INDISCIPLINA PARTIDARIA, la columna de Hoenir Sarthou: PARTIENDO LAS AGUAS / VOCES SEMANARIO


Las señales son todavía incipientes, pero algo significativo está pasando.
Hace apenas seis meses, durante las elecciones, parecía que el destino del país y de cada uno de nosotros se jugaba en el resultado electoral. “¿Y si ganan los rosaditos…?”, decía mucha gente, con temor.
Las elecciones pasaron, los “rosaditos” no ganaron y, sin embargo, como me decía anoche un amigo, “No hay alegría”
Y es cierto. No hay alegría ni grandes expectativas. Lo que empieza a haber es preocupación y señales de malestar, que, curiosamente, provienen en principio de lo que podría considerarse el riñón histórico de la izquierda uruguaya.
El movimiento sindical y numerosas figuras de izquierda, con destacada trayectoria universitaria, sindical, intelectual y política, han hecho declaraciones públicas contrarias a una decisión adoptada por el gobierno del Frente Amplio.
Esa decisión es la incorporación de Uruguay al “TISA”, es decir, al conjunto de países que, liderados por los EEUU y por la Unión Europea, negocian un gigantesco acuerdo global para la liberalización del comercio de servicios.
Los inconvenientes y riesgos del TISA han sido denunciados por los economistas Antonio Elías y José Manuel Quijano, incluso en las páginas de “Voces”, de modo que poco puedo agregar al respecto que no se haya dicho ya.
Baste recordar que es un acuerdo internacional para reducir la regulación del comercio de servicios, y que suscribirlo implicará restringir la potestad del Estado de regular la actividad de empresas extranjeras que actúen en el área de “servicios” y obligará además al Estado a someterse al poder jurisdiccional de tribunales y de cortes no nacionales en caso de conflicto con cualquiera de esas empresas. En suma: el Estado renunciaría al pleno ejercicio de las funciones legislativas y judiciales en su territorio.
Para colmo, todas las tratativas del TISA, y en particular las de la incorporación del Uruguay, han sido hechas en secreto, sin brindar oficialmente información sobre el asunto. Esas son las reglas del TISA, que impone el secreto a cualquier país que participe de las negociaciones.
No debemos confundirnos. El problema no es solamente el TISA. Porque el mismo tipo de medidas que prevé ese “prototratado” vienen abriéndose camino en decenas de otros tratados y acuerdos comerciales que los Estados en general, y el Estado uruguayo en particular, vienen firmando desde hace tiempo.
Así, los tratados de “protección de inversiones”, como el firmado en su momento con Finlandia, o el tratado que se pretende firmar entre el MERCOSUR y la Unión Europea, y los acuerdos firmados con ciertas empresas, como “Montes del Plata, contemplan muchas de las condiciones previstas en el TISA, incluidas reglas que protegen excesivamente a las empresas involucradas, como, por ejemplo, la garantía por parte del Estado de que no adoptará decisiones legislativas o administrativas que reduzcan los niveles de ganancia de la empresa. ¿Alguna pequeña o mediana empresa nacional ha recibido alguna vez semejante garantía?
En el fondo, el TISA no es más que uno de los tantos nombres que asume la necesidad de las corporaciones transnacionales de liquidar o neutralizar al Estado y a las instituciones democráticas de los países en los que quieren invertir. Por eso el secreto en las negociaciones, por eso aparece siempre la exigencia de maniatar al Poder Legislativo y de excluir al Poder Judicial.
El asunto, bajo una apariencia compleja, es en realidad sencillo: hemos llegado a un punto en que el desarrollo del capitalismo global se ve obstaculizado por los Estados nacionales y por las instituciones democráticas. Es obvio: los Estados implican reglas que cumplir, controles que sortear, e impuestos que pagar. Además, ¿cómo explicarles a millones de votantes pobres, que pagan impuestos y soportan reglas y controles, que a las inversiones de muchos millones de dólares no se les aplican las mismas reglas y controles que a ellos? Es casi imposible. Por eso es necesario el secreto.
En mantener el secreto están de acuerdo tanto las corporaciones transnacionales como muchos gobernantes locales. Estos últimos porque, si dijeran la verdad sobre lo que están negociando, perderían la confianza y el voto de sus electores.
El último alarido de la moda en política internacional ya no es dar golpes de Estado (cosa poco “paqueta” y bastante engorrosa). Es mucho más efectivo vaciar la democracia, dejar la cáscara de la voluntad popular, pero tomar las decisiones serias, las que de verdad importan, a puertas cerradas y en secreto, a menudo disfrazadas como decisiones técnicas. Es sencillo: basta con encontrar a dirigentes políticos que se presten a ello y con contratar a tecnócratas que les hagan los discursos justificatorios.
Así las cosas, el TISA, no solo en sí mismo, sino como muestra del modelo de sociedad y de Estado al que aspiran las corporaciones multinacionales, puede convertirse en un verdadero parteaguas para la sociedad y para el sistema político uruguayo.
Quizá el escenario político nacional tenga que reacomodarse en función de ese megaproyecto económico, político, jurídico y social, impulsado y virtualmente impuesto desde fuera del país.
Ante la eventualidad de que el Poder Legislativo se vea impedido de legislar respecto a cierto tipo de inversores, de que el Poder Judicial se vea impedido de juzgarlos, y de que el Estado, no sólo no pueda controlarlos ni reglamentar sus actividades sino que además pueda ser enjuiciado en el exterior, ¿sigue siendo tan importante decirse blanco, colorado, independiente o frenteamplista, o incluso socialista, comunista o tupamaro? ¿No hay acaso una esfera de soberanía, de autodeterminación política democrática que a todos nos convendría defender?
En el Frente Amplio, ese conflicto ya parece planteado. Notoriamente, muchos de los dirigentes sindicales y de las personalidades que se manifestaron contrarios al ingreso al TISA, y por ende críticos con la decisión del gobierno, son frenteamplistas de larga data. Otras son personas de izquierda, también de larga data. Pero –me consta- se oponen al TISA también personas que no son ni se han declarado nunca “de izquierda”. Se oponen por convicciones republicanas, en algunos casos fundadas además en sus convicciones de matriz nacionalista o batllista.
Creo no equivocarme al pensar que la realidad que se aproxima impondrá cambios en los viejos compartimientos estancos de la política uruguaya. Porque los nuevos desafíos globales no pueden ser respondidas con viejos esquemas locales.

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