Don Cipriano 3 / Por José Luis Facello

Nos contaba en las siestas de enero, que apenas muchacho consiguió un modesto y arriesgado empleo como ayudante de dinamitero en una cantera en las afueras de Kendai. Experiencia que lo introdujo en el mundo de los minerales y en el silencio absoluto que precede a las explosiones.
   Enrolado en los ejércitos de su majestad británica marchó a las campañas en la India y en la Persia como 1er. Artillero, visto sus conocimientos de química y balística. Tiempo cuando los ingleses hostigaban a los rebeldes montañeses a pocos años de la creación de un Estado-tapón, como se dice vulgarmente, entre la India colonial y la Rusia de los zares. El Paso de Khiber comunicaba el norte escarpado de India con las fronteras inaccesibles de Rusia y China; el tal país Afganistán, defendió el estratégico dominio adquirido desde los tiempos del imperio Persa tras las expediciones del griego Alejandro de Macedonia.
   Es lo que digo… sí parece mentira que me acuerde de esas cosas que aprendí de gurí y no del lugar donde dejé la tabaquera hace un rato.
   Por eso digo, maestro no era pero sabía de todo… y todo el saber lo iba pintando con palabras simples pero contundentes llegada una pregunta, una duda. Contaba que endispués de una larga travesía llegó de la Patagonia, lugar donde se había conchabado como jefe de perforación de unos pozos de petróleo, para después trasbordar de vapor en Guenos Aires y hacer pie en Puerto Ruiz, escapando según decía de una crecida machaza del río Paraná… más luego pasó por el pueblo de Concordia y cruzó la frontera por el paso de Salto Grande, hasta alcanzar las Sierras de Aceguá y dar por fin con la estancia. ¡Flor de viajero el míster Thomas!
   ¿Y para qué dar semejante rodeo por las sierras? pregunté a mi tata y entonces jué que me contestó como para no entender. Asigún el maestro, dijo nuestro padre, en las sierras las rocas están inclinadas hacia el Sur y en sentido opuesto están ladeadas en algún punto de la costa rochense.
   Ricuerdo que lo miré como un bobo.
   Asigún el maestro, me respondió, eso tendría una causa geológica… un asunto atribuido a los movimientos telúricos.
   ¿Y era pa´creer? pregunté desde la inocencia de gurí.
   No sé decirle m´ijo… los gringos nunca se sabe en que andan, son como los tordos, sentenció con un manto de sombra como para acrecentar mis dudas por años…
   El maestro Thomas no pudo con nosotros a pesar de la férrea voluntad empeñada… yo era bastante rebelde y el Justo por demás chúcaro… sólo mi hermana se mostraba bien dispuesta al aprendizaje. Pero todos eso sí, esperábamos con curiosidad los relatos de un mundo que asomaba misterioso y que para nosotros gurises de la cuchillas se nos antojaba fantástico.
   A Waldemar, el más chico, no lo alcanzó la mano civilizadora del maestro porque míster Thomas se marchó de improviso como había llegado.
   Lo ricuerdo como si fuese hoy. El maestro pidió una mañana para hablar con mi tata y lo hizo de modo mesurado, que no siempre era su estilo. Dijo con cierta solemnidad que el deber lo llamaba.
   ¡Pucha con los ingleses! rezongó mi padre.
   El gringo tomó el dinero, lo contó y con tranco descuidado montó el tordillo gateado, regalo de mi tata, y de tiro un zaino malacara de refresco que el maestro había comprado después de ganar una apuesta en las cuadreras de agosto en Abra de Moraes.
   Dispués enfiló para la tranquera sur… y desde allí se despidió de nosotros descubriéndose la cabeza y agitando el bombín a manera de último saludo…
  Aquella vez, mi madre lloró para contrariar a mi padre.
  Endispués el maestro le aflojó la rienda al tordillo y se perdió abajando el lomo de la cuchilla, como si mesmamente lo hubiese tragado la tierra.
   En las casas perdimos el rastro del maestro Thomas y desde entonces lo recordamos cada uno a su modo.
   Un buen día dimos con “El Día” y unos periódicos obreristas guardados como un tesoro en la tapa de la valija del tío Delibio, que le decíamos “mosquito”. 
   La Gran Guerra, leyó el tío Delibio. Los gobiernos y reinos europeos han vuelto a desandar el camino de la civilización enfrascándose en el soberbio afán de la conquista bélica. A poco desataron el fantasma de las hambrunas, la muerte en las trincheras o la condena al destierro, a otros mundos, cuando la gente debió abandonar las aldeas, víctimas del acoso de los ejércitos y de la impotencia, cuando los generales desdeñando acuerdos se refugiaron en los resultados del demencial gas mostaza sobrevolando los campos. Insatisfechos de su voraz apetito colonialista terminaron como la mitológica bestia devorándose a sí mismos, juzgando indignamente a los derrotados para recomenzar la construcción material a expensas de los infelices seres humanos.
   Lo imaginaba al maestro Thomas chapaleando barro en las trincheras junto a los artilleros… o arrumbado en una fosa anónima. Prefiero recordarlo aflojando la rienda del tordillo y perdiéndose abajando el lomo de la cuchilla… como si mismo se lo hubiese tragado la tierra.


Barcelona
Otoño de 2005
Don Cipriano

Estimado padre:
En las vísperas de su santo reciba usted un afectuoso saludo de su nieta Luna María y el mío.
Al escribir estas líneas no he podido evitar un aluvión de recuerdos recurrentes, que a medida que transcurre el tiempo pujan por evocar mis días de infancia junto a usted y mis hermanos bajo el cielo de “Cuatro Ombúes”.
Imágenes que atesoro con cariño, cada caricia, el beso a la noche o una impostada amonestación como los vinos añejos conjugan nuevos sabores.
Imágenes difusas como la cara de mi madre besándome por última vez… y yo inmovilizada por el terror y ajena a todo con mis nueve años, como alguna vez  mi hermanita me lo reprochara de modo acusador.
Hoy sólo queda un resabio agridulce y remoto donde a los sinsabores de las pérdidas se extiende para mayor crueldad la distancia y los espacios oceánicos. Debí adaptarme al claroscuro que va del acogedor hostal a un impersonal hotel de cinco estrellas, de una umbrosa calleja donde asoman los aromas de los humildes cocidos a la enceguecedora luz cenital de los salones de conferencias porque ese ha sido mi periplo europeo. No especule usted en demasía, treinta años no es nada o toda una vida, y todo a partir de una beca por dieciocho meses…
No me ha ido mal y usted lo sabe, como que se abren puertas falsas sino es para internarse en un dédalo donde la ética y la mentira asoman al poner un pie en la calle. La globalización puede ser tangible como una torre inteligente de cien pisos, vertiginosa como una transacción financiera hasta reducirse a un espejismo o un mero ejercicio de retórica, con ganadores y perdedores como que el mundo es mundo.
Pero como sea, visto desde acá allá vamos sino todos, los noroccidentales desde California a la Comunidad Europea.

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