ALERTA NARANJA/ EL OBSERVADOR


Cualquiera que piense que estamos aceptando que Obama nos envíe a sus presuntos terroristas para poder ampliar nuestras expectativas comerciales y eventualmente recibir algún dólar en caso de crisis, estará incurriendo en la irresponsabilidad de lanzar al aire versiones antojadizas acerca de un hecho motivado por el sano espíritu humano y de colaboración que une a nuestras dos grandes naciones. Una más grande que otra, es cierto, pero tampoco somos lo suficientemente pequeños como para que no puedan entrar cinco más.

Al principio se pensó que los detenidos vendrían al país en calidad de prisioneros, pero luego se supo que no es así, que andarán libremente por las calles con la condición de que no abandonen el país por dos años. No es algo que deba preocuparnos. Todos sabemos que no se trata de asesinos procesados sino de “presuntos terroristas”. Ese es el eufemismo que tradicionalmente ha usado Estados Unidos para referirse a la gente que apresan por las dudas, y cuando se dan cuenta que probablemente no son más que serenos padres de familia, no saben qué hacer con ellos. Por lo menos no los matan ni los obligan a confesar algo que no hicieron, lo que ya es un progreso comparado con situaciones que hace unas décadas eran comunes.

Muchos no llegaron a verle la cara a un magistrado que los juzgase, y la mayoría no llegó siquiera a verle la cara a nadie, en tanto han permanecido con los ojos vendados la mayor parte del tiempo.

Esto, que debería tranquilizarnos pues evidencia que no se trata de reos procesados, es en realidad nuestro mayor problema. Al aceptar que lleguen al país como presos, estamos validando su detención, y por tanto borrando con el codo todos los reclamos realizados en, y por, distintos organismos internacionales con respecto a las detenciones arbitrarias en la supuesta lucha contra el terrorismo. Pero seamos realistas, en el mundo actual conviene estar abrazado a Estados Unidos que a la coherencia o a los principios. Por ese mismo motivo podemos dormir tranquilos sabiendo que no volverán a delinquir, porque seguramente jamás lo hayan hecho.

Además, de esta forma lograremos que Obama cumpla con lo que prometió hace años, que era cerrar la cárcel de Guantánamo. Claro que nunca aclaró que a los allí detenidos no se les permitiría volver con sus familias. Saber imponer este tipo de chicanas es lo que ha vuelto a ese país una potencia mundial, y no haber pensado en ello es lo que nos mantiene en el fondo del tarro de orejones.

En cierto modo, sacar a los detenidos de la prisión y enviarlos a Uruguay a buscar trabajo siendo extranjeros y exconvictos, dista bastante de ser un acto humanitario. Antes que pase un año, tres de los cinco pedirán volver a la cárcel. Por lo menos allí les daban de comer.

Lo que no queda claro es por qué Mujica tuvo que pedirle autorización a Raúl Castro, a menos que Falta y Resto pretendiera que los presos salieran en Carnaval. Se supone que un país no tiene que pedirle autorización a otro para recibir a nadie, y menos a presos que, vaya casualidad, en este momento se encuentran detenidos en territorio del citado país. Es curioso.

Los presos entrarán al país con estatus de refugiados, porque según Mujica los uruguayos no somos carceleros de nadie. Eso es cierto, y basta darse una vuelta por nuestras cárceles para comprobarlo. Pero no deja de ser una interesante paradoja el que los acojamos en el país con este estatus. Por lo general, cuando se le otorga refugio a alguien, se investiga qué persecución sufrió en el país del que procede, y en algunos casos hasta se corta la relación diplomática con el mismo. Esta vez parece que no, que se trata de un importante gesto de acercamiento entre las partes.
Es decir, los recibimos como refugiados no para protegerlos en su calidad de torturados, sino para ser más amigos del torturador. Son las cosas que hacen de la política internacional un galimatías bastante desagradable. Pero viendo el lado bueno, en este país que siempre se ha quejado de ser gris, bien nos vendrá un grupo de personas vestidas de naranja. Capaz que hasta pueden animar fiestas infantiles.

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