Contra la pretensión del paraíso / Fernando Gutierrez Almeira /Atreviéndome a pensar

Hay quienes pretenden que es posible una existencia eudemónica de la humanidad, es decir, la recuperación del paraíso fetal a nivel planetario. Para ello argumentan acerca de los factores que podrían contribuir a crear semejante convivencia de carácter absolutamente pacífico, ese idilio soñado de todos los seres humanos sobre la Tierra. Estos factores, por supuesto, no pueden ser otros que, o bien una aplicación fugaz y declaradamente caritativa de la ferocidad revolucionaria de tal modo que se llega al paraíso a patadas en el trasero, combinada con el rigor educativo de una sociedad dispuesta a adoctrinar a sus elementos individuales para la felicidad terrena…rigor que se piensa necesariamente como temporal para que al final se llegue a la dicha y gozo de todos con todos…o bien, por una combinación no violenta de buena crianza, buena educación, buena voluntad, sonrisas, caricias, abrazos, discursos pacifistas, gestos solidarios, convocatorias eudemónicas de todos tipo, etc., etc.
Lo irreal de esta proposición nace de cierto sentimentalismo infantil, de cierta proclividad a desear una condición inmadura de la existencia, donde la combinación de un encuadramiento mental que brinda seguridad, que brinda refugio, y una heroicidad estricta son elementos que coadyuvan al deseo ilimitado de alcanzar aquel paraíso, aquella consumación apoteósica de la voluntad de reformar lo humano para insertarlo en el seno de esa felicidad soñada. De algún modo quienes así se lanzan sobre el contexto de sus relaciones con lo humano sienten que van por el buen camino y que su bondad es intachable…son los buenos, los que inocentemente contribuirán a dar a luz para sus congéneres humanos la felicidad perfecta a la que aspiran.
Es necesario denunciarlos…En primer lugar, denunciar que su idealismo es una trampa para la conciencia pues la búsqueda de la felicidad, la búsqueda de la endemonia, es irreal, es un verdadero despropósito de la voluntad y nace de la imagen infantil y reaccionaria del paraíso fetal. Tanto si se apela a la espontaneidad humana como la base de ese paraíso de la voluntad como si se apela a un estado consumado mediante feroz revolución y dispuesto a encuadrar la conciencia de sus feligreses en el deseo de la felicidad…un estado totalitario…se cae justamente en lo contrario de aquello que se anuncia. La feroz revolución desangra inútilmente, la violencia engendra la violencia, la espontaneidad abre las puertas del caos, el estado perfecto hunde la vida individual en la ignominia de la falta de libertad y creatividad. En segundo lugar denunciar que la “buena voluntad” solo puede consistir en la voluntad de dejar crecer a los individuos lo más libremente posible sin imponerles el paraíso ni a la fuerza ni por medio de una empalagosa insistencia en sonreír y convocar. Quienes convocan a todos y a ninguno a acudir embelesados a la puerta de ese paraíso imposible ignoran la inalienable existencia de un camino propio en cada persona, un camino de intransferible creación…y terminan transformándose en enemigos solapados de la libertad individual. Ellos quisieran reformar a todos, meter la cabeza de todos en el mismo agujero, darnos a todos de comer el mismo puré. Y no es tanto que conozcan su error pues se encuentran subyugados por aquel ideal de tal manera que ya no saben ver el mundo y sus relaciones más que bajo el prisma de ese ideal, de ese sueño de endemonia. Y cuando finalmente recogen los cuerpos de sus mártires creen que esas muertes han tenido un sentido total, que esas muertes están justificadas…pero lo cierto es que esas muertes han alimentado el Moloch de un Ideal que ha terminado transformándose en un monstruo devorador de voluntades. Sin embargo, cabe decir, hasta las ilusiones más profundas pueden ser útiles a la vida, y esta ilusión eudemónica con que tantos se han embaucado a sí mismos y siguen embaucándose alienta cambios que pueden ser y han sido en ciertos casos progresivos aunque no, claro está, “revolucionarios”.
El ser humano nace prácticamente carente de rastros instintivos y por lo tanto con una acusada amorfidad de conducta. Esto implica que en lo subsiguiente, a través de la crianza y la educación la manera de actuar de cada individuo podrá fluir hacia formas infinitamente diversificadas de acción. La amorfidad conductual del individuo humano al nacer se traduce en al multiformidad infinita de la conducta social humana cuya maleabilidad aumenta a medida que los seres humanos van expandiendo sus posibilidades técnicas de acción. Esto exige, en cuanto el desarrollo civilizatorio alcanza el grado de complejidad correspondiente, la contención de esas posibilidades ilimitadas de acción humana en algún marco normativo que permita la convivencia pacífica y la coherencia de los esfuerzos dentro de la comunidad…el estado. A la convivencia pacífica pueden contribuir, dentro del contexto del estado, la mejora de la crianza (disminuyendo su agresividad), la mejora de la educación (incentivando la autodisciplina y autogestión personal), la expansión de los afectos (dentro del circulo reducido de acción en que pueden actuar), la sana expansión de la sexualidad, etc., etc. Pero sea como sea, esto no debe alentar esperanza alguna de ejercer una profilaxis completa de la criminalidad humana, pues no puede apuntarse de ningún modo a coartar la libertad individual, base de la dignidad de la persona, en nombre de sueños paradisiacos y es sabido que de las fuentes de la libertad personal puede surgir lo monstruoso en el momento menos pensado.
A lo que debemos aspirar siempre, sin tregua alguna, es a una expansión permanente de la energía y la conciencia humana de un modo lo más armónico posible, sin que aquella energía degenere en acumulaciones de poder destructivo o abusivo ni aquella conciencia se imbuya de pretensiones imposibles de concretar.

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