta nuevos en sus dirigentes o han echado luz sobre costumbres que antes permanecían ocultas.
La visibilidad pública, la magnitud y complejidad de los problemas que se manejan desde el poder, la denuncias de la oposición, el rol de la prensa o el sentido común de la gente han sacado muchas decisiones y problemas de las bambalinas y los han puesto encima del escenario.
Es demasiada la tentación como para resistirse al pecado.
Más allá de la magnitud del suceso y sus costos materiales, las derivaciones del cierre de Pluna han marcado un antes y un después para los frenteamplistas.
Particularmente los más militantes quieren saber más y están un poco hartos de que los conduzcan a un destino que ignoran por un camino que nadie conoce.
Los más reclaman transparencia. No sólo quieren ver la luz sino que quieren distinguir las formas. Critican el reparto de cargos públicos, cuestionan la cristalinidad de las decisiones, reclaman la participación de los más capaces, demandan la fidelidad al programa y a las bases fundacionales, rechazan el clientelismo y cuestionan la falta de fraternidad.
Por ahora ni hablan de corrupción. Ni piensan que nadie mete la mano en la lata. Hasta el fiscal se encarga de sentenciarlo para que no quepa la menor duda. Pero los más perspicaces, que no son pocos, también comienzan a temerle al monstruo. Son demasiadas cosas que se nos están pegando del uso del poder, como para no abrir grande los ojos.
Algunos compañeros hasta llegan a poner en duda los beneficios de tener mayorías legislativas porque temen a una supuesta impunidad institucional e intelectual que tendría su origen en el control parlamentario.
A veces esa opacidad se confunda con la soberbia, pero hasta los más discretos, los que son candidatos al premio Nobel por su humildad, se van acostumbrando al secreto.
Aunque hablen todos los días y a toda hora, tenemos la sensación de que son como la bikini: nos muestran lo accesorio pero nos ocultan lo fundamental. Dicen “me equivoqué” porque siempre es menos doloroso autocriticarse que someterse a la crítica de los demás. Pero ni por equivocación llega ninguno a la heroicidad del harakiri. La autocrítica de los dirigentes tiene freno.
Así se pretende borrar de un plumazo todas las tradiciones democráticas del gobierno de la enseñanza superior eliminando la autonomía y el cogobierno; así se firmará un contrato con Aratirí, que nos obliga como país por treinta años, sin esperar un informe de la Dinama, sin anunciar sus obligaciones ambientales y sin hacer públicas sus exoneraciones impositivas; así se autorizó a aumentar la producción de pasta de celulosa sin que sepamos quién nos apuró; y así se concedió la televisión digital en un proceso lleno de irregularidades con ciertos ribetes escandalosos.
Un día estamos a partir un confite con Cristina Kirchner y al otro estamos en pie de guerra con Argentina sin que nadie explique nada.
Y ojo con algunos compañeros que quieren desprenderse de la cadena echándole la culpa al astorismo, porque nadie o casi nadie está libre de culpa.
En estos días me pregunto si en el asado del grupo de los ocho en que se habló sobre estas cosas alguno no se puso coloradísimo.
Es tan universal el problema que algunos se preguntan si la opacidad no será parte del precio del poder
Y ni hablemos de los funcionarios parlanchines que creen que la gente es boba.
O los que festejan el cumpleaños en la mansión de Gustavo Torena en Punta Colorada, que así se llama el Pato Celeste desde que se cambió el traje de plumífero por el de asesor presidencial.
Y ni hablemos de alguna novela de amor que evitamos para no confundirnos con Intrusos, aunque tiene extremos políticos e institucionales.
Pero se dicen pecados y no pecadores.
Algunos dudamos de que estemos a tiempo de cambiar porque están demasiado arraigados los hábitos del ocultamiento.
Hasta nos molesta el defensor del vecino y la ley de acceso a la información pública que hasta hace unos años eran una bandera de la izquierda.
A veces temo que el Frente Amplio comience a sospechar de la descentralización.
Ni hablemos de la ilusión de la participación, la ampliación de la democracia frenteamplista y la unidad, la solidaridad y el compañerismo.
Hoy parece que algunos se han dado cuenta de que sube la marea.
Pero si no aprendemos ni de los errores estamos perdidos.
En fin, puede que este editorial sólo importe a poca gente.
Al menos Mujica ni se enterará de lo que hoy escribo porque el canillita que lleva los diarios a Torre Ejecutiva recibió la orden de no llevar más Caras y Caretas.
Y la orden fue dada desde “muy arriba”. Conste que sé muy bien quién la dio. También está grabado.

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