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Por Hoenir Sarthou
EL URUGUAY DE LOS PORCENTAJES
La denuncia es escandalosa pero no provocó escándalo. Cayó como una gota más en el mar de denuncias y acusaciones que, en tiempos electorales, se intercambian por la prensa y por las redes virtuales.
Hace varios días, la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria (FENAPES), por boca de su Secretario General, José Olivera, denunció a la prensa que los docentes sufren presiones de parte del cuerpo inspectivo para que eleven las notas de sus alumnos y rebajen así los índices de repetición.
Hace poco más de un mes, el sindicato de maestros denunció presiones similares, con el mismo objetivo, en la enseñanza primaria.
Tengo discrepancias con el papel que juegan los sindicatos de secundaria en nuestra enseñanza y las he hecho públicas muchas veces. Pero la verdad es la verdad. Y en este caso me consta que lo que denuncia FENAPES es cierto. Me consta porque me lo han contado antes varios docentes en los que tengo la mayor confianza.
Todo indica que, ante los malos resultados y los altos índices de repetición y deserción que presenta el sistema de enseñanza pública, algunos de sus jerarcas han resuelto tomar medidas correctivas. Correctivas de los índices, no del sistema de enseñanza.
Al elevar las calificaciones y rebajar los niveles de exigencia, el índice de reprobación baja. Más alumnos son aprobados y el sistema mejora sus resultados. Sus resultados estadísticos, claro. No el nivel de aprendizaje de los alumnos, que obviamente empeora al bajar las exigencias.
Se trata de una operación de “maquillaje” de las estadísticas, en la que los índices son manipulados para producir una apariencia de mejoramiento alejada de la realidad.
No es el único caso de “maquillaje” estadístico usado para producir sensación de éxito. Recordemos las rebajas pasajeras de las tarifas de electricidad, aplicadas sobre fin de año para bajar los índices de costo de vida del año. O la manipulación del concepto “ingresos” para medir los niveles de pobreza.
Pero una cosa es hacer ver que bajó el costo de vida o el número de pobres, y otra, muy distinta, hacer ver que los alumnos aprenden cuando no aprenden. Porque el costo de vida y aun la pobreza son pasajeros y se arreglan con plata. En cambio, la falta de aprendizaje de los chiquilines no se arregla con nada y se proyectará durante décadas en la vida del país.
Este asunto puede ser mirado desde, al menos, tres ángulos.
Por un lado, la noticia –mala y muy grave- es que la enseñanza pública sigue presentando niveles alarmantes de reprobación y de deserción.
Por otro lado, es evidente que se intenta manipular los resultados para inducirnos a todos en error y hacernos creer que las cosas están mejor de lo que están.
Esos aspectos, sin duda, comprometen al gobierno de la enseñanza y también al gobierno nacional.
Pero hay un tercer aspecto que es aun más grave.
Hace varios días que FENAPES hizo pública su denuncia, y hace más de un mes que el sindicato de maestros hizo pública la suya. ¿Y qué pasó desde entonces?
No pasó nada. La prensa consignó el hecho, las autoridades lo negaron o guardaron silencio, y la prensa lo dejó morir. ¿Alguien protestó? No. ¿Es asunto de comentario y discusión pública? Tampoco.
Ese silencio es llamativo en un país en que la sanción impuesta a Luis Suárez o la “bandera” hecha por Lacalle Pou dieron lugar a ríos de tinta y saliva, a declaraciones presidenciales y a semanas de debates y comentarios en todos los ámbitos.
¿Qué ocurre en el Uruguay? ¿Por qué los problemas importantes no ocupan la atención de casi nadie y temas intrascendentes despiertan interés y emociones inextinguibles?
Dos conclusiones pueden extraerse.
La primera es que, en temas sociales, los resultados estadísticos suelen no ser confiables. Y, si están mediados por intereses políticos, menos. Cuando se nos dice que los índices de pobreza o de indigencia bajaron en tanto y cuanto por ciento, o que los niveles de reprobación en la enseñanza se redujeron en porcentajes alentadores, debemos preguntarnos con qué criterio se miden y elaboran esas cifras porcentuales.
La segunda conclusión es aun más penosa y nos compromete a todos. Porque, ¿qué puede esperarse de una sociedad que presta más atención a la sanción impuesta a un futbolista, o a la pirueta física hecha por un político, que a la formación de sus niños y de sus jóvenes?
Preocupante, ¿no?

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