Don Cipriano 5 / Por José Luis Facello

Su nieta es española de pura cepa y al amparo de un rey que se las trae crecen en los valores de la clase media, estudiosas y protegidas por la previsión social dejan para el olvido los padecimientos de generaciones anteriores. Los jóvenes ignoran todo aquel espanto o lo neutralizan con una forma de vivir donde el rock y la tecnología, la cerveza y el ocio se erigen como los nuevos dioses. No imagina usted con que maestría arma los pitillos su nieta, ha igual que mis hermanos en la cuchilla cuando daban forma hebra por hebra a sus cigarrillos.
La vieja generación de españoles que fueron maltratados a mitad del siglo pasado es ahora compensada con pensiones y resarcimientos para que permanezcan hasta el fin de sus días en las excolonias. Ellos no tiene lugar  en la Europa comunitaria… les rendirán más los euros en América o Filipinas que aquí, dicho sea de paso, para satisfacción de los administradores del presupuesto social.
No es mi tema, pero pienso que es hora de empezar a capitalizar las tensiones que acompañan de modo residual a la globalización, teniendo en cuenta que somos un pequeño país. Fíjese usted sino, Asturias produce menos leche porque la importan de Bélgica, un país cinco veces más chico que el nuestro.
Los mandamás comunitarios han fijado cupos para las vides, para los olivares y las cabezas de ganado lechero, al tiempo que promueven subsidios a cambio de la erradicación de cultivos y en esa línea irán al fuego los montes de olivos contemporáneos a los poetas y filósofos de la antigua Grecia; suerte parecida correrán los montes de naranjas de la Italia mediterránea.
Recuerdo, tendría siete años, cuando emprendíamos los viajes a Montevideo por la ruta 8 en nuestra Ford. Al dejar atrás a Pando perdíamos la mirada en los olivares de la escuela agraria de los salesianos, en la visión fugaz de la torre del campanario y la capilla al fondo de una doble hilera de palmeras de Canarias.
¿Qué será de aquellos paisajes de mi niñez? pregunté a mi prima Priscila en una carta saturada de nostalgia. ¿Del silencio acogedor de los caminitos interiores del Parque Rodó? ¿De las chalanas de pescadores en Pocitos o el cine al aire libre en la playa Malvín?
La respuesta de Priscila dice que desde los noventa la escuela agraria se ha convertido en una usina de industrias, en zona franca y epicentro de negocios ultramarinos, me produce escalofrío. Fríos tecnócratas tabulan a tantas hectáreas tales valores, a tal selva tanto volumen de maderas o una patente a tal o cual ser vivo manipulado genéticamente… llámelo semillas o animales para consumo humano.
A veces la modernidad se me antoja a nausea.
Con matices así vemos el mundo con mis amigos, quizá porque  los sueños adquieren el tenor de la experiencia o porque sencillamente estamos envejeciendo…
Para Luna María y su amiga Cecilia la vida es un eterno carnaval, porque es una generación que ha tenido mucho al alcance de la mano y obviamente no tienen forma de establecer, ni siquiera imaginar, que las cosas puedan ser diferentes. A mi niñez en “Cuatro Ombúes” por ejemplo.
Le aseguro, que les resultan incomprensibles mis relatos y vivencias, vacío de interés las imágenes fotográficas y hasta ridícula mi música, la música que escuchó medio planeta en los años de mi adolescencia. Mi hija no se dignó considerar la posibilidad de hacer juntas un viaje al Río de la Plata y la Cuchilla Grande.
Desde que la niña se levanta a media tarde hasta que sale de la casa a medianoche, la actitud de Luna María oscila entre un mundo de introspección y la abrupta explosión de reproches culpándome por terminar mi relación con su padre y yo al irresponsable por haberla abandonado a ella, dicho sea de paso. La apatía y el desinterés por sus cosas, la otrora pasión por estudiar cine, el desapego a nuestros hábitos cotidianos puede decirse que hicieron crisis el día que frente al televisor surgieron las noticias espeluznantes del atentado en Atocha. Por cuatro días y sus noches se recluyó en su pieza afectada por acontecimientos desmesurados que jaqueaban su yo interior y el de toda una generación de chavales.
En tanto, por distintas circunstancias yo dedico diez o doce horas diarias al trabajo, cayendo muchas veces en insanos interrogantes.
Pensará usted que lo mío es un camino sin retorno y que nunca debería haberme marchado. Quizá poco le importe, no soy quién para juzgar, o sea un asunto familiar que se extravía como tantas cosas entre las brumas de la memoria o desdibuje sobre esos horizontes azulados allende el lomo de las cuchillas…
Para mí es tarde para muchas cosas.
No hay perspectiva de regreso por más que fuese mi visceral intención, mi hija es la única razón valedera de mi desarraigo en esta tierra indivisible de mi destino. Mi destino está aquí porque ella me necesita… y yo a ella.
Luna María es el futuro y yo me dejo llevar como una hoja por el viento.
Con su recuerdo y enseñanzas como guía le mando un afectuoso saludo de Luna María y de su hija Lourdes.
P.D. He recibido un correo de su nieta Victoria, la hija de Terciario, y todo indica que nos visitará en el próximo invierno. No hemos sabido de ella desde su fugaz residencia hace cuatro años.

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