Desarrollo empoderado sostenible / Por Alfredo Sfeir Younis* / Revista Humanum

El mundo reclama cambio de paradigma: Hacia el desarrollo empoderado.
Seguimos pensando que la sostenibilidad es un tema más del desarrollo de nuestros países.  Hoy, es el único tema.  Vemos diariamente que todo es sostenibilidad: el agua que bebemos, el aire que respiramos. Es por eso que la sostenibilidad no es una opción más para nuestras sociedades, es nuestro único destino. Sin embargo, la sostenibilidad no puede concebirse aisladamente de las dimensiones sociales.  Hoy no puede existir una sociedad sostenible sin que haya un empoderamiento ciudadano.  Esto requiere de un cambio en la Constitución de nuestros países y de una reforma radical en los procesos de participación democrática. La sostenibilidad no es una palabra, es un objetivo, es un valor, es un estado del ser, es una experiencia. Sin un nivel alto de nuestra consciencia colectiva, de empoderamiento interno y externo, será imposible llegar a la sociedad sostenible.

En los procesos de elaboración de las agendas de desarrollo es importante comenzar hablando de los más temas estratégicos asociados al debate de la sostenibilidad.  Tenemos que ir más allá de una enunciación de la relación entre la sostenibilidad y el desarrollo para abordar las complejidades implícitas en la búsqueda de una noción de progreso con consciencia del Medio Ambiente. La crisis ecológica actual hace necesario superar la  presentación simplista de las definiciones que existen sobre la sostenibilidad.



    1.    Antecedentes: El esfuerzo del desarrollo

El debate sobre la sostenibilidad surgió mucho antes de las carreras de economía ambiental, y antes también del debate sobre la ecología en el ámbito que conocemos hoy.  En su gestación inicial, este debate contenía un concepto de sostenibilidad que se preocupaba principalmente de lo que se llamaba “el esfuerzo del desarrollo (the development effort)”.   Es decir, en cómo mantener los beneficios netos de un proyecto sobre el tiempo y el espacio.  Dicha preocupación se basaba en una inquietud por parte de los donantes del impacto real de la ayuda extranjera en los países en vías de desarrollo, tanto a nivel nacional como a nivel local.  Uno de los aspectos de creciente preocupación en esa época era el hecho de que cuando la ayuda extranjera o la presencia física de la ayuda extranjera desaparecían, los proyectos también desaparecían. Esto solía explicarse con el argumento de que el capital humano y social tenía una calidad distinta, o bien, que los flujos de capital en general no eran suficientes como para garantizar el éxito del proyecto en el tiempo y el espacio.

Estas fueron algunas de las razones identificadas como causantes de tal estado de cosas:

    Se empleaban tecnologías importadas, que eran adaptadas a la fuerza a los proyectos.
    Se notaba un déficit de participación por parte de los actores sociales que eran afectados por el proyecto.
    Se señalaba poca capacidad institucional local; las instituciones no eran capaces de mantener el esfuerzo del desarrollo.
    Se consideraba que capital humano local era muy bajo o de calidad limitada.
    Se pensaba en el impacto de causas estructurales (pobreza) y políticas (inestabilidad política de los gobiernos).

Esta coyuntura crítica trajo una serie de recetas y propuestas para cambiar la composición y el ritmo del desarrollo, particularmente, en los años sesenta y a comienzos de los setenta.  Fue en esa época que surgieron entonces conceptos tales como economía regional y local, lo pequeño es bonito (small is beautiful), desarrollo rural integrado, desarrollo comunitario (community forestry), y algunos ejemplos de propuestas de desarrollo sostenible.

Los que representaban a la ayuda extranjera participaron activamente en las discusiones sobre estos temas.  Esto trajo consigo un debate mundial sobre métodos y técnicas de  evaluación de proyectos de desarrollo.  Este es tema del cual aún no se enseña lo suficiente en las universidades, y el cual constituye una instancia fundamental para medir la calidad y alcance de un proyecto. De hecho, si uno pudiese ilustrar esto en forma simplificada con una pequeña ecuación matemática, cada componente de ella –cantidad, precio, funciones de oferta y demanda, tasas de descuento, etc. – daría pie a cientos de debates.

Solo dos ejemplos para ilustrar la importancia de los métodos de evaluación de proyecto dentro del ámbito de la sostenibilidad del desarrollo.  Uno, respecto a la naturaleza de la “cantidad” cuando se trata de recursos naturales, que no son bienes con los que estamos acostumbrados a relacionarnos en nuestra vida cotidiana (bienes de consumo).  Si tomamos, por ejemplo, los recursos naturales renovables, estos tienen generalmente una función biológica de rendimiento, que no se puede violar.  Esta naturaleza del bien en cuestión demanda de un análisis mucho más refinado que el que se podría aplicar a un bien de origen industrial.  Otro, es el uso de las tasas de descuento para el cálculo de los beneficios netos del proyecto.  En el análisis tradicional, el uso de las tasas de descuento castiga a los beneficios netos que surgen en el largo plazo.  Y como, los proyectos que están ligados a la sostenibilidad dan frutos generalmente en el largo plazo, se generaría un sesgo inmenso en contra el desarrollo sostenible.

Ambos ejemplos justificaron la creación de nuevos métodos y procedimientos para la evaluación de proyectos de desarrollo.  No quisiera  ser crítico pero, en mi experiencia, a pesar de los grandes avances en metodología de evaluación de proyectos, aún hoy en día, las evaluaciones de proyectos son muy precarias.  Generalmente, se espera que los conflictos que nacen de las decisiones del desarrollo sean dirimidos dentro del debate del impacto ambiental y el impacto social.  Pero esa instancia es tardía.
2.    El concepto de Sostenibilidad

Es interesante notar que en la actualidad aun es necesario explicar muchísimas veces qué es realmente el desarrollo sostenible.  Ni la definición más básica –ej., que la sostenibilidad debe ser económica, ambiental y social—ha resuelto el problema.  Esa fue la definición que dio lugar al Triángulo de la Sostenibilidad.
No obstante, esta representación no fue tomada en un sentido equitativo, sino que se siguió privilegiando al primer ángulo, el de la sostenibilidad económica, como ámbito primordial que dirige el debate a la teoría económica tradicional.  Este sesgo ha sido exacerbado por la adopción de la economía neoliberal y reforzado por las instituciones de mercado.

La importancia que se le dio al mercado, constituyó la fuente de dos falacias fundamentales que permean casi todo lo que se hace hoy en pos del desarrollo de nuestros países.  Cabe decir que el mercado no posee los mecanismos automáticos de corrección.  La primera falacia instala la idea de CRECER PRIMERO Y LIMPIAR DESPUÉS.  El crecimiento aparece como una condición necesaria para el alcance de la sostenibilidad ambiental.  El problema es que nunca se vuelve a limpiar después.

La segunda falacia es la que enuncia CRECER PRIMERO Y HACER JUSTICIA SOCIAL DESPUÉS. Es decir, se le da prioridad, nuevamente, a la eficiencia económica antes que la distribución de la riqueza.  En otras palabras, aun se justifica la idea de que para alcanzar mayores niveles de desarrollo en nuestros países, es necesario aceptar  altísimos niveles de desigualdad y de concentración de la riqueza.

Estas falacias paradigmáticas se han convertido en los principios rectores de la gestión institucional y las políticas económicas. Las preocupaciones por la sostenibilidad ecológica y social vienen después de alcanzar tasas mayores de crecimiento económico.  La prioridad del desarrollo económico incide profundamente en la forma en que se administran los recursos naturales y servicios ambientales, dificultando el camino hacia la sostenibilidad.

Hay tendencias que aceleran dicho proceso, como es el caso del cortoplacismo, con políticas de crecimiento para aumentar el lucro en el corto plazo en desmedro de un horizonte diferente a largo plazo. Otra tendencia aceleradora es la imposición de una noción de bienestar materialista e individualista, que nos aleja de las preocupaciones y el debate sobre la calidad de vida.  Nuestro bienestar no es solamente material, y esto está identificado en muchas constituciones políticas de nuestros países. Más aún, sabemos que no se trata solamente de un bienestar individual sino también colectivo.

Hoy, se evidencia una suerte de obsesión por el Producto Interno Bruto (PIB), como parámetro unívoco del desarrollo. Bajo este orden de ideas, se asume  que hay que sacrificar el medioambiente y a las personas para ganar puntos de crecimiento en el PIB.  Esto se constata no solamente en relación con la extracción de recursos naturales sino además el abuso de los servicios medioambientales y ecológicos. En cuanto a los actores sociales, se sacrifica la calidad de vida de los trabajadores o los pescadores artesanales para ganar puntos en el PIB. Esta situación pone en evidencia una total exclusión de los procesos ecológicos que envuelven una irreversibilidad –en particular, los recursos biológicos y sus servicios.

Como podemos ver, esta óptica que privilegia el desarrollo económico, conlleva un gran sesgo en relación con el concepto de lo que constituye valor en nuestra sociedad.  Los valores que priman hoy son los valores de mercado: los precios.  Sin embargo hay otros valores a considerar, como son los valores étnicos, ecológicos, culturales, espirituales…  Nuestra sociedad no puede estar dirigida solamente por valores económicos y financieros.

Es importante dar un golpe de timón para crear nuevos horizontes y caminos que nos lleven a una sociedad sostenible.  Y es aquí donde las políticas, la promoción del cambio tecnológico, y el aumento de nuestra consciencia humana toman una importancia primordial.  Esto llama a un cambio en la naturaleza y alcance del triángulo de la sostenibilidad.
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El mundo reclama cambio de paradigma: Hacia el desarrollo empoderado

Por Alfredo Sfeir Younis*
Desarrollo empoderado sostenible
Foto: Tommy Clark
Seguimos pensando que la sostenibilidad es un tema más del desarrollo de nuestros países.  Hoy, es el único tema.  Vemos diariamente que todo es sostenibilidad: el agua que bebemos, el aire que respiramos. Es por eso que la sostenibilidad no es una opción más para nuestras sociedades, es nuestro único destino. Sin embargo, la sostenibilidad no puede concebirse aisladamente de las dimensiones sociales.  Hoy no puede existir una sociedad sostenible sin que haya un empoderamiento ciudadano.  Esto requiere de un cambio en la Constitución de nuestros países y de una reforma radical en los procesos de participación democrática. La sostenibilidad no es una palabra, es un objetivo, es un valor, es un estado del ser, es una experiencia. Sin un nivel alto de nuestra consciencia colectiva, de empoderamiento interno y externo, será imposible llegar a la sociedad sostenible.
En los procesos de elaboración de las agendas de desarrollo es importante comenzar hablando de los más temas estratégicos asociados al debate de la sostenibilidad.  Tenemos que ir más allá de una enunciación de la relación entre la sostenibilidad y el desarrollo para abordar las complejidades implícitas en la búsqueda de una noción de progreso con consciencia del Medio Ambiente. La crisis ecológica actual hace necesario superar la  presentación simplista de las definiciones que existen sobre la sostenibilidad.

  • 1.    Antecedentes: El esfuerzo del desarrollo
El debate sobre la sostenibilidad surgió mucho antes de las carreras de economía ambiental, y antes también del debate sobre la ecología en el ámbito que conocemos hoy.  En su gestación inicial, este debate contenía un concepto de sostenibilidad que se preocupaba principalmente de lo que se llamaba “el esfuerzo del desarrollo (the development effort)”.   Es decir, en cómo mantener los beneficios netos de un proyecto sobre el tiempo y el espacio.  Dicha preocupación se basaba en una inquietud por parte de los donantes del impacto real de la ayuda extranjera en los países en vías de desarrollo, tanto a nivel nacional como a nivel local.  Uno de los aspectos de creciente preocupación en esa época era el hecho de que cuando la ayuda extranjera o la presencia física de la ayuda extranjera desaparecían, los proyectos también desaparecían. Esto solía explicarse con el argumento de que el capital humano y social tenía una calidad distinta, o bien, que los flujos de capital en general no eran suficientes como para garantizar el éxito del proyecto en el tiempo y el espacio.
Estas fueron algunas de las razones identificadas como causantes de tal estado de cosas:
  • Se empleaban tecnologías importadas, que eran adaptadas a la fuerza a los proyectos.
  • Se notaba un déficit de participación por parte de los actores sociales que eran afectados por el proyecto.
  • Se señalaba poca capacidad institucional local; las instituciones no eran capaces de mantener el esfuerzo del desarrollo.
  • Se consideraba que capital humano local era muy bajo o de calidad limitada.
  • Se pensaba en el impacto de causas estructurales (pobreza) y políticas (inestabilidad política de los gobiernos).
Esta coyuntura crítica trajo una serie de recetas y propuestas para cambiar la composición y el ritmo del desarrollo, particularmente, en los años sesenta y a comienzos de los setenta.  Fue en esa época que surgieron entonces conceptos tales como economía regional y local, lo pequeño es bonito (small is beautiful), desarrollo rural integrado, desarrollo comunitario (community forestry), y algunos ejemplos de propuestas de desarrollo sostenible.
Los que representaban a la ayuda extranjera participaron activamente en las discusiones sobre estos temas.  Esto trajo consigo un debate mundial sobre métodos y técnicas de  evaluación de proyectos de desarrollo.  Este es tema del cual aún no se enseña lo suficiente en las universidades, y el cual constituye una instancia fundamental para medir la calidad y alcance de un proyecto. De hecho, si uno pudiese ilustrar esto en forma simplificada con una pequeña ecuación matemática, cada componente de ella –cantidad, precio, funciones de oferta y demanda, tasas de descuento, etc. – daría pie a cientos de debates.
Solo dos ejemplos para ilustrar la importancia de los métodos de evaluación de proyecto dentro del ámbito de la sostenibilidad del desarrollo.  Uno, respecto a la naturaleza de la “cantidad” cuando se trata de recursos naturales, que no son bienes con los que estamos acostumbrados a relacionarnos en nuestra vida cotidiana (bienes de consumo).  Si tomamos, por ejemplo, los recursos naturales renovables, estos tienen generalmente una función biológica de rendimiento, que no se puede violar.  Esta naturaleza del bien en cuestión demanda de un análisis mucho más refinado que el que se podría aplicar a un bien de origen industrial.  Otro, es el uso de las tasas de descuento para el cálculo de los beneficios netos del proyecto.  En el análisis tradicional, el uso de las tasas de descuento castiga a los beneficios netos que surgen en el largo plazo.  Y como, los proyectos que están ligados a la sostenibilidad dan frutos generalmente en el largo plazo, se generaría un sesgo inmenso en contra el desarrollo sostenible.
Ambos ejemplos justificaron la creación de nuevos métodos y procedimientos para la evaluación de proyectos de desarrollo.  No quisiera  ser crítico pero, en mi experiencia, a pesar de los grandes avances en metodología de evaluación de proyectos, aún hoy en día, las evaluaciones de proyectos son muy precarias.  Generalmente, se espera que los conflictos que nacen de las decisiones del desarrollo sean dirimidos dentro del debate del impacto ambiental y el impacto social.  Pero esa instancia es tardía.

2.    El concepto de Sostenibilidad
Es interesante notar que en la actualidad aun es necesario explicar muchísimas veces qué es realmente el desarrollo sostenible.  Ni la definición más básica –ej., que la sostenibilidad debe ser económica, ambiental y social—ha resuelto el problema.  Esa fue la definición que dio lugar al Triángulo de la Sostenibilidad.
Triangulo de la sostenibilidad
No obstante, esta representación no fue tomada en un sentido equitativo, sino que se siguió privilegiando al primer ángulo, el de la sostenibilidad económica, como ámbito primordial que dirige el debate a la teoría económica tradicional.  Este sesgo ha sido exacerbado por la adopción de la economía neoliberal y reforzado por las instituciones de mercado.
La importancia que se le dio al mercado, constituyó la fuente de dos falacias fundamentales que permean casi todo lo que se hace hoy en pos del desarrollo de nuestros países.  Cabe decir que el mercado no posee los mecanismos automáticos de corrección.  La primera falacia instala la idea de CRECER PRIMERO Y LIMPIAR DESPUÉS.  El crecimiento aparece como una condición necesaria para el alcance de la sostenibilidad ambiental.  El problema es que nunca se vuelve a limpiar después.
La segunda falacia es la que enuncia CRECER PRIMERO Y HACER JUSTICIA SOCIAL DESPUÉS. Es decir, se le da prioridad, nuevamente, a la eficiencia económica antes que la distribución de la riqueza.  En otras palabras, aun se justifica la idea de que para alcanzar mayores niveles de desarrollo en nuestros países, es necesario aceptar  altísimos niveles de desigualdad y de concentración de la riqueza.
Estas falacias paradigmáticas se han convertido en los principios rectores de la gestión institucional y las políticas económicas. Las preocupaciones por la sostenibilidad ecológica y social vienen después de alcanzar tasas mayores de crecimiento económico.  La prioridad del desarrollo económico incide profundamente en la forma en que se administran los recursos naturales y servicios ambientales, dificultando el camino hacia la sostenibilidad.
Hay tendencias que aceleran dicho proceso, como es el caso del cortoplacismo, con políticas de crecimiento para aumentar el lucro en el corto plazo en desmedro de un horizonte diferente a largo plazo. Otra tendencia aceleradora es la imposición de una noción de bienestar materialista e individualista, que nos aleja de las preocupaciones y el debate sobre la calidad de vida.  Nuestro bienestar no es solamente material, y esto está identificado en muchas constituciones políticas de nuestros países. Más aún, sabemos que no se trata solamente de un bienestar individual sino también colectivo. 
Hoy, se evidencia una suerte de obsesión por el Producto Interno Bruto (PIB), como parámetro unívoco del desarrollo. Bajo este orden de ideas, se asume  que hay que sacrificar el medioambiente y a las personas para ganar puntos de crecimiento en el PIB.  Esto se constata no solamente en relación con la extracción de recursos naturales sino además el abuso de los servicios medioambientales y ecológicos. En cuanto a los actores sociales, se sacrifica la calidad de vida de los trabajadores o los pescadores artesanales para ganar puntos en el PIB. Esta situación pone en evidencia una total exclusión de los procesos ecológicos que envuelven una irreversibilidad –en particular, los recursos biológicos y sus servicios.
Como podemos ver, esta óptica que privilegia el desarrollo económico, conlleva un gran sesgo en relación con el concepto de lo que constituye valor en nuestra sociedad.  Los valores que priman hoy son los valores de mercado: los precios.  Sin embargo hay otros valores a considerar, como son los valores étnicos, ecológicos, culturales, espirituales…  Nuestra sociedad no puede estar dirigida solamente por valores económicos y financieros.
Es importante dar un golpe de timón para crear nuevos horizontes y caminos que nos lleven a una sociedad sostenible.  Y es aquí donde las políticas, la promoción del cambio tecnológico, y el aumento de nuestra consciencia humana toman una importancia primordial.  Esto llama a un cambio en la naturaleza y alcance del triángulo de la sostenibilidad.
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El mundo reclama cambio de paradigma: Hacia el desarrollo empoderado

Por Alfredo Sfeir Younis*
Desarrollo empoderado sostenible
Foto: Tommy Clark
Seguimos pensando que la sostenibilidad es un tema más del desarrollo de nuestros países.  Hoy, es el único tema.  Vemos diariamente que todo es sostenibilidad: el agua que bebemos, el aire que respiramos. Es por eso que la sostenibilidad no es una opción más para nuestras sociedades, es nuestro único destino. Sin embargo, la sostenibilidad no puede concebirse aisladamente de las dimensiones sociales.  Hoy no puede existir una sociedad sostenible sin que haya un empoderamiento ciudadano.  Esto requiere de un cambio en la Constitución de nuestros países y de una reforma radical en los procesos de participación democrática. La sostenibilidad no es una palabra, es un objetivo, es un valor, es un estado del ser, es una experiencia. Sin un nivel alto de nuestra consciencia colectiva, de empoderamiento interno y externo, será imposible llegar a la sociedad sostenible.
En los procesos de elaboración de las agendas de desarrollo es importante comenzar hablando de los más temas estratégicos asociados al debate de la sostenibilidad.  Tenemos que ir más allá de una enunciación de la relación entre la sostenibilidad y el desarrollo para abordar las complejidades implícitas en la búsqueda de una noción de progreso con consciencia del Medio Ambiente. La crisis ecológica actual hace necesario superar la  presentación simplista de las definiciones que existen sobre la sostenibilidad.

  • 1.    Antecedentes: El esfuerzo del desarrollo
El debate sobre la sostenibilidad surgió mucho antes de las carreras de economía ambiental, y antes también del debate sobre la ecología en el ámbito que conocemos hoy.  En su gestación inicial, este debate contenía un concepto de sostenibilidad que se preocupaba principalmente de lo que se llamaba “el esfuerzo del desarrollo (the development effort)”.   Es decir, en cómo mantener los beneficios netos de un proyecto sobre el tiempo y el espacio.  Dicha preocupación se basaba en una inquietud por parte de los donantes del impacto real de la ayuda extranjera en los países en vías de desarrollo, tanto a nivel nacional como a nivel local.  Uno de los aspectos de creciente preocupación en esa época era el hecho de que cuando la ayuda extranjera o la presencia física de la ayuda extranjera desaparecían, los proyectos también desaparecían. Esto solía explicarse con el argumento de que el capital humano y social tenía una calidad distinta, o bien, que los flujos de capital en general no eran suficientes como para garantizar el éxito del proyecto en el tiempo y el espacio.
Estas fueron algunas de las razones identificadas como causantes de tal estado de cosas:
  • Se empleaban tecnologías importadas, que eran adaptadas a la fuerza a los proyectos.
  • Se notaba un déficit de participación por parte de los actores sociales que eran afectados por el proyecto.
  • Se señalaba poca capacidad institucional local; las instituciones no eran capaces de mantener el esfuerzo del desarrollo.
  • Se consideraba que capital humano local era muy bajo o de calidad limitada.
  • Se pensaba en el impacto de causas estructurales (pobreza) y políticas (inestabilidad política de los gobiernos).
Esta coyuntura crítica trajo una serie de recetas y propuestas para cambiar la composición y el ritmo del desarrollo, particularmente, en los años sesenta y a comienzos de los setenta.  Fue en esa época que surgieron entonces conceptos tales como economía regional y local, lo pequeño es bonito (small is beautiful), desarrollo rural integrado, desarrollo comunitario (community forestry), y algunos ejemplos de propuestas de desarrollo sostenible.
Los que representaban a la ayuda extranjera participaron activamente en las discusiones sobre estos temas.  Esto trajo consigo un debate mundial sobre métodos y técnicas de  evaluación de proyectos de desarrollo.  Este es tema del cual aún no se enseña lo suficiente en las universidades, y el cual constituye una instancia fundamental para medir la calidad y alcance de un proyecto. De hecho, si uno pudiese ilustrar esto en forma simplificada con una pequeña ecuación matemática, cada componente de ella –cantidad, precio, funciones de oferta y demanda, tasas de descuento, etc. – daría pie a cientos de debates.
Solo dos ejemplos para ilustrar la importancia de los métodos de evaluación de proyecto dentro del ámbito de la sostenibilidad del desarrollo.  Uno, respecto a la naturaleza de la “cantidad” cuando se trata de recursos naturales, que no son bienes con los que estamos acostumbrados a relacionarnos en nuestra vida cotidiana (bienes de consumo).  Si tomamos, por ejemplo, los recursos naturales renovables, estos tienen generalmente una función biológica de rendimiento, que no se puede violar.  Esta naturaleza del bien en cuestión demanda de un análisis mucho más refinado que el que se podría aplicar a un bien de origen industrial.  Otro, es el uso de las tasas de descuento para el cálculo de los beneficios netos del proyecto.  En el análisis tradicional, el uso de las tasas de descuento castiga a los beneficios netos que surgen en el largo plazo.  Y como, los proyectos que están ligados a la sostenibilidad dan frutos generalmente en el largo plazo, se generaría un sesgo inmenso en contra el desarrollo sostenible.
Ambos ejemplos justificaron la creación de nuevos métodos y procedimientos para la evaluación de proyectos de desarrollo.  No quisiera  ser crítico pero, en mi experiencia, a pesar de los grandes avances en metodología de evaluación de proyectos, aún hoy en día, las evaluaciones de proyectos son muy precarias.  Generalmente, se espera que los conflictos que nacen de las decisiones del desarrollo sean dirimidos dentro del debate del impacto ambiental y el impacto social.  Pero esa instancia es tardía.

2.    El concepto de Sostenibilidad
Es interesante notar que en la actualidad aun es necesario explicar muchísimas veces qué es realmente el desarrollo sostenible.  Ni la definición más básica –ej., que la sostenibilidad debe ser económica, ambiental y social—ha resuelto el problema.  Esa fue la definición que dio lugar al Triángulo de la Sostenibilidad.
Triangulo de la sostenibilidad
No obstante, esta representación no fue tomada en un sentido equitativo, sino que se siguió privilegiando al primer ángulo, el de la sostenibilidad económica, como ámbito primordial que dirige el debate a la teoría económica tradicional.  Este sesgo ha sido exacerbado por la adopción de la economía neoliberal y reforzado por las instituciones de mercado.
La importancia que se le dio al mercado, constituyó la fuente de dos falacias fundamentales que permean casi todo lo que se hace hoy en pos del desarrollo de nuestros países.  Cabe decir que el mercado no posee los mecanismos automáticos de corrección.  La primera falacia instala la idea de CRECER PRIMERO Y LIMPIAR DESPUÉS.  El crecimiento aparece como una condición necesaria para el alcance de la sostenibilidad ambiental.  El problema es que nunca se vuelve a limpiar después.
La segunda falacia es la que enuncia CRECER PRIMERO Y HACER JUSTICIA SOCIAL DESPUÉS. Es decir, se le da prioridad, nuevamente, a la eficiencia económica antes que la distribución de la riqueza.  En otras palabras, aun se justifica la idea de que para alcanzar mayores niveles de desarrollo en nuestros países, es necesario aceptar  altísimos niveles de desigualdad y de concentración de la riqueza.
Estas falacias paradigmáticas se han convertido en los principios rectores de la gestión institucional y las políticas económicas. Las preocupaciones por la sostenibilidad ecológica y social vienen después de alcanzar tasas mayores de crecimiento económico.  La prioridad del desarrollo económico incide profundamente en la forma en que se administran los recursos naturales y servicios ambientales, dificultando el camino hacia la sostenibilidad.
Hay tendencias que aceleran dicho proceso, como es el caso del cortoplacismo, con políticas de crecimiento para aumentar el lucro en el corto plazo en desmedro de un horizonte diferente a largo plazo. Otra tendencia aceleradora es la imposición de una noción de bienestar materialista e individualista, que nos aleja de las preocupaciones y el debate sobre la calidad de vida.  Nuestro bienestar no es solamente material, y esto está identificado en muchas constituciones políticas de nuestros países. Más aún, sabemos que no se trata solamente de un bienestar individual sino también colectivo. 
Hoy, se evidencia una suerte de obsesión por el Producto Interno Bruto (PIB), como parámetro unívoco del desarrollo. Bajo este orden de ideas, se asume  que hay que sacrificar el medioambiente y a las personas para ganar puntos de crecimiento en el PIB.  Esto se constata no solamente en relación con la extracción de recursos naturales sino además el abuso de los servicios medioambientales y ecológicos. En cuanto a los actores sociales, se sacrifica la calidad de vida de los trabajadores o los pescadores artesanales para ganar puntos en el PIB. Esta situación pone en evidencia una total exclusión de los procesos ecológicos que envuelven una irreversibilidad –en particular, los recursos biológicos y sus servicios.
Como podemos ver, esta óptica que privilegia el desarrollo económico, conlleva un gran sesgo en relación con el concepto de lo que constituye valor en nuestra sociedad.  Los valores que priman hoy son los valores de mercado: los precios.  Sin embargo hay otros valores a considerar, como son los valores étnicos, ecológicos, culturales, espirituales…  Nuestra sociedad no puede estar dirigida solamente por valores económicos y financieros.
Es importante dar un golpe de timón para crear nuevos horizontes y caminos que nos lleven a una sociedad sostenible.  Y es aquí donde las políticas, la promoción del cambio tecnológico, y el aumento de nuestra consciencia humana toman una importancia primordial.  Esto llama a un cambio en la naturaleza y alcance del triángulo de la sostenibilidad.
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