La Madeja / Por J.J. Ferrite



En la nota anterior decía que diversos eventos en Uruguay motivan estas líneas como un aporte más a la reflexión, mirada con la perspectiva sesgada que dan la distancia y el tiempo.
Afincado en estas tierras tiempo ha, como miles y sin proponérnoslo, conformamos el grupo más numeroso de migrantes uruguayos.

Como desenredar una madeja que entrelaza la economía, la cultura, el trabajo y la política por citar algunos asuntos ineludibles. Y obviamente al frente amplio con minúsculas, dicho con respeto por quienes lo forjaron y dolor por los renunciamientos. Dicho, qué sentido tendría sino, con esperanza.
Desde el fondo de los tiempos, la Banda Oriental primero y el Uruguay después, está asociado a la producción agraria y las exportaciones, que en la práctica redundó pingues beneficios a los estancieros, a los exportadores-importadores y a la intermediación financiera hasta nuestros días.
La herencia del modelo colonial perduró lograda la independencia, y conformó una relación de dependencia entre la campaña, el país profundo, con el puerto montevideano prácticamente un monopolio de la operatoria portuaria. La competencia en todo caso estaba aguas arriba y desde entonces fructificó el ancestral encono de los porteños de Montevideo con los porteños de Buenos Aires.
Los porteños montevideanos en 1817 recibieron en buenos términos al invasor brasilero sellando la impronta de la traición a como diera lugar. Pero cuando el general Lecor tomó posición del mando en Montevideo, gravó el comercio portuario y la queja no se demoró. Adujeron que les restaba competencia con Buenos Aires y la respuesta fue contundente: la preferencia de los buques mercantes por el puerto bonaerense obedecía a que la población era más numerosa y por tanto, mayor era el mercado de consumo.
Desde entonces data la disputa entre los porteños a uno y otro lado del Río de la Plata. La diferencia de escala se mantiene hasta hoy y el movimiento portuario guarda una relación de 15 a 1 según la CEPAL.
Esta introducción obedece a un aspecto de raíz económica como el papel de los puertos en la región, pero permite descifrar otro de naturaleza política.
El encono con los “porteños” nace por los intereses en pugna entre las provincias y el puerto de Buenos Aires, en particular las provincias con litoral  fluvial o marítimo, por caso Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y la Banda Oriental. Decir “porteños” era un modo de repudiar el monopolio portuario y la aplicación de impuestos al comercio interior. Diferencia de intereses que en el plano regional condujo años después a la Guerra de la Triple Alianza, para vergüenza histórica del Brasil, Argentina y Uruguay.

En las dos últimas décadas hemos visto un cambio de actitud en las manifestaciones de diversas personalidades públicas como en los medios de comunicación, y desde aquí no podemos precisar si es una moda pasajera, un cambio cultural o una estrategia de naturaleza económica y/o política.
El asunto es que la tradicional y justificable postura anti “porteña”, casi un juego en estos tiempos, ha mutado a una actitud anti argentina, incomprensible porque los uruguayos tenemos una tradición e imaginario colectivo propenso al internacionalismo, a la integración latinoamericana, a la buena vecindad con Brasil y Argentina.
Salvo, claro está, en las competencias deportivas, el fútbol en particular.
Un motivo es la pugna entre los operadores extranjeros con contratos de usufructo en los puertos de Buenos Aires y Montevideo. Los suplementos sobre Comercio Exterior de la prensa “grande”, llámese El País (uy) y El Observador o Clarín y La Nación, se encargan semanalmente de agitar las aguas en provecho de los intereses privados a una y otra orilla del estuario.
Pero coinciden absolutamente en el paradigma global de los años ochenta/noventa como expresa sin tapujos Mauricio Macri,  veladamente por ahora Tabaré Vázquez, y contradictoriamente Dilma Rousseff.
El otro motivo es de naturaleza política y propende a los mercados abiertos, a reducir el papel regulador de los estados nacionales, a tomar como moneda de referencia al dólar, a facilitar las inversiones extranjeras a como dé lugar, llamémoslas zonas francas, puerto hub, eximición de impuestos, a restringir los derechos de los trabajadores, etc.
Y a contraer deuda con los organismos internacionales, se sabe, los acreedores mandan, ponen condiciones, deponen gobiernos, pero cuentan con tecnócratas, funcionarios y economistas venales que les facilitan las cosas a cambio de unos dinerillos…
Desmadejando la madeja, uno puede atreverse a vislumbrar que no hay muchas opciones.
Una, deplorable, sería convertirnos en la cabecera de puente de las compañías globales, bastante tenemos con bancos como el HSBC y otros lavadores de dinero.
La otra opción es la histórica. Defensa de la casa, política de buena vecindad y creer en el pueblo, en la clase trabajadora.
Y atenernos al precepto bíblico: no mentir.
Pasada una década, el frente amplio con minúsculas adeuda materias.
Seguramente, los Frenteamplistas con mayúsculas están haciendo historia.

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