El rey del carnaval y EL REY DEL CARNAVAL / Marcelo Marchese RFU


El affaire Cayó la Cabra es la última perla de ese collar que adorna un cuello ajado y largamente prostituido llamado Carnaval Oficial. El reputado "Carnaval más largo del mundo" podrá ser largo, eso no se discute, como eran bien largas las horas de la escuela, pero uno tiene ciertas razones para no incluirlo en la categoría de carnaval, una cosa que pervive bien lejos de Montevideo.
Presumo que se leerá lo siguiente con cierto asombro no exento de malevolencia, pero los reyes, y los que vinieron después de los reyes, tuvieron buen cuidado en hacernos olvidar el origen de la institución real. Antes de convertirse en la imagen que todos tenemos, el rey era un representación de las fuerzas de la naturaleza. Las sociedades, a través de prácticas variadas y divertidas, como las orgías en los campos, seguían una suerte de intuición o pensamiento mágico: lo semejante llama a lo semejante, como si las cosas, por más aisladas que nos parezcan, guardaran una simpatía secreta. Un hombre llegaba a la categoría de rey por su pujanza, en armonía con la necesaria pujanza de la naturaleza, sin la cual la sociedad caería en la ruina. Apenas se manifestaba una leve merma en la fuerza del rey, sumamente lesiva para el colectivo, algo que podía hacerse visible con el surgimiento de una cana, o por la denuncia de cualquiera de sus mujeres referida a la pérdida de empuje sexual, al pobre rey se lo ejecutaba, se lo enterraba y se lo suplantaba. Acaso no hubiese denuncia ninguna, y un hombre, ahora más poderoso, vencía al rey y ocupaba su puesto con el beneplácito general. Ahora, es fácil imaginar que este premio, ser instituido rey, tenía sus inconvenientes, y los reyes dedicaban buena parte del tiempo a pensar en aquella ominosa nube siempre clavada en el cielo de su felicidad. Espoleado por una inquietud de ese tipo uno termina hallando una solución, que en este caso fue sustituir momentáneamente al rey por otro, el cual se encargaría de pagar el pato y todos (casi) contentos. Pasado el tiempo ya no se mató a nadie. Se erigía un rey, el rey del carnaval, y se lo decapitaba simbólicamente.
Desde aquellas orgías a este carnaval del Uruguay ha corrido un largo y complejo proceso disciplinante que ha llevado, a su vez, a diversas fases del carnaval. No sabemos si atribuir la evolución de este proceso a la pugna entre instinto y razón o a alguna otra dupla parecida (lo dionisíaco y lo apolíneo, lo colectivo y lo individual, lo salvaje y lo civilizado) pero lo que sí parece seguro es que en cierto momento asistimos a un equilibrio de fuerzas. En Uruguay, como en muchos otras geografías y tiempos, pasamos de aquel carnaval que era una gran y reverenda joda donde todo se alteraba y en el cual todos éramos actores y espectadores, incluyendo el Jefe de Policía, a un carnaval donde comenzó a tallar cierta separación entre espectadores y actores, dando nacimiento a los espectáculos que nosotros conocemos como "del carnaval". Ahora bien, en tanto los espectáculos guardaran el necesario equilibrio entre instinto y razón, en tanto este equilibrio se mantuviera, los espectáculos estaban dotados de vida y aseguraban su permanencia y de hecho, guardaban relación con el carnaval primitivo, pues así como el carnaval primitivo lo invertía todo y los hombres se vestían de mujeres y los amos servían a sus esclavos, este carnaval disciplinado también invertía las cosas usando máscaras, criticando al poder, burlándose, haciéndonos reír y usando de los recursos que fuese necesarios. Ahora, así como el teatro griego, que devino de unas lindas fiestas inconcebibles para nosotros, tuvo su apogeo y muerte cuando pasó a ser una cosa razonada, cuando el espectador pensó como un crítico aquello que vivía, el carnaval uruguayo, o mejor dicho, esta fase del carnaval uruguayo que erigió esa cosa increíble llamada murga, también tuvo su apogeo como tendrá su muerte.
No sé cuándo fue el apogeo de las murgas. Sé que me tocó vivir un momento, en la apertura democrática y algunos años posteriores, donde la murga era otra cosa y de forma simbólica decapitaba al rey. La agonía de la murga debe tener unas cuantas fases, pero fuera de dudas un hito en este proceso fue el día en que Tenfield se la metió en el bolsillo, y allí ya no se decapitaría al rey del carnaval, pues EL REY DEL CARNAVAL se encargaría de decapitar a cualquiera que osara meterle la mano en la caja registradora. La murga, así como el teatro en la democracia griega, es, en tanto sea murga, un dinamizador de la democracia. La murga debe expresar un sentir colectivo, generar discusiones, sublimar los problemas, emocionar, hacernos reír, llevarnos a otro mundo. El bufón no ha nacido para divertir al rey, sino para decir las verdades que nadie se anima a decir.
La murga muere si no subvierte las cosas de alguna manera. Puede subvertir al gobierno, las prácticas mafiosas, todas las demás prácticas, la tristeza o la muerte, pero debe subvertir, como aquellos carnavales buscaban subvertir la noche en día y el invierno en verano, participando de la renovación, del ciclo eterno de la naturaleza. Esto no significa necesariamente que si "Cayó la cabra" elimina su frase complicada caiga en algún tipo de inmoralidad. Depende cómo se mire. Si lo hacen, a su manera errónea, cuidarán su trabajo, así como cuida su trabajo el soldado que se guarda bien de cantarle las verdades al cabo. Cada cual cuida el trabajo como puede. Ahora, el arte tiene otras reglas que no necesariamente tienen que ver con las reglas del comercio. Si ahora eliminan la cuarteta complicada, que además les dio publicidad, darán el mismo jodido paso, o tropezón, que dio El Sabalero el día que pidió perdón a los militares. No es la primera vez que un artista hace penosas componendas: lo hicieron Cervantes y Shakespeare. Este agradable par, sin embargo, se pudo levantar del tropezón, pero otros no pudieron. No sabemos todo lo que matamos cuando matamos una pequeña cosa. Mientras tanto, si el lector quiere disfrutar del carnaval, que viaje en unos días a una ciudad del interior. De la Pedrera ya habrá oído hablar. En Melo no hace mucho enterraban al Rey del Carnaval y acaso lo sigan haciendo. En Montevideo ya no hay quien mate al REY DEL CARNAVAL.
Marcelo Marchese

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