El Crimen de la Plaza Zitarrosa 14/ Por José Luis Facello

  Enrostran al ministro venta de aerolínea.

   Escarnecimiento en el liceo por ser negra.

   Emplazan a los vecinos del Marconi.

   Estanciero contra los cuatreros.

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   Estanciero contra los cuatreros.

   Departamento Cerro Largo, novena sección.

   2007 Verano.

   P. ¿Qué recuerda del tiroteo en la forestación aquel verano del 2005?

   R. Fuimos a recuperar lo mío… un caballito overo rosado de mi propiedad. Con la marca del lado de montar: “Cuatro Ombúes”.

   Robado y carneado por dos sujetos… forasteros.

   P. Raro que sea apreciada la carne de caballo de parte de los criollos, ¿ocurre a menudo o fue pura casualidad?

   Mientras leo resurgen detalles de la entrevistaba al estanciero, mis nervios y la técnica que suavizara el encuentro vista la reticencia del hombre a recordar. 

   R. ¡No eran criollos! A gatas humanos… negros cimarrones eran.

   Se había desbordado el río Negro por las lluvias caídas en el Brasil y la crecida era machaza… como la del ´59.

   Y a río revuelto, usted sabe… pero los agarramos en su elemento salvaje… estaban de asados con la carne del noble potrillo.

   P. Hubo un tiroteo, usted estaba allí y podrá decirme algo al respecto. ¿Qué lo originó? Si mal no recuerdo fue título con grandes caracteres en primera plana, por lo menos en los diarios montevideanos y en “Calles de Nadie”, el semanario para el que trabajo.

   R. Los diarios…

   Sonaron varios tiros… El celo de la Ley.

   Teníamos rodeados a los malhechores, eran dos y estaban armados, sonaron varios disparos de armas largas y gases que se confundían con la ñiebla.

   P. ¿Gases, en medio de la forestación?

   R. Usted es muy joven. La partida estaba integrada por mi peón y su mujer, el comisario y dos milicos del pueblo…

   Pero sin saber nosotros cómo, llegó de Montevideo un jefe policial con su gente bien pertrechada… especialistas en antiterrorismo.

   Y por lo que me enteré más tarde, a uno de los sujetos lo venían  rastreando por otros asuntos… criminales.

  P. Trascendió entonces que en dicho evento habían hallado un campamento de pakistaníes. ¿Cuál es su parecer?

  R. ¿Campamento? Ni los pescadores más dejados hubieran tendido una lona entre los árboles ni puesto a charquear la carne entre la humareda como los encontramos… Salvajes, semidesnudos, parapetados detrás de un tronco caído, en medio de una nube de moscas.

  P. ¿Y el uso de los gases?

  R. En la capital, usted sabe, no dan tregua al delito y se vinieron con munición de guerra, gases y telefonía por satélite.

   P. Entonces, ¿podemos afirmar que el poder de fuego de la Ley se impuso sobre la sangre fría de los ladrones?

   R. Hubo muchos disparos… pero el que parlamentaba con el comisario, un pardo cazador de serpientes, se entregó mansito.

   P. ¿Y el otro?

   R. El otro retobado alcanzó a escapar por un cañadón al reparo de los gases y la ñieblina.

   P. En efecto, hubo un fugado identificado como Camilo Muros,  uno de los protagonistas de la trifulca de la Plaza Zitarrosa, asunto que investigo en la actualidad.

  R. Ahora que lo dice, acá se lo mentaba como Juan… Juan Galván.

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   El monitor oscurece dando lugar a un entramado de líneas sinuosas, de geometría cambiante y colorida que propenden al descanso de quién las observa; enciendo un cigarrillo y recuesto desnudo, salvo los pies. En tanto, la luna deambula imperceptible y menguante sobre la silenciosa ciudad.

   Tengo mis pequeños hábitos arraigados como los bosquimanos, herederos del tiempo cuando el África todavía no había sido nominada; mi selva son los edificios y senderos las calles, y así, los championes ocasionalmente me los saco para lavar y calzo al día siguiente aunque estén mojados. Primitivo. Es una marca indeleble que hace a mis atuendos personales, el dije brillante en el lóbulo de la oreja como una marca personal, variable, extrema entre el estado de angustia o la furia desatada sin objeto aparente. Dar puñetazos a la pared hasta sangrar o masturbarme descubriendo a Kristen Stewart espiándome desde las manchas del techo.

   No es fácil tener veinticinco años y vivir en la ciudad, como no sea pulular dentro de una franja imaginaria que se extiende de la rambla unas diez cuadras adentro. Más allá, los barrios bajos y las urbanizaciones sociales constituyen un territorio sacudido por los tiroteos, barrido por los vendavales del miedo y las oraciones fúnebres.  

   “Calles de Nadie” da cuenta de ello, jueves a jueves, con límpidos editoriales y yo, sintiéndome parte, tan gravitante como insignificante, de toda esa mierda periodística.

   Mi salvación es recluirme es la pieza, escapando al sol, en tanto espero las vivencias que depara la noche. La pieza, mi último refugio.

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   Recuerdo al estanciero, un anciano parco que en el correr de su larga vida poco había traspasado los límites de la estancia, acompañado a sol y sombra por una india que, según referían los peones que tuve oportunidad de entrevistar, se trataba de una niña charrúa rescatada entre el monte por un tío del estanciero,  joven en armas enrolado  en las últimas campañas de limpieza étnica. De allí el nombre de la centenaria mujer: Aparecida. El asunto da para más que una nota sobre la violencia y bien podría constituirse en material para una novela histórica.

   No arriesgo a decir una novela revisionista porque esto supone revisar la historia oficial, y eso se sabe, no vende aunque nuestro interior grite que hemos crecido en la mentira a costa de arriesgar  ponernos colorados de vergüenza o blancos de olvido.

   Por lo que pude constatar aquel verano, el estanciero no se inmutaba por otra cosa que no fuese el resarcimiento por su caballo carneado, indiscutiblemente de su propiedad. No se trata del valor económico, decía, pedía justicia y un acto público en la plaza del pueblo de desagravio al caballo, símbolo sagrado en el escudo patrio.

   Recordé haber leído en un comic una historieta sobre los mutantes, un caballo-jinete acorazado de cuero y metal con escudo, lanza y arcabuz. La historieta se titulaba “Imperio”, el tiempo remoto, la vigencia del argumento hasta nuestros días.

   Esto decía el anciano sin inmutarse por las razones de los otros. Sostenía que la razón solamente puede estar de un lado, y ese lado era el de los estancieros. Para eso hemos trabajado a brazo partido y conducido por más de dos siglos los destinos del país… mal que les pese a mis parientes del Partido Blanco. Recuerdo que cayó en estado de catarsis hablando como acostumbran los viejos, de modo contradictorio y caótico, ensalivando el aire, donde no faltaron las invocaciones a los malos espíritus de la campaña y a la campaña de degollados a manos de los brasileros.

   Aunque dicho de modo confuso cuando recuperó la medianía racional, manifestó encono con la capital portuaria aunque le reconocía a regañadientes la contribución al alto comercio, al banco de Maúa y los exportadores desde tiempos del general Lecor, brasileño y amigo de los colorados. Maldijo a Aparicio por aventurero y a Pacheco por pusilánime. Algo rumió contra el entrerriano Urquiza por tránsfuga concluyendo que en honor al general Flores, no deberíamos olvidar al porteño Mitre, también de los nuestros.

   En definitiva, los estancieros eran los dueños de la campaña, aunque a algunos de ellos les hiciese fruncir el entrecejo cada nueva sociedad agraria que en los últimos tiempos pasaba a manos de anónimos extranjeros. Pero la mayor sorpresa si cabe, es que en esas empresas agro-exportadoras, sus hijos integraban el staff de directores.

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   Lo de Silvina era diferente, no era dueña de nada salvo su intuición, ni siquiera lo que la rodeaba tenía carácter de permanente, estable, ni siquiera en esas pequeñas cosas que le hacen imaginar a uno que está acompañado e imbuido de recuerdos afectuosos y significantes. Sin una amiga en los años del liceo y parecida perspectiva en la facultad de Ciencias Sociales.

   Silvina era así y yo la quería como era.

   Hubiese sido otro de mis fracasos pretender cambiarla en algo, compartir otra mirada de las cosas, a su  apasionamiento contraponía mi costado propenso a la racionalidad, ni tanto, las manchas del techo eran mi oráculo.

   Por el esposo, decía sentir un amor que al despertar por las mañanas se desvanecía a pesar de las tumultuosas y apasionadas jornadas nocturnas. Pero las desavenencias propias de una larga convivencia la conducían por un pasadizo donde el riesgo ni la salida estaban a la vista. Eso confesaba en la intimidad. La casa, la cama matrimonial, el desayuno compartido indicaba que estaban casados, pero ella percibía sino por las evidencias a flor de piel el olor de la indiferencia subyacente.

   No había grandes discusiones pero el mutuo criterio de dejar hacer, conllevaba de modo acumulativo pequeños celos, agridulces reproches o pensamientos cargados de odio. Dos años es mucho tiempo para compartir con un solo hombre, me había confesado en una madrugada catártica de mate y grapa con limón.

   Sin hacer comparaciones odiosas ¿cómo miraría Silvina la relación conmigo? Sospecho que las diferencias si existiesen no pasarían de matices, en principio, ella nos amaba a los dos sin mezquindad ni especulaciones de ninguna naturaleza, él ignorando mi existencia y yo sin demasiadas expectativas de nada.  Silvina, sin duda era buena mina, pero a poco del orgasmo no hacía otra cosa que sacudir mi conformismo con preguntas, erosionando malvadamente aún más si esto era posible, mi baja estima.

   Para ella, lejos de un “menage a trois” lo nuestro era más bien una relación amorosa satelital.

   Las generalidades que espetaba Sánchez en la redacción, sin conocer lo mío, se resumía a un asunto de cornudos con alta probabilidad de desencadenar suicidios y crímenes pasionales.

   Cuántas veces desperté gritando palabras inentendibles, angustiado buscaba una señal en el techo mientras gemía rogando que ella dejara de atormentarme con sus certezas.

   Estúpidas certezas.

   Continuaba sin poder concentrarme lo suficiente para escribir una sola línea. Sánchez tendría que esperar.

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   Archivo C

   Caxildo contrabandista.

   Cilindro Municipal, ex centro de detención de personas.

   Cocaína en yate surto en el río Santa Lucía.

   Club de Tiro de Colonia Suiza.

   Comcar, huelga de hambre e incendio en Santiago Vázquez.

   Cruz Francisco, cazador de serpientes.

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   C.

   Cruz Francisco, alias Pancho.

   Kilómetro 401, orillas del Río Negro.

   2007 Otoño.

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   P. Usted fue el único detenido en 2005 por el tiroteo en la forestación. ¿Puede decirme algo al respecto?

   R. Pagué con dos meses de trabajo comunitario en la chacra del comisario. Una buena persona.

   No hubo tiroteo, definitivo.

   P. ¿Pero, hubo disparos o no?

   R. Claro que hubo tiros y gases y por eso armaron tanto relajo los canales de televisión.

   P. ¿Recuerda los hechos?

   R. Estuvimos dos meses a monte… escapando a la crecida del río Negro que arrasó en un par de horas todito Kilómetro 401.

   ¡Crecida y pico! sólo quedó a la vista el palo del charqui y mástil de la bandera en fiestas patrias.

   P. ¿Entonces?

   R. Yo hacía días que veía que algo grande se venía del Brasil, los nubarrones anaranjados, las hormigas enloquecidas de cinco en fila… las serpientes trepadas a los eucaliptos hasta doblar las ramas…

   El muchacho hacía mucho tiempo que estaba escondido en la forestación.

   P. Tengo entendido que Juan Galván estaba alojado en su casa ¿o me equivoco?

   R. Está en lo cierto, la tuberculosis fue un pequeño ardid para no levantar sospechas en las casas. De ese modo volvió a la civilización y quedaba a buen resguardo de sus perseguidores.

   P. ¿A qué se refiere con la civilización?

   R. ¡Vaya pregunta! En el pueblo nos conocemos todos y es impropio que maduren las mentiras. Eso para mí, es un rasgo de verdadera civilización. Definitivo.

   P. ¿Pero ustedes no engañaron a esa gente con el argumento de la enfermedad de Galván?

   R. Seguro… fue así, pero eso no forma parte de la civilización sino del mero sobrevivir. ¿Ha comido usted de la basura como él… o asado serpientes para probar un poco de carne como quién le habla?

   Era difícil entenderse, hablábamos el mismo idioma, nombrábamos del mismo modo salvo alguna palabra localista, pero percibíamos distancias insalvables cuando de lo práctico y cotidiano se trataba. El tipo pensaba como un salvaje y vivía como tal, esa coherencia era lo envidiable para el ciudadano medio que quiere ser lo que no es y a poco no sabe ni lo que quiere.

   P. Todo comenzó con un caballo ¿qué fue lo que ocurrió con el paso de la inundación?

   R. Perdió el paso de su tropilla un overo rosado… para su desgracia y la nuestra se mancó una pata y nosotros que estábamos a malcomer…

   P. ¿Reconoce entonces un acto de cuatrerismo?

   R. ¡Ni hablar! Cuatreros son los que robaron quinientas reses de una estancia en Rocha y se esfumaron como por arte de magia…

   Nosotros sacrificamos el potrillo mancado… para comer, señor.

   P. Animal que era propiedad del estanciero de “Cuatro Ombúes” como lo acreditaba la marca en el anca: 4OS. ¿Usted sabía eso?

   R. ¡Cómo no voy a saber! Si en la cuchilla todos sabemos de todos y el que dice no saber… es porque se hace el abombado.

   P. ¿Entonces?

   R. El caballo estaba condenado, lo mataban las serpientes o nosotros. No tenía escapatoria. Definitivo.

   Y le digo más, cuatreros son los estancieros que venden al extranjero ganado en pie sin que les pase por la cabeza la necesidad de la industria del frigorífico… ¡Y en el gobierno no hay un criollo que meta mano en el asunto!

   P. ¿Se da cuenta que la propiedad privada es inviolable, intocable?

   R. ¡Seguro! Por eso mismo les entregamos al peón y su mujer el cuero… y días más tarde… en medio del monte y antes que se armase el entrevero le ofrecimos al comisario pagar por el animalito sacrificado.

   P.  ¿Por lo que dice contaban con dinero?

   R. Efectivamente, Juan Galván tenía buena plata en la mochila.

   P. ¿Entonces que pasó?

   R. Respondieron con gases y tiros, no quedó un ser vivo en media legua a la redonda, imagínese.

   P. ¿Fue verdad que a usted lo detuvieron pero Galván alcanzó a escapar?

   R. El muchacho tenía la escuela de la calle y voló como un pájaro.

   P. Desde entonces, ¿lo volvió a ver?

   R. Disculpe señor… primero debo terminar con esto… en una hora más habrá anochecido y si no meto en salmuera esto va a jeder ¡que ni le cuento!

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   Amoroso miró al perro que lo miraba en la penumbra de la pieza.

   Cuando su madre lo devolvió a vuelta de las vacaciones el único comentario que hizo fue que “Malevo” había comido poco y nada, pasando la mayor parte del día y la noche echado en el sofá del abuelo. ¡Menos mal que el abuelo no vivió para verlo!

   Del abuelo quedaban jirones de recuerdos y recién fue a la salida de la cárcel cuando mamá comentaba por lo bajo que ya no era el mismo, no lo quebraron porque era un hombre íntegro, pero el que regresó a la casa fue el fantasma del abuelo. Y la casa tampoco volvió a ser la misma, según ella.

   Yo poco lo conocí, aunque tengo viva la imagen de su mirada enturbiada y bonachona. A veces, me tomaba de la mano y caminábamos lo que mi corta edad toleraba, el reía y al regresar comentaba a media voz:

   _ No hay cosa más linda que caminar en línea recta.

   Entonces no lo entendí.

   Nunca habló una palabra de aquellos años, cuenta mi madre.

   Murió cuando yo era apenas un niño y de él todavía guardo unos pequeños poemas libertarios, mensajes en una botella a la deriva que no me alcanzaban para mitigar la angustia de su ausencia y a él, el amargor más que de la batalla perdida, de las traiciones.

   Silvina dejó un mensaje con saludos y la promesa de venir el viernes.

   Me recosté con “Malevo” a los pies, armé un cigarrito de marihuana y observé el techo buscando una señal en clave humana, imperceptible en un mundo saturado de signos y mensajes falsos. Las manchas fueron dibujando formas para fundirse en otras nuevas como en una acuarela de Kandisky. Así vibraron en mi mente el conglomerado de la Vía Láctea y los reflejos de la lancha sobre las aguas negras del río Negro. Me transporto sin asidero ni referencias, leve como las volutas del humo ocupando la pieza en penumbra pero sin encontrar un sentido a la existencia más allá del perfecto desorden de las cosas que me rodean, una cama, un perro... y una nota pendiente de escritura.

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   El estanciero ignoraba la existencia de un caserío llamado Kilómetro 401, porque en el infinito espacio de las cuchillas y majadas tan blancas como informe el movimiento que las dispersaba o reagrupaba, contable en creciente capital después de la estación de las pariciones y de la esquila, no lograba interpretar los lugares y silencios de la miseria, optando ajeno a la misericordia por ignorarlo todo más allá de los límites de sus propios campos.

   “Cuatro Ombúes” es la patria, solía reafirmar a propios y ajenos el patrón de la estancia. 

   El comisario en cambio, a mi pregunta sobre la existencia del poblado y cómo hacer para llegar, apuntó a desganas con la mano un lugar impreciso en las estribaciones de la forestación lindante entre el río y el horizonte.

   Ser montevideano, joven y periodista no resultaba una fórmula amistosa para los paisanos del norte. Debí esperar una semana en Paso Pereira para que un anciano ciego me diera el dato: había escuchado por voz de un forastero que la única forma de llegar era embarcado en la lancha de don Caxildo, el contrabandista que una vez a la semana bajaba a Fray Bentos.

   Llegado el momento el contrabandista alardeó sin miramiento.

   _ Sabido es que Fray Bentos está condenada al éxito, porque así lo refleja La Fábrica que ha convertido la confluencia del Río Negro y el Uruguay en el epicentro de las inversiones y modelo en materia forestal. El crecimiento sostenido y la actividad económica se multiplicó e irradió por todo el país, que digo, por toda la región.

   Don Caxildo hombre astuto y hábil para el comercio proveía no sólo de vituallas a los poblados orilleros, sino también de bellísimas mujeres a los quilombos fraybentinos que como flores de cardo se expandieron para el regocijo de los obreros migrantes y los solitarios.

   Pero sus observaciones no quedaron allí. Afirmó con entendimiento de la historia litoraleña, que la forestación era la encarnación moderna de las estancias de Liebig,  ignorando muchos que La Fábrica desataba monstruos como en su época desató el Frigorífico. Y aclaró, los monstruos del progreso que terminaron con la paz de esos parajes surcados por filas de camiones semejantes a hormigas mecánicas.

   Entre la espera y el viaje pasaron tres días, aislado y sin señal en el teléfono nadie sabía de mis actos. Al cuarto día, en la pantalla titiló el ideograma de la batería agotada. Me sentí extrañamente liberado y esa noche acudieron a mi memoria algunos poemas del abuelo.

   Me embarqué previo pago de trescientos pesos y transcurridas dos horas del quinto día la lancha tocó el amarradero del caserío. Don Caxildo fue en busca de Cruz y yo aguardé bajo la enramada de “Nuevo Rumbo”. El bolichero me dijo que podía esperar tranquilo lo que no hizo sino intranquilizarme, mientras reconocía a mi alrededor por todo vestigio de civilización, dos canoas, un carro y ropa tendida. La espera aumentó el clima amenazante corporizado en el viento proveniente del río, las nubes plomizas elevadas como una muralla en la frontera con Brasil y los quejidos inhumanos que filtraba la forestación. Más tarde supe por boca del cazador de la existencia de un cementerio, sin nombre ni nombrado por los lugareños, un redondel donde no crecía el pasto al que evitaban acercarse hombres y bestias, sin una cruz ni señal alguna como no fuera la desolación y la espera. Un lugar poblado de espíritus donde cada dos de noviembre manos anónimas encendían un cirio y ofrendaban amarillos ramilletes de retamas y botellas con agua.

   Una hora después el lanchero me presentaba a Cruz, el cazador de serpientes me saludó con la desconfianza pintada en el rostro. Su mirada torva y un ojo ladeado acrecentaron mis flaquezas frente al objetivo de un reportaje a quién convivió con un temible pandillero.

   El río manifestaba amenazante, la forestación acechante y tanto el cazador como el contrabandista mostraban el aspecto de tipos duros.

   ¿Qué estaba haciendo allí?, me pregunté tardíamente.

   Recuerdo que la entrevista se prolongó durante toda la tarde, a intervalos entre las ocupaciones del hombre que prácticamente no interrumpía salvo para armar un cigarrillo. Cruz era un individuo oscuro, magro de carnes y un ojo errático, que lo tornaba a la primera impresión como un sujeto inaccesible. Parco a la hora de dar explicaciones, su mundo era una sucesión de hechos insalvables como las lluvias, los incendios y las pariciones, pero a diferencia del estanciero, el cazador como más tarde supe, alimentaba sueños.

   Al anochecer, el lanchero asó un cuarto de capón mientras Cruz acercó una fuente con arroz y porotos negros, yo contribuí con la última damajuana de vino que podía ofrecer el bolichero, previo fraccionamiento por litro. El hombre argumentó que su negocio no era vender vino en damajuana.

   El cazador explicó que el vino era para consumo de los pobladores y la venta por vaso evitaba el gasto desmedido de algún circunstancial adinerado y el desabastecimiento a renglón seguido.

   _ Acertar tres cifras a la quiniela ha dado un respiro a más de uno, dijo el lanchero.

   _ Algunos forasteros llegan con buena plata al cinto… o en la mochila, comentó como al pasar el cazador.

   Por su parte, certificó el contrabandista que era el único proveedor de ramos generales, alimentos y bebidas del almacén “Nuevo Rumbo”, que gracias al comercio de cueros de lagarto y serpientes para la fabricación de sueros él era la única persona que proveía de papel moneda a estas apartadas comunidades. Era un experto, como después supe, en materia de venta al menudeo y acaparamiento, dos aspectos a considerar a la hora de encarar un negocio fronterizo, sugirió el navegante. Y afirmó de modo que no dejara lugar a dudas:

   _ Donde no hay ganancia la pérdida está al pie.

  El cazador rememoró haber sido peón rural en su juventud… y también haber contribuido en la conformación de un sindicato… de los de antes.

   Pasada la medianoche me dormí junto al fogón soñando una reunión junto al fogón. En sueños nos visitó el abuelo que no tardó en entreverarse en la prosiada, donde no faltaron los versos repentistas y la poesía carcelaria. Nos arriesgamos a jugar una partida de truco con la baraja marcada, apostando unas pocas monedas, riéndonos completamente borrachos de la absurda realidad cada vez que ligábamos un ancho falso.

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   P. Hábleme de Juan Galván. ¿Cómo era el sujeto?

   R. El hombre era un prófugo de la justicia. Buen muchacho…

   P. ¿Entonces?

   Me resulta perturbador el paisaje atravesado por el viento, perturbador el testimonio considerando que indagaba sobre alguien que en este mismo instante  está en condición de prófugo junto a su mujer desde que fugaron de una clínica de la noche a la mañana, textualmente.

   R. Usted sabrá… lo había acorralado la ley y en el tiroteo mató a un policía, en Costa Azul si mal no recuerdo.

   P. Cometer un crimen y huir, típico de un improvisado. ¿No cree?

   R. ¡Hum! Eso no es todo…

   P. ¿Qué quiere decir?

   R. Los estafadores no le perdonaron que los estafara cuando integraba una banda de estafadores y por ese motivo se refugió en la forestación dispuesto a esperar...

Temerario… para un hombre de ciudad.

   P. ¿Pero sobrevivió? dije identificándome con el criminal por mí sola condición ciudadana, algo casi peyorativo en el imaginario campero.

   R. ¡Y cómo! Cuando me topé con él en el corazón de la forestación creí ver un fantasma descarnado… era piel y hueso. Pero por sus venas corría la sangre con la furia desbocada del río.

   P. Huyó hasta este lugar por un juste de cuentas, ¿dejó entrever algún detalle de la organización delictiva?

   R. Si lo supiera no se lo diría… contrabandeaban automóviles robados, de lujo, al Paraguay. El muchacho se sintió estafado, en el último viaje se embolsó un dinero como compensación y los otros pusieron a precio su cabeza. Después, me contaba, madrugó a dos pesados y los despachó a mejor mundo.

   P. Estadístico.

   R. ¿Cómo dice?

   P. Cantan las estadísticas. Primera causa de las muertes violentas en el país, los accidentes de tránsito; motociclistas y peatones en su mayoría.

   R. ¡Hum!

   P. Segunda causa, asesinatos por violencia doméstica, sobresalen entre las víctimas: las mujeres jóvenes y los menores de edad.

   R. ¡Hum! Jurar un amor temprano para matar y morir en un solo acto descabellado, capaz… que a los quince recién cumplidos.

   P. Tercera, los enfrentamientos con la policía y los ajustes de cuentas, completan el mapa de la violencia en las calles. ¿Qué me dice?

   R. Mala fariña.

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   Si había un paliativo a los tiempos violentos era tomar una cerveza recostado en la cama derivando la mirada a las manchas del techo, escudriñando significados, dejándome flotar hasta las fronteras imprecisas del inconsciente como para conjurar el miedo a los disparos, el hastío de leer y releer archivos o ajustarme a una economía precaria propia de un pichicome que de un periodista independiente.

   Silvina era un espíritu sombrío que pululaba por la desolada pieza ignorando mi existencia, lo que me hacía pensar en ocasiones sobre la realidad de mi propio existir.

   Tenía una idea más o menos acabada de cómo estructurar la nota, el principio y el fin, sin embargo no había logrado escribir una línea porque el meollo del asunto era por lo menos confuso, sino complicado. Sánchez estaría con un humor del carajo, pero por lo que era de mi parte debería seguir esperando.

   “Calles de Nadie” sobrellevaba su propia crisis y yo era uno del plantel de dos empleados. Moni cumplía el rol de administrativa polivalente, “full time”, encargada de la columna “Ricos en Punta del Este” y la cobranza de la publicidad. Los sábados limpiaba la oficina y el baño. La chica además cargaba con el estigma de ser la sobrina de Sánchez, aunque yo sobrevolara el asunto desentendiéndome de la interna laboral-familiar. No era confiable y prefería tenerla mejor lejos que cerca.

   Mientras tanto, me doy una estrategia de relacionarme en el medio, firmo mis columnas como Amoroso Tresfuegos, envío periódicamente un “currículum vitae”  a diversos medios escritos y radiales, especificando mi condición de especialista en asuntos portuarios. Es un rubro donde corre mucho el dinero de los negocios globales. Hice algunos cursillos sobre “Hinterland Portuario”, “ABC del Comercio Exterior” y “Nosotros y la China” que me habilitaban como serio postulante, en un medio destacable por la chatura informativa, propio de las usinas empresarias. Los sindicatos operaban sobre los efectos,  abundando con la prensa de denuncia y otras veces  adhiriendo a los megaproyectos, como las fábricas de celulosa o los puertos de aguas profundas con la desmesurada expectativa de alcanzar la meta del pleno empleo.

   Las mega obras, otra de las utopías perseguidas en los tiempos modernos pero que las grandes firmas se encargaban de echar por la borda, asumiéndose como intermediarios a la pesca de las fabulosas inversiones de las corporaciones planetarias.

   Un arte propio de tahúres que a la postre, como ocurrió en 2002, nos arrodilla como sufridos penitentes.

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   Hacía dos días que no lograba conciliar el sueño.

   Los acontecimientos de la Plaza Zitarrosa me encontraron aquella vez como un jugador desprevenido, era la primera vez que presenciaba un atentado y veía a diez pasos de distancia el pecho convulsionado del baleado, a la mujer histérica abrazando a su amante o lo que quedaba de él; bloqueándome el cerebro un silencio mortecino hasta que llegaron los patrulleros. Registré como pude la sucesión de acontecimientos y me retiré prudentemente, no tenía la mínima intención de ser convocado como testigo de lo sucedido. Nuestra profesión exigía distancia y prescindencia ética, según palabras del licenciado Milton Baratos.

      Miré las manchas e imaginé el futuro… no logré salir de una nebulosa que asocié a Orión y a misterios inalcanzables. Observé la mirada del perro y entorné los párpados hasta que oscuridad y dormir fueron uno.

   Poco a poco, sigilosa o espectacularmente, la violencia se adueñaba de las calles y yo no podía quitármela del cuerpo, impregnada como un antisudoral de segunda marca.

   Me desperté con los golpes en la puerta y salté despavorido de la cama.

   Silvina me miró con extrañeza pero sonriente, me conocía bien, me besó al pasar mientras guardaba en la heladera algunas vituallas: cerveza, chocolates, pan y fiambre. Después se desnudó y colgó de mi cuello hasta hacerme doler, caímos en la cama en un revoltijo de sábanas y piernas, olores y jadeos, resultante  del gozo pleno, tan sublime como urgente, bajo el cielo húmedo del techo y  expuestos a la mirada indiferente de “Malevo”.

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   Silvina preparó una picada y yo serví la cerveza hasta desbordar el vaso. Estábamos exhaustos y hambrientos.

   Recién entonces Silvina habló.

   _ La movilización había sido a todas luces un éxito por si alguien tuviera dudas de la fortaleza del frente político y el carisma de nuestro candidato, dijo predispuesta a dar un minucioso informe de lo que ella calificaba como un hecho histórico.

   Tres acontecimientos nos movilizan como un pueblo unido, dijo acurrucada sobre mi hombro: la movida joven en los carnavales, esgrimió como entusiasta murguera de la agrupación “Queso Magro”; la autoconvocatoria callejera, cuando los jefes políticos van detrás de los acontecimientos, dijo con tufillo crítico a horas de las elecciones; y obviamente, susurró mordisqueándome la oreja, cuando juega la Celeste.

   _ Las mujeres son de memoria frágil, le espeté mientras untaba una rebanada de pan con queso.

   No la quieren entender, el tema excluyente por mucho tiempo serán los violentos con minúscula. Guste o no guste ocupará gran parte de nuestros pensamientos, subyacente en el plácido sueño o los cotidianos temores al acecho, y si a alguien todavía le queda un proyecto este será las tácticas de sobrevivir, dije con pesimismo.

   Las rejas primero, las cámaras de video después.

   Inútiles de toda inutilidad.

   Recuerdo que agregué: el evento de esta semana para el mundo periodístico no es el seguro triunfo del Pepe en las elecciones del domingo, ¿se entiende?, en todo caso, la noticia son los datos y proyecciones de las empresas y consultoras que hacen las encuestas.

   La política no concita más a la epopeya de otros tiempos, son las hinchadas del básquet y el fútbol las que entonan cánticos de guerra; es la defensa del territorio de las tribus urbanas las que concitan el accionar de los vándalos; es el mercado de la droga lo que se disputa a muerte… sino, es el cruce de la frontera irracional para desembocar en la violencia doméstica y en la instancia extrema, llegar al asesinato.

   Ella le respondió con mirada incrédula y un mohín de está todo bien.

   _ Despabilate boluda, ¿qué mierda estudias en la facultad?

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   P. ¿Qué puede recordar del trato con Juan Galván?

   R. El muchacho era de temer como enemigo… Pero teníamos cosas en común.

   P. ¿Por ejemplo?

   R. Comer cuando hay… dormir bajo las estrellas.

   Y reflejos, no conocí de sus asuntos salvo por sus propias palabras… pero era muy rápido en reaccionar y la pistola con la bala en la recámara era parte de sus pensamientos, predispuesto siempre a todo o nada…

   Metía miedo, definitivo.

   P. No entiendo, Galván es un asesino y usted un pacífico cazador, ¿dónde está entonces el punto de contacto?

   R. En las marcas…

   Recuerdo que guardé silencio y esperé la respuesta del cazador que parecía mantener un duelo con sus propios recuerdos.

   R. A mi entender nadie nace marcado… pero en la vida a veces tempranamente aparecen huellas y cicatrices…  estén a la vista o en las angustias del corazón. Está claro que hay una razón… es cuestión de seguir con paciencia el rastro de las pisadas y los excrementos, que llevan a que más tarde o temprano se encuentren el cazador con la presa… o la presa con el cazador. Definitivo.

  P. ¿Entonces?

  R. Hay individuos que no encontramos un lugar… y del que teníamos hemos sido despojados, el afecto del padre que se va… el trabajo golondrina por unos pocos pesos… el hijo o la mujer que se retoba y así se va quedando uno solo y arrinconado.

   Ni hablar de los desterrados.

   Los presos es distinto… están confinados inútilmente en un lugar.

   P. Es cierto lo que me dice pero es un lugar común ¿no le parece?

   R. Tan común o particular como usted dice, el asunto fue que a Juan lo perseguían a la vez una banda de mafiosos y la policía de Montevideo.

   P. Eso ya lo sé…

   Cuando comenzamos la charla usted se refirió a los  sindicatos de antes, pregunto por pura curiosidad porque no es mi especialidad ¿qué los diferencia con los de ahora?

   R. ¡Hum!

   Para empezar el tiempo…

   Creíamos tener derechos y organizamos a los nuestros, marchamos a la capital y cuando reclamamos frente al Palacio por tierra y dignidad nos respondieron con palos…  como a los obreros de los frigoríficos del Cerro.

   Como a los estudiantes.

   P. Usted comprenderá que vivimos en democracia y eso ya es historia.

   R. Aunque usted no sepa, aquellos también eran tiempos de democracia, de “cáscaro-democracia” como decía un escritor, más esa historia fue la vida y los sueños de muchos de nosotros.

   P. Posiblemente…

   R. A lo que usted preguntaba no le esquivo el bulto.

   Trate de no concebir al mundo como una esfera… usted que es joven atrévase a imaginar el mundo del trabajo como una pirámide. En la punta, la OIT, usted sabe, es la organización mundial del trabajo; entreverados, los Estados y los patrones; en la base usted y yo, nosotros, los trabajadores.

   Recuerdo que el hombre hablaba como si estuviera inmerso en una nube de opio.

   P. Algo entiendo.

   R. En la teoría estaba bueno… parecía justo.

   P. ¿Pero?

   R. El mundo del trabajo es complicado…

   P. Usted dirá, dije arrepentido del giro en el reportaje, aunque grabar no costaba nada.

   R. Antes, algunos sindicatos le pelearon a Batlle y Ordóñez cuando él estaba tres pasos adelante con sus reformas liberales. Después, en la debacle de los cincuenta, los sindicatos lucharon por las fuentes de trabajo en un país pobre de industrias y campos atiborrados de bovinos y lanares.

   Después, siempre hay un después, la derrota no trajo cosas buenas…

   P. ¿Y en el presente?

   R. En el presente… los sindicatos son legítimos defensores de los derechos de los trabajadores, salvo…

   P. ¿Salvo qué?

   R. Salvo con los trabajadores sin un trabajo deveras… una muchedumbre de changadores, de peón para todo, recolectores de vidrio y cartón, de contratistas por tanto, de jornaleros a destajo o migrantes sin documento… ¿lo aburro?

   P. Continúe por favor.

   R. No abundaré sobre tamaño absurdo.

   Los sindicatos se han institucionalizado, mencionan a los desocupados, a los jóvenes parados en declaraciones y papelería, nada más. Hay raras excepciones, la mayoría de los dirigentes, usted sabrá, esgrimen hoy un discurso progresista, cuando no de pura metafísica compensadora.

   Y religiosamente, van todos los años a las reuniones de la OIT, no importa pelo ni marca, comunistas o demócratas, socialistas o cristianos todos profesan ingeniosas praxis: caminar cabeza abajo o respirar abajo del agua.

   ¿Cuánto más puede durar el discurso del crecimiento económico infinito? ¿De la sociedad de consumo masivo? ¿Del paradigma productivo de los chinos?

   P. Un panorama desolador según su parecer…

   R. Y algunos… todavía tienen el tupé de hablar de la violencia.
Escándalo, heroína y muerte en Punta del Este.

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