EL VELO DEL DOCTOR (A PROPÓSITO DE LOS SIRIOS Y JULIO MARÍA SANGUINETTI) Marcelo Marchese /



EL VELO DEL DOCTOR (A PROPÓSITO DE LOS SIRIOS Y JULIO MARÍA SANGUINETTI)
Ilustración Cotarro

Marcelo Marchese

27.07.2015

Un paladín de nuestras tradiciones levanta el escudo laico frente a la invasión de los bárbaros.

Así como en el pasado nos advirtió que Israel era el último bastión de nuestra civilización en la lucha contra el mal, ahora nos advierte que podría haberle llegado el turno a nuestro paisito en esta conflagración maniquea (1).
Veamos cuáles son los valores que defiende nuestro Doctor y los peligros sobre los cuales nos alerta, como mejor manera de mostrar los peligros que avizoramos nosotros. «Al margen del indudable valor humanitario de ese proceso, nos importa llamar la atención sobre un sesgo que hace a valores fundamentales de nuestra sociedad, configurada en su tiempo con aluviones inmigratorios que están en su base. La diferencia con aquella inmigración es que ella respondía a nuestros mismos valores de convivencia y ésta, en cambio, responde a concepciones totalmente distintas de los derechos humanos y las libertades esenciales». Analicemos la estructura lógica de este párrafo. Primero reconoce que somos resultado de gentes que huyeron y vinieron aquí como vienen ahora los sirios; pero acto seguido advierte que la diferencia con aquella inmigración, la buena, la que fundó nuestro país, «es que ella respondía a nuestros mismos valores de convivencia». Uno se pregunta cómo una inmigración primera, que llega a un país vacío, puede responder «a nuestros mismos valores de convivencia», a los valores de convivencia de un desierto. El autor traslada el presente al pasado y cree que los inmigrantes mediterráneos llegaron a un país previamente poblado por los inmigrantes mediterráneos. Veamos ahora el aspecto histórico del párrafo. La afirmación: «la diferencia con aquella inmigración es que ella respondía a nuestros mismos valores de convivencia» no sólo es un disparate, sino que constituye un chiste macabro. Los inmigrantes no respondían «a nuestros mismos valores de convivencia», si por valores de convivencia se entiende los «valores de convivencia» de las gentes que vivían alegremente en estas tierras: los minuanes, los chanás y los charrúas, y por esos los eliminaron, a ellos y a sus culturas. Pero esto no fue todo, pues fue necesaria una posterior oleada inmigratoria, la cual, aunada a todo un proceso histórico, eliminó ciertos efectos de las primeras oleadas inmigratorias, como fueron los gauchos (2). Se precisaron varias oleadas, amén de la creación del Estado con su ejército y su escuela, para limpiar ciertos efectos de las primeras oleadas que aparentemente «respondían a nuestros mismos valores de convivencia».
Ahora bien, conviene no olvidar cómo surgieron aquellos valores de convivencia que se importaron. Nuestra madre patria vivió ocho siglos de invasión musulmana que no significaron la barbarie venida de oriente, sino más bien el lujo de la civilización venido hacia el bárbaro occidente. Ocho siglos es bastante para los «valores de convivencia» de cualquier pueblo, y además de valores, medicina y astronomía, los civilizados dejaron el aljibe, las azoteas, la guitarra y una tradición literaria sin la cual no podría haber florecido El Quijote de la Mancha, y por esa causa un agradecido y sensible Cervantes les rindió homenaje. En aquel tiempo caía España, tras su triunfo sobre los infieles, en un pozo de brutal imbecilidad y eso permitió que en el crisol de «nuestros valores de convivencia» se agregaran, por fortuna, unos cuantos valores que trajeron los judíos que huyeron de aquellas bestias desencadenadas.
Luego de este arrebato historiográfico típico en nuestro Doctor, viene, como una ola que sigue a la ola o la atropella, un arrebato laico y pedagógico: "En un país que hace un siglo quitó los crucifijos de los hospitales públicos, ¿puede aceptarse que en los establecimientos públicos de enseñanza las adolescentes luzcan ese velo? El crucifijo o cualquier otro símbolo análogo, es una pertenencia que se desea dejar fuera de el ámbito del Estado, pese a que puede ser un simple testimonio de espiritualidad. El velo es otra cosa: simboliza esa subordinación que el ciudadano sirio que habló con el Dr. Miranda no podía entender que en nuestra sociedad es delito". El Estado arrancó los crucifijos de los hospitales estatales porque es «una pertenencia que se desea dejar fuera de el ámbito del Estado pese a que puede ser un simple testimonio de espiritualidad», ahora bien, «el velo es otra cosa», pues «simboliza esa subordinación» femeninaEsto recuerda al uruguayo que oye hablar al cordobés y le dice «pero tú hablas mal», y cuando oye al portorriqueño estalla en carcajadas. Luego de escuchar a todos los pueblos de habla castellana, concluye que sólo él habla bien, el uruguayo, el único sin acento, lo cual ¿quién podría discutirlo? La cruz era un instrumento de tortura por el cual los piadosos romanos descoyuntaban gente que moría en medio de horribles dolores. El culto al crucifijo significa también un culto al dolor que nos salvará; significa un culto al Cristo sufriente y no al que camina sobre las aguas y significa toda una serie de cosas que avientan la posibilidad de ser considerado «un simple testimonio de espiritualidad». Como Sanguinetti convive con ello le parece la cosa más natural del mundo ver la representación de un tipo clavado a dos maderos, con una corona de espinas y un tajo en el costado y por eso argumenta que no deberíamos ni preocuparnos por ese mensaje, pues «puede ser un simple testimonio de espiritualidad», ahora, el velo ¡VIVE DIOS! Eso es intolerable. ¡Habrase visto!
Mas aquí, además de esta incapacidad para percibir que el aire ejerce una presión sobre nosotros, está implícita una concepción de la laicidad que niega precisamente el principio de laicidad. «En un país que hace un siglo quitó los crucifijos de los hospitales públicos, ¿puede aceptarse que en los establecimientos públicos de enseñanza las adolescentes luzcan ese velo?». Aquí repetiríamos lo dicho por el poeta: «Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa». Una cosa es que el Estado ponga un crucifijo en el hospital y otra cosa es que el enfermo ingrese en lucha con la muerte prendido con dos manos a su propio crucifijo. Una cosa es que desde el Estado el profesor dicte cátedra de fanatismo contra un estudiante indefenso que será evaluado por el profesor, y otra cosa es que el estudiante defienda en clase su forma de pensar y de sentir. No se puede usar la clase para que los estudiantes voten a nuestro partido. No se pueden usar las estructuras del Estado de todos para nuestros fines exclusivos. Desde el Estado no se puede, sin violar la laicidad, hacer proselitismo político, pero tampoco se puede, sin violar la laicidad, impedir que el estudiante desarrolle sus propios puntos de vista. Una cosa es el Estado, y su poder, y otra cosa es el individuo indefenso. La escuela laica no significa que el Estado imponga brutalmente, como un dogma, pensamientos y creencias al estudiante. La escuela laica debe trabajar para el libre ejercicio del poder ciudadano, debe estimular el razonamiento crítico, debe permitir que el estudiante se exprese libremente, sea provisto de un crucifijo o ataviado con un velo y si en su expresión libre ese estudiante defiende el cristianismo, una concepción laica debe alentarlo a dar su porqué, pero no lo puede castigar, no lo puede corregir, no puede usar su peso para castrarlo.
Sanguinetti remata así su artículo: "El tema podría parecer teórico hasta hace poco tiempo. Ya no lo es. Entre nosotros conviven personas que responden a valores civilizatorios diferentes. Hay que precisar, entonces, cuál es el ámbito de su libertad y cuáles son sus límites, a los efectos de una convivencia pacífica en un Estado, como el nuestro, abiertamente liberal y pluralista". El autor se refiere, a modo de ejemplo, a un sirio que castigaba a su hija y pretendía que en su casa él era El Rey. Tiene razón Sanguinetti. Este hombre no puede castigar a su hija y todos debemos impedirlo, ahora bien, hay una cantidad de padres cristianos y ateos que apalean a sus hijas y las violan a diario (y sacerdotes que ejercen la pederastia impunemente) y todos debemos impedirlo y no lo impedimos, pues sucede ahora, en este preciso instante, y no en un caso o dos, sino en miles y miles de casos que hacen que nos interroguemos acerca de las virtudes de «nuestros valores de convivencia». De esta barbarie tenemos ¡AY! de sobra. Ojalá que este flagelo pudiera resolverse con la simpleza de precisar a estos violadores «cuál es el ámbito de su libertad y cuáles son sus límites».
Tenemos a la vista en este asuntillo de la defensa de «nuestros valores de convivencia», la solución tomada por la culta Francia, que cosecha ahora su siembra. Miles de árabes huyen de países que ellos, los franceses, contribuyeron a empobrecer; miles de árabes huyen de unos tiranos que los franceses contribuyeron a instalar en el poder. Les impiden el uso del velo, no por dudosos principios liberales, sino por motivos muchos más terrenales que tienen que ver con desestimular la inmigración. Con bombos y platillos, en infinitos films y best sellers soporíferos, hemos festejado la derrota de los fascismos creyendo que bastó con un triunfo militar sobre Italia y Alemania para erradicarlos ¿Y qué pasó con aquellas concepciones que dieron origen a los fascismos? ¿Qué pasó con el estado mental que da origen a estas aberraciones? ¿Desaparecen con la bomba y la metralla? Las potencias atlánticas triunfaron sobre los fascismos sólo para permitirles reaparecer de una manera más astuta. Ya no se queman libros, actualmente los remates online, como Mercado Libre, prohíben la venta de «Mi Lucha». Ya no se argumenta mayormente sobre la superioridad racial, se rechazan «las teorías que tratan de determinar la existencia de razas humanas separadas»(3) y de esta manera se establece una censura autoritaria en las ciencias sociales y guay del que ose afirmar que la exuberancia humana se manifiesta por numerosas razas, guay del que disienta con el dogma. Asistimos a una nueva andanada de la llamada intolerancia, una muy soterrada y aviesa manera de uniformizarnos. La diferencia con el pasado es que el actual empuje es más eficiente en tanto no somos conscientes, pues el lobo intolerante se cubre con el vellón de la oveja liberal y afirma: «Hay que precisar, entonces, cuál es el ámbito de su libertad y cuáles son sus límites, a los efectos de una convivencia pacífica en un Estado, como el nuestro, abiertamente liberal y pluralista». Hay velos que parece que fueran hechos para que gocemos, al levantarlos, de una sonrisa maravillosa y hay otros, velos liberales, pluralistas, que esconden las negras caries del pensamiento único e intolerante, siempre en aras de algún turbio negocio.
(1) Musulmanes y laicidad http://www.correodelosviernes.com.uy/Musulmanes-y-laicidad.asp
(2) Los gauchos no sólo son resultado de una primera oleada inmigratoria. Son el resultado de la unión de los primeros conquistadores con los indios, básicamente guaraníes, en las condiciones excepcionales de nuestra tierra de aquella época, con sobreabundancia de alimentos y ausencia de poderes coercitivos.
(3) Declaración y programa de acción de Durban.

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