APOLOGÍA Y CRÍTICA DE LA REVOLUCIÓN RUSA (SEGUNDA PARTE) Marcelo Marchese




3- La contrarevolución. La Revolución avanzó en la cresta de una ola formada por la carestía general, el reclamo de las nacionalidades oprimidas, la necesidad de una paz inmediata y el reparto de tierras.

Entre febrero y octubre los partidos que accedieron al poder prometiendo satisfacer estas necesidades demostraron que eran unos demagogos. Sólo el partido bolchevique, los socialistas revolucionarios de izquierda y algunas organizaciones harto minoritarias sobrevivieron a la prueba de fuego de la revolución, vieron crecer sus fuerzas y alcanzaron la mayoría de los soviets para recién ahí lanzarse a la toma del poder.
Los soviets cumplieron, no sin inconvenientes, con la promesa de firmar la paz a pesar de la pérdida de territorios que significó para Rusia. Este paso significó una considerable oleada de oxígeno para la revolución. En cuanto a la tierra, el triunfo de los soviets significó el impulso definitivo a un reparto que ya se venía practicando antes de Octubre, pues la Revolución Rusa, al igual que la Francesa, se alzó sobre el telón de fondo de una amplia y violenta insurrección campesina, cuyas llamaradas arrojaban luz sobre el escenario de la revolución. Al cumplir con esta vital reivindicación en una sociedad con inmensa mayoría campesina, el partido bolchevique se terminó de asegurar un fuerte respaldo social y se aseguró el triunfo del Ejército Rojo. Los campesinos respaldaron al poder soviético sustancialmente porque el triunfo del Ejército Blanco hubiese significado, amén de una masacre, la devolución de la tierra a los terratenientes.
Satisfechas, con afortunado acierto, estas dos reivindicaciones, los bolcheviques estaban en condiciones de intentar un experimento social inédito: construir el orden socialista con la esperanza de que la Revolución Rusa fuese el primer paso de una revolución europea. Este nuevo orden no sólo significaba repartir la tierra y nacionalizar la banca y la industria, sino ponerlas en manos de los trabajadores para que llevaran a cabo su gestión. La revolución suponía un nuevo y profundo experimento democrático por el cual los trabajadores, desde sus soviets, tomaran las decisiones no sólo en sus áreas de trabajo, sino en todas las áreas de la República Soviética. Aunque el socialismo implica en un principio la apropiación por parte del Estado de los principales resortes económicos, en sí misma esa medida no es garantía de nada y sólo se encaminaría hacia el socialismo en tanto fueran los trabajadores los gestores del nuevo Estado.
Los bolcheviques entendían el socialismo como una nueva concepción cultural que pretendía resituar al hombre en su humanidad eliminando la propiedad privada de los medios de producción. El concepto "propiedad privada" es una construcción intelectual relativamente reciente en la historia de la humanidad. La imaginación es una capacidad maravillosa, pero también permite delirios: la idea de propiedad privada de los bienes sociales no tiene manera de existir en el resto del mundo animal. El hornero hace su nido así como un castor el suyo y ningún otro hornero o castor se interpone entre ellos y la naturaleza. Nada de lo que construyen, nada de lo que sale de sí mismos se convierte en obstáculo de su vida. El hombre, sin embargo, en esta historia reciente que es la historia de la propiedad privada, cuando trabaja construye algo que no sólo se interpone entre él y la naturaleza, sino que lo aliena de la naturaleza y de su naturaleza. Esta apropiación del trabajo fortalece la propiedad privada y todas sus instituciones, que someten, educan y aplacan al hombre para su beneficio. El socialismo pretende que el trabajo del hombre no se convierta en enemigo del hombre, que el hombre no construya su esclavitud diaria convirtiéndose en un sujeto inconsciente de la Historia, sino que recupere y amplíe su naturaleza de tal manera que al abolirse la especialización forzosa, cada cual desarrolle su potencial artístico, científico, filosófico y se acabe la absurda división del conocimiento.
Éste era el vasto programa bolchevique: generar una nueva cultura en la que el hombre se convirtiera en hermano del hombre, y ese primer paso se dio a través de la catarsis colectiva que se conoce habitualmente como Revolución. La noticia del triunfo de Octubre fue, inicialmente, recibida en todo el mundo como el inicio de una nueva época, mas, en pocos años esta inmensa ola de entusiasmo chocó con las duras aristas de "la realidad". El contundente fracaso de esta hermosa utopía tiene una explicación última que refiere a la debilidad de la nueva construcción cultural con respecto a la fortaleza de "la realidad" que intentaba transformar, que no es otra cosa que la cultura que pretendía sustituir.
El primero de estos obstáculos fue una guerra que los soviets debieron librar contra una alianza de 14 países que respaldaban la contrarevolución en varios frentes. Los bolcheviques hubieron de abolir el antiguo ejército y crear uno nuevo. Con un país devastado por cuatro años de guerra y sin el respaldo de la mayoría de la oficialidad, el triunfo del Ejército Rojo es otra prueba del multitudinario respaldo de la población a la revolución; sin embargo el problema no radica en preguntarnos sólo con qué respaldo contaban los bolcheviques, sino en preguntarnos si efectivamente los bolcheviques ganaron la guerra al ganar la guerra.
Si a inicios de la guerra civil la situación económica era calamitosa, todavía se gravó más a su término. Los ingresos de la nación soviética se redujeron a un tercio con respecto al año 1913; la industria producía menos de un quinto; las minas de carbón una décima parte; los ferrocarriles estaban próximos al colapso y no existía intercambio entre el campo y la ciudad, salvo por el disolvente mercado negro. La gente abandonaba las ciudades: Moscú retenía sólo la mitad de su población; Petrogrado, la cuna de la Revolución, la tercera parte. Sumado a este panorama asolador, una sequía inaudita azotó a la región del Volga. Con el telón de fondo de las tormentas de arena y las langostas, multitudes campesinas erraban por las llanuras: la hambruna afectó a 36 millones. Dos circunstancias ilustran elocuentemente el impresionante retroceso cultural: mientras en las ciudades, para soportar el invierno, se alimentaban las estufas con muebles, en la región del Volga se volvía a prácticas caníbales.
Luego de tres años de guerra civil y ante el hambre generalizada, la promesa de los bolcheviques de pan y bienestar se había evaporado como una gota en una plancha al rojo. El problema no era sólo el hambre y la desesperación, sino también las decisiones que se toman cuando uno está desesperado, y las estructuras que se forman y tienden a reproducirse en situaciones anómalas.
Hubo dos medidas fundamentales que, al parecer, los bolcheviques estuvieron obligados a tomar si pretendían vencer. La primera fue el llamado "Comunismo de Guerra", que anulaba el mercado y establecía un reparto riguroso de la pobreza dictado por la necesidad. En cuanto a los campesinos, esta medida les dejaba aquella parte de la producción que precisaran para su supervivencia, pero les requisaba el excedente necesario para alimentar a las ciudades y el ejército. El resultado fue desastroso, pues el campesino dejó de producir excedentes. Esta carestía generó una mayor presión del Estado, dándose el caso que requisaran inclusive el grano guardado para la próxima cosecha. Aún hoy se argumenta que el Comunismo de Guerra, aunque lamentable, permitió alimentar al Ejército Rojo y sin él se hubiese perdido la guerra. El error capital de esta medida fue abolir el mercado y suponer que el campesino, en aras de la Revolución, produciría con agrado un excedente que se apropiaría el Estado. Esta apreciación errónea se puede reducir a lo siguiente: considerar que la Revolución ya implicaba una nueva cultura, en el entendido específico de una nueva mentalidad de producción. Suplantaron brutalmente la vieja cultura, todo lo injusta que se quiera pero más efectiva en cuanto a producción de bienes, por la nueva cultura que aún no había prendido suficientemente y por lo tanto sólo conduciría, como condujo, al hambre. No existe ningún "Comunismo de guerra" ni peregrinos "socialismos de mercado". Lo que sí existe son economías de transición; la utilización de elementos culturales del capitalismo para generar las bases de la nueva cultura. En cierto aspecto los bolcheviques sí actuaron respetando un principio económico elemental: adoptando el programa de los socialistas revolucionarios no forzaron a los campesinos a colectivizar la tierra, permitiendo el reparto en parcelas individuales.
En otras áreas, afortunadamente, los bolcheviques, no sin vacilaciones, también incorporaron la vieja cultura. El creador del Ejército Rojo hubo de vencer una resistencia constante en el partido bolchevique para integrar a la oficialidad zarista que estuviera dispuesta a someterse al Comisariado de la Guerra. Su argumentación era sumamente sencilla y eficaz: es imposible ganar una guerra sin técnicos, sin gente que sepa interpretar un mapa. Esta versatilidad, este uso adecuado de la oficialidad del antiguo régimen y de hecho, este uso adecuado del armamento creado por la técnica de su época, por la "cultura capitalista", les permitió vencer a los blancos y a los aliados. El partido bolchevique, habida cuenta del reparto de tierras, debió permitir la afluencia de excedentes al mercado y en todo caso controlar con sutileza, a través de impuestos diferenciados u otros recursos, el enriquecimiento excesivo de algunos campesinos. Tiempo tenían de sobra para buscar la manera de auxiliar económicamente al pequeño agricultor que tendiera a convertirse en brasero del gran campesino, pero fuese cual fuere el camino, jamás se puede adoptar una medida que por tiempo prolongado reduzca la creación de riquezas, pues no hay sociedad que la resista ni partido en el poder que pueda, sin prostituirse, sostenerse en esas circunstancias.
Esto nos lleva a la segunda medida considerada inevitable para vencer a los Blancos, la cual es lo que en términos políticos se llama terrorismo (que nada tiene que ver con lo que significa actualmente esta palabra). El terrorismo es un recurso utilizado por cualquier gobierno en estado de guerra. No existe ni existirá un gobierno que no apele a él en esa circunstancia. La guerra y el terrorismo son indisolubles, pues es el terrorismo llevado al paroxismo. Esto significa que en plena lucha, si un periódico opositor lanza una noticia que genere caos en la población, o una que informe al enemigo asuntos que deben mantenerse secretos, el gobierno no puede hacer otra cosa que cerrar dicho periódico. Los ejemplos serían innumerables, pero para agregar uno definitivo: cualquiera de nuestros regímenes democráticos republicanos, la más pura y liberal de las "democracias", cuando está en guerra fusila a los traidores y envía a la cárcel a los objetores de conciencia, inclusive cuando no está en juego la seguridad interna del país y se trata de una simple guerra de conquista.
Ahora bien, el problema del terrorismo es su contradicción con la democracia necesaria para crear la nueva cultura. El segundo legado de la guerra fue liquidar la democracia soviética. Por un lado los obreros más duchos políticamente ya no estaban en sus soviets discutiendo y resolviendo, sino en el frente de batalla, y por el otro se restringieron los debates y los diarios opositores a la interna de los soviets. Primero se prohibieron los partidos de derecha y luego, a medida que algunos partidos de izquierda hicieron atentados contra los bolcheviques o pusieron en riesgo la difícil paz con Alemania, se prohibieron los demás partidos. Esta prohibición llevó luego, en aras de la unidad, a prohibir las facciones a la interna del partido bolchevique. Es ésta una situación en grado sumo delicada y, en parte y sólo en parte, debemos suponerla como directamente emergente de la guerra. Una cosa es la prohibición de partidos durante ella y otra muy diferente la prohibición a su término. Se arguye, sin embargo, que el desastre económico emergente de la guerra exigió la continuidad de la dictadura, y es más, que la justificó todavía más.
El problema aquí generado fue en rigor la sustitución de la democracia soviética por la democracia del partido; al liquidar la primera en aras de la segunda, murió la democracia en cualquiera de sus formas, determinando la ruina de la revolución. Ante el argumento de que dicha anulación hubiese sido inevitable, pues en caso contrario los soviets hubieran sido barridos por los Ejércitos Blancos, es fácil ver que el fin de la democracia generó luego la entronización de la burocracia, que no fue otra cosa que un camino de vuelta al capitalismo. No es en absoluto seguro que la guerra exija inevitablemente el fin de la democracia en el bando de los revolucionarios y más hubiese valido morir por la causa de la democracia soviética que haber transitado un camino desastroso para terminar muriendo más tarde pero de forma lamentable.
Una cosa era la prohibición, durante la guerra, de los partidos de derecha y otra muy diferente la prohibición del resto de los partidos soviéticos. Esta prohibición fue restauradora del pasado, porque impidió contrastar las ideas y los caminos que efectivamente la población estaba dispuesta a transitar en un constante ejercicio de aprendizaje democrático. Al tiempo que se amputaba la lucha de ideas, se debilitaba al partido que se había alimentado de la lucha con el resto de los partidos y de su propia lucha interna. Al haber un sólo partido toda la gama de arribistas tienden a unirse a él y coparlo, y precisamente eso sucedió con el partido bolchevique. Al anular la democracia soviética durante la guerra, sea obligados por las circunstancias o sea influenciados por una política sustitutista (el partido, como expresión de la clase sustituye a la clase) el partido aplicó un golpe mortal a la revolución.
Conquistada la paz los bolcheviques tuvieron una chance de encauzar el rumbo, pero muchos de los mejores cuadros habían muerto, la población estaba exhausta, desesperada por el hambre, considerablemente desencantada de la actividad política, el partido se había acostumbrado a sustituir a los trabajadores y muchos de sus integrantes ya comenzaban a abandonar el pensamiento crítico para transitar el camino de la obsecuencia que les permitiera escalar posiciones burocráticas. Ante la anulación de nuevas ideas, ante la imposibilidad de generar una nueva cultura, inevitablemente la vieja cultura que no ha sido derrotada retoma sus posiciones.
La alerta de un necesario golpe de timón vino de la mano de la insurrección de los marinos de Kronstadt, que habían sido, precisamente, "la flor y la nata de la revolución": el sector más revolucionario y afín a los bolcheviques, inclusive en los momentos más duros que hubieron de afrontar entre febrero y octubre del 17. Si en algún momento debemos marcar el fin de la Revolución y el principio de la reacción, si este vasto proceso fuese reducible, cosa muy dudosa, a una fecha y un lugar concreto, ese momento fue en 1921 la masacre de Kronstadt ¿Qué reclamaban los marineros? La restitución de la democracia soviética y del mercado de los productos agrícolas, única manera de liquidar el mercado negro emergente del comunismo de guerra y única manera de alimentar a las ciudades desesperadas. Estas medidas, en cuanto a la democracia obrera se refieren, también anidaban a la interna del partido bolchevique y las llevaban a cabo dos facciones: los "decemistas" y la "oposición obrera". A modo de ejemplo, un militante bolchevique llamado Miasnikov, abogaba a la interna del partido por restituir "la libertad de prensa que incluyese desde los monárquicos hasta los anarquistas". Cuando fue llamado a silencio publicó un artículo que determinó su expulsión del partido. En cuanto a las propuestas económicas de Kronstadt, un año antes ya habían sido lanzadas a la interna del partido por Trotsky, aunque no fueran atendidas, pero de hecho, apenas masacrada la rebelión, fueron llevadas a cabo por los bolcheviques bajo el nombre de NEP.
(Apología y crítica finalizará en el próximo artículo)

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