EL AGUA ENVENENADA DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DE LA IMPUNIDAD / Marcelo Marchese

Un estudiante de la Universidad de Comunicación llamado Christian Acosta, logró acceder a 35 estudios internos de OSE que revelan que el agua que corre por nuestras canillas posee toxinas peligrosas, pesticidas y gusanos, cosillas invisibles que sin embargo convierten esta agua en un líquido muy poco saludable (1).

El lector pensará que hablamos del agua de Maldonado, esa cosa turbia que determinó una derrota electoral hace dos semanas. ¡No! Hablamos del agua que usted y yo tomamos en Montevideo. Lamentablemente, aquello que denunciaban los dementes ecologistas, esos ecoterroristas, era radicalmente verdadero. Una vez más el loco estaba en lo cierto, y los cuerdos, los prudentes, la gente razonable, erraba en las tinieblas.
Pero el problema no es aquí solamente que nuestra cordura no fuera otra cosa que la máscara de la imbecilidad. Ese problema de suyo capital lo dejo para que el lector lo digiera como pueda. Ahora lo que urge, en tanto escribimos y leemos por entre los agujeros que alguien hizo en la máscara, es preguntarnos cómo envenenamos el agua. El lector ya lo sabe: vendemos cada vez más soja y eucaliptus y nuestro PBI aumenta y nuestra economía va, aparentemente, viento en popa. Pero así como le ocurrió a Fausto, pareciera que la manera de lograr estos objetivos traería aparejada, en contrapartida, un trato con el Diablo. Nuestro modelo agroexportador, como lo tenemos planteado, con estas franquicias y estos controles, envenena el aire, la tierra, el agua y de yapa, fumiga las escuelas. Podemos seguir tirando del carro, pues después de todo estos venenos matan muy lentamente, o podemos pensar alternativas. Ahora bien, para evaluar si nos conviene seguir de esta manera o hacer alguna otra cosa, primero que nada necesitamos información veraz y luego precisamos cierta capacidad de análisis para procesarla ¿Cómo nos hacemos de la información veraz? Afortunadamente hay muchas fuentes, entre otras, las oficinas del Estado. Se supone que hemos hecho un pacto por el cual mientras nosotros trabajamos y pagamos impuestos, otros sólo deben trabajar velando por nosotros. El Estado, como un gran pulpo, posee infinidad de tentáculos que absorben información para nuestro beneficio y, según el pacto que hicimos, salvo en casos de guerra o similares, debe brindar la información con que cuenta, la información que nosotros mismos aportamos, la información que permitimos que se genere, habida cuenta que le pagamos a una cantidad de técnicos para que nos informen.
¿Qué ha ocurrido en este caso? Hubo al menos 35 estudios que decían que el agua contenía elementos muy dudosos y, con el argumento, suponemos, de no generar alarma pública, guardaron esos informes en el fondo de una gaveta ¿Pero esta barbaridad ya había sucedido antes? Sí, cuando la UTE contrató a unos técnicos para que estudiaran el agua de un embalse del Río Negro. Ellos detectaron que el agua contenía elementos peligrosos, por lo que informaron a la población, con lo cual sufrieron un tirón de orejas de parte de quienes los contrataron, los de la UTE, que les dijeron: "¡Cuidadito! Nosotros les pagamos para que nos informen a NOSOTROS, no para que informen a la población". La misma dinámica se da cuando los de Uruguay Libre de Megaminería deben acudir a la Justicia para que ciertas oficinas del Estado brinden, en cuentagotas, la información que poseen. Sucede cuando secretamente se hacen acuerdos como los del TISA, aunque el Ministro niegue que aquí exista ningún secretismo, simplemente acontece, como dijera la cancillería, que "las negociaciones internacionales de ese tenor tienen un carácter reservado" (2). Sucede cuando un historiador rentado por el Estado, cuya función es editar documentos históricos, reconoce en plena comisión del Senado que si llegaran a sus manos documentos que alteren la estatura moral de los próceres de la Patria, no los daría a conocer. Sucede todo el tiempo y en todos los lugares ¿Por qué? Porque vivimos en el país de la impunidad. El historiador fue aplaudido en la comisión del Senado por su elocuente defensa de la Patria y el funcionario que ocultó información ha sido promovido a más altas funciones por su defensa del principio de solidaridad gubernamental, o peor aún, por su celo en la defensa del principio de la solidaridad partidaria. No sólo no se castiga al mal funcionario; se lo premia, se lo aclama y se lo asciende.
Pero aquí llegamos de nuevo al problema de nuestra cordura que no era otra cosa que la máscara de la imbecilidad, una imagen amarga, como suele ser amarga a veces la verdad. Los tres millones y medio que habitamos esta porción del mundo ¿sólo somos víctimas o al menos en parte somos responsables de estas canalladas? ¿La cultura de la impunidad es algo que sufrimos o es algo que sufrimos y a su vez reproducimos? ¿Qué le enseñamos a nuestros hijos? ¿Les enseñamos a defender sus puntos de vista en el liceo o les enseñamos a decir lo que les conviene, en aras de alcanzar una nota o un título transfigurados en el Non Plus Ultra? ¿Qué ha sucedido con aquella escuela que formaría ciudadanos? Sabemos perfectamente a dónde ha ido a parar esa escuela. Ha ido a parar al mismo lugar donde destinamos al estudiante que osó poner en tela de juicio las verdades que se le pretendían hacer tragar.
Este es el Uruguay que heredamos: un país con el agua contaminada, con jerarcas que niegan que el agua esté contaminada cuando saben perfectamente que mienten a cara de perro, y con una población que escucha boquiabierta estas revelaciones y mira temerosa hacia el costado mientras paga puntualmente los impuestos. Es la República Oriental de la Impunidad que hemos, tesoneramente, forjado a sangre, fuego y desidia ¿Cómo será el país que heredarán nuestros hijos? ¿Existe la posibilidad de escapar de este círculo vicioso y perverso? Un funcionario de OSE que arriesgando su empleo ha filtrado información, dijo que sí. Un estudiante de comunicación que ha dado a luz parte, y sólo parte, de estos documentos, dice que sí. Un fiscal llamado Enrique Viana, a riesgo de recibir un segundo balazo en la pierna, afirma que sí, y en tanto esto responden, a su vez nos preguntan qué haremos con la información brindada. Sería más cómodo que nos pregunten nada, pero aparentemente ellos fueron de esos malos estudiantes que todavía no aprendieron la lección. Por nuestro lado tendremos que decidir si seremos estudiantes obedientes o si comenzaremos a preguntarnos si en verdad vivimos en el mejor de los mundos posibles. Si caemos en la locura de formularnos esa pregunta, al mismo tiempo arrojaremos la máscara de la imbecilidad al gran basurero de la Historia. Sería un primer paso, y tras la máscara irían unos cuantos trastos que han querido presentarnos como si fueran tributarios de la naturaleza humana.

(1) http://sdr.liccom.edu.uy/2015/05/24/informes-de-ose-de-finales-de-2013-revelan-presencia-de-cianobacterias-en-el-agua-potable-de-montevideo/
(2) http://www.elpais.com.uy/informacion/canciller-nin-novoa-tisa-no.html

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