El Crimen de La Plaza Zitarrosa 18 / Por José Luis Facello

Silvina persistía en atormentarme, ahora por su ausencia. No sabía de ella nada de nada, su teléfono apagado, nunca un mensaje.

   Intenté bosquejar en pocas líneas la nota que haría para “Calles de Nadie”, tenía alguna idea sobre el nudo de la violencia callejera y los rizomas que darían las claves necesarias para visualizar la complejidad inherente del crimen de la Plaza Zitarrosa. A poco, abandoné el intento y entré en YouTube para deleitarme con los videos de “Croata 845”. Un capo.

   La música de las murgas me hacía mal porque es imposible, indivisible, de no asociar a Silvina. Y el no estar de Silvina, el no estar con Silvina me consumía como la gripe a los ancianos.

   Me recosté en la cama mirando el techo pero esta vez no logré por más que lo intenté encontrar una mísera señal, quizá estaba envejeciendo y mi atribulada mente apenas procesaba los pequeños hechos cotidianos, apenas registraba los síntomas del cuerpo enflaquecido de este auténtico periodista. Asustado de mi entorno dirigí una mirada de auxilio en derredor, nada. Nada.

   El perro completaba la decadente escena con actitud desfalleciente.

   Opté, tratando de restañar las heridas de mi personalidad, contabilizar los artefactos electrónicos y electrodomésticos que me rodeaban. Era un juego tonto pero me ayudaba no solo a relacionarme con el mundo exterior sino a la construcción de mi personal microcosmos. No me guiaba el afán de tener, de tener para ser alguien, sino de contar con los instrumentos complementarios a un modo de vida, a mi filosofía.

   Uno, fundamental: el iFhone.

   Dos, básico: la notebook.

   Tres, un exceso: la heladera.

   Cuatro, inútil: el microondas regalo de mi madre. 

   Cinco, la memoria: el pendrive.

   Seis, las voces testimoniales: el grabador.

   Completaba mis pertenencias una heroína de papel: Antígona Vélez y un recuerdo de mi padre, el revólver S&W del 38.

   Mientras establecía la función e interconexiones entre uno y otro dispositivo, me preguntaba si contaría con ellos por siempre o una nueva andanada tecnológica me sumiría en la periferia haciendo de mí un moderno analfabeto. No podía concebir un mundo arcaico y primitivo donde la supervivencia la asegurase la agricultura u otros trabajos rudimentarios. Eso nos hacía pobres estructurales… y entonces no habría escapatoria… ni ideología concluyente… fui cayendo en el sopor que me producen los coros murgueros… hasta dormirme con los apestosos championes puestos.

  Entresueños olí una cena decente.

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   El lugar estaba inmerso en una luminosidad brumosa dando a las personas, gentes principales en su mayoría, una pátina tan artificiosa como sobrenatural que resaltaba en los agrisados trajes de sastrería. Los nativos del país se dirigían con cínica veneración  a un hombre de edad incalculable,  que vestía poncho, bombacha y botas media caña, que olía a campo y madreselvas y era nombrado, reverenciado, como el general celeste. A todos los atendía un mozo experimentado y muy joven, inmaculadamente vestido, traje, moñito y guantes blancos, que a esa hora de la noche servía vinos franceses y whisky con generosidad, acompañado por platillos que rebozaban aceitunas negras, huevas de lota, bandejas con sándwiches de jamón y queso, y trozos de pollo frito en salsa dulce en humeantes cazuelas de barro.

   La conversación se encauzaba con ciertos giros de voces que orillaban intervenciones monótonas o vehementes como puñaladas, sino el silencio prolongado como los días negros en la bolsa de NY. El humo del cigarrillo contaminaba las palabras. No faltaban los vocablos extranjeros, los diálogos enrevesados, sobrevolando equívocos y malentendidos se deslizaban en la conversación sutiles promesas y compromisos donde no faltaron las veladas amenazas. Dos hombres tomaban notas, nadie llamó ni recibió mensajes, mucho menos sacaron fotografías.

   La negociación era secreta.

   El tema era inmemorial, sin tiempo que lo abarque aunque de última actualidad, pero fundamentalmente, era un asunto insoslayable, nuestra oportunidad de ser alguien en el mundo. La última…

   _ Hablo por boca de mi padre, su cuerpo encarcelado cede en silencio a la ignominia, pero su voz es el faro que alumbra nuestro futuro. La Libertad es el fruto que desveló a generaciones de patriotas y la columna madre de la estabilidad institucional, que ahora lo podemos certificar, nos ubica entre los mejores del mundo… Pero sólo a condición de no cambiar de caballo en medio del río, sentenció el estanciero de mediana edad.

   _ Aunque nuestras divisas partidarias sean distintas, reconozco yo y mi partido, la justeza de sus palabras en cuanto refiere a los destinos del país y de nuestro pueblo. No caben dudas que estamos ante la vorágine de la modernidad, con la privilegiada ubicación de que nuestras playas atlánticas no distan en demasía de la cuenca del Pacífico; se abre la oportunidad histórica de convertirnos, más allá incluso de nuestro gusto, en la ruta codiciada de los mercaderes del mundo. Si hubo en la antigüedad una ruta de la seda, ante nuestros ojos desacostumbrados se origina en nuestras costas el promisorio tráfico: la ruta de la soja a la China, a los confines del mundo, dijo con impostación de estadista el contador público.

   _ Las cifras son por demás auspiciosas, anunció el imberbe analista de Milenio-ROU.

   _ Los números son discutibles según el método de análisis, según la fuente que los divulgue, terció una mujer madura nacida en Ecilda Paullier y graduada en Chicago, lo importante es el concepto.

   _ Las oportunidades se multiplican de modo exponencial, insistió el analista tomando aire, los minerales soterrados esperan la vía libre que los resucite para contribuir al milagro de los países industrializados.

   _ Como los delitos complejos… deslizó un hombre de aspecto imponente que fue presentado como el Jefe Principal del departamento de “Protección Infalible a los Ataques Externos”. Lo secundaba a la diestra una silenciosa experta de “Inteligencia Paralela” que trasmitía cierto dejo sacerdotal en los calmosos movimientos de las manos.

   _ Señores, dijo el estanciero, hemos convocado a esta reunión porque ha llegado la hora de evaluar el proceso en marcha, saben ustedes que de ello dependerán los próximos pasos considerando acontecimientos imprevistos que nos conducen a una encrucijada, y de la acertada resolución habremos de coronar nuestros afanes.

   _ Explíquese por favor, pidió el analista de Milenio-ROU.

   _ Señores estamos refundando la democracia, consideremos que la Libertad y el Progreso son indivisibles de la idiosincrasia de nuestro pueblo, una marcha indetenible desde hace más de dos siglos.

   _ Hum…, se escuchó de la boca cerrada del general celeste.

   _ La Fábrica funciona dentro de los estándares previstos y eso nos indica señores que el futuro es hoy, aseguró carraspeando en castellano el socio-gerente Pentti Korhonen, mientras dirigía una mirada despectiva a la economista. Ese es nuestro concepto, dijo categórico, y a no olvidar, que lo que es bueno para nosotros es bueno para todos.

   _ Lo que es bueno para ellos es bueno para nosotros reafirmó con parsimonia el contador, pero una nube cruzó su mirada al recordar la capitulación de los enunciados anti- Fábrica que había sostenido hasta poco tiempo antes de las elecciones.

    _ Con la velocidad del rayo los hombres sagaces actúan sin esperar  escuchar el tardío tronar de las estadísticas ni la evolución de las acciones, porque señores, en los negocios globales el tiempo cuenta, máxime a la hora de la toma de decisiones. La operatoria portuaria que brindamos en Montevideo, dijo el representante belga de Katoen Natie, habla por sí sola pero necesitamos de la libertad de comercio, del mercado libre, porque hacia allí señores, irán los exitosos del mundo.

   _ Hum…, manifestó impertérrito el general celeste.

   _ Están dadas las condiciones, terció el contador público, para avanzar con una campaña inteligente en materia comercial, es el momento preciso para que nuestro mensaje llegue a todos los rincones del mundo. Nuestros publicistas tienen en sus manos la megaminería y el carnaval, la forestación y la marihuana, Punta del Este y las lecheras Hostein Frisona para expresar el potencial de esta pequeña república capaz de decir presente en los mercados, propalando el mensaje de transparencia que los incrédulos no quieren entender y los fracasados niegan.

   _ Máxime si consideramos un objetivo impostergable: arremeter contra los oscuros que resisten la sociedad de consumo, dijo la analista de “Inteligencia Paralela”.

   _ Consumidores para ser alguien, dijo satisfecho el Jefe Principal.

   _ ¡Señor! Estuvimos a un paso de una guerra en nombre de la libertad de producción y libre circulación,  dijo al borde de la exaltación el contador. Seamos ambiciosos en las metas como muy cuidadosos en los procedimientos, considerando responsablemente el exiguo  presupuesto de la República.

   _ No perdamos más tiempo porque los negocios no esperan, apremió el socio-gerente Pentti Korhonen.

    _ Jodido asunto… para dramatizar la vida y la muerte…  con los mercaderes de la felicidad… espetó entre dientes Daniel´s “Jaramillo” Flores, director de la murga “La milagrera era”.

   _ ¿Cómo ve las cosas mi general? preguntó el mozo por lo bajo.

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   Desperté en medio de la noche, afuera sonó un disparo.

   Encendí un cigarrillo, no recordaba lo soñado pero el personaje caricaturesco de la murga me martillaba la cabeza gritándome:

   “Jodido asunto, jodido asunto…”

   Afuera sonó otro estampido.

   Accioné la tecla Play y en pocos segundos se escuchó la voz de la mujer, una voz soñadora que aportaba nuevas claves al desatino de la violencia callejera.

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   “No lo conocí a Aidemar sino por boca de Camilo, por entonces Bahiano, joven apenas, en realidad un botija. Una camaradería fruto de la necesidad compartida y el azar que conlleva al encuentro de dos tipos signados por la fatalidad.

   Cuenta Camilo, que cuando deambulaba  sin rumbo alguno se detuvo a hurgar en el basurero. Había huido de la casa y estaba hambriento. ¿Por qué huyó?, es una larga e inconclusa historia, podríamos decir, atribuible a la rebeldía de los adolescentes. Unas mujeres lo observaban desde los ranchos. Dos botijas se acercaron y a poco supieron que era otro desgraciado más; no como ellos porque descubrieron algo raro en el desconocido, aunque eso no impidió que lo invitaran a La Isla, una fábrica abandonada donde vivían los integrantes de la pandilla.

   La pandilla de Aidemar”.

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   Detuve la grabadora. Expulsé el humo que ascendía levemente en forma de anillos, mientras displicente, escudriñé las manchas del techo buscando significados.

   ¿Cuál era la vida real de este sujeto que escapaba del pasado, disfrazado, portador de credenciales falsas y armas de guerra, preso de situaciones inverosímiles? ¿Quién es realmente Camilo Muros sobreviviente al atentado en la Plaza Zitarrosa?

   Abrí la heladera y tomé la única porción de pizza, dura y combada como una tabla de surf, olorosa como el ácido mar, incomible.

   Mientras masticaba establecí paralelos absurdos entre el hambre y la satisfacción, entre la libertad y la carestía, entre una brizna de pasto y el horizonte.

   Silvina era la ausencia carente de paralelos, que exhibía el sexo profundo como una desinhibida nudista en las manchas del techo.

   Violando toda privacidad, mi madre, aprovechando una de mis ausencias  secuestró a Malevo sin decir palabra. Un mensaje de mi hermana daba cuenta que el veterinario lo revisó  con profundo asco para finalmente recomendar tres veces al día una ración de alimento balanceado y agua en abundancia. Mi madre puso el grito en el cielo porque el facultativo le regaló una forzada sonrisa y un hueso de plástico para la mascota, en tanto le cobró trescientos pesos por la consulta.

   Pulsé nuevamente la tecla.

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   “Aidemar era el jefe de la pandilla.

   Con ellos Camilo comenzó a descubrir el mundo de los ladrones, las técnicas milenarias y a los grandes capos de bandas que hicieron historia. Escuchó en noches sin luna leyendas sobre la cárcel de Punta Carretas, fugas increíbles por túneles y galerías sin salida donde pululaban las calaveras, puntas de flechas  y oxidados arcabuces. Sino, relatos sobre personajes legendarios dueños de amores imposibles, que amaban la vida y un día cualquiera morían contra un muro del penal, en la banquina de un apartado camino rural o en la sala de torturas.

    Camilo dijo, que en realidad había descubierto un mundo que era absolutamente innombrable en la casa de Palmar, un mundo inconcebible en su mente infantil porque su conocimiento era un mundo circunscripto a su pieza de hijo único y al aula escolar. Receptor del amor juvenil y puro de Amparo, la empleada.

    Me dijo, que La Isla como el cabo Cañaveral, fue el sitio que lo impulsó a conocer otros mundos, las desiertas calles del anochecer, a sobrevivir con engaños y a amar prejuiciosamente durante mucho tiempo.

   Sufrí y gocé los vientos de la violencia, decía Camilo con unas cervezas de más...

   Me atrevo a decir, me oí decir, que la muerte es una estupidez necesaria”.

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   Afuera sonó otro disparo.

   La vecina del cuatro gritó: ¡Así no se puede dormir!

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   _ ¿Y usted qué piensa? preguntó con gravedad el general celeste.

   _ Los cambios son muchos, respondió el mozo mientras repasaba las copas y las observaba a trasluz, pero estamos igual que antes.

   Puedo asegurarle general que tuvimos años muy difíciles. No es fácil cuando uno es botija escuchar la voz del padre a diez mil kilómetros, ver los domingos a nuestra madre sola y con la mirada ausente sin saber a ciencia cierta cuando llegaría la hora para que mi hermano mayor también marchase a un país extranjero. Yo soy el menor de todos y al respecto mi madre fue tajante: éste es muy chico y no se va.

   _ Lo entiendo m´hijo.

   _ Un día, mi padre en medio de la congoja familiar anunciaba que iría a buscar un trabajo, a probar suerte, en la cuenca del Orinoco…

   _ Hum…

   _ No lo hacía por puro gusto, una fuerza invisible como la falta de pan lo impelía a ganarlo allende la frontera. Cenamos y a la hora de la sobremesa, con una copa de más mi padre con lágrimas en los ojos y mucha bronca nos dijo sentirse un desertor.

   _ ¡Hum!

   _ Y fue más allá, dijo que algo poderoso flotaba en el ambiente que inducía como un pérfido titiritero a que marcharan, no pocos trabajadores, al destierro… 

   _ Supe de exilios y semillas, de hermanos distanciados y luces malas, de madres solteras y esperas. Mucho se aprende de a caballo.

   No se imagina usted como pesan estos asuntos sobre mi encorvada espalda.

   Los charrúas, los negros y los criollos me dieron un mandato a condición de que fuese el jefe de los orientales, pero la derrota nos llevó a otras derrotas y como un enroque del destino, mi exilio llevó a otros exilios…

   El general celeste perdió la mirada en las cortinas rosadas, mientras los principales, presos de un inquietante silencio optaron por proponer otro brindis.

   _ ¿En qué cabeza cabe, que por no tener una labor productiva en este bendito suelo, deba uno de los nuestros ser forzado a marchar a tierras extranjeras?

   Hombres como usted, dijo con firmeza al mozo, que permanecieron soportando tempestades, prosiando sin estridencia y caminando por el filo de una navaja, han hecho posible el resurgimiento de una patria generosa que cobija a sus hijos.

  Pero usted me ha respondido como un político y le pido disculpas si no fui claro, porque yo sencillamente preguntaba por estos cosos.

   _ El que pide disculpas soy yo mi general…

   _ Hágame la gauchada, llámeme Pepe.

   _ De tratarlos por años, uno por bruto que sea aprende de tanto escucharlos, le anticipo que me sé los discursos de memoria, de estos cosos como dice, pero a decir verdad no hay cristiano que los entienda.

   _ Hum…

   No se llame a engaño amigo, las enrevesadas palabras no alcanzan para disipar, más que la catadura de las ideas, la mirada ambiciosa de la mayoría de ellos. Estafan al hermano por ambición de dinero, capaces de matar a sus iguales por ambición de poder, desesperan como los condenados a las galeras por el afán de ser alguien.

   Principales unos, otros amanuenses y otros más, loobistas. Esto ya lo vimos, sólo falta el invasor brasilero secundado por los doctores montevideanos que dicho sea de paso y sin ofender, lo lisonjeaban como buenos tránsfugas.

   El muchacho frunció el ceño mientras descorchaba una botella de Moet & Chandon, en tanto era todo oído a las palabras del viejo general.

   _ Recuerdo, dijo el general mientras picaba naco en la palma de la mano, que un paisano inventó la palabreja “quisling” porque así se llamaba un nazi de nacionalidad noruega, como forma de repudiar a las divisas políticas de los países atacados por Hitler,  ¡que decidieron unirse al enemigo de sus patrias!

   Como ve, dijo sin poder disimular la amargura, esta vez la historia se repite dos veces.

   Con calculado disimulo el mozo bebió un trago de scoch importado.

   _ Usted sabe, cuando me pongo tristón me da por pensar cosas…

   Pienso que los orientales bien nacidos tenemos derecho a un pedazo de tierra, a un terrenito donde levantar una vivienda, modesta… a ganarnos el pan con cada amanecer.

Ser dueños de algo, que para eso respetamos la propiedad como enseña la Constitución.

De estos cosos nada sé, sólo que no son lo que aparentan ser.

   _ Hum…

   _ Mi general Pepe, pruebe a cabalgar por los caminos del país y comprobará que  nuestra campaña está raleada de población, por bien que mire no la encontrará salvo arremolinada en los pueblos o silenciosa en los obradores forestales. Es cosa de locos, porque en las ciudades lo que sobra es gente pero lo que escasea es un lugar, aunque más no sea para levantar una pieza.

   _ Entiendo m´hijo. En mi tiempo, alguna cosa quisimos hacer al respeto y al principio funcionó bien… pero más luego los ancestros de estos cosos nos ganaron la partida y la tierra que otorgamos fue desotorgada, mientras yo y los míos remontábamos  campos río arriba madurando la espera, la vuelta… o vaya uno a saber qué.

   _ No sé cómo se verán las cosas desde Paraguay, pero le aseguro como que me llamo Liber que acá para algunas cosas estamos divididos que ni le cuento. Estamos los que trabajamos duro para comprar porquerías, alentados para consumir más, porque lo dicta el modelo imperante asustando a la gente como yo con el fantasma del desempleo. Y están los de siempre, los que especulan con la desgracia ajena para embolsar un dólar, para comprar otra estancia…

   El mozo repitió la maniobra encubierta y empinó otro trago de whisky clavando la mirada enrojecida en los ojos del general celeste.

   _ ¿Y el murguero que hace acá? interrogó,  bastante fastidiado a esa altura por todo lo que veía y oía a su alrededor.

   _ Están en todos lados…

   _ Más vale.

   _ No soy doctor pero todo parece indicar que son lo que la sangre al cuerpo… asuntos de la identidad de nuestro pueblo. Lo que d´nantes era churrasquiar junto al fogón y  tener por acompañantes una yunta de payadores bajo un telón de estrellas.

   El mozo rodeó la mesa observando con discreción que las copas estuviesen servidas, retiró algunos platillos y trajo más hielo.

   _ Yo me arriesgo al decirlo mi general Pepe, pero si los hijos del país tienen pocos medios para trabajar, sin crédito para producir, le firmo que nuestro destino está echado.

   _ No se aflija tanto mi amigo con las fatalidades del destino, hay cosas que dependen de nuestra voluntad de realizarlas.

   _ Seguramente es como usted dice, pero…

   Se hizo un silencio incómodo entre los dos hombres en medio del murmullo insidioso de los principales.

   _ Siga, siga.

   _ Mi padre fue un tipo dueño de férrea voluntad, linotipista… pero fue derrotado sin saber qué hacer en sus días del “seguro de paro” y definitivamente, un año después, cuando viajó a Venezuela con lo puesto. Y allá pervivió durante seis años como un migrante más, no fruto de la voluntad, porque según me dijo al regresar, aquél no fue un libre acto de la voluntad, fue más bien, la imposición al destierro de los sin pan.

   _ Tenga consuelo mi amigo, en tierras americanas no hay destierro que valga… salvo que el paisano pierda el rumbo de las estrellas o sea un nabo, nomás.

   Pero cuénteme  ¿qué es de la vida de su hermano?

   _ Es una buena persona, tiene mujer linda y embarazada de ocho meses, veintiséis años y un oficio.   

   Armador de fierros en las obras.

   _ Bien.

   _ Ni tanto, hace dos meses que está parado.

(sigue en la página siguiente)



   5.    

   La melodía del teléfono sonó en la pieza a oscuras, me levanté de un salto tan exaltado como alegre pensando en Silvina.

   _ Ola.

   _ ¿Es usted?

   _ ¿Quién habla?

   _ Le habla Sánchez, por si no recuerda quedó en enviarme una nota que nunca llegó.

   _ ¡Ah! Paso a explicarle.

   _ ¡No quiero explicaciones! Necesito el artículo sobre la violencia callejera de una buena vez.

   _ Delo por hecho. Estoy en el remate final, más que de un artículo, de una verdadera tomografía sociológica.

   _ …

   _ …

   _ Usted me toma por pelotudo.

   _ ¡Señor!

   _ ¡Señor ni que pelotas!

   _ No lo entiendo...

   _ Para que vaya entendiendo, en los últimos cuatro números debimos suplir su espacio con las notas de mi sobrina.

   _ Entiendo.

   _ Usted entiende de contenidos… si no hacemos algo muy pronto “Calles de Nadie” se convertirá en una revista de chismes. Estoy harto de fiestas de casamiento, abandonos y embarazos, indemnizaciones y pequeños robos, reacción de los despechados consumando de una forma u otra sus venganzas personales.

   Estoy hasta la coronilla de la vida privada de los jugadores de fútbol y de las viejas vedetes, de porteños ricos y famosos por evadir impuestos o de desconocidos jeques árabes interesados en invertir en empresas quebradas.

   Mi sobrina todavía no entiende que no podemos competir contra decenas de revistas españolas o argentinas ilustradas a todo color, promoviendo cada dos semanas sorteos para viajar a las playas de Palawan.

   De paso le digo que trasladamos, a instancias de ella, el eje de la crónica policial, en clave de escándalos,  al Viejo Continente.

   _ ¿Cómo es eso?

   _ ¡Usted se lo buscó! La ambición de mi sobrina quedó de manifiesto cuando me propuso un paquete de noticias de gente muy famosa. Europeos. No le importaba el dinero me dijo, a sabiendas que “Calles de Nadie” está en una delicada situación financiera por la suspensión temporaria de algunos avisadores. Nada serio. Manejable. Pero en cambio, dijo estar dispuesta a hacer cual-quier-cosa para conseguirlo. Me propuso primero y rogó después que hiciésemos una escapada quincenal a Buenos Aires, para aclarar las ideas, cruzar el río, definir la estrategia editorial, gaviotas y camalotes, todo a espaldas de su tía lo que es decir mi mujer. ¿Entiende en lo que estoy metido?

   _ ¡Sorprendente!

   _ Ella no es como usted… ella sabe lo que quiere.

   Muchas mujeres saben lo que quieren, pensó Amoroso pensando en Silvina. El sentía  que la amaba perdidamente pero el amor cotizaba a la baja de un tiempo a esta parte.

   _ ¿Y ella que quiere si se puede saber?

   _ Atienda por una vez en su vida. Los asuntos europeos tienen otro lustre, usted sabe, puede faltarles el pan en la mesa pero son capaces de cortarse las venas y mostrar como mana a borbotones su sangre, la sangre azul. Sí ya sé, clásicas reminiscencias del período colonialista en pleno siglo veintiuno.

   Pero eso ya a nadie importa.

   _ ¿Y qué es lo que importa Sánchez?

   _ ¿Y usted se atreve a preguntar?

   _... 

   _ Por su desidia perdimos la atención del público ávido de crímenes, de sangre común que brota de los orificios de bala, de los tajos fulmíneos y mortales. Por su culpa perdimos la iniciativa de registrar la vida misma de las calles y el final anunciado de los montevideanos.

   _ La crónica amarilla que no puedo suscribir por razones éticas y morales.

   _ ¿Qué razones?

   _ Olvídelo. Me parece un exceso achacarme la culpa de todo, está haciendo un drama por nada…

   _ Por su irresponsabilidad hemos perdido los grandes avisadores: Cerrajería Imperial; Porvos Alarmas Anti-pánico; Salvia Sicólogos & Asoc. ¿Se da cuenta de lo que ha hecho?

   _ Los avisadores van y vienen, me extraña Sánchez…

   Usted no lo ve. Mi sobrina ya ha inaugurado la columna “El mundo y nosotros”.

   _ Sobra violencia en el mundo, tendrá material de sobra…

   _ Usted no comprende. Ella tiene una idea fija donde lo bueno se refunda en lo malo, una simbiosis, que a partir del acto de hacerlo público, de justificarlo gravemente, es asumido con gracia como una fatalidad de los famosos que en segundos se transforma, medios mediante, en la felicidad de las masas televidentes y los pocos lectores que quedan. ¿Me sigue?

   _ Más o menos.

   _ Imagine a una familia real.

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   Vestidos de gala acorde a su investidura o vestidos de sport con la distinguida sencillez de los muy ricos, dueños de gestos medidos regidos por el protocolo, los infantes acompañantes inocentes y rubios.

   Un día cualquiera, de las portadas brillantes de los magazines saltan a los grises titulares policiales de los diarios y portales en Internet. Crece a gran velocidad la sospecha que alguien de la familia real se ha quedado de modo indebido con algunos dinerillos, que ha traficado influencias en Bruselas, que su mujer sabe y calla encubierta en cómplice silencio, para no disgustar a la vieja madre que no sabe o no quiere saber, argumentan, que no se ha repuesto todavía del rumor o descubrimiento, no de las Indias Occidentales sino de los amoríos clandestinos del viejo rey como el desliz de la infanta lavadora de dinero. Los paparazzi han divulgado con estética alarmista los movimientos del anciano, ha comprado municiones para cazar elefantes y temen lo peor. En tanto, el hombre joven explicita ante las cámaras de la televisión que todo es un invento de los grupúsculos conservadores para desacreditar a las monarquías progresistas. Con lágrimas en los ojos, la mujer joven jura por sus hijos, que su esposo y amor de su vida, de cuna plebeya jamás, jura por la Virgen Coronada, se le ocurriría ni siquiera pensar en malversar fondos públicos ni desviar tesoros vía fundaciones humanitarias. Con lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas pidió, rogó al Altísimo que no olvide la Humanidad a los pobres de África. De la supuesta amante de su padre, el viejo monarca, ella denuncia que es un sucio truco fotográfico, un yate anclado en la costa del Mediterráneo y el zoom que registra en la cubierta los cuerpos desnudos, dorados y rejuvenecidos de dos desconocidos ajenos a todo.

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   _ Lo jura por sus hijos, imagine Amoroso.

   _ Nada nuevo bajo el sol.

   _ No crea, esto que podríamos calificar de escándalo, en otros países se convierte en un bálsamo para los involucrados. La familia real reconoce los hechos pero sin sentirse parte, ni mucho menos, vergüenza por el fallo de la justicia, ¿por qué? porque a ellos los protege como a toda realeza que se precie,  la simpatía del pueblo y el beneplácito de los dioses.

   _ Inimputables, eso vende.

   _ ¡Exacto! Me gusta muchacho cuando se expresa así porque saca a relucir lo mejor de un periodista de fuste.

   _ Gracias.

   _ Olvidemos los palacios e imaginemos.

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   La conversación con Sánchez me había agotado no tanto por el devenir de la prensa libre sometida a la amenaza de los gobiernos populistas en la región, como por el entresijo sentimental del veterano editor con su sobrina. En esa historia a todas luces trasgresora no dejaba de perturbarme la presencia a la distancia, borrosa, perfumada y excitante de Silvina.

   Reaccioné intempestivamente al  urticante olor, salté de la cama y sumergí los championes en agua jabonosa, salté a la cama y permanecí inmóvil con los ojos cerrados evitando en mi mente la presencia intrusiva de la mancha en el techo. Estaba demasiado cansado descifrando la interpretación de Sánchez sobre los escándalos de la realeza como para embarcarme en el simbolismo abstracto del cielorraso. Tomé fuerzas y me concentré en la Ausencia como medio de visualizar las últimas imágenes queribles, inolvidables de Silvina.

   Silvina riendo, Silvina desnuda, Silvina bajo el dintel de la puerta diciendo:

   _ Es hora de que vuelva con mi esposo.

   Frase lapidaria para un consumido amante, herido, debilitado por el mal comer pero también resistiendo, expectante al mínimo mensaje telefónico, tanto descorazonador  como portador de una buena nueva. El teléfono continuaba enmudecido y yo con los nervios destrozados me dormí asediado por los gruñidos del perro.

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   Dos golpecitos en la puerta me despertaron.

   _ ¿Quién es? pregunté deseando escuchar la voz cantarina de Silvina, pero el silencio me hizo presagiar algo malo, como un asalto… o una promotora ofreciendo una nueva tarjeta de crédito.

   _ ¿Quién es? reiteré con un hilo de voz.

   _ Soy la vecina del cinco.

   _ ¿Qué quiere? dije al abrir la puerta todavía preso de mis temores.

   _ Mis nietos se entretienen jugando con los envoltorios pero no comen los alfajores, aquí tiene, están sin tocar y para mi médico están en la lista de lo prohibido, por la diabetes como mi finado esposo, pero me acordé de usted y entonces…

   _ Gracias, tengo mucho trabajo, dije mientras cerraba la puerta.

   _ ¿De qué me dijo que trabajaba? se escuchó lejanamente del otro lado.

   Devoré los dos alfajores de grasiento chocolate blanco y fui a la canilla ahogado y a punto de desfallecer, sentado en el wáter recuperé el aliento primero y las fuerzas después, pero todo pareció irse al infierno cuando me incliné para vomitar.

   No supe cuánto tiempo tardé en recuperar la vertical, reconocerme en el espejo y convencerme de que los alfajores y el estómago vacío no son amigables.

   Encendí un cigarrillo y pulsé Play.

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   “Cuénteme del período en la casa de Palmar”, escuché mi voz.

   “Bueno, Camilo me habló de lo que pueden ser los recuerdos de un niño feliz hasta cierto punto.

   Todos fuimos niños y aunque el entorno difiera, la mirada de un niño siempre es inocente aun cuando las tragedias ronden su almohada.

   Me pasó a mí y a tantos botijas… en otra oportunidad le cuento”.

   “Intuí algo interesante pero preferí no interrumpir”.

   “El mundo de Camilo era su pieza, ya lo dije, de hijo único. Una cama que día a día la empleada tendía con esmero y prolijidad, amorosa muchacha que de alguna manera le brindaba afecto disimulando el clima sórdido de la planta baja.

   Arriba era un mundo lleno de juguetes desparramados por el piso, lápices de colores y crayolas guardados en una caja de zapatos, y como en una galería de arte, láminas de almanaques con paisajes exóticos adornaban la pared. La ventana daba al parque y por detrás de la arboleda emergía fantasmal la torre del estadio Centenario, te cuento según sus propias palabras. La felicidad del niño llegaba a lo supremo cuando de la mano de Amparo se hacían una escapada al parque, paseo que disfrutaba en grande acompañado por su perra labrador.

   Amparo no encontraba las palabras adecuadas para advertir al niño de asuntos a veces traumáticos, otros trágicos, siempre dolorosos. Para protegerlo le mostró La Puerta que nunca debería abrir. Esa restricción aparentemente sin consecuencias, se convirtió en cambio en el descubrimiento de algo inasible, que en el tiempo infinito de la niñez lo llevó, casi con obsesión desmedida, a la búsqueda de cosas invisibles y por lo tanto innombrables.

   En su inocencia, reproducía la grabación, imaginaba traspasar La Puerta enfrentando valientemente él y su perra a seres  fantásticos e inalcanzables relacionadas con libros infantiles donde ogros, brujas y otros monstruos repugnantes los acecharían. Me decía que durante años la había evitado, siquiera mirarla, dando un rodeo para utilizar la puerta de servicio como hacía Amparo.

   La Puerta prohibida aparecía en sueños que se prolongaban hasta la madrugada y por ello, la extraña sensación de tranquilidad al despertar.

    Posteriormente a los diez o poco más, recuerde que habría de escaparse de la casa a los doce, hizo preguntas a su madre que fueron ignoradas o silenciadas. Al padre lo veía a la hora de la cena pero para entonces estaba somnoliento por la ingesta de whisky.

   El día que espió por la puerta entreabierta, atemorizado ante lo desconocido, observó a una chica un poco mayor que él tendida sobre la camilla, semidesnuda, mientras el hombre de túnica blanca, su padre, se disponía a aplicarle una inyección.

   De pronto las cosas se hicieron visibles pero él aunque desconocía la palabra, rumió durante días a escondidas, avergonzado sin saber de qué y sin reunir el valor suficiente para contárselo a Amparo, entristecido se refugió abrazado al cuello de la perra sin encontrar la palabra innombrable: aborto clandestino.

   Me aseguró que nunca había sentido tamaña angustia, durante días y noches revolvió bolsillos y cajones a escondidas sin saber que buscaba, ojeó pilas de libros inútilmente, escudriñó como un detective cada palmo de la pared empapelada, revisó bajo la alfombra de la sala de estar, en el aparador del comedor. Nada de nada. No entendía porque buscaba algo que sentía que faltaba, invisible o no. A los dos años de la enfermiza situación, confundido y abatido desistió de la búsqueda y una mañana de marzo  perdieron su rastro a la salida de la escuela.

   Para la policía quedó registrado como “G.M.R./menor desaparecido” abocándose de inmediato a la búsqueda. Fue noticia en la prensa escrita y la televisión  por el lapso de tres días hasta que un Boeing 727 de Mexicana de Aviación cayó en la Sierra Madre Occidental”.

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   _ Imaginemos a un hombre que a falta de sangre azul, la compra, sino la fabrica.

   Podría si quisiera adquirir un título de príncipe o duque, pero en cambio acepta sin un gramo de modestia que lo llamen caballero. Podría ser el humilde o anónimo u oscuro dueño de la cadena de almacenes “la Standa” dispersas por la península, pero no, pasa a ser reconocido  por las multitudes cuando compra el club de fútbol Associazione Calcio Milán, y más fama le llueve cuando el club festeja el campeonato en 1988. Desconozco el orden temporal de sus negocios, porque también se adueñó de canales de televisión y editoriales, su imagen crecía por cada minuto al aire y de este modo la fama pasó de un exitoso ejecutivo a ser la de un magnate importante. Con el holding Fininvest su figura destella en Francia y España como en Alemania, en la ex Unión Soviética y también en la ex Yugoslavia. ¿Me sigue?

   Si pensó que esto era suficiente para erguir a un europeo peninsular al podio de los triunfadores, se equivoca. Ni De Sica ni Tognazzi lo hubieran imaginado.

   El tipo tenía ambiciones, ahora ya no tanto, pisa los ochenta, como quién dice: octogenario. Usted sabe, el ocho no es un número cualquiera, la década de los ochenta menos. Le suena modernización, bueno, nuestro buen hombre estaba embarcado en los asuntos grandes, tenía claro que en las oportunidades y batallas por el mercado global habrían ganadores y perdedores. ¿Me sigue?

   Dígame, ¿usted puede pensar en grande?

   Usted no sabe lo que quiere a diferencia de mi sobrina.

   Ella a su manera reinventó a esos tipos inalcanzables, primeros entre los más ricos de los más ricos publicado por la revista Forbes. Nuestro hombre tendría en su haber unos ocho bi-llo-nes de dólares. Entre usted y yo, convengamos que son unos dinerillos…

   El arte de mi sobrina es justamente eso, poner a los multimillonarios al alcance de la mano de nuestra clase media, de los políticos y los artistas, en la peluquería, en la playa, cerca de todos, usted sabe, nuestra idiosincrasia rioplatense pasa así a ser parte, por admiración, envidia o bobera, componente respetado de occidente.

   Disculpe la digresión.

   Nuestro hombre quería apostar en grande y comienza a incursionar en la política. Consideraba como tantos líderes que había que contagiar el éxito empresario al Estado inoperante, al gigante en tacos altos, al ciego en medio de la autopista. Estamos hablando de los ochenta, una oportunidad única. Lejos de la decadencia del Imperio y de la Roma Clásica, lejos de los desastres de la Gran Guerra, de las potencias del Eje y del Plan Marshall, nuestro caballero comienza a tejer un emporio político, magnífico, italiano, liberal y para eso funda su propia fuerza política: Forza Italia. Hábil en las negociaciones se dio tiempo para urdir acuerdos con la Liga del Norte, gente blanca y progresista con una dosis de separatismo latente, y también con la Alianza de los neofascistas. La verdad, todos viejos conocidos de la democracia peninsular.

   El hombre gana las elecciones. No una vez, tres. Es elegido tres veces Presidente del Consejo de Ministros de Italia. En elecciones limpias y transparentes.

   El Partido Comunista más grande de este lado de la cortina era apenas un recuerdo de los más viejos. Los sindicalistas divididos, usted sabe.

   Y la envidia que corroe la sociedad como las termitas.

   La justicia lo condena por fraude fiscal en el caso Mediaset; lo condena por escuchas telefónicas por el caso Unipol y lo vuelve a condenar por inducción a la prostitución por el caso Ruby.

  ¡Pasar por todo eso “il cavalieri”! el hombre que supo tener la Orden al Mérito del Trabajo… distinción que le fue suprimida años después.

   Mi sobrina sospecha que todo esto no condice con la talla moral de un ex alumno del liceo salesiano Copérnico, y opta por investigar lo que realmente vende.

   _ Qué la justicia tarda pero llega, no importa sea rico o pobre.

   ¡Los delincuentes tras las rejas!

   _ Usted no entiende, “il cavalieri” está en su casa.

   Lo único que importa es el relajo con las minas, restituir de la vieja Roma lo inmoral como moral aceptada socialmente, y por supuesto, publicar la versión taquigráfica y completa de las audiencias por el caso Ruby. Con muchas fotos.

   ¡Eso es lo que vende!

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