10 años sin Seregni/ Brecha Digital

Finalmente accedió a contar la anécdota, y aceptó que fuera incluida en el libro,1 pero se negó a entrecomillarla como sus propias palabras. La anécdota refiere al duelo a pistolas, en el amanecer del 7 de diciembre de 1971, entre Liber Seregni y Juan Pedro Ribas, ambos generales del Ejército, ambos retirados, ambos candidatos a presidente derrotados unos días antes, el primero por el recientemente creado Frente Amplio, el segundo por el Partido Colorado.
Seregni acababa de dar aquel salto que transformaría su vida y determinaría su futuro: su alejamiento del batllismo y su consentimiento para presidir una coalición política que juntaba a colorados, blancos, democratacristianos, socialistas, independientes de izquierda, y también comunistas, presencia ésta que defendió con empeño aun a costas de reducir notablemente su ascendiente entre la oficialidad de las Fuerzas Armadas. Ribas, un notorio golpista, ultraderechista, fascista, tuvo una medida de la influencia de su talla política en los 1.034 votos (0,24 por ciento) que cosechó en las elecciones.
Aquella madrugada ambos duelistas se pararon espalda con espalda, la pistola apuntando al suelo, caminaron los pasos estipulados, y a la orden, giraron, levantaron el brazo y dispararon, todo en un solo movimiento, tal como establecían las reglas. Sólo que Ribas no disparó, y una vez que Seregni había utilizado su munición, aprovechó para apuntar, con tranquilidad. La bala zumbó junto al oído de Seregni; los jueces y los representantes no pudieron evitar aquella violación deliberada de las normas del honor, aunque inmediatamente condenaron la inconducta.
Ese fue el último intento de asesinato del general Seregni en ese 1971 –cuatro, por lo menos– a manos de una derecha a la que no le alcanzaban las amenazas, las golpizas, los incendios de comités de base, los ametrallamientos de locales, los atentados con bombas en residencias. ¿Por qué el general era reacio a contar aquella anécdota? En su escritorio de su apartamento de 18 de Julio y Tacuarembó –donde por lo menos dos veces por semana desgranaba recuerdos que le permitían explicar posturas y generalizar enseñanzas– ensayó explicaciones deshilvanadas. La verdad era –al menos tal fue la sensación– que lo retraían un prurito de hidalguía, cierta generosidad y un sentimiento de pudor por tratarse de un episodio muy personal donde basculaban la valentía y la cobardía; por lo demás, como quedó registrado en el texto, no tenía empacho en calificar y juzgar, a partidarios y enemigos, con firmeza y también mesura, a veces sofrenando ciertos impulsos de carácter, que había aprendido a domesticar con un estilo de amabilidad excesiva, amabilidad –a veces diplomacia– que encubría la firmeza y algún atisbo de tozudez, también domesticada.
A diez años de su muerte, el colectivo de la fuerza que ayudó a fundar atesora múltiples recuerdos de una militancia compartida a lo largo de 30 años, y experimenta sentimientos varios. Pero es posible que predomine hoy, cuando el Frente Amplio se encamina, a los tumbos, en pos de una tercera administración de gobierno, un sentimiento de nostalgia. Nostalgia por su ausencia, que al paso de una década ordena en su justa medida todo lo que se compartió y todo lo que se lo criticó como conductor de la coalición.
Nostalgia por la manera en que defendió los principios, desde aquel inicial discurso del 26 de marzo de 1971, donde el Frente Amplio se apropió del legado artiguista y lo tradujo en soberanía, antimperialismo, justicia social. Esa formidable docencia –que no era exclusiva de él, era de aquel estado mayor de políticos y pensadores de mirada lejana, pero que se sintetizaba en su persona– se expresó en aquella consigna que enfrentó el desborde represivo y autoritario: “Paz para los cambios, y cambios para la paz”; que rechazó, en los estertores de 1972, la propuesta de instalar un gobierno provisorio y llamado a elecciones, porque la defensa de la legalidad y de la Constitución no admitía excepciones; y que, por esa misma razón, impulsó un plan de contragolpe –que implicaba una resistencia violenta y armada– cuando las señales eran inequívocas, ante un eventual triunfo electoral del Frente Amplio.
Nostalgia por el estilo político, que en febrero de 1973, después de los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas, conjuró las ilusiones sobre la existencia de una corriente “peruanista” entre los mandos militares que estaban concretando, en ese momento, el primer acto del golpe de Estado, con un argumento inapelable: “No es así, miren que yo los conozco personalmente”. Ese estilo que en 1982, cuando las elecciones internas de los partidos políticos, desde la cárcel, logró imponer el criterio del voto en blanco para preservar la vigencia de un Frente Amplio totalmente excluido, perseguido y condenado a la clandestinidad. El estilo que impuso, en las críticas horas de 1984, una conducta en las negociaciones del Club Naval, con una fórmula de destrabar la salida política aceptando eludir un pronunciamiento expreso sobre los crímenes cometidos por la dictadura; esa polémica decisión –cuyos fundamentos quedaron claros en la oposición frontal del fa a la ley de impunidad– adquiere su significación con el tiempo y a la luz del ambiguo y tortuoso derrotero de la política sobre derechos humanos que desplegó la coalición en la última década. Finalmente: el estilo que impulsó la estrategia –también polémica, también controvertida hasta el día de hoy– de consagración de mayorías nacionales, que sacrificaron postulados históricos pero abrieron las puertas hacia el gobierno nacional.
Nostalgia por la impronta de su conducción, que en 1973 se consolidó rápidamente como la síntesis de aquel fenómeno que era más movimiento que coalición; y que después se transformó en el articulador de la unidad interna, muy a menudo en el factor último, a fuerza de personalidad, para evitar la crisis y la ruptura, concediendo y convenciendo, en una etapa del proceso en que la fuerza política se transformaba esencialmente, a medida que se acercaba al objetivo máximo, modificando, perdiendo, algunos elementos que fueron expresión de lo distinto, lo original, y que engendró aquella formidable esperanza.
A diez años de la muerte de Liber Seregni, sin duda predomina, entre muchos otros, el sentimiento de la nostalgia, que no se resigna a la pérdida. n
1.     Seregni. La mañana siguiente, de Samuel Blixen, Ediciones de Brecha, 1997.

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