Don Cipriano Ocho días en el país de las cuchillas / Por Josè Luis Facello


 
“tres años antes que naciera marx
y ciento cincuenta antes de que roñosos diputados la
convirtieran en otro expediente demorado
borroneó una reforma agraria que aún no ha conseguido el
homenaje catastral”
Artigas
M.Benedetti


Lunes.

   “Pudo haber sido todo muy distinto, digo yo… pero al fin y al cabo ocurrió lo que ocurrió… un irse, buscar un lugar.
   Capaz que pa’ atrapar una ilusión.
   Yo lo veo así muchachos, nos hemos ido quedando viejos y solos en una pelea despiadada… como eran entonces las lides de los antiguos dioses, unos alcanzando la gloria, cosechando riquezas y cautivas… otros dolidos por las pérdidas, cubiertos de heridas y abichados al menor descuido… Todos procurando encontrar a sus muertos… llevar ofrendas a las honras fúnebres… a sus tumbas o las piras funerarias… como dicen que se acostumbraba denantes.
   ¡A no! si hay que estar es lo que yo digo… y el estar se hace cuesta arriba cuando el tiempo… carcome hasta los árboles de más duro tronco. Esos árboles que perviven a pesar de nuestra existencia… la de los hombres digo y de cuanta alimaña le invada temerariamente y no hablo de… no estoy nuembrando a la Muerte, estoy endiciendo algo mucho pior, que agita por dentro el pecho, ñubla la mirada y torna torpe al cristiano mejor predispuesto y habilidoso… Estoy prosiando del paso del tiempo, el más temibles de los castigos, sean sus víctimas dioses… o vulgares hombres”.
   Con parsimonia el anciano contempló la silueta ondulante y verduzca como una serpiente, la Cuchilla Grande, una serpiente helada y silenciosa arrastrando presagios de mal agüero en el cielo de agosto que la abarca, o en las noches bochornosas cuando sopla el viento del estío brasilero. Eternamente aguardando un acontecimiento, inmutable, atenta al menor suceso cósmico que alimente su persistente memoria geológica.
   Con mano insegura arrimó unos tizones reavivando el fuego que trepaba en lenguas vivaces a una caldera renegrida, para reflejar bermejos en la fronda del coronilla, que erguido como un centinela de frontera era punto de referencia para los paisanos del lugar o algún extraño que anduviese de paso por la desolada cuchilla.
   “Permiso don Cipriano está pronta la comida, irrumpió en el silencio del atardecer una mujer aindiada, menuda y escasa de carnes, hay caldo de la gallina que mató la comadreja y boniatos con leche. Permaneció inmutable confundiéndose con la quietud del paisaje, pa’ cuando usté guste… el niño Primo José dijo que amanece en el boliche pa’ esquivarle a la noche”. Y esperó inútilmente la respuesta del patrón ensombrecido delante del telón añilrosado sobre el horizonte.
   “Estoy yendo…” dijo por acostumbramiento más que por cortesía, ahorrando palabras innecesarias, fastidiado de su centenaria existencia.

   “Parece que fue ayer… digo yo… era una tarde soleada y fría que poco a poco fue invadida por voces de alerta y gritos desgarradores por el miedo, los perros de chuza encrespada encararon campo afuera cuando alguien… que no puedo recordar ahora, desde la casa divisó a lo lejos las lanzas y dio aviso con tres campanadas. Nuestra madre y las otras mujeres a puro grito nos arrearon a los gurises para la cocina, donde escondían a mano el revólver y una carabina del 16. A la dificultá del momento llegó la calma… cuando alvirtieron con alivio que la partida de jinetes era encabezada por mi padre y el tío Lorenzo. El tío, hombre leal a la causa, traía sobre el cojinillo un lío de ropas y dentre de’llas, una cría humana… una inocente víctima de la guerra civil”.
   El rostro del anciano vuelvese  torvo como si los pensamientos lo extraviasen por algún desfiladero del pasado. Murmuró algo inentendible y cebó otro mate que sorbió con fruición para recobrar de a poco la serenidad de espíritu atormentado a cada embestida de los recuerdos; después echó un vistazo a la cuchilla negruzca en las cuencas y el lomo brillante que contorneaba hacia la vecindad de la noche.
   “Lloró y eso la salvó porque un peón rastrilló el lugar y la encontró monte adentro, en una tapera casi al ras del suelo, entre unos cueros y al calor de una perra flaca. En la huida apresurada la habían olvidado.
   Eso decía mi tío, que asegún su parecer debían ser retazos de una tribu escuendida y viviendo a monte, sobrevivientes a las batidas de nuestro general Frutos y su sobrino Bernabé, que´n paz descancen.
   Y desde’ntonces se aquerenció en la casa… protegida por la bondad de mi madre que la llamó Aparecida por obra de la Batalla de Tupá-mbaé, que a su vez, dejó un tendal de muertos como nunca se tuvo memoria en estos parajes.
   Y digo batalla… no entrevero porque así mismo eran las montoneras. Los Blancos como chimangos caían de improviso sobre los destacamentos del gobierno, aislados, perdidos en los caseríos de la campaña.
   El ejército de la República era muy superior en disciplina y armamento… y a los Colorados también nos respaldaban de ajuera… eso fue definitorio sumado a la lealtad de nuestros bravos como se vio al poco tiempo en los campos de Masoller. Si mal no ricuerdo, nuestro gobierno le pidió ayuda a los americanos que ya para entonces, pitaban del fuerte, jué pa´l tiempo que se adueñaron de Panamá por el asunto del canal…
   Pero, guelvo al asunto, Basilio y Aparicio no fueron los únicos hermanos en dividir aguas y divisas… ocurrió en muchas familias, en pueblos enteros; la tragedia de la guerra digo yo… Cada paisano llevaba la divisa junto al corazón y por los principios daban la vida misma… más allá del co-gobierno resultante de los pactos de paz. Y de´so sabía el general de poncho blanco, que la mujer misma, doña Cándida, era de familia colorada…
   Así eran las cosas de´nantes muchachos… las tropas de Aparicio eran mensuales y zafreros mal armados, decían que era el Partido en armas… pero eso digo yo, sería acá, en la campaña, porque si era por los montevideanos no lo querían ¡ni los doctores de su Partido!

   La mujer aguardaba acosada por los dolores del reuma al reparo umbroso del único alero que tenía la casa que emergía en un mar ondulante y pacífico de cerros que se extendían por los cuatro puntos cardinales.
   Visto así, el frente de la casa mirando a occidente sólo existía en el imaginario de su primitivo constructor, probablemente extraviado por la ingesta de caña brasilera bajo una diáspora de estrellas y cientos de leguas desiertas a la redonda.
   Quizá por eso dio importancia a la azotea rodeada de un muro bajo para convertirla de ser necesario en un parapeto o plácido mirador para la familia, destacándose una pequeña torre con campanario que servía de vichadero.
   La estancia fue delimitada en regiones como en el antiguo Tiahuantisuyo, con cuatro plantas de ombú traídas de las Misiones. Posteriormente, al cabo de los años devinieron bajo su sombra cuatro tranqueras cuando ya habían sido levantadas las pircas de los primeros potreros, el de los nocheros y el de los abichados, encimando y bien calzadas una sobre otra las piedras azulinas acarreadas de los cerros.

   A nuestra divisa la apoyaba gente importante, de principios… gente de la capital, viajera, relacionada… de la época de Garibaldi les estoy hablando… de cuando ocupó la isla Martín García al servicio de la flota francesa, dominadora del estuario de Montevideo al Tuyú… De cuando le metían el bloqueo al tirano porteño.
   Nuestro ejército colorado supo imponer el pensamiento liberal, moderno… que afianzó en su tiempo el coronel Lorenzo Latorre… y que me han comentado, hoy da nombre a una calle de Montevideo por obra y gracia de los nuestros en el gobierno.
   Basilio contaba con fusiles Mauser, ametralladoras Maxim cañones Krupp… que no era poca cosa y por eso Aparicio algo olfateó, llegó hasta Pando y se volvió pa’tras… Siempre da más seguridad la campaña del Norte. Con las fronteras ahí nomás… a la mano de un paisano con una buena yunta de parejeros.
   Y si no peliaban los jóvenes volvían a la zafra porque eran tiempos difíciles, no vayan a creer que la cosa era facilonga… Los gringos caían como racimos pa’estos laos… y no venían solos, se tradiban las máquinas. Si hombre, las máquinas de esquilar. 

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