RESQUIESCAT IN PACE / Sala de Redacción Julio Castro

Historia y arte en el Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires
Riqueza y ostentación fúnebre en La Recoleta. Foto: disfrutabuenosaires.com
Era una mañana  de domingo, lluviosa y fría. Al principio me sonó morbosa la idea de ir a  visitar un cementerio; confieso que dudé un poco. Rápidamente cambié de idea. Y no solo eso. El paseo por el cementerio de La Recoleta, en el coqueto barrio bonaerense, que encaré con cierto miedo, me regaló conocimientos de arte, política e historia.
Al atravesar el enorme pórtico de la entrada, con sus columnas blancas en estilo griego, un grupo de personas aguardaba la hora pactada para recorrer aquellos corredores.  A las once  puntualmente partió la visita guiada de la entrada del cementerio inaugurado el 17 de noviembre de 1822. Éramos entre quince o veinte personas  y no todos eran extranjeros, también habían argentinos de otras localidades. Entre los acentos, se podía distinguir la presencia de italianos, alemanes, brasileños y colombianos.
Isabel, una señora de unos cincuenta años aproximadamente y muy simpática, fue la guía encargada del grupo. Entre los datos que nos iba aportando mientras caminábamos, dijo que el predio tiene 4.800 bóvedas distribuidas en 54.843 metros y  fue el primer cementerio público de Buenos Aires.  Sus primeros  dos moradores fueron enterrados al día siguiente de su inauguración. Uno de ellos fue Juan Benito, el primer niño negro liberto.
En ese cementerio descansan los restos de  grandes personalidades argentinas: políticos, escritores, filósofos y profesionales de distintas ramas. Los mausoleos y bóvedas pertenecen a  familias de gran poder adquisitivo de la capital pero no siempre fue así. La epidemia de fiebre amarilla y cólera que asoló el sur de la ciudad en 1870 hizo que familias se mudaran a esa zona, que era más alta y dificultaba la presencia de los insectos transmisores de la enfermedad.
Entre las historias que relataba Isabel, atraía la atención aquellas cuyas vidas tenían un poco de misterio. Una de ellas fue la bóveda de la familia del General Pistarini, quien participó del golpe que depuso al Presidente Illia. Fue construída para homenajear a su hija Graciela, asesinada en  la década de los 70. Lo llamativo no eran sólo los ataúdes hechos de roble, o los ornamentos de bronce, sino las dos cajas chicas arriba de una especie de cómoda en las que estaban guardadas las cenizas de sus mascotas, sus perros Chester y Laiza.
Útima morada. Por ser un lugar muy húmedo hay salidas para agua en todos los pasillos del cementerio. Para protegerlos, los cajones están dispuestos en estantes, tanto en la parte superior como en las criptas, ya que en épocas de muchas lluvias sube el nivel de las napas superiores y se inundan las bóvedas. Los cuerpos también tienen un trato especial, no entran en contacto con el ataúd sino que son puestos en una caja de zinc con formol,  primero sellada, y solo después pasa al cajón de madera fina: su última morada.
Son ochenta y cinco los mausoleos considerados monumentos históricos. Entre ellos el de los Ortiz de Rosas, una de las familias más antiguas de Buenos Aires, donde destaca Juan Manuel de Rosas, el gobernador de la capital cuyo federalismo tiñó las guerras intestinaas uruguayas.
Otra obra arquitectónica imponente entre aquellos pasillos recuerda a Federico Leloir, que vino de Francia para hacer fortuna en  aquellas tierras con las “vaquitas”, como se refirió Isabel. Su último hijo, fruto de su segundo matrimonio, Luis Federico Leloir  fue premio nobel de química en 1970 y es considerado el padre de la bioquímica argentina. El mausoleo fue  construido por un arquitecto francés que hizo un cubo en granito pulido con un templete arriba de él y que tiene en el interior de su cúpula una pintura de un cristo redentor y ángeles. Toda la decoración dorada que se aprecia fue hecha de oro.
El recorrido continuaba entre aquellos corredores anchos y muy limpios. Algunos paraban a sacarse fotos entre estatuas o en las puertas de los mausoleos, para llevar de recuerdo incluso las imágenes de los cajones que se podían ver desde las puertas de vidrio. Los puntos de visita se iban sucediendo: médicos, militares y poetas pero, sin duda, el que todos esperábamos era el que abrigaba los restos de Evita.
Cuando llegamos frente a la bóveda de la familia Duarte, donde se encontraba el cajón con los restos de Eva Perón, tuve una sorpresa. Luego de pasar por tantos que eran verdaderas obras de arte y  estatuas que ostentaban el poder o la relevancia para la historia argentina, la impresión no fue la misma. Un mausoleo sencillo a simple vista, comparado con los otros mencionados. Sin embargo, fue el que atrajo más atención, quizás por quien era, quizás por su historia.
Frente al mausoleo Isabel nos dio datos  y detalles de su construcción. En las paredes de afuera se podía ver afiches recientemente colocados, sobre el aniversario del golpe en Argentina. Las flores eran nuevas. De plástico, rosas rojas  y  tres placas de bronce con la transcripción de trechos de discursos de Eva Perón.
En el pasillo, todos muy atentos, Isabel cuenta lahistoria y todo lo sucedido desde que Evita conoce Perón hasta su temprana muerte con 33 años a causa de un cáncer de cuello de útero. Su vida y muerte es una historia de amor, dedicación, militancia y solidaridad. El público escuchaba atento a cada detalle que incluyó la sugerencia de dos libros para saber más de la historia política de la época: una novela, Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, y Una Biografía Política de Eva Perón de Loriz Zanatta.
Los poco más de sesenta minutos de paseo terminan entre risas cuando la última tumba visitada invita a todos a tocar una de las estatuas, un perro. La bóveda es de una joven novia, Liliana Crocciati, que muere en  una avalancha en su viaje de bodas a los Alpes. Era la única hija de un famoso peluquero italiano del barrio. El padre encomienda su estatua y junto a ella su fiel compañero canino, Sabú. Dice la leyenda que quienes tocan su hocico gozarán de buena suerte. Nadie dudó en tocarlo. Ni yo.  A lfinal, un poco de buena suerte nos viene bien a todos.
Mivla Pintos

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