Don Cipriano 9 / Por José Luis Facello




 El muchacho hurgó en el bolsillo de la bombacha bataraza, sacó el paquete de tabaco y volvió a armar. Necesitaba un resuello a tanta conversación, aclarar los pensamientos y para eso salió a respirar el aire fresco que barría la cuchilla.
   A veces le pasaba que se veía acosado por algo indefinible, emboscado por el silencio impuesto por la campaña y la ausencia de voces humanas le hacía sentirse impregnado de una malsana peste, que asolaba uno a uno con las secuelas de la incomunicación. La existencia de una persona cobraba interés al llamado de elegir al candidato y entonces afluía una tímida palabra y después una recatada opinión, sino la evocación patriotera a las leyendas de los Blancos o los Colorados, para el día señalado acudir a la cita con la credencial que acreditase el derecho a votar.
   No le importaba más de la cuenta el asunto de los gringos porque lejos estaba en su ánimo interesarse por una mina instalada en tierra ajena, por gentes que evidenciaban arrogancia e ignorancia a poco de andar por nuestros pagos.
   Tiempo atrás soñó como cualquier muchacho nacido en la cuchilla con atrapar el amor de una buena moza, una gurisa de los pueblos aledaños. Para ser sincero lo desvelaba una en particular que correspondía con el saludo a su paso en dirección al almacén del turco. Una muchacha de mirada enigmática y trenzas negras que deambulaba por los alrededores del rancho irradiando frescura en sus quehaceres.
   Imaginar que imaginaban juntos con un rancho que cobijase lo inabarcable cuando del amor y el deseo se trata, jurarse lealtad en las buenas y las malas aunque tales pensamientos ignoraran los avatares que el futuro les depararía.
Sin cura ni promisorios mundos celestiales, en todo caso, atentos en la esperanzada preñez como para dar sentido de terrena continuidad.
   El mínimo desengaño o presos de la desilusión, fuese rico estanciero o pobre jornalero, arrasaba a muchos amores a situaciones absurdas que prolongaban en el maltrato o abandono. Si se trataba de una traición, bueno mejor no pensar, podía aparejar desgracias irreparables.
   Qué mejor pensar sino el amor, el trabajo y el ocio que en ese orden sea el paraíso soñado y la felicidad un asunto palpable. Y así como el clavel del aire tiende al vacío su tricolor flor mientras afianza las raíces en la áspera corteza, algunos paisanos buscamos como la silvestre mata mancomunar la libertad con la querencia, una meta inalcanzable cuando se presenta como férrea disyuntiva, opuestas como el día y la noche; más nadie lo iba a confundir, como que se llamaba Segundo José,  sabía que las circunstancias variaban por imperceptible que fuese como la posición de los astros.
   Y en eso, la estancia entumecía a los humanos hasta el límite del entendimiento porque cada lomada de la cuchilla, arroyo o vulgar matorral denotaba el sello secular de la conquista y eso lo asfixiaba. La memoria del pasado adquiría el peso de un lastre y no de basamento, cosa que lo malquistaba consigo mismo intuyendo que las tragedias de otrora pudiesen acecharlo como la serpiente al andante despreocupado.
   O tal vez era un sueño tardío y la derrota previsible como la del gaucho Fierro, no con el indio que lo hospedó ni con los fantasmas del desierto, sino reducido por la leva, acorralado por los alambrados o estafado a cada acto electoral. Él enfrentaba ahora mismo a los demonios del latifundio, rémora de las reformas liberales del siglo pasado, y en soledad como tantos paisanos, dispuesto pero no seguro a derivar sus pasos en busca del espejismo del puerto montevideano, porteños altaneros como nuevo rico que se apropiaban de los pingues dividendos fruto del comercio con los Aliados.
   Montevideo como su prima Buenos Aires estaban cortados por la misma tijera.
   Por ahora su idea era otra, hacerse de un pequeño capital como para arrendar un campo alejado de “Cuatro Ombúes”, e independizarse nomás, con el debido respeto y agradecimiento a los suyos, con la bendición de su padre o sin ella se despediría de esos parajes. Necesitaba tiempo y distancia para ordenar sus pensamientos, para despojarse del temor como de la culpa y comprender aquella génesis constituyente del cosmos desmedido y misterioso que engendró al país de las cuchillas.
   Cómo hacer para que los hombres de naturaleza buena mirasen atrás sin que retornaran las pesadillas y el horror tras el engaño al indio, las lanzas fieles al General Celeste mancillados en el poema de Zorrilla. Indio reducido a peón rural, a india acarreadora de leña y agua, sometidos al encierro de los galpones y los sótanos, entre patios y calles estrechas que hacían escurridiza la línea del horizonte. Los más infortunados, si cabe, fueron objeto de estudio y razón por los científicos europeos para terminar sus días como atracción del circo parisino… y sucumbir a la tuberculosis.
   Sin embargo, los sobrevivientes están en nosotros, entre nosotros mal que le pese a unos cuantos, vestidos con ropa de paisano o milico u obrero, matando el tiempo en los boliches, aguardando en la estación del tren. Memoria viva, Aparecida por caso.
   A diferencia de las lides con los porteños o los entrerrianos, con los riograndenses o los montevideanos, las guerras fratricidas terminaban dando paso a épocas de paz, con fórmulas de cogobiernos y pactos de gobernabilidad donde no faltaba un mediador de su majestad británica, o un diplomático del Viejo Mundo, o un ex revolucionario norteamericano.
   Al exterminio de la nación charrúa y sometimiento de los esclavos, los criollos blanqueados y los gringos arremetieron contra sí mismos con  tozuda devoción por lo extranjero...
   El muchacho pitó del cigarro hasta que la brasa le quemó los dedos como una advertencia de los riesgos que implicaba aspirar a ser un ser libre. Inmerso en sus pensamientos con pasos ausentes se aproximó al señero coronilla para toparse con un telón misterioso como el mar y abrillantado de estrellas como vestigio de otros mundos, quién sabe, y sumirlo a él, mero humano, en la inmensidad despótica de la campaña.
   Paisaje conmocionado por eventos tecnológicos como los modernos  frigoríficos, pueblos y ciudades conmocionados  por el desembarco de los miles y miles de desterrados de la Europa en guerra, impotencia ante la rapiña consumada por el centralismo capitalino, conmocionados porque allende las cercanas fronteras emergían las reformas nacionalistas de Vargas y Perón.
   Por fin, conmocionados por la bomba atómica y el hongo hirviente como manifestación del desencuentro de la especie humana… la más jodida de las especies.

   _ Alumiño… escuché a un tal Miño en la villa de Melo, cantor con sentimiento y maestro cuando encaraba al instrumento, deslizaba los dedos por el mástil de la guitarra presionando apenas sobre el gueso de los trastes… como pidiendo permiso a la viguela para trenzar con las cuerdas una milonga campera, capaz que al influjo de Gabino Ezeiza.
   La mujer había ensillado el cimarrón para recomenzar la conversación echando luz donde había sombras cuando las palabras alcanzaban para mejorar el silencio.
   _ El otro miñio le pelea a la ferrumbre con su color anaranjado.
   ¿Y entonces que enseñaba la tal revista?
   _ Bueno, asigún se adapta a mil usos y tratamientos, es un raro metal electrolítico que existe desde hace añares…
   _ Hum…
   _ Que le cuento que lo usan mezclado con otros elementos según la necesidá, por ejemplo en el block de un motor a explosión.
   _ Macizo si lo hay…
   _ Va en el fuselaje de un Focker como en espumaderas y sartenes.
   _ ¡Ah! aguanta el fuego.
   _ ¡Y cómo no! la revista da cuenta que los especialistas pudieron unir partes por soldadura a gas oxiacetilénico.
Y por eso, aseguran que es uno de los metales del futuro.
   _ Hum…
   _ ¿Le resulta extraño Tata? Los norteamericanos hablan maravillas de las ciudades por venir… Imagínese en unos años como será la cosa entre nosotros, piense que para el año 2000 por caso, en toditos lados el mundo va a estar revolucionado…
   _ Bué… en todas las épocas han anunciado el regreso del Apocalipsis.
   _ Revelación bíblica, acotó la mujer.
   _ Y el mismísimo fin del mundo, abundó el patrón imperturbable.
   _ Tata, usted sabe, hay gente qu’es puro jarabe de pico… conservadores, místicos o embaucadores de todo pelo.
   _ Ciertamente, contaba mi finado padre… que en paz descanse, que entre el naciente siglo y el paso del cometa “Jalley” y lo digo porque tenía unos diez años maj o menos, dicho sea de paso.
   _ El año 1900, cuando lo anotaron porque nacer ni sabe cuándo, certificó con rigor profesional la mujer.
   _ Bueno, dicen que hubo una ola de suicidios y sacrificios rituales que sólo fueron olvidados por las gentes sencillas cuando recibieron la noticia que había estallado la Gran Guerra.
   _ Y el miedo no quedo allí, porque a poco estalló la Revolución Rusa, apuntó la mujer.
   _ Eso jue en el pasado, terció el hijo, la Bomba a cambiado todo…

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