Fragmento de la saga de José Luis Facello, sobre el 18 de Mayo.


El virreinato estaba revuelto, revolucionado. Las últimas reformas del rey godo perpetuaban trescientos años de coloniaje, promoviendo diversas líneas comerciales que confluían al puerto de Cádiz con el solo fin de esquilmar a las Indias Occidentales, como nos nombraban por esos tiempos.
   Negocios son negocios y el contra-bando hacía posible el comercio que el  bando real restringía. Los comerciantes se enriquecían con el “alto comercio” que privilegiaba a los porteños y montevideanos. Por entonces, el puerto de Buenos Aires era apenas un embarcadero al que unían la tierra firme con los buques mercantes o de guerra, las carretas de grandes ruedas tiradas por infatigables yuntas de bueyes.
   En distintas geografías y años más, años menos, los ingleses navegaron el Río de la Plata e invadieron Buenos Aires dos veces y dos veces fueron rechazados con el auxilio de los realistas afincados en nuestro puerto, un verdadero puerto base de la real armada española y  a buen resguardo por la amurallada  Montevideo. Los franceses invadieron la España que pintó Goya y Napoleón Bonaparte humilló la investidura del rey borbónico, encarcelándolo a él y los suyos hasta que se definiera la crítica situación política.
   Entre bueyes no hay cornadas, dijo al respecto un bufón de la corte.
   El virreinato estaba revuelto, revolucionado. España ni le cuento.
   Buenos Aires, entre reuniones secretas y fusilamientos, entre idas y venidas, cabildos abiertos y cerrados decide formar una Junta de Gobierno en un virreinato desaparecido en los papeles, acéfalo de gobierno alguno,  en rápido, con la rapidez que permitía el naciente siglo XIX, proceso de  disgregación.
   Alguien se despertaba estanciero, o comerciante, o doctor y con el correr de las horas se convertía en general patriota. Un peón podía ser peón a la hora del mate, soldado de caballería al mediodía y difunto al anochecer. Así era más o menos la cosa.
   El general Celeste reunió a los suyos, desertores de las filas realistas y gauchos buenos, orilleros y matarifes, esclavos de toda laya,  negros, pardos y mulatos, indios Charrúas que le respetaban y tenían por único Jefe.
   El general Celeste arengó a su tropa señalando al enemigo godo apostado para la batalla, con palabras que tomarían los historiadores vernáculos y extranjeros:
   _ Nada tenemos para ganar de una monarquía enferma y desfalleciente, mucho tenemos para perder sino defendemos nuestra tierra.
   El general bien montado en su corcel pasó revista a la soldadesca expectante y dispuesta a dar pelea, se paró sobre los estribos y gritó lo fuerte que permitía su voz:
   _ ¡Duro con esos godos hijo´e putas!
   La popular milicia marchó por la baldía planicie coreando cánticos de guerra:

_ “Nos, criollos, indianos
y mestizos de toda laya,
por la libertad les peliamos,
unidos por causa bella
poco importa la querella,
con el general Celeste
 a punta ´e lanza y mosquete,
les rompemos el ojete”

   Los historiadores cuentan que la primera revolución triunfante la emprendieron los esclavos insurrectos en la colonia francesa de Saint-Dominigue donde cuatro mil blancos explotaban a cuarenta mil personas hijas del infame tráfico de holandeses, portugueses y otras lacras humanas.
   En 1804 los revolucionarios negros triunfan y proclaman la República de Haití.
   Algunos, por mucho tiempo no perdonaron tamaña osadía libertaria.
   Los principales jamás.
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   Pero en 1811, que de ese año estábamos hablando, los patriotas derrotan por primera vez en estas  latitudes a los realistas españoles, hito que los cronistas denominaron la Batalla de las Piedras y que a la postre afianzó la revolución en el Río de la Plata. 

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