Mujica y su primer asalto 3/ SUDESTADA


A las dos horas, la encerada moto de Nene —ahora sin matrícula— tenía los guardabarros, el tanque y los caños cubiertos con papel de embalaje y de diario, estaba atada con piolines, alambre enroscado, y tapada de barro.

—¿Y eso? —el Termo Etchenique no lo podía creer.

—¡Así es como va! —se impuso Pepe.

A la hora indicada, Pepe y David —en el asiento trasero— llegaban a la zona de la Universidad de la República, a dos cuadras del objetivo. Bajaron por Acevedo Díaz, pasaron frente al IAVA, y observaron que en la puerta de la fábrica Sudamtex había unos empleados. Siguieron de largo, dieron una vuelta, y al volver a pasar ya no se veía gente en el lugar.

El Termo Etchenique andaba en otra moto, como apoyo, pero sin acercarse a la fábrica.

Era la hora en que el contador debía llegar con el portafolios...

—¿Cómo era, Luguetti, Duguetti? —preguntó Pepe, algo nervioso.

—Yo qué sé —respondió David—, lo único que me preocupa es que no viene...

La moto, de muy rara apariencia, siguió dando vueltas cortas, entrecortando la marcha en las cercanías de la fábrica.

La gerencia de la textil había tomado el recaudo de montar una guardia especial de dos operarios para ese último día del mes, en que el contador debía retirar unos veinte mil pesos del banco y volver a la empresa a fin de pagar los sueldos.

—¡Ahí viene! —llegaba un Volkswagen escarabajo. Se le fueron encima...

—¿Quééééé? —el tipo no era el contador.

—¡Mierda!

El hombre se fue horrorizado.

Los funcionarios de la guardia especial advirtieron los movimientos sospechosos de una moto aún más sospechosa, y al dar aviso a la administración de la fábrica, desde allí se telefoneó a la policía.

—¡La cana, la cana! —advirtió Mujica con el corazón a mil.

—Dale por ahí, por ahí —le indicó el Flaco.

—¡La puta madre! —la Triumph 500, envuelta para regalo, avanzó. Pero los patrulleros la seguían de cerca. Etchenique quedó lejos.

Cuando David echaba mano a su arma, la moto trastabilló, y aunque Pepe la dominó, la policía ya estaba encima...

El Flaco se bajó y corrió como le daban sus piernas —que le daban mucho—, fue directo hacia un grupo de niños que se encontraba frente a una escuela, y al cruzar el monte de túnicas blancas se escurrió de los policías, que se quedaron con las ganas de tirar del gatillo...

Pepe ni amagó a sacar su revólver, que quedó con las seis balas en el tambor.

Los policías lo inmovilizaron contra un árbol. Las manos a la espalda. Le patearon las piernas, lo desarmaron y esposaron...

—¿Quién es el otro?

—No sé.

Primera piña en los riñones.

—¿Quién es el otro hijo de puta?

—No lo conozco.

Lo subieron a las patadas en el patrullero, derecho a la Seccional séptima.

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