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INDISCIPLINA PARTIDARIA Por Hoenir Sarthou DEBATE EN LA IZQUIERDA/ Voces Semanario

La casa era importante. Digo, el tipo de casa. ¿Han oído “Interiores”, la canción de Ruben Olivera? Bueno, eso. Las paredes altas y blancas, el silencio cargado de fragancias antiguas, las carpetitas de hilo sobre los muebles, el perfume a jazmín que venía del fondo, el piso de tablas del comedor curvándose bajo los pasos y un travieso tintineo de copas en los aparadores
Adentro, las dos viejitas, Elvira y Balbina. Tías viejas de mi madre. Una de ellas medio sorda. Imposible imaginarlas fuera de esa casa, de cuyas paredes parecían haber brotado.
A esa visita perdida en el tiempo, a la que me llevaron de niño, le debo la primera noción de lógica, o de falta de lógica, mucho antes de saber que existía la palabra “lógica”.
Sentadas en lo que hoy sería el living (ellas tal vez le llamaran “sala de recibo”), las dos tías viejas agasajaban a mi madre. La tetera con guarda de flores humeaba sobre la mesita, junto a los pocillos y a unos platitos con galletitas “María” y “Solar”. A ojo, nomás, calculé que las galletitas estaban blandas. Las tres mujeres hablaban de ropa, del vestido que una de las viejas le estaba cosiendo a no sé qué sobrina. Aburrido, me puse a mirar por la ventana, que daba a un corredor embaldosado en el que se desperezaba un gato. De pronto, en el silencio de la casa, sonó un grito.
-¿Dónde está la dichosa tijera? –dijo una de las viejitas.
-¿La tijera? –dijo la otra- ¿Y para qué querés esa porquería de tijera?
-Pero si anoche la dejé acá, sobre el armario, –Insistió la primera.
-Ya no corta nada –explicó la otra, dirigiéndose a mi madre, que esbozó apenas una sonrisita incómoda, de compromiso.
-Ay, Balvina, -dijo Elvira- Vos te llevás las cosas y después no te acordás. ¿Dónde la pusiste?
-¡Y dale con la tijera! ¡Pero si está toda torcida y herrumbrada!
-Hacé memoria, ¿dónde la pusiste?
-La semana pasada le pregunté al afilador. ¿Y sabés qué me dijo? Que no valía la pena.
-¿No te la habrás llevado para el dormitorio?
-Ya le encargué a Carmen que, cuando fuera al Centro, comprara una como la gente.
Para mi sorpresa, la discusión siguió así por un buen rato, sin que, ni por una vez, alguna de las viejas respondiera a lo que la otra decía. Reconozco que igual me hizo más liviana la visita.
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Algunos debates de la izquierda uruguaya son como las discusiones de aquellas tías viejas. Las voces oficialistas y las voces críticas se entrecruzan y levantan el tono sin entenderse ni responderse mutuamente
-¿Por qué hay tanta megainversión extranjera explotando nuestros recursos naturales?
-Reformamos el sistema tributario, hicimos funcionar a los consejos de salarios y creamos muchos miles de empleos nuevos.
-¿Por qué la inversión extranjera recibe puertos y zonas francas y paga tan pocos impuestos?
-Sacamos a muchos miles de personas de la pobreza y les reconocimos derechos laborales a las domésticas y a los peones rurales.
-¿Por qué tenemos tanta deuda externa, por qué el capital financiero ha conquistado tanto mercado, y ahora, con la ley de bancarización, va a intervenir obligatoriamente en todas las operaciones monetarias?
-Despenalizamos el aborto y reconocimos el matrimonio igualitario y el derecho a la identidad de género.
-¿Por qué sigue habiendo tanta deserción y tan malos resultados en la enseñanza?
-Creamos el “Plan Ceibal”, legalizamos la producción de marihuana y aprobamos leyes que conceden cuotas laborales por raza y cuotas parlamentarias por género.
-¿Por qué hay tanta desprolijidad administrativa en el Estado y hubo tan poca reacción antes y después de hechos irregulares como los de Casinos, PLUNA y ASSE?
-Creamos el Sistema Nacional Integrado de Salud, hicimos 50.000 operaciones de ojos y, en general, los uruguayos vivimos mejor que cuando gobernaban los blancos y los colorados.
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¿A qué se debe ese diálogo de sordos, en que las respuestas no contestan las preguntas y las preguntas no oyen las respuestas?
Básicamente, a que las dos voces hablan de cosas distintas.
Una de ellas, la que en este diálogo imaginario podría identificarse como “la voz oficialista”, mira el presente y habla de lo que es, de lo que se ha hecho y de lo que se está haciendo.
La otra, que podría identificarse como “la voz crítica”, mira al futuro y habla de lo que muy probablemente será, y de lo que podría hacerse al respecto.
Una de las voces es pragmática. La otra es previsora.
¿Cuál es el punto en el que disienten?
Esencialmente, en la valoración del sistema económico mundial, de la forma en que se organiza económicamente el mundo, en la estimación de lo que se puede hacer ante eso y de las consecuencias que eso traerá para el Uruguay y para su pueblo.
Nadie es tonto. Todos sabemos que enormes fuerzas económicas buscan controlar los recursos naturales valiosos del planeta (la tierra, el petróleo, el agua, los minerales). Todos sabemos que, para eso, los intereses corporativos compran y derriban gobiernos y organizan redituables guerras. Todos sabemos que el capital financiero está asociado y en buena medida orienta a esos planes. Y todos sabemos también que, no contento con eso, el capital financiero estimula el consumo y el endeudamiento para ganar también en la escala “micro” de la economía.
En lo que no hay acuerdo es en cómo actuar ante esa realidad.
Una parte de la izquierda parece asumir que es imposible oponerse al proceso global y que se debe optar por aprovechar los márgenes que el proceso nos deje para vivir mejor. Es lo que se suele denominar “progresismo”.
Otra parte de la izquierda (y este debate no se da sólo en el Uruguay) cree posible oponer resistencia al proceso globalizador y apostar a que las sociedades preserven cierta autonomía política, económica y cultural que les permita controlar democráticamente su vida y explotar por sí sus recursos naturales. Para esta perspectiva, la fuerza e independencia del Estado y el desarrollo de la educación son aspectos estratégicos esenciales.
Una y otra postura, además, viven y actúan en un mundo incierto, en el que los cambios tecnológicos y los procesos económicos y geopolíticos (variación de precios, ascenso de nuevas potencias) suelen modificar por completo el panorama en muy pocos años.
¿Adaptarse o resistir? ¿Cuál de las dos posturas tiene razón?
No es fácil decirlo. Tal vez, las dos coincidan más de lo que se cree en el diagnóstico y en lo que discrepen sea en la actitud que es posible asumir ante la realidad.
En cualquier caso, lo que parece indispensable es sincerar las posturas, clarificar el debate, y después ver si existen márgenes de acción en común.
En todo el mundo, la izquierda se enfrenta a una nueva etapa histórica.
Lo único seguro es que los viejos esquemas ya no funcionan y que será necesario estudiar y repensar muchas cosas.
Algo que no puede hacerse con autoritarismo, ni en secreto, ni con cuatro gritos.
Ni de un lado, ni del otro.

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