Confortable y razonable /ESCRIBE SOLEDAD PLATERO / Caras y Caretas


Leer Búsqueda es siempre un ejercicio de violenta inmersión en la lucha de clases, ese concepto pasado de moda que dispara automáticamente adjetivos como “sesentoso”, “anacrónico” o “trasnochado”.
Además de las páginas editoriales y de opinión, que con transparencia exponen la posición del semanario en temas como educación, seguridad y, por supuesto, economía, hay también una inagotable cantera de ejemplos de opinión encubierta o no explicitada que se tramita en los titulares y en la elección de los entrevistados. Este jueves, por ejemplo, la página 29 nos avisa que “si suben los salarios, hay fábricas con el ‘cierre asegurado’”.
Es un problema, el de los salarios, que no deja en paz a los empresarios. No importa de qué sector sean: la masa salarial que deben afrontar es siempre demasiado abultada, demasiado cara, un lastre para la competitividad y los buenos resultados financieros. Y ni hablemos de los costos sociales, esos que surgen de pagar las obligaciones, por ejemplo, con el Banco de Previsión Social. Ya en la página 2 del semanario de este jueves, Claudio Paolillo cita, en su columna, palabras de Pedro Otegui, presidente de la Cámara Mercantil de Productos del País, quien explica con meridiana claridad que cuando un trabajador gana 100 pesos, recibe “en su bolsillo” 70, pero la empresa pagó, por él, 140. “Hay que pensar en cuánto le cuesta realmente a una empresa tener a un trabajador”, dice Otegui y cita Paolillo.
Lo que se oculta en ese razonamiento es lo que puso el trabajador, que no es otra cosa que su tiempo y su esfuerzo. Las ocho o seis o doce horas por día que entregó a un trabajo cuyas utilidades no va a ver. Se oculta, por lo tanto, que de los 140 pesos del ejemplo hay 100 que no son del patrón, sino del trabajador. Y que de esos 100 hay 30 que el trabajador puso de su bolsillo para la seguridad social, por lo tanto el patrón pagó, por ese concepto, sólo 40 pesos. No es del todo claro en dónde querrían los empresarios que se hiciera el recorte para no afectar sus rendimientos, pero en los 140 pesos de los que hablamos, hay sólo dos posibilidades: o del salario del trabajador, o del aporte a la seguridad social.
No sé si hace falta decir que sólo los gremios empresariales hacen propuestas de este tipo cada diez minutos y con total descaro. Nunca vi a un sindicato reclamar que se exonere a los trabajadores de pagar la seguridad social. Tampoco he visto que reclamen, en tiempos de desaceleración económica como los que estaríamos atravesando, que sus afiliados sean exonerados, por ejemplo, de pagar las tarifas de energía eléctrica en sus hogares, o que se les subsidie el alquiler de la vivienda. Esas cosas las reclaman los patrones, así como reclaman el derecho a incidir en las políticas educativas mediante el truco de hacer donaciones que luego se descuentan de los impuestos.
Como decía al principio, cualquier mención a la idea de lucha de clases es, en estos días, anacrónica. Nadie usa ya esas palabras, aunque la oposición de intereses entre los dueños de los medios de producción y sus trabajadores siga vivita y coleando. ¿Cómo llamar, entonces, a este desbalance? ¿Cómo nombrar esa fuerza que pone de un lado al tipo que se ganó los 70 pesos y aportó 30 y del otro al que siente, honestamente, que gastó 140?
La nota de la página 29 de Búsqueda explica que el sector industrial está en problemas porque la masa salarial creció más de lo deseable. En 2005, dice, si el sector vendía $ 100, gastaba $ 10 en salarios (me encanta que digan “gastaba”; si fuera por ellos todavía sería legal la esclavitud), mientras que el año pasado, por esos mismos 100 pesos los empresarios tuvieron que gastar 15 en salarios. Y así no se puede, porque además parece que el incremento salarial no aumenta proporcionalmente el rendimiento del trabajador.
La primera tentación sería explicarle al empresariado del sector que si al aumento correspondiera un aumento proporcional del tiempo trabajado, entonces no sería aumento. Pero seguramente los empresarios ya saben eso, así que se refieren a otra cosa. Se refieren, probablemente, a que en el mismo tiempo trabajado –por el que ahora los empleadores están gastando más– el empleado no redobló sus esfuerzos para producir más cantidad de lo que sea que produce. Qué infamia, señor, qué infamia… Hay que creer o reventar: el uruguayo es vagoneta y aprovechado.
Los costos laborales, dice el asesor de la Cámara de Industrias citado en la nota de página 29 deBúsqueda, “están por encima de los valores razonables y confortables”. Yo creo, por mi parte, que demasiados salarios están por debajo de valores “razonables y confortables”, pero tal vez el confort y la razonabilidad no sean para todos, sino sólo para los que saben aprovecharlos.
En estos últimos años hemos avanzado bastante en eso de nombrar, para que exista, lo que no solía ser nombrado. Hemos aprendido a hablar de discriminación, de violencia de género, de femicidio, de xenofobia y de crímenes de odio. Y está muy bien, porque es sabido que las cosas, para existir, deben ser nombradas. El silencio es hermano de la naturalización y el acostumbramiento.
Habría que pensar, entonces, cómo volver a hablar de este fenómeno que hace pensar a un empresario que el salario de un trabajador es un “gasto” de la empresa, o que la seguridad social es una carga que le es impuesta abusivamente. No sé si hay una expresión más exacta, más transparente que “lucha de clases” para describirlo. Si la hubiera, y si efectivamente “lucha de clases” fuera anacrónica, obsoleta, sesentosa o trasnochada, sería tiempo de conseguir otra, porque los efectos de esa tensión que ha perdido su nombre todavía siguen costando sangre, sudor y lágrimas.

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